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14

Dazai se dio cuenta de que podía pasarse la noche entera contemplando a Chuuya, y la vida entera recibiendo su calor. Pasó todo el viaje envuelto en las sensaciones galopantes que este desataba en él, observando cada rasgo de su rostro para jamás olvidar y llevar consigo a todas partes; incluso aunque algún día llegase el momento en que su compañero lo odiara, aquel recuerdo sería uno de los tantos que le darían la fuerza para seguir, y la imagen de ese bello omega se trazaría en él para nunca dejar atrás el rostro de la persona que le devolvió la vida.
El tren seguía su camino, impasible. El alfa sentía todo movimiento agitar su cuerpo y el de su compañero de manera rítmica, meciéndolos a ambos en aquella dulce noche que sería otro paso para ellos. Sonrió por enésima vez desde que el otro había caído dormido, admirándolo y tratando de deducir sus sueños y pensamientos en aquel estado onírico. No podía evitar temer el momento en el que fuera a despertarse, puesto que, conociéndolo, se apenaría y se alejaría, destrozando ese momento que para Dazai era único.
Despegando su mirada del omega, repasó de nuevo el plan. Le gustaba mucho la idea de saber que tendría una semana entera para desperdiciar con su compañero, una semana que más que seguro sería crucial para darle los últimos toques a su plan y terminar de conquistar a Chuuya. Se preguntó si Mori había hecho esa reserva adrede, puesto que no era normal que para una misión tan minúscula reparara tanto en esos pormenores; era impropio de él y del tipo de misiones a las cuales eran asignados, por lo cual dedujo que Kouyou podía haber tenido algo que ver, tanto como para proteger a su mimado pupilo como para contribuir al crecimiento de esa relación; fuera como fuera, se lo agradecía a quien corresponda.
Si los planes con Chuuya no salían como quería, tendría que seguir intentando; por un lado, era algo factible ya que el omega era bastante difícil y testarudo, sin embargo, disfrutaba de sostener que sus predicciones siempre se cumplían.

Sonrió al pensar que, debido a las circunstancias, Mori debía haber hecho una reserva con una cama matrimonial. No obstante, su sonrisa se debilitó casi imperceptiblemente al observar que ya estaban llegando a la última estación. Tendría que despertar al otro. Pese a que no quería romper el contacto y le causaba repelús pensar en la reacción ajena, ciertamente quería observar su rostro al despertar; además de que, por supuesto, sería muy gracioso verlo avergonzarse. Se irguió en su asiento con delicadeza, y de la misma forma comenzó a acariciar descaradamente el cabello de Chuuya, mientras a través de esas caricias, le sacudía la cabeza.

—Percherito, estamos llegando —susurró, acercando su rostro al ajeno, el cual aún mantenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos. Pensó en despertarlo con un beso, mitad para saciar sus ganas y mitad para molestarlo. Pero moriría en el intento—. Ya es hora de despertar.

Pudo sentir cómo el omega comenzaba a retorcerse levemente, como un niño que quiere dormir más horas. Removió y refregó su rostro contra el hombro del otro. Aún seguía dormido. Dazai optó por acercarse aún más, hablando en su oído con dulzura.

—Chuuuuuya —canturreó despacio. Luego, alejó su rostro de la oreja del otro para volver a mirar aquellos ojos aún cerrados. Estaba ansioso por verlos abrirse, aquellos ojos del color del mismísimo mar que lo invitaban a sumergirse siempre—, despierta.

—Deja de molestar —intentó vocalizar, aún con los ojos cerrados y su boca entreabierta.

—Enano, ya estamos llegando —le explicó con voz alegre, ligeramente cansada. Sabía que encender esa pequeña chispa iracunda que estallaba con facilidad era la mejor forma de alterarlo y así despertarlo—. Si no te despiertas me iré sin ti.

—¿A quién le dices enano, bastardo? —exclamó con una voz adormecida, abriendo los ojos de golpe, los cuales se abrieron desmesuradamente al percatarse de la situación. Su mejilla reposada tan cómodamente en el hombro del alfa que lo miraba con sorna y gentileza; y el rostro de ambos, increíblemente cerca. Pudo adivinar que Dazai se había acercado de esa manera a propósito. Permaneció inmóvil y con el rostro pasmado, con su mirada siendo penetrada por la intensa del otro, quien irradiaba anhelos a través de sus ojos, inquietándolo y acelerándole el ritmo cardíaco, el cual aumentó aún más al ver los labios de su compañero, tan llamativos para él, curvarse en una sonrisa que lo llenó.

—Has dormido bien, ¿no es así? —preguntó—. Yo he disfrutado mucho este viaje —concluyó, guiñándole el ojo. Chuuya se sonrojó a niveles increíbles y saltó hacia atrás, chocándose con el respaldo del asiento. Vio que el tren se detuvo y abrió sus puertas y se paró de golpe para murmurar "maldito bastardo" y salió disparado del vagón. Dazai se rio a carcajadas y lo siguió a paso lento, con las manos en los bolsillos. Podía ver a Chuuya apretar los puños y esperarlo dándole la espalda varios metros más allá del andén.
Llegó a su lado y preguntó, divertido.

—¿Piensas quedarte toda la noche parado aquí? —aprovechó la distracción del otro para olerlo, aunque a cierta distancia.

—Te estaba esperando, demonios —escupió, aún fastidiado. Se culpaba por haber bajado su guardia con él. Su corazón aún galopaba alborotadamente. Suspiró profundamente, aún dándole la espalda; no estaba preparado para mirarlo a los ojos luego de aquello—. No puedo moverme de aquí solo.

—¿Por qué no? —cuestionó, altamente entretenido con su actitud tan predecible—. ¿Necesitas que te proteja tu alfa a estas horas de la madrugada?

—Eres patético —aquellas palabras arañaron su garganta con saña. Iba a estallar en cualquier momento—. Simplemente, necesito el mapa.

—¿El mapa? —se extrañó. Se dio cuenta de cuán perdido se encontraba su compañero—. El mapa que tú guardaste y me prohibiste tocar porque dijiste que lo perdería, ¿no? Pues lo tienes tú.

—No es posible —se tensó, chocando sus dientes, contrayendo sus hombros y apretando sus puños a más no poder. Abrió sus ojos con fuerza y recordó que era él el encargado de manejar los papeles de importancia. Se fastidió instantáneamente por dejarse abrumar así por el otro. Se dio vuelta, y sin mirarlo a los ojos, le dio un pisotón que hizo al otro trastabillar.

—¡Y eso por qué! —exclamó, recostándose contra una columna cercana, sobando su pie con dolor. El enano podía tener más fuerza que todo su escuadrón junto, con o sin su endiablada habilidad.

—Porque sí —fue su escueta respuesta antes de volver a darle la espalda. Por supuesto que no le diría que sentía todo su cuerpo y sentimientos revolucionados por su culpa y que aberraba su mera existencia por ello. Se arrodilló y hurgó en su bolso, encontrando específicamente el mapa. Acomodó sus cosas y se paró con aquella delicadeza que lo caracterizaba. Dazai lo vio todo con ojos deseosos; incluso había olvidado sus dolores en el pie. El más bajo observó con detenimiento y decretó el camino. El otro se acercó sobre su hombro para echar un vistazo y frunció el ceño.

—Chuuya, ¿no sabes mirar un mapa? —ironizó. Su compañero bufó y lo empujó con su codo.

—Por supuesto que sé —alegó—. Hay que salir de la estación por la puerta que nos dirige al descampado.

—Claro que no —contestó—. Es por la puerta que da hacia esta taberna —utilizó sus largos dedos para trazar unos garabatos en el mapa sobre las manos del otro—. ¿No lo ves? Tenemos que pasar por esa calle sinuosa.

—¡Claro que no!

—¡Claro que sí!

—Eres insoportable.

—Y tú, además de enano eres ciego —se burló, mas no sin razones—. ¿A los niños de tu edad no les enseñan a jugar con mapas del tesoro y eso?

Chuuya dejó de darle la espalda por primera vez desde que bajaron del tren. Sus ojos azules mostraban el mar rebelado, agitado y enfadado. Dazai sonrió ante aquello.

—Apostemos con una moneda, ¿quieres? —sugirió el alfa, sacando una de su bolsillo. Se la enseñó a su compañero y este protestó.

—No perderé mi tiempo en esto —exclamó. Se dirigió hacia el interior de la estación dispuesto a atravesarla y salir por la puerta que había elegido—. Yo tengo el mapa, y yo iré hacia donde yo diga. Si no quieres venir, no vengas —dijo con desinterés, elevando sus hombros.

Chuuya comenzó a caminar sin retrasos, concentrado en el mapa. Al llegar a la salida que dirigía hacia el parque, se sobresaltó al levantar la vista del papel y ver a Dazai ahí, bostezando con sus manos en los bolsillos. Le dirigió una mirada dubitativa.

—¿Creíste que dejaría a mi omega caminar a estas horas de la noche, solo? —preguntó descaradamente—. Estás loco. Vamos, yo te seguiré. Cuando te des cuenta y reconozcas que estamos perdidos, pues ahí actuaré —volvió a bostezar, desperezándose a su vez—. Por el momento, te dejaré seguir con tus caprichos, ya que no perdemos nada. Nos sobran los días aquí.

—No soy tu omega —aclaró, torciendo su rostro en disgusto.

—No aún —le susurró burlón, acercando su rostro al ajeno—. Ah, pero todo lo demás no lo niegas, ¿verdad?

—Ya cállate —sentenció Nakahara, esquivando su cercanía. Continuó con su camino, sabiendo que el otro lo seguía. Comenzó a oírlo silbar y apretó los bordes del mapa. Podía imaginárselo completamente despreocupado detrás suyo, con las manos en los bolsillos y le nacían ganas de enrollar el mapa y sacudírselo cual perro desobediente. Estaba seguro que en unos minutos comenzaría a hablar y a decirle que estaba aburrido. Chocó sus dientes molesto—. ¿Quieres callarte? No hemos caminado ni dos cuadras y ya siento que meteré tu cabeza en aquel bote de basura —señaló, aún caminando delante de él sin siquiera voltearse un poco.

—Si no quieres que silbe, hablemos —dijo, con una voz con la cual el omega no necesitó verlo para saber que sonreía—. ¿Cuándo es tu próximo celo, Chuuuuuya?

—Sigue silbando —espetó. Dazai rio y siguieron caminando en silencio. El alfa seguía al omega que llevaba el mapa. El camino era frágil, sucio; las casas eran pequeñas y estaban muchos metros alejadas las unas de las otras; la noche era espesa e imponente, con el viento corriendo desesperado de lado a lado, cada vez más frío y sonoro; el cuerpo de cada uno comenzaba a sentirlo.

Chuuya, a medida que avanzaban, comenzaba a aflojar más su agarre en el papel, al ver cómo el panorama se mostraba peor con cada paso que daba. Se estaba percatando de que ¡demonios, Dazai tenía razón! Había visto el mapa torcido, y en aquella situación ya no podía decirle que se había equivocado. Llevaban casi veinticinco minutos caminando por las calles oscuras de ese pueblo, donde había muy pocas infraestructuras y ninguna persona o animal. Si le decía a su compañero que se había equivocado, no lo dejaría en paz jamás. Suspiró y agradeció no haber apostado nada.

—Bien, ahora sí me aburro —empezó Osamu—. Si me vas a dar un paseo, al menos háblame, Chuuya.

—Eres insoportable —le respondió sin mirarlo, concentrado en el mapa aún y sintiendo la tensión en su cuerpo por la situación—. No te sacaría a pasear ni bajo amenaza.

—¿Por qué eres así conmigo? —respondió, con voz y ojos de cachorro mojado, incluso aunque su compañero solo le prestara su privilegiada atención al mapa en sus manos—. Yo sí te sacaría a pasear, ¿sabes? Aunque, de hecho, ya lo he hecho.

—¿De qué hablas? —su voz sonaba curiosa e increpante, mas en verdad no le importaba en lo más mínimo. Solo podía observar el mapa, torcerlo y volver a observarlo, sintiéndose cada vez más perdido en tiempo y espacio. Bufó y siguió caminando casi sin prestar atención a las tonterías de Osamu.

—Ya sabes, el bosque, el restaurante tan elegante en el que comiste hasta explotar —comentó, jactándose de su galantería. Suspiró como un niño al percatarse de que su compañero en verdad no le estaba escuchando—. Eres un enano malvado.

Pasaron un par de minutos más en el silencio nocturno y Chuuya comenzó a caminar un poco más despacio, casi imperceptible. No obstante, su compañero lo notó y se rio en voz baja, cubriéndose su boca, aún caminando detrás de él. Nakahara siguió, con su paso grácil; optó por mover sus caderas con cada paso de manera que Dazai no le prestara atención a nada más que a eso, y no a sus nervios. Miraba hacia los costados, cada vez más perdido y alterado al ver la escasez progresiva de casas. Cada vez iban a un lugar más inhóspito y oscuro. Miró el maldito mapa una vez más tratando de ubicarse, y giró repentinamente hacia una esquina que parecía más esperanzadora que la paralela. Dazai, a pesar de estar concentrado en admirar el cuerpo de Chuuya y sus benditas y delicadas caderas, se dio cuenta del rumbo y siguió riendo bajo; pese a no ver el mapa en aquel momento, lo recordaba a la perfección. Seguían yendo en mal camino, y lo sabía.
El omega no sabía qué hacer, mirando hacia todos lados en busca de una señal que le dijera dónde se encontraba, que le diera un punto del cual partir. Buscaba con interés alguna pista para poder salir invicto de aquel error que le costaría burlas eternas.
El silencio de aquella bella y atolondrada noche se vio interrumpido por el sonido que más irritaba al más bajo.

—Chuuya, ¿cuándo lo dirás? —canturreó, aún embelesado con la figura del más bajo; era una belleza auténtica. Sus piernas delgadas pero fuertes, sus muslos que vivía imaginando mas nunca había podido ver; sus caderas pequeñas pero notorias y atractivas en su máximo esplendor. Podía ver aquel hermoso vaivén toda la noche. El observado chasqueó la lengua.

—¿Decir, qué? —cuestionó duramente. En ningún momento dejó de caminar. Seguía manteniendo esa postura retadora y elegante que enloquecía al otro; incluso a pesar de estar hecho un manojo de nervios y estar completamente fastidiado, seguía con su porte de seguridad.

—Que nos hemos perdido —dijo, enfatizando lo último dicho, sosteniendo un bostezo en su garganta.

—No nos hemos perdido —murmuró con hostilidad, mas aún sintiendo los nervios aflorar. Un segundo luego, pegó un respingo cuando su compañero se pegó a él por la espalda. Por un segundo, se distrajo de la situación aberrante al sentir tan de cerca el olor de Dazai, tan notorio y poderoso. Por medio segundo, todos sus nervios disminuyeron. Inhaló el olor del alfa y sintió que estarían bien; y al verlo de cerca nuevamente, lo invadió un cariño inexplicable por aquella belleza, sintiéndose nuevamente un niño al verse aturdido por sus sentimientos, que se atropellaban de golpe en su pecho, encontrándose aquel añoro sin precedentes, con el desprecio que le generaba su compañero; sin embargo, a esa altura, aquel desprecio que era inmenso estaba convirtiéndose en un sentimiento creciente y abrumador, y que poco a poco estaba mutando para dar paso a otro tipo de sentimiento enriquecedor, y pese a que sabía perfectamente que este no había empezado a desarrollarse aquella noche, sino semanas atrás, recién en aquel momento lo notó. Era inevitable, y aún así era sorprendente lo poco ordinaria que era aquella relación, puesto que se tenían de los pelos y se enloquecían el uno al otro, en muchísimos sentidos; en cierta forma y determinados momentos no se toleraban, mas disfrutaban la compañía y las almas de cada uno estaban en paz al verse y sentirse. Maldijo cuando se dio cuenta de que Dazai había hecho todo bien para ganarlo. Lo que era una chance se había convertido en un hecho. Y, nuevamente, lo aborreció. ¡Por qué todo tenía que salirle bien a ese bastardo!

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