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Único disclaimer: mi pareja me editó la portada y me obligó a cambiarla. ¡Esperemos guste!
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Las tres noches volaron, patinando una detrás de la otra. Habían sido noches frescas, donde tanto Chuuya como Dazai se veían desde sus respectivas camas y sentían aún más el frío danzar por sus cuerpos, generándoles escalofríos que solo lograrían menguar si rompían la distancia entre ambos cuerpos. Sin embargo, el omega jamás se permitiría otorgarle aquel beneficio al alfa, aquello sería una exposición y muestra de debilidad.
Por su parte, Dazai no lo presionaría puesto que sabía que aquello significaría desechar cualquier progreso. Era más difícil de lo que se esperaba.
Al día siguiente de recibir la misión, cada uno anduvo por su lado. Si bien tenían ganas de seguir pasando tiempo juntos, seguía resultando ligeramente extraño para ambos. No acostumbraban a pasar tanto tiempo libre juntos, por lo que necesitaban un descanso de la presencia del otro, por más que fuese en contra de sus naturalezas alfa y omega, las cuales enardecían al encontrarse lejos el uno del otro; Chuuya, quien había despertado antes que su compañero, se había arreglado y había abandonado la habitación para ir a una cafetería, lo había notado.
Se había dado cuenta de que, para su desgracia, había un lazo con Dazai más fuerte que sus palabras y su orgullo, uno que lo hacía sobrecogerse tanto ante él como en su ausencia. Y, a su vez, era algo que iba más allá de él y cuánto deseara ver a su compañero; era algo intrínseco en él que luchaba por desatar aquella nube de sensaciones que nacían cuando pensaba en el otro, era una sensación irreparablemente sólida e imponente que lo seducía a dedicarle al alfa todos sus pensamientos y anhelos, le hacía añorar su cuerpo y su aroma.
Tal vez, y solo tal vez, en verdad fueran destinados.
Suspiró con pesar y, al mismo tiempo, un deje de ilusión escapó con él. Incluso estando en aquella solitaria cafetería, el aroma del café le hacía pensar en Dazai, en sus fuertes feromonas, en la amargura que se vislumbraba en la oscuridad que inundaba sus ojos. Se sentía tan vulnerable al pensar en cuánto se había adueñado de su mente en tan pocas semanas, ya que desde su primer celo, aquel alfa no dejó de rondar por sus ideas, estropeando todo a su paso con sus estremecedores toques y sus sorpresivas caricias.
No podía saber con exactitud cuánto era pertinente al plan de su compañero, y cuánto no. Se preguntaba si él podía conocer con precisión cuánto lo estaba atrayendo, o si aún se creía en un punto muerto. Sin embargo, tomando otro sorbo de su bebida, recordó que se trataba de Osamu Dazai, y no de cualquier hombre alfa. Éste siempre iba un paso adelante de sus oponentes y era increíblemente perspicaz; no se le escaparía algo tan notorio como las sacudidas de placer y nervios que penetraban el cuerpo de su omega. Suspiró nuevamente y acabó su bebida de un largo trago, pensando en si el castaño ya habría despertado. De cualquier manera, no iría a la base hasta entrada la noche.
Sinceramente, más allá de todo lo bonito, lo novedoso y lo contradictorio, seguía tratándose de Dazai, una persona que lo saturaba. Había tenido una sobredosis de Osamu por esos días, para luego sumar que pasarían unos días enteramente juntos. Iría a distraerse con tonterías y lugares caros, sobretodo si pensaba en la misión que se aproximaba.
Dazai se encontraba desperezándose cuando notó que Chuuya había salido. Adivinó que se fue temprano, y rezongó. No podría molestarlo en todo el día, mas tendría todo el pequeño viaje para hacerlo.
Se levantó, se vistió y también dejó aquella habitación en plena soledad. Se dedicó a pasear por todos lados, para refrescar su mente, pensando en adónde podía haber ido su omega. Simplemente, por curiosidad.
Por la noche, decidió dar un pequeño paseo por Lupin. Llegó, se sentó donde siempre y esperó un rato, con la bebida que el dueño del bar le serviría sin siquiera pedírsela. Al cabo de unos minutos, los vio llegar juntos, bajando por la escalera próxima a la barra donde él esperaba.
—Vaya, no esperaba verte hoy —saludó Odasaku—, Dazai.
—Sólo he venido a pasar el rato.
—Por tu ausencia la noche anterior, adivino que estuviste con tu omega, ¿no es así? —cuestionó.
—Aún no es su omega, Oda —intervino Ango, acomodándose los lentes mientras se sentaba y acomodaba su maletín. Dirigió su mirada al menor—. ¿Verdad, Dazai? —preguntó, severamente.
—Pues no, las cosas no son tan fáciles —suspiró.
—Si fuera fácil, ni siquiera te interesarías —comentó con gracia Odasaku—. Admítelo.
Los tres rieron y bebieron, brindando una vez más por otra noche en compañía.
—De cualquier forma —aclaró Dazai—, tampoco es como si viniera todas las noches al bar. Podía simplemente haber faltado.
—No exactamente —respondió Ango—. Yo tengo conocimiento de que ayer no has estado en ninguna misión.
—Y yo —agregó Oda—, tengo conocimiento de que ayer fue viernes. Todos los viernes estás aquí.
—Así es —rio el interrogado—. Tienen razón. Anoche me quedé con él.
—¿Bromeas? —preguntó Ango—. ¡Dazai, ya te has acostado con él! —exclamó alarmado—. Aún son niños, tienes que ser responsable.
—Vamos, Ango, que no es un niño —defendió Oda, dando un largo trago a su vaso.
—No me he acostado con él —rio alegre—. Simplemente, charlamos un rato.
—Ya veo —murmuró Sakunosuke, con picardía en su hablar.
—¿Han hablado de lo que ha pasado entre ustedes? —cuestionó interesado Ango.
—Se podría decir que sí —sonrió Dazai sacudiendo su vaso. Por su mente rondaban las imágenes de la noche anterior, las cuales desprendían una sarta de sensaciones por todo su cuerpo, viajando a una velocidad inmensa por su torrente sanguíneo—. Lo llevé a almorzar y por la noche nos quedamos hablando un poco de lo nuestro hasta dormirnos —añadió. Bebió un trago y permaneció callado unos segundos, recordando lo bien que se sentía la cercanía del otro. ¿En qué momento llegó a aquel punto sin retorno? Recordó que no estaba solo y cabeceó para dejar escapar esas ideas por un rato—. Por cierto, en un par de días nos iremos a una misión.
—¿Se trata de aquellas organizaciones que pretenden amenazar Yokohama? —preguntó Ango, concentrado.
—Esa misma.
—Ten cuidado, Dazai —dijo—. Sé que estás acostumbrado al peligro, pero he oído que es muy alto el número de hombres que poseen adiestrados.
—Sí, me han dicho que hay uno con poderes —completó Dazai.
—No estoy seguro de eso, creería más que se trata de un rumor o un malentendido —razonó, acomodando sus lentes.
—Ya, Ango, no traigas el trabajo aquí —intervino Oda, sonriendo amargamente—. Aprovecha esos días para ser gentil, Dazai.
—Lo sé.
—¿Cómo te sientes con lo que viviste ayer?
El menor lo observó con cautela. Odasaku siempre lo sacaba de contexto con sus preguntas, le abría la mente y le generaba tantas dudas como certezas. Sus palabras impactaban en él como un látigo, obligándolo a ver aquello para lo cual estaba ciego.
—Pese a que el alfa soy yo, es él quien me domina día a día —sonrió, acariciando los recuerdos de las últimas semanas—. Logra debilitarme con cada sonrisa, me marea con su cuerpo —comentó. Se golpeó la frente con cansancio, sintiéndose ofuscado por la lluvia eléctrica que atacaba su cuerpo.
—Creí que nunca te vería así —sonrió Oda.
—Yo creía lo mismo —dijeron Dazai y Ango al unísono.
Pocos minutos luego, Dazai se encontraba volviendo a su habitación. Estando ya cerca, comenzó a taparse la nariz. Pese a aún encontrarse fuera de la zona donde se conglomeraban las habitaciones, podía percibir al omega con intensidad. Llegó a la habitación, tratando de no hacer ruido alguno. Normalmente, solía meter portazos con intención de molestar a Chuuya, mas aquella noche se percató de que había desarrollado un gusto particular por ver su bello rostro dormido y el etéreo movimiento de su cuerpo al respirar entre sueños.
Sin mayores precedentes, ignoró al más bajo y se echó a dormir.
El segundo día también pasó rápido, cada uno por su lado nuevamente, sin cruzarse ni al despertar. Dazai decidió permanecer en su habitación hasta pasado el mediodía, postrado, a sabiendas de que Nakahara no aparecería, y de que se avecinaba la misión y ya sentía flojera al respecto.
Una vez resuelto, se arregló sin esmero y dejó la habitación. Estaba aburrido, por lo que optó por sus paseos sin rumbo ni interés.
En su camino sintió el viento sacudirlo con ligereza, el sonido portuario. Caminó lejos de la base de la Mafia, alejándose progresivamente de aquel sonido. Caminó hasta toparse con un lugar al que ya casi no solía ir. Un pequeño apartado lleno de árboles en una zona alejada y ciertamente perdida de Yokohama. Un lugar con escasa concurrencia donde entrenaba en soledad. No era él muy fanático de la actividad física, por supuesto, pero prefería la soledad para practicar su violencia, además de que se sentía seguro en un lugar desconocido para todos. Sin embargo, se dio cuenta cuán equivocado estaba al adentrarse y, de a poco, comenzar a oír unos gritos alejados. Unos gritos que él conocía muy bien. Su mandíbula se desacomodó de la sorpresa al confirmar que era Chuuya quien gritaba y atacaba los troncos de los árboles frenéticamente.
—Vaya, vaya —rio—. Creí que nadie conocía este lugar.
Chuuya, al oír aquella voz, detuvo su ritmo y permaneció en silencio, analítico. Si Dazai lo había seguido era un bastardo; y si, sencillamente, habían coincidido, era aún más terrible.
—Pensaba lo mismo —compartió, con frustración impregnada en su voz. Dejó caer sus brazos a cada lado de su cuerpo y se volteó para confrontar al alfa—. ¿O es que me has seguido?
—¡Siempre tan egocéntrico, pequeño Chuuya! —exclamó entre risas. En verdad, él también se sentía sorprendido ante la idea de haberse encontrado a su compañero ahí, en ese lugar desolado donde nunca había llevado a nadie consigo—. De hecho, me gustaría saber qué haces aquí.
—No te debo explicaciones —le escupió. Estiró sus brazos y sus hombros, y se volteó nuevamente, golpeando el mismo tronco moviéndose de lado a lado, abarcando todos los ángulos de ataque.
—¿Has venido aquí a golpear árboles? —se burló—. Tus problemas de ira son muy grandes para un cuerpo tam pequeño y delicado.
—Cállate —murmuró, agitado por la actividad—. Estoy entrenando, cosa que tú no haces nunca.
—¿Siempre entrenas aquí?
—Pues sí, desde que me encontraba con las Ovejas.
Dazai se estremeció un poco. La última vez que había entrenado allí había sido casi un año antes de conocer a Chuuya, y sin embargo, podía habérselo cruzado antes de eso, cuando aún asistía. ¿Las cosas hubiesen terminado así, si se hubiesen conocido en ese entonces?
Se perturbó al imaginarse una vida paralela a aquella, una en la que el omega no le correspondiera en absoluto, una donde se pudieran haber llevado peor. Sacudió la cabeza. Veía al más bajo entrenar en ese lugar que, pese a ser tan solitario, era muy bello y enternecedor. Lo veía moverse y le causaba una pequeña alegría en su interior, por saber que la vida los juntó de esa manera y no de otra, por estar en su compañía, por saber que de los miles de lugares, resultó necesario que se encontraran esa tarde, cuando no se buscaban. Y, además, que fuese el mismo lugar donde Dazai solía entrenar, o simplemente visitar, afianzaba su estúpida creencia de que era su pareja destinada. Sonrió.
—Yo también visitaba este lugar para entrenar —comentó. Chuuya se detuvo de nuevo por medio segundo, sorprendido, antes de recuperar su ritmo.
—¿Venías con alguien? —si su compañero no mentía, entonces aquel lugar le pertenecía a ambos. La idea de que alguien más conociera ese sitio, le quitaría todo lo especial.
—Pues claro —aclaró, risueño. El omega apretó su puño con mayor fuerza e hizo un agujero en el tronco—. Con mis pistolas, Chuuuuuya.
—¿Qué hacías? ¿Le disparabas a los árboles? —desvió—. Patético.
—Gracias a eso domino una reconocida puntería.
—Ya —ya hacía un par de horas que había comenzado si actividad. Los puños le dolían, mas era necesario mantenerlos preparados aunque no los usara.
—Entrenemos, Chuuya —sugirió con sumo interés. El más bajo se detuvo y volteó hacia su compañero, atraído por la idea.
—Me suena una gran propuesta —admitió, acercándose lentamente, acomodando sus guantes—. Sin embargo, no eres rival contra mí, Dazai.
—Qué duro eres, enano —se burló—. Siempre he venido a entrenar aquí en soledad, por lo que no acostumbro a pelear con otros. Lo cual te aventaja —aclaró—. No obstante, llevamos un buen tiempo siendo compañeros. Conozco tus movimientos a la perfección.
—Ya hemos entrenado juntos en el pasado —rezongó, sintiéndose desafiado. Su sangre hervía con ardor, completamente cautivado por competir.
—Por supuesto —asintió. Luego se dedicó a examinar rápidamente el entorno, tan bello como siempre; no, aún más bello al tener a Chuuya allí decorándolo. Los recuerdos llegaron y pasaron—. Pero ha sido en la base, no aquí. Este es mi lugar, Chuuuuya.
—Claro que no —se quejó—. ¡Y yo que pensaba en compartirlo contigo! —exclamó. En cierta medida, luego quiso retractarse de haber soltado eso, puesto que sabía que el otro se pondría aún más arrogante al oírlo.
—Eres tan tierno —sonrió burlón. De hecho, le había removido un ápice de conmoción el oír aquello. Le pareció bonito y simultáneamente entretenido que pensaran lo mismo, que vieran aquel sitio como parte de los dos. Su instinto alfa había sido contentado con aquella entrega del omega—. Por supuesto que es nuestro lugar especial. Si quieres podemos tener nuestra próxima cita aquí, ¿no lo crees?
—Cállate. Peleemos ahora, te venceré.
—¿Te gustaría apostar? —inquirió, con sus ojos lanzando llamas.
—¡Por supuesto! —exclamó, apretando su puño y elevándolo—. ¿Qué quieres tú?
—Creo que sabes perfectamente qué quiero —susurró juguetón, acercándose y riendo con sutileza.
—¡Eres un enfermo! —gritó—. Eso no pasará.
—Si me vas a ganar no tienes nada que perder, ¿no es así? —lo retó—. ¿O ya sabes que perderás?
—¡No perderé! —apretó sus dientes—. Pide lo que quieras, no lo conseguirás.
—Si gano, te entregarás a mí este viaje —dijo con dulzura y una mirada de falsa inocencia. Chuuya lo miró con los ojos entrecerrados desperdigando furia—. Tranquilo, no te forzaré a nada —sonrió—. Simplemente, te daré ese empujón.
—¿De qué empujón hablas, bastardo? —preguntó. Dazai se acercó repentinamente de un solo paso.
—Ambos nos deseamos, Chuuya —proclamó con su voz ligeramente más ronca—. Si yo gano, lograré quitar esa barrera tuya que impide que seas mío —sonrió—. Sin tu orgullo en el medio, oirás a tus verdaderos deseos. Y no tus caprichos de niño.
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