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17

—¿Lo dices en serio? —inquirió Chuuya, con su sangre arder ante la excitación de pelear.

—Pues sí —afirmó, pensando todo de nuevo—. No hay manera de infiltrarse en esta gran fortaleza sin llamar la atención, y no es como si golpeando la puerta fueran a abrirnos gustosos.

—Ya —comprendió, preparándose para lo que fuera que se le ocurriera a Dazai.

—Sin embargo, lamento decirte que esta es tu parte —indicó, sonriendo.

—¿Qué? —preguntó, confundido, dejando entrever incredulidad en su voz.

—El único que puede escalar ese muro eres tú, y no podemos pasar por las puertas con esos gorilas —contempló, pensativo—. Por lo tanto...

—¿Bromeas? —le miró con los ojos llameantes de repente—. ¡Siempre soy yo quien hace todo el trabajo, maldito bastardo!

—Ya deja de gritar, percherito —se rio—. Agradece que no hay cámaras a la vista y hazlo.

—¿Debo pelear solo? —le cuestionó fastidiado.

—Si intentaras subir conmigo, mi habilidad anularía la tuya —explicó con tranquilidad—. Solo nos queda la puerta, la cual podrás abrirme desde adentro una vez que los derrotes. Son seis hombres, Chuuya, has peleado contra docenas.

—Lo sé —dictó, recordando con orgullo algunos viejos conflictos—. De acuerdo, pero ¡te odio!

—Yo sé que no —se burló. El omega solo apretó su puño encolerizado.

—¿Solo debo derrotarlos y abrirte este portón? —preguntó, pensando todo con detenimiento. Su compañero asintió—. ¿Y luego, qué?

—Luego ingresaremos a ese dichoso edificio —dijo, obviando su proceder.

—Eso ya lo sé, maldito desperdicio de vendajes —siseó con molestia—, pero quiero decir ¿cuál será el plan una vez dentro?

—¿Acaso ves que ya estemos dentro? —cuestionó, aburrido. No esperó una respuesta que no obtendría—. Pues no, así que ahora solo concéntrate en hacer lo tuyo con esos gritos ridículos —iba a reírse, mas su aire desapareció al sentir un puño impactando contra su abdomen.

—Ya cállate. Tu única parte aquí es pensar —espetó—. Si ni siquiera pelearás, solo cállate e idea algo, maldito bastardo —dijo, para luego refrescar su mente.

Chuuya ignoró a su compañero que se quejaba a su lado, y decidió ponerse en acción. Haciendo uso de su habilidad en todo momento, caminó por el muro con decisión y una vez arriba, se paró en el borde y marcó mentalmente un objetivo y, justo en el momento en que fue avistado por los hombres que protegían cada puerta, saltó increíblemente alto, para gritar y aterrizar sobre la cabeza de los dos hombres que custodiaban la puerta del edificio en la zona central. Dos menos.
El golpe los había dejado inconscientes bajo sus pies, y sonrió al ver cuatro armas apuntando hacia él, desde las dos puertas que correspondían al muro.
Sin intentar mediar palabra, los hombres dispararon y dispararon, sorprendiéndose al ver cómo ninguna bala impactaba en ese pequeño cuerpo. Chuuya sonrió, sacando dos cuchillos de esos que siempre portaba con él pero que nadie sabía dónde guardaba. Sin gran esfuerzo los arrojó contra dos de los más cercanos, derribándolos al instante con una puntería perfecta, aún utilizando su habilidad para frenar la lluvia de proyectiles. Dos menos.
Las dos personas restantes se espantaron al punto de dejar de accionar los disparadores para dedicarles a sus compañeros caídos una mirada de preocupación. En el momento en que volvieron a mirar al misterioso atacante, lo tenían encima suyo.

—Demasiado lento —murmuró triunfante, al momento en que pateó a uno de los dos arrojando el arma. Medio segundo luego, una segunda patada a la cabeza del mismo había hecho a los dos hombres chocar el uno con el otro y caer al suelo. Chuuya pateó el arma restante lejos de ellos y constató que estuvieran inconscientes. Al ver que uno seguía despierto, volvió a atacar hasta cumplir con ese objetivo.

Finalmente, miró a su alrededor y se sintió ligeramente incómodo. Sabía que si Mori los había mandado a esa misión era porque quería erradicarlos a todos ellos, a cada integrante, y con dejarlos inconscientes no alcanzaba. Sin embargo, los vio a todos antes de pelear, y eran jóvenes de su edad, seguramente un poco mayores, pero a la larga seguían siendo recaderos cuanto mucho. Se preguntó cuánta podía ser la implicancia de estos muchachos a comparación de una mente maestra. Si lo pensaba bien, no era estrictamente necesario matarlos, y, ciertamente, Chuuya no se catalogaba a sí mismo como un asesino; si podía evitar matar gente sin necesidad, lo haría. Pero no estaba seguro acerca de Dazai, y temía su decisión este cuando entrase.

—Vamos, Chuuuuuuuuya —exclamó su compañero del otro lado en aquel tono cantarín tan característico e irritante—. Ya hace un rato se escucha silencio. Si ya te moriste has arruinado todo el plan.

—¡Cállate, bastardo! —bramó mientras se acercaba a la puerta.

—Ya ábreme, Chuuuuuuya —seguía exclamando.

—Te juro que a ti sí te asesinaré —musitó. Suspiró y pateó la puerta, abriéndola. Del otro lado vio a un Dazai sonriente y con una mirada holgazana.

—Al fin —suspiró—. Sabía que podrías, percherito.

—No fue muy complicado —comentó, mientras avanzaba hacia los hombres caídos que custodiaban esa puerta. Se agachó y removió sus cuchillos que habían quedado clavados en los cuerpos. Se sintió incómodo nuevamente—. Sin embargo, seguro que allí dentro alguno habrá oído todo esto —concluyó, señalando al edificio con la cabeza.

—Eso es obvio —contestó, riendo bajo. Dio una mirada panorámica y dejó escapar una risilla—. Ya veo, no los has matado.

Chuuya se tensó y le dio la espalda.

—No sé de qué hablas, has visto mis cuchillos —su voz se había tornado solemne.

—Sí, pero les has apuntado a los hombros, Chuuya —alegó—. Esos hombres no están muertos, solo se han desmayado por la conmoción o el dolor —explicó, mirando los omóplatos de su compañero subir y bajar profundamente. Se acercó de a poco—. ¿Y los de allá? ¿Por qué no buscas tus cuchillos en los cuerpos de ellos también?

—Deberíamos dejar de perder el tiempo —espetó Nakahara, avanzando a paso lento hacia el edificio.

—¿Por qué no lo has matado, Chuuya? —insistió, observando cada movimiento vacilante en el otro—. ¿Necesitas que te ayude?

—¡Claro que no! —exclamó, girando levemente su rostro como para que el alfa pudiese ver su perfil—. Ya déjalos, Dazai —su voz solemne había tomado una tonalidad penosa. No esperó una contestación, simplemente engrosó su caminar e ingresó al lugar para esperar a su compañero junto a la puerta del lado interno. Una vez dentro, observó con cautela, mas no vio nada fuera de lugar. Era una habitación angosta con unas escaleras que subían en zigzag, separadas por esquineros. El lugar era muy oscuro y lúgubre, estando únicamente iluminado por unas luces rojas no muy cálidas. Supuso que esta puerta y primer esquinero estaban custodiados por los guardias a los cuales derrotó en primer lugar, pero que los demás pisos y esquineros deberían estar custodiados por otros hombres. Se asomó a los primeros escalones y miró hacia arriba, y vio que las escaleras seguían en zigzag durante varios pisos, donde luego la última escalera daba hacia una sala propiamente iluminada, mas solo eso podía ver. Tan concentrado como estaba, no pudo oír a su compañero entrar, pero sintió una mano tomar con dulzura su brazo, transmitiéndole unas tiernas y abrumadoras sensaciones incluso en esa situación.

—¿Estás listo? —preguntó Dazai, con una voz seria, como si buscara consolarlo, a sabiendas de que su compañero no era como él. Chuuya asintió.

—¿Qué se te ha ocurrido? —preguntó, aún inspeccionando el lugar—. Aquí solo hay escaleras y escaleras que no desembocan en ninguna planta, salvo la última, la más alta que da a un piso que debe ser donde habrá gente.

—Si la hay, tendremos que pelear los dos —explicó—, es algo sencillo.

—De acuerdo.

Sin más preámbulo, subieron cada peldaño con sigilo y precaución. El omega adelante del alfa. El primero, acariciando sus cuchillos; el segundo, acariciando sus pistolas. Luego de varios peldaños, la paciencia del más bajo caía y caía.

—Ya veo por qué me necesitaban también a mí para esta misión —soltó Chuuya cuando ya faltaba solo un esquinero para terminar de subir, con la voz apagada y rebosante en desgracia, mirando el suelo y pisando fuerte.

—¿De qué hablas? —cuestionó Dazai. La amargura en la voz de su compañero había movido sus entrañas y no lo dejaba hacer un chiste para romper esa tensión súbita.

—Esta es una misión de destrucción, no una diplomática —continuó—. Ni siquiera vamos a dialogar con ellos, ¿no es así? —preguntó con dureza. Su compañero negó con la cabeza—. Es solo matarlos, acabar con todos y exterminarlos, esas eran las órdenes, ¿no? Solo para eso sirvo.

—Chuuya... —murmuró Osamu, mirándolo con auténtica aflicción ante aquello. Ese era un tema delicado, uno que nunca tocaban y uno del cual ni siquiera él osaba bromear. No pudo evitar percatarse de cuánto cariño y una consecuente empatía había desarrollado por su compañero, conmoviéndolo a esos puntos y haciéndole nacer sentimientos más humanos.

—No te gastes —dictaminó. Aceleró sus pasos y, antes de que Dazai pudiera evitarlo, ya se encontraba pegado a la baranda de los últimos escalones que daban a la planta poblada.

Dazai lo observó, tan bello y adolorido, parado contra esas barandas con la mitad del rostro bañado por la luz procedente de aquella habitación, tan etéreo y diabólico al mismo tiempo; tan frágil y tan peligroso.
Antes de que pudiera decir nada, Chuuya ya se había arrojado a la boca del lobo, saltando en medio del pasillo. Osamu oyó ruidos de gatillos y los disparos comenzaron. No pretendía asustarse porque sabía que Chuuya podía repelerlos fácilmente gracias a su habilidad, pero a él no le quedaba más que esperar. Se acercó un poco al borde de la pared.

—¡Aléjate, bastardo! —le escupió—. Si te acercas, esas balas me dejarán mas hoyos que un queso.

Dazai rio y esperó. Por otro lado, Nakahara estaba concentrado. Esta vez era el doble de hombres que abajo. Decidió avanzar para que su compañero pudiera entrar a la acción porque ya le estaba cabreando el pelear solo. El alfa no necesitó más señal que ver los pasos ajenos para arremeter. Ingresó al pasillo donde Chuuya peleaba, y se deslizó hacia un costado donde pudiese estar a cubierto. Veía al otro repeler y devolver las balas con suma seguridad y maestría y sonrió y tomó sus propias pistolas para cubrirlo, disparando también con gran habilidad a aquellos que se encontraban en zonas más protegidas del ataque del omega. En tan solo minutos, habían acabado con la gente de ese extenso pasillo lleno de puertas.

—¿Estás bien, bastardo?

—¿Estabas preocupado por mí? —preguntó, agrandando exageradamente sus ojos en una mueca lumínica y divertida. Solo obtuvo de respuesta un chasquido de lengua y unos pasos rebeldes apuntando hacia la puerta más grande del lugar.

—Espera, Chuuya —comenzó—. Debemos pensar algo. Cada vez irá incrementándose la cantidad.

—Eso es obvio, pero los destruiremos —impuso, pasando de Dazai y tirando la puerta abajo de una patada. Su compañero suspiró.

Nakahara solo necesitó dar un paso dentro de aquella inmensa habitación para que se oyeran disparos a mansalva. Saltó hacia atrás, chocando con Dazai.

—Dazai... —murmuró, en una voz inundada en sorpresa—. Mira esto.

Su compañero hizo lo propio y, una vez estando ligeramente detrás del cuerpo de Chuuya, vio que se trataba de una especie de balcón, con una pasarela con barandas que llegaba hacia el otro lado donde había una escalera para poder finalmente llegar al piso donde estaban los hombres armados; debajo del balcón y sus anexos, se encontraba una habitación gigantesca, llena de hombres a reventar. Todos armados, y eran demasiados. Parecía un ejército entero que podría destruir Yokohama en su totalidad. Chuuya quiso terminar de entrar, mas Dazai lo tomó del hombro. Aquella pasarela parecía un puente que cruzaba un ejército.

—Espera —dijo—, ¿qué pretendes?

—Mori sabía que eran esta cantidad o más —explicó con cautela, sus ojos eran un mar embravecido—, y aún con eso contó con que yo usaría corrupción, ¿no es así?

—Pues, tal parece, pero —respondió, mirando por detrás del omega a toda esa cantidad de hombres—, no sé si la situación lo amerita.

—¿Para qué, sino? Para eso he sido citado. Ya veré si será necesario —murmuró. Sus ojos miraron a Osamu con lástima—. Estaré bien, solo debes estar atento.

—Tampoco es como si me importaras, enano... —dijo en voz baja, repentinamente preocupado. Sabía de qué iba la misión y sabía que era muy posible que Chuuya llegara a tener que hacer eso, y le había parecido correcto; lo habían hecho innumerables veces, mas en ese momento no se sintió igual. Antes de que pudiera protestar, su compañero ya había ingresado a la habitación y se había arrojado por una baranda de la pasarela para pelear mano a mano. Dazai lo maldijo y se acurrucó en un rincón junto a la puerta para cubrir como pudiese al otro; sin embargo, ni aunque quisiera podía exponerse, porque si algo le pasaba a él o lograban incapacitarlo, Chuuya moriría irremediablemente. Se odió nuevamente por no haber podido realizar un plan a tiempo, por no haberlo detenido y por no haber tenido la capacidad de utilizar esa inteligencia de la que tanto se jactaba. Todos sus planes que solía idear en tan solo un minuto, habían desaparecido de su cabeza. Mori tenía razón: se había ablandado, y en el peor momento. ¡Maldita sea, Chuuya!

Nakahara, por su lado, con su habilidad activada repelía el sinfín de balas, mientras que con sus piernas daba decenas de patadas en segundos. Por lo que veía, por el momento eran solo peones; algunos disparaban de lejos, y otros, aspiraban infructuosamente a derrotarlo con ataques físicos o en combates. Ninguno se encontraba ni cerca de vencerlo.
Mientras golpeaba y golpeaba sin parar y sin perder el enfoque, se percató de que cada vez eran más enemigos, como si de un nido de cucarachas se tratase; no paraban de salir por todos lados. Sin embargo, sonrió al darse cuenta de algunos disparos furtivos que derribaban a alguno que otro peón, estos provenientes de la puerta por la que había salido para saltar. Amplió su sonrisa y susurró el nombre de su compañero. Le molestaba pensar que esa misión había pasado a ser casi individual más que en pareja, mas comprendía la situación. Esa misión era muy diferente a las demás donde peleaban codo con codo. Ese era un lugar cerrado y muy alto donde Dazai no podía depender únicamente de sus armas de fuego puesto que tampoco podía esquivar ni realizar jugarretas a los oponentes; y, al mismo tiempo, en un caso donde eran permanentemente la diana de miles de armas, solo Chuuya podía defenderse, y para eso necesitaba a Dazai muy lejos. Era, nada más y nada menos, una misión donde sus propias cercanías los llevarían a la ruina; Doble Negro tendría que encontrar otra manera de actuar conjuntamente, pese a que siempre pensaban en lo mismo y se entendían a la perfección.
Pensando en todo ello, Chuuya recordó las burlas de su compañero al decirle que solo peleaba con las piernas. Lo maldijo y comenzó a sacar su potencial, golpeando con todo, arrasando con más de uno de tan solo un golpe. Se sentía repentinamente emocionado, con la sangre fluyendo desde cada rincón de su cuerpo con ímpetu, sintiendo la dulzura de su fortaleza intrínseca. Sonreía con malicia al reconocer sus propios esfuerzos. Aquello le daba más fuerzas para golpear y golpear hasta gritar con los puños ensangrentados. Siguió, y siguió arremetiendo, hasta que oyó una voz en la sala que produjo el silencio de los demás y el cese de todo ataque.

—Vaya, vaya. Qué honor tener a la Port Mafia en casa —Chuuya, levemente agitado, comenzó a buscar con sus ojos aquella voz de claro liderazgo. Ya necesitaba golpearlo con solo haberlo oído—. ¿A qué se debe esta grata visita?

Nakahara finalmente lo vio: era un hombre joven y alto, con un semblante imponente, con sus hombres rodeándolo.

—Me parece que es muy claro a qué se debe la visita —escupió. Retomó su postura y puso su mano enguantada en su cintura, mirándolo retador. Pese a ser pequeño, con esa actitud se veía enorme ante los ojos de cualquiera.

—Considero esto una profunda falta de respeto —espetó el líder, oliendo el ambiente—. Me han enviado un omega.

—¿Temes que un omega te patee el trasero, animal? —Dazai, desde su lugar seguro, oía todo y, al escuchar esa respuesta, se golpeó la frente. Este no pudo evitar que las palabras rondaran en su mente: ¡tan fino, Chuuya!

—Vaya, y yo que pensaba en darte una oportunidad —murmuró—. Sin embargo, ya que veo que mis hombres son lo suficientemente incompetentes como para no vencer a un omega, no me queda alternativa —dijo. Acto seguido, comenzó a transformarse en medio segundo en una bestia horrenda. Chuuya lo miró con asco.

—¿Qué diablos... —comenzó a preguntar, mas al segundo se percató de lo que era—. ¡La maldita quimera!

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