18
—¡Eres horrible! —exclamó, aprehendido. Realmente era un disgusto, y estaba seguro de que su compañero debía verlo igual.
—Nunca has visto una quimera, ¿no es así? —cuestionó con orgullo. Era de gran tamaño, como un león enorme, de unos dos metros de altura estando solo en cuatro patas. Su pelaje era oscuro y frondoso como la noche misma, con unos ojos amarillos resplandecientes. Y como toda quimera: cabeza de león, cuerpo de cabrío y cola de reptil. Era meramente tétrico.
—Realmente, no. Y lo agradezco —le respondió, con mueca de asco, simulando arcadas. Necesitaba pensar qué diablos haría—. ¿A eso llamas una habilidad?
—Es impresionante, ¿no lo crees? —se jactó.
—¿Qué utilidad puede tener? —se burló. Le parecía increíble que ese líder estuviese perdiendo el tiempo en esa charla tan banal, pero lo agradecía, le estaba dando un tiempo valioso para pensar. Esperaba que su compañero lo estuviese aprovechando; de caso contrario, lo golpearía hasta bajarle todos los dientes. No obstante, Nakahara no bajaba la guardia—. ¿Qué sigue, un hombre tigre? Diablos, qué patético.
—Qué omega irreverente eres —alegó, con fastidio. Su voz cada vez estaba más distorsionada por el cambio de cuerpo, cada vez más ronca y oscura, imponente y peligrosa—. ¿No te han domado? Qué vergüenza.
—Eres patético si crees que alguien lo hará —arremetió, riendo. El mar chocaba con mucho coraje y se movía con frenesí, ansiando por ahogar gente en la tormenta. Sin embargo, la mente de Chuuya estaba aún más inquieta; aún no conocía la habilidad de un hombre que dominaba una quimera, mas no iba a ser fácil, y menos con los centenares de hombres allí presentes. Tendría que usar corrupción y eso ya lo enfadaba. Esperaba que Dazai fuese atento, porque de caso contrario ambos morirían. De cualquier forma, ese pensamiento se relajó al recordar que Osamu siempre lograba hacer todo bien pese a ser un maldito holgazán. Además, la conexión que los unía era lo que hacía de Doble Negro el mejor recurso de la Port Mafia; y, claramente, por eso resultaron ser unos malditos destinados. ¡Maldito Dazai! Apretó sus puños con molestia—. ¿Así son los omegas de tu organización? Qué pena das.
—Ya veo —murmuró solemne la quimera—. Aquí somos hombres de cabeza fría, cosa que en la Port Mafia parece que faltan, por lo que tus provocaciones de un marginado irrespetuoso no llegan.
Chuuya rio. El tiempo se agotaba. Sabía que con un solo toque de Dazai, aquella bestia estaría acabada, pero que este lograra acercarse a la misma era prácticamente imposible.
—Al menos no tenemos bichos raros —respondió, apretando los dientes en una sonrisa forzada. La charla iba volviéndose cada vez más estúpida y sin sentido, sobre todo por sus respuestas ridículas. Definitivamente, al recibir una mirada de desconcierto por parte de la quimera, decidió que no le quedaba más opción que alumbrar al caos con su corrupción en cuanto comenzase la pelea. Maldijo en voz baja y cerró su puño con ira. Y maldijo también a Dazai, por no haber hecho nada hasta ese momento. Puro alfa, ¡maldito inútil!
—Ya veo... –minimizó el líder—. Ya basta de charla. Me has aburrido.
Nakahara no respondió, solo esperó con cautela, analizando el entorno, contando cuántos hombres quedaban; solo pudo concluir que eran muchísimos. Asimismo, tampoco tenía idea de cuáles eran las habilidades de una quimera endemoniada. No pudo evitar pensar que seguramente Dazai debía saberlo o, mínimamente, adivinarlo.
—Destrúyanlo —ordenó a todos sus hombres.
Chuuya miró de reojo a su alrededor y activó su habilidad nuevamente, viendo a varios acercársele a sus espaldas. Maldijo por enésima vez y gritó eufórico, ampliando una sonrisa de guerra. Sin dudar, comenzó otra vez su frenesí de golpes, incluso con más ímpetu que antes. Dazai Osamu, que se encontraba aún tratando de cubrirlo desde su trinchera improvisada, sintió sus vellos erizarse al oír ese grito.
Los hombres volaban unos sobre otros al ser arrojados por la furia del pequeño omega, quien enviaba golpes sin fijarse en el destinatario. Nadie, hasta el momento de la pelea, había logrado ponerle una mano o una bala encima, cosa que inquietaba de sobremanera a la quimera, quien observaba todo con ojos fríos y petulantes. Esta solo oía gritos, de guerra y de dolor. Veía poco a poco como sus hombres menguaban con cada segundo, y decidió intervenir.
Chuuya, por su lado, estaba atento a todo, en especial al líder que parecía estallar en cualquier momento. Al notar que cada vez se reducía más y más el número de enemigos, sonrió; y lo hizo tanto por orgullo, como por acertar su predicción de que la quimera actuaría. La vio abrir la boca y canalizar una bola de fuego enorme. Chuuya maldijo. ¡Cómo podía existir un bicho así! Atento a cuando fuese lanzada, comenzó a percatarse de que los demás hombres se acercaban de manera aventurada a él en cuanto pasaba su primera distracción. Odió a Dazai por no ayudarlo, pero ciertamente, ¿qué podía hacer Dazai contra armas y fuego? Sus únicos talentos eran su increíble capacidad de nunca lograr morir y su habilidad que solo funcionaba como un aguador de fiestas.
Chasqueó la lengua cuando vio la gran bola ígnea dirigirse hacia él. La esquivó de manera que diera contra los hombres detrás de él, y se dio cuenta de que la quimera la arrojó con intención de darle, sin importarle si hería a sus subordinados en el camino. Nakahara sintió su sangre hervir ante la rabia.
A cada minuto que pasaba, se sentía más agotado y más derrotado. Había comenzado a debilitarse entre pelear con miles de hombres y esquivar los proyectiles de tanto hombres como quimera. Era exhaustivo. En un momento sintió que un hombre iba a arrojarse sobre su espalda y que no podría detenerlo, mas un disparo proveniente de la puerta de arriba lo salvó. Sonrió y le agradeció mentalmente al inútil de su compañero. Sin embargo, admitió que ese había sido su último error. Debía usar corrupción, o tal vez la próxima vez no lograría salvarlo Osamu.
—Oh, conocidos, otorgantes de la desgracia oscura —murmuró mirando hacia abajo, posicionando su cuerpo mientras sentía cómo los hombres se amotinaban a su alrededor, intentando tomarlo. Dazai observaba la escena desde arriba, torciendo su cara en una de que bailaba entre el disgusto y el estupor al darse cuenta de lo que sucedería—. ¡No me despierten de nuevo!
El grito de Chuuya y el ruido estridente del golpe de los cuerpos que lo rodeaban golpear contra las paredes, erizó la piel de Dazai, sintiendo escalofríos por primera vez, sintiendo miedo por Chuuya. Ya debía estar agotado. Se paró de su escondite y supo que su compañero ya no necesitaba su ayuda, por lo que solo le restaba esperar a que Chuuya de verdad lo necesitara, que sería en tan solo unos minutos, por lo que iría acercándose conforme fuera seguro. Normalmente no era tan minucioso a la hora de que Nakahara usara corrupción, y nunca le preocupó, pero en aquel momento se dio cuenta y se admitió el auténtico e irrefrenable temor que tenía de perderlo.
Chuuya, por su lado, en cuanto dijo esas palabras, su cuerpo estalló en un éxtasis indescriptible, su sangre irrigando su cuerpo a gran velocidad, caliente y poderosa. Sintió su mente nublarse; su pecho hincharse; sus brazos fortalecerse y su garganta escocer. Un enorme poder penetró su cuerpo y pudo sentirlo invadir todo su ser, comenzando asimismo a sentir el dolor de siempre, aquel que lo acompañaba cada vez que utilizaba esa monstruosa habilidad. Gritó nuevamente y un aura mortífera rojiza lo envolvió por completo, con aquellas marcas rojas en su piel que lo condenaban a la locura y a la decadencia, sintiendo el dolor como una ola expansiva con cada marca. Cuando se dio cuenta, los cuerpos de los hombres que lo estaban acorralando habían volado y se habían estrellado estrepitosamente contra las paredes en el momento en que su poder despertó. Miró a todos los demás por medio segundo antes de comenzar a atacar desenfrenadamente, sintiendo cómo con cada golpe feroz su consciencia menguaba como si de un reloj de arena se tratara; sin embargo, el reloj era su vida, y en cuanto el último granito de arena se deslizara, moriría.
Dazai, por primera vez, mientras se acercaba prudentemente a la especie de platea de la cual se había arrojado Chuuya para ir a pelear, sentía escalofríos, uno tras otro. No solo por ver a Nakahara convertirse lentamente en una bestia sin ojos ni corazón, sino por las sensaciones que lo abordaban. Podía sentir muy bien la adrenalina correr dentro de él y la opresión en su pecho, consecuencia de la presencia de un poder abrasador. Estaba seguro que podía sentirlo por su lazo irrompible con Chuuya; podía sentirlo muy bien, como si sus almas estuvieran unidas por un delgado hilo, fuerte como ninguno, y estaba seguro que antes no lo había sentido. Claro era que la última vez que estuvieran en esa situación, el omega aún no sabía que era uno. Aún no existía su correspondencia como almas destinadas. Dazai miró con temor hacia abajo donde se perpetraba aquella masacre y siguió acercándose poco a poco, desapercibido, a las escaleras que estaban del otro lado de la pasarela, desde donde podría bajar con cautela sin arrojarse como el otro. Debía ser rápido y debía ser precavido para no recibir un gravitón de un Chuuya cegado sin capacidad de discernir.
Chuuya pasó de dar ataques de una fuerza descomunal, a canalizar y arrojar gravitones de tamaños medianos, incrementando el tamaño de a poco. En breves ataques, había derrotado a más de la mitad, pero le faltaba la quimera, que lo miraba con desazón desde un costado, observando caer a sus hombres de a puñados, tratando de arrojar bolas de fuego a aquel ser despiadado e inhumano que estaba arrasando sin pena ni gloria a toda su organización. Maldijo a la Mafia portuaria; de haber sabido que guardaban semejante arma mortífera, hubiese tomado otras medidas. No obstante, en ese momento, el líder solo podía pensar en la violencia desmedida que reinaba en el lugar, todo obra de ese ser que, más que un demonio, podía definirlo como un arma de matar; no pudo evitar pensar cómo un omega podía mantener tanta fuerza dentro de sí, y cómo podía siquiera controlarla. Intentaba que su fuego lo alcanzara, pero se movía de manera demasiado ágil y ese campo asesino carmesí que lo rodeaba, lo protegía fervientemente.
Chuuya comenzó a sonreír con malicia, con la cordura escapándosele de los dedos con cada gravitón que arrojaba, se sentía cada vez más disociado de su cuerpo, siendo su cuerpo y alma dos objetos aislados, siendo el primero dominado y corrompido segundo a segundo, con la sangre comenzando a descarrilarse y desbordarse; y su alma, su mente, solo podía ver y sentir cómo era destruido al destruir, podía sentir el gran poder que emanaba y sentía su ser dejándose llevar, dejándose envolver por ese majestuoso poder digno de un dios, digno de una máquina de guerra que había sido creada para ser invencible, porque eso era a fines de cuentas.
Arrojaba ataques a diestra y siniestra, sin importarle a quién fuese a darle; sin embargo, esa pequeña parte que aún no había sido ahorcada por la corrupción, pensó en Dazai. Pensó en aquel alfa del cual dependía para que detuviera la caída de esos últimos granos de arena; aquel joven que le gustaba y que lo había visto y salvado muchas veces. No pudo evitar pedir que llegara a tiempo, ni tampoco logró ocultar el ligero temor a herirlo y morir los dos en consecuencia. No quería que aquella historia que recién comenzaba terminara de esa forma tan trágica y ridícula.
Los gravitones volaban de lado a lado, uno mayor que el otro, y el porcentaje de la mente de Chuuya que aún permanecía lúcido se achicaba segundo a segundo. La sangre se abarrotaba en su boca, desesperada por abandonar aquel cuerpo lleno de maldad y dolor. La sala estaba casi vacía, o más bien, no contaba con personas vivas, puesto que era un reguero de cadáveres y paredes destrozadas. Ya ni siquiera el líder se encontraba de pie; en un lapso en el que Nakahara perdía la razón esporádicamente, su cuerpo corrupto notó a la quimera a un costado arrojando fuego y, como si estuviese poseído por el mismo demonio, se dirigió a él de manera terrorífica y canalizó un gravitón lleno de rabia, gigantezco como era posible, y arremetió contra la quimera.
Instantáneamente, los hombres, al ver aquello, perdieron gran parte de esa pequeña y débil voluntad de deber que tenían, y arrojaron sus armas para correr hacia las escaleras que subían a la plataforma, puesto que la máquina asesina bloqueaba las puertas, o lo que quedaba de ellas tras tantos impactos, pero grande fue la sorpresa al encontrarse a Osamu Dazai con una de las armas de rápida cadencia que había robado a uno de los cadáveres, sonriendo y bloqueando así las escaleras por las cuales había bajado. Lo último que oyeron esos hombres fueron los disparos del alfa de la Port Mafia, los cuerpos de sus compañeros caer, y los gritos casi guturales del omega corrompido.
Otros hombres que intentaron huir ni siquiera llegaron a las escaleras, debido a que fueron alcanzados por los ataques en ráfaga de Chuuya.
Dazai sonrió al ver los hombres caídos frente a él, tanto a aus víctimas como a las de Chuuya; si bien era ciertamente sádico, era una sonrisa de satisfacción por estar al borde de acabar exitosamente otra misión que había comenzado a complicarse. No obstante, no se tomó el tiempo para nada más que para terminar de bajar las escaleras, pasar entre los cuerpos y correr hacia Chuuya tapándose con unas delgadas columnas metálicas que sostenían la platea de la que había bajado. Necesitaba alcanzar a su compañero, ¡pero necesitaba llegar entero!
Corrió como pudo, echando una efímera mirada panorámica, notando que eran muy pocos hombres los que quedaban de pie. No eran relevantes; el líder había caído, y bien podría dispararles luego. Lo importante en aquel momento era proteger a su omega. No podía seguir soportando esa aflicción en su cuerpo, ni quería seguir soportando a su alfa interno rabiar por no haber protegido a su pareja. Pero ¿qué podía hacer? Chuuya era infinitamente más fuerte que él. ¡Era el alfa el que era protegido en esa relación! Y no le molestaba. Se había enamorado de un enano fuerte, increíblemente fuerte, que le volvía loco. Así eran las cosas, y decidió que así permanecerían. ¡Qué le importaba ser el mantenido o el protegido, si Chuuya estaba a su lado!
Suspiró mientras el miedo se incrementaba dentro de él, el miedo de que cada segundo que pasaba era un segundo que Nakahara perdía. Corría como podía. Su estado físico siempre había sido deplorable, por lo que tenía menos aire en los pulmones que un fumador empedernido, pero corría, y seguiría hasta alcanzar al perchero enloquecido que seguía atacando a una multitud ya diezmada. Le sorprendió no haber sido atacado aún, mas lo ignoró y siguió; al fin y al cabo nunca podía morir.
Chuuya le daba la espalda. Ya lo veía cerca, y el dolor en él crecía. Ya no había nadie a quien atacar; los pocos que quedaban habían caído en su trayecto, y una vez derrotados, el atacante se puso a lanzar ataques a la nada, destrozando más y más el lugar, que estaba lleno de agujeros, abolladuras y cuerpos. Él era el único hombre vivo y cuerdo de la sala, solo debía llegar a su objetivo y todo estaría bien.
Chuuya se sentía desvanecer, viendo que su tiempo se agotaba y que su cuerpo estaba siendo dominado casi por completo. Sentía sus manos heridas por tantas esferas de gravedad invocadas, sentía su cuerpo exhausto por la sobrecarga de aquel maligno poder. Pero el mayor sentimiento era el de la tristeza de darse cuenta de que aquel caos lo había creado él. Su voluntad menguaba, su dolor crecía, su mente se nublaba y su poder explotaba. Sentía un vacío, sentía que todo se le escapaba y que había sido abandonado. Sin embargo, con los brazos elevados y con una esfera en cada mano y su boca, hecha un reguero de sangre, bien abierta en una mueca de un placer culposo por su exorbitante habilidad, sintió lo que no creyó que llegaría cuando el desamparo comenzó a velar por él. Sintió unos brazos aparecer desde su espalda y rodear su cintura con dulzura y preocupación, como si esas manos benditas temieran dejarlo escapar. Sintió el aura de su poder desaparecer, y los gravitones con ella, como si una habitación bañada en sangre hubiese apagado las luces y se hubiese sumido en las penumbras. Todo había vuelto a su cauce. La tormenta había dado lugar a la calma, y su pecho se hinchó y su cuerpo se marchitó al sentir su habilidad ser arrebatada. Quiso voltearse a ver a su salvador, al cual no necesitaba ver para reconocer, mas se desplomó en aquellas dulces manos que lo sostenían con ternura y cuidado, y que le transmitían a través de su tacto meloso más de lo que Dazai podía decir en palabras, aquella angustia que lo oprimía. Cuando sus ojos comenzaron a languidecer, sintió que aquellas bellas manos se deslizaban hacia su pecho y luego hacia sus hombros, en un intento de levantarlo un poco, para finalmente abrazarlo, sintiendo la cabeza del alfa recostarse en su hombro con la nariz en dirección al cuello, oliéndolo exigente con apremio y desesperación. Así permanecieron; Dazai, sintiendo el aroma de su omega para tranquilizarse y desplazar aquel horrible temor que lo asfixiaba dentro de sí, y sosteniéndolo en un abrazo, transmitiéndole toda su preocupación y aprecio, liberando todo ese afecto que mantenía enmudecido.
—Casi te pierdo. Lamento haber llegado tarde —susurró en su oído con auténtico pesar, sintiendo todo lo malo desaparecer en cuanto sentía la respiración cansina del otro. Su voz, solemne, abatida y con dejes de miedo y rastros de lágrimas que no bajarían. Porque él no lloraba ni pedía disculpas, aunque ya no podía estar seguro—. Ya puedes descansar, Chuuya. Los has derrotado a todos.
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Terminé actualizando antes porque en unos cuatro días rindo y estoy al borde del acv.
Después de esto se vienen todos capítulos pussys porque soy una pussy que solo sabe escribir cosas pussys.
Gracias por leer❤️
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