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16

Chuuya, al despertar, agradeció que sus trabajos debieran ser de noche, puesto que, sin planificar ni pretender, durmieron mucho más de lo estipulado. Habían descansado de maravilla, sin embargo, tampoco era muy positivo ya que habían perdido toda una mañana y tarde de investigación antes del ataque.

Había dormido muy bien, demasiado bien. Aquella cama en ese sitio tan acogedor era magnífica, y era mejor aún luego de haber sufrido el frío de la madrugada calar sus huesos y enredar sus cabellos. Era muy cálido, muy dulce, y poseía un aire muy romántico y hogareño. Le hacía sentir el ambiente de una familia que nunca tuvo. Suspiró e intentó ejecutar algún movimiento, mas su cuerpo se sentía cansado; además, asumió que Dazai también había disfrutado de un gran sueño, puesto que se encontraba casi aplastándolo, invadiendo todo su lado de la cama. Intentó moverlo y, pese a tener una gran fuerza, el cuerpo de su compañero pesaba como si fuera peso muerto. Bufó y decidió que tendría que despertarlo a codazos hasta que mostrara señal de vida, mas al acomodarse mejor y ver el rostro dormido de su compañero, increíblemente cerca, solo pudo reír y, a su vez, sentir sus emociones fluir con arrebato. La cara de Dazai al despertar era de terror; los cabellos mucho más despeinados de lo normal y pegoteados, las comisuras de los labios se encontraban llenas de baba, y su boca semiabierta; y, para colmo, a pesar de compartir habitación hace mucho tiempo, nunca notó que su compañero soltaba leves ronquidos y palabras ininteligibles entre sueños. O nunca lo había notado, o era que el alfa jamás había dormido tan cómoda y profundamente. Sin embargo, pese a lo desagradable que se veía y lo gracioso de la situación, sus ojos se cargaron de cariño al observarlo. Parecía un niño, tan expuesto e indefenso. Sentía que era una imagen grata de apreciar y que también se sumaría al cúmulo de recuerdos que tendría para siempre en una caja con el nombre de Dazai labrado en ella. Y, no obstante, le costaba creer que ese ser que expelía dulzura e inocencia en aquel momento, al estar despierto era un demonio, irritante, posesivo, distante y petulante. ¡Era insoportable! Deseó fervientemente tener una esfera de cristal para poder encerrar dentro a aquel Osamu tan pacífico y gracioso, para así no destruir esa imagen que podía catalogar como linda, a su manera; una imagen que seguramente se arruinaría cuando aquel ser endiablado abriera la boca.
Siguió riendo un rato hasta que centró su atención específicamente en el rostro ajeno, ese tan poco atractivo que descansaba a su lado, y se percató nuevamente de la cercanía. Sin sentir los nervios usuales, su corazón comenzó a latir fuertemente de nuevo. Podía sentir el olor de Dazai, tan fuerte y acerbo penetrar en su nariz, incluso a pesar de su letargo siendo imponente. Se estaba convirtiendo en algo bello para él y ya comenzaba a habituarse al mismo. Sentía la respiración ajena chocar casi imperceptiblemente contra él. Sentía todo. Posó su mano en el pecho de Osamu y sintió sus latidos, y sintió responsabilidad; sintió que aquel corazón seguiría latiendo gracias a él, que hacía varios días y a partir de aquel, en cierta manera y en contra de su voluntad, se encontraría ligado a Dazai de muchas formas que jamás creyó posibles entre ellos. Recordó que su compañero le dio a entender que el omega le había otorgado, al menos un poco, unas ganas de vivir que había dejado atrás. Sonrió ante aquello y sintió nuevamente el compromiso caer sobre sus hombros. Sin embargo, Dazai también se había adueñado de él y su sentir, alborotando todo dentro de él y suscitándole sentimientos encontrados. Deseaba matarlo, pero si lo hacía, no querría perderlo. Era muy algo muy enrevesado para aceptar, y él era muy orgulloso para ayudar.
Suspiró por milésima vez en nombre de Dazai Osamu, y decidió que ya había tenido suficiente.

—Dazai, despierta, maldita sea —dijo en un susurro, aumentando el tono en cada palabra. Le golpeó con los dedos en su frente. Al no obtener resultados, le dio con el codo—. Maldito bastardo, ¿cómo puedes dormir así?

—Déjame —susurró en respuesta, antes de volver a dejar su boca entreabierta y seguir murmurando insensateces.

—¡Que te levantes! —exclamó. Sintió el cuerpo de Dazai removerse un poco sobre sí y se relajó un poco. Sin embargo, su compañero solo se había movido para volver a acomodarse.

Diez segundos luego, Chuuya iba caminando hacia el pequeño baño que poseía la habitación cuando escuchó algo.

—Qué cruel eres, Chuuya —bostezó Dazai desde el suelo de madera, completamente adolorido—. Podías haber sido más dulce con tu pareja luego de lo de anoche —seguía, con voz ronca y los ojos luchando por abrirse del todo y sus manos sobando su espalda, sobre la cual había aterrizado al ser arrojado por el omega.

Chuuya solo se volteó con gracia y sensualidad para responderle con una sonrisa acaramelada y una voz que lograba enlazarlo a sus pies en cualquier momento.

—Ya es tarde, bastardo, ¿cuánto más querías dormir?

—Toda una eternidad —espetó. Oyó el sonido de la puerta del baño cerrarse y se paró de mala gana. Se sentó nuevamente en la cama y recordó la noche anterior. El viento. La noche. El mapa. El frío. La calidez de los labios de Chuuya. Los besos. El descanso. Suspiró y sonrió, se sentía, por primera vez en su vida, un adolescente cualquiera, un enamorado reservorio de hormonas. No podía evitar pensar en que el omega le gustaba mucho, qué gustar ¡le encantaba! Consideraba abominable pensar en que, finalmente, hasta los caprichos y testarudez de Chuuya le parecían llamativos; hacerlo enojar era todo un placer, más que diversión; escucharlo vociferar con molestia era música para sus oídos; verlo con esa actitud difícil y sus tira y afloja era indescriptiblemente provocativo, y todo funcionaba de esa forma ahora. Recordó los besos de la noche anterior y se lamió los labios. Sentía que cada vez lo deseaba más y más, y que en aquellos besos hubo algo hermoso que brotó entre ellos.
Se iba a echar en la cama cuando recordó que su compañero le había dicho que ya era tarde. Le gustaba hacerlo enojar, pero no le gustaban tanto sus golpes, por lo que se dirigió a su bolso y buscó sus ropas.

Chuuya salió del baño ya perfectamente ataviado, casi listo para ir a la misión. Pese a que podía tardar mucho tiempo de más en vestirse para una ocasión especial, para las misiones se vestía de manera ligera y decidida. Vio a su compañero echado en la cama también listo y suspiró. Decidió terminar de acomodar los papeles, por lo cual se dirigió hacia su propio bolso y hurgó en él. Sacó un manojo de hojas y se sentó en la cama a leerlos.

—Esta vez, yo manejaré el mapa, Chuuuuya —canturreó Dazai al verlo sentarse en el borde de la cama dándole la espalda. Recibió un chasquido de lengua como respuesta.

—No me interesa —murmuró, sin despegar su mirada de los papeles—. Sin embargo, teníamos que habernos levantado temprano para charlar con la gente del pueblo.

—¿Para qué? —bostezó.

—Pues para investigar, ¿para qué, sino? —respondió hastiado. Se sentía preocupado por el trabajo y en cómo se dejaron llevar por las sábanas, viendo todo como una irresponsabilidad—. Tendríamos que haber recolectado información, maldito Dazai.

—No creo que sea necesario, percherito —contestó, mirando hacia el techo con las manos reposando en su nuca—. Estoy seguro, además, que la dueña de esta posada debe tener alguna información, la justa y necesaria.

—¿Tú crees? —preguntó dubitativo. Llevó sus dedos hacia su barbilla mientras pensaba en las posibilidades.

—Claro —afirmó—. Mori no nos mandaría a un lugar cualquiera.

—Le tienes demasiada fe a un hombre que está obsesionado de manera nefasta con los niños —suspiró, moviendo las hojas entre sus manos, analizándolas una y otra vez, repasando cada mínimo detalle que pudiese haberse escapado de su escrupulosa lectura.

—No es que le tenga fe —alegó en voz baja—. Simplemente, es lo que yo haría.

Se miraron, acomodaron algunas cosas de la habitación y salieron; Chuuya, con el mapa de aquel día doblado entre las manos y Dazai con las suyas en los bolsillos. Al cerrar la puerta, los dos se sobresaltaron al toparse con la dueña del lugar, barriendo los pasillos, muy cerca de ellos, como si los esperara.

—Buen día, jóvenes —reverenció—. ¿Han visto las bandejas de desayuno y almuerzo que he ido dejando?

La pareja se miró con vergüenza. Chuuya miró a Dazai con ojos inquisitivos, implorándole que utilizara su labia tan descarada para explicar la situación sin dejar lugar a malentendidos o la falta de educación.

—Buenas tardes —respondió el alfa—. Lo lamentamos mucho, el viaje fue muy exhaustivo para ambos, y en verdad no hemos tenido el tiempo de disfrutar de esa tan apetitosa comida, puesto que debemos ponernos al labor que nos atañe —se inclinó en señal de respeto —lo lamentamos mucho, no queremos que crea que estamos desprestigiando sus atenciones.

La señora lo miró con gracia y dulzura e hizo un ademán que indicaba que no era tan importante. Respondió brevemente diciendo que esperaba que se alimentaran bien para poder cumplir correctamente con sus ocupaciones esos días. Ambos se reverenciaron nuevamente y agradecieron.

—Sin embargo —continuó Dazai—. Nos gustaría saber si podría sernos de una ayuda aún mayor.

—Por supuesto, señor —asintió—. Haré lo mejor que pueda.

—¿Usted puede decirme... —preguntó luego de unos segundos, acercándose a ella. Le había arrebatado el mapa a Chuuya y se lo estaba enseñando— qué hay aquí?

La mujer no necesitó mirarlo dos veces para saber de qué se trataba. Sonrió perspicaz.

—Ya veo —murmuró—, creí que el señor Mori lo dejaría pasar.

Ambos la miraron con sorpresa, especialmente el omega. Dazai sonrió en victoria.

—Usted los conoce, entonces —afirmó, sin esperar respuesta—. ¿Qué me puede decir al respecto?

—Supongo que el señor Mori les ha dicho lo mismo que yo sé —respondió, con curiosidad. Los muchachos se mordieron la lengua para no decir que, en verdad, el tan venerado Mori no había develado ni una pizca de información de importancia—. Aunque el lugar parece pequeño en el mapa, es enorme puesto que posee muchos hombres —Doble Negro asintió —y pues, en los días posteriores a mi charla con él, se corrió el rumor por el pueblo de que había sido avistada una enorme quimera.

—¿Una quimera? —preguntó Chuuya, con voz incrédula. No podía creer que Dazai tuviera razón al decir que ella sabría del tema.

—Así es —contestó, asintiendo con la cabeza, apoyándose sobre su escoba—. Una quimera en las zonas aledañas al sitio marcado en ese mapa —señaló.

—¿No será...? —preguntó el castaño, mirándola a la expectativa de que le confirme su teoría.

—Todos creemos que sí —respondió ella con seguridad—. Todos aquí lo creemos, no somos tan ignorantes como se cree.

—Le agradezco de verdad —se inclinó nuevamente. Dirigió su mirada a su compañero y le hizo un gesto para que salieran rápido—. Es hora de trabajar, Chuuya, esto me ha generado más curiosidad de la necesaria —sonrió. Y el nombrado supo que Dazai se había sentido atrapado por la misión y que sería de esas pocas en las que se empeñaría.

Agradecieron nuevamente a la dueña y pasaron a su lado para irse a las escaleras.

—Les prepararé y dejaré una cena, en caso de que vuelvan hambrientos —exclamó a los jóvenes—, y si desean que les deje preparada la habitación con un ambiente más romántico y matrimonial también háganmelo saber.

—Sería grandioso —respondió el alfa, sin parar sus pasos, bajando las escaleras con velocidad.

—¡No es necesario! —gritó el omega, siguiéndole el ritmo al otro.

La dueña rio y ellos bajaron las escaleras. La posada por la tarde era aún más bella y briosa, más cálida y más amigable. Además, relucía de lo limpia y perfectamente ordenada que estaba, como si deseara envolver a cada huésped entre los brazos de un verdadero hogar. Ambos lo sentían igual.

—Muy bien —dijo Dazai al enfrentarse a la puerta principal—. ¿Estás listo, percherito?

—Por supuesto que sí —dijo con decisión y los brazos cruzados.

—Ambos estamos de acuerdo en que el mapa lo portaré yo esta vez, ¿no es así? —preguntó burlón, soltando una risilla. Su compañero solo chasqueó la lengua.

—Ahí vamos de nuevo con el mismo chiste.

Atravesaron la puerta y se encaminaron hacia la base de aquella organización. El alfa guiaba el camino y Nakahara lo seguía con un ligero fastidio al tener siempre presente el hecho de que el otro no podría equivocarse, que había visto el mapa una sola vez y no había dudado en cuál era el camino a seguir. Aborrecía su elocuencia y su capacidad tan grande de adaptarse a cualquier situación y resolverla; y, a su vez, le fascinaba, lo envidiaba, le llamaba su atención.
Caminaron y caminaron, con el atardecer bañándolos por completo a su paso. Ambos, al verlo, recordaron la tarde en el bosque, mas ninguno de los dos se atrevió a decirlo.
En el camino vieron pocas personas, familias, muchos niños y animales varios. Incluso el mundo fuera de la posada seguía siendo hogareño y agraciado, un lugar cómodo; sin embargo, por supuesto, ambos ataviados en sus ropas típicas de las Port Mafia y rindiendo honor a su mítico nombre como Doble Negro, contrastaban mucho con los demás habitantes, por lo cual se dedicaron a pasar desapercibidos. Dazai moría de ganas de burlarse de aquel sombrero horrendo, mas si lo hacía, la gente se espantaría por los gritos de Chuuya.

El lugar no era muy lejos, pero se encontraba aún más aislado, y con cada paso el anochecer se acercaba. Con cada minuto, la cantidad de gente en las calles menguaba, y las miradas de desconfianza hacia ellos se incrementaba. No obstante, aún podían ver niños pequeños jugando en las puertas de sus casas, y al verlos, los dos presenciaron la infancia que nunca tuvieron pasar frente a sus ojos, el omega aún más, quien se estremeció. Su compañero no lo pasó por alto.

Al llegar al lugar, ambos quedaron anonadados. Era inmenso, imponente, oscuro y exudaba peligro. Ninguno se asustó, pero ambos notaron el cambio de ambiente y se tornaron súbitamente serios.
El sitio se trataba de un edificio  pequeño con un gran muro de paredes grises alrededor, posicionado en una esquina donde se apreciaba una puerta en cada punta de los muros, ambas de apariencia muy gruesa y pesada, casi impenetrable. El edificio central era pequeño, es decir, apenas se veía por encima de los ominosos muros, mas de seguro debía estar custodiado. Dazai lo veía demasiado estúpido, puesto que era muy llamativo, y más aún al estar en un pueblo tan chico y humilde. Chuuya, por su parte, solo quería derribar todo.

—No hay nadie —comentó Chuuya, analizando el lugar con ojos desconfiados. El mar se había oscurecido y se había embravecido.

—Eso crees tú —fue la respuesta que obtuvo.

—No hay nadie, lo podemos ver —dijo—. Vamos, derribaré esa puerta.

—¿Tu altura hace que no pienses con claridad? —le respondió, mirándolo con burla y, a su vez, con ese tinte terrorífico que caracterizaba al castaño. Chuuya lo miró con atención—. Eso sería ir directo a la boca del lobo. Es una misión de sigilo, no seas tan impulsivo.

—¡Pero si no hay nadie!

—¡Y qué! —le respondió, hastiado—. Debe haber otra forma, puesto que eso es una gran fortaleza. No será tan sencillo.

—¿Qué propones, entonces, maldito Dazai? —le increpó, impacientándose. Cruzó sus brazos y comenzó a zapatear con molestia.

—Lo único que se me ocurre es que uses tu habilidad para trepar esa enorme pared contigua a la puerta principal que está d nuestro lado, y que observes ese patio desde la cima y registres todo —dijo, como si fuera lo más obvio—. Pero ten cuidado, tal vez vean tu feo sombrero y te disparen automáticamente.

—Cállate, bastardo —le escupió, para luego dirigirse sin chistar a cumplir con esa parte del pequeño plan que se estaba forjando en la cabeza de Dazai. No dudaba en absoluto cuando se trataba de sus ideas; las encontraba ridículas, mas siempre efectivas.

Manipulando la gravedad como si de nada se tratase, apoyó sus pies sobre el muro gris y caminó sin problemas. Al llegar a la parte superior, casi a la cima, sin ser visto, se inclinó hacia adelante, agachándose de manera que sus manos se apoyaran casi en el borde y la parte superior de su cabeza fuese lo único a la altura del muro, para que sus ojos pudiesen ver más allá. Chasqueó la lengua y se arrojó al suelo cayendo ágilmente sobre sus pies.

—Está todo custodiado —comentó—. Las dos puertas tienen dos personas en cada una; y en el centro, en las puertas del edificio hay dos más. Todos armados.

—Ya veo —asintió Dazai—. ¿Nadie más? —pregunto. Chuuya negó con la cabeza luego de rememorar la imagen que vio—. Entonces, tendremos que aplicar tu estrategia.

—¿De qué hablas? —cuestionó.

—Tendremos que destruir todo.

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