10
Danzaron lentamente en aquella sala que, igual que el bosque, era hipnótica, envolviéndolos en una burbuja a salvo de todo mal, lejos de la muerte que los rodeaba día a día. Aquella burbuja donde solo podían concentrarse en la presencia del otro; sus cuerpos rozándose y sus instintos amándose, sintiéndose en paz.
—¿Alguna vez has hecho esto antes? —preguntó Chuuya en un susurro, bajando su mirada para dirigirla hacia el pecho de Dazai.
—Nunca —negó, sin dejar de mirar a su compañero. Aunque no pudiese verlo a los ojos en aquel momento, seguía observando sus cabellos y el bello movimiento de su pequeño cuerpo.
—Ya veo —observó—, porque eres pésimo —rieron.
—Qué cruel eres, Chuuuya —sonrió con dulzura, una que olvidaba poseer—. Tú tampoco eres estupendo.
—Pues no, pero lo hago mejor que tu —se burló—, al menos no te he pisado.
—Es porque mis pies son muy grandes para tus pies de bebé, enano.
—Cállate, bastardo.
La música era hermosa, tan dulce y emocionante. Con su sonar abarcaba la habitación entera, bañándola en su primorosa armonía. Era lenta y les proporcionaba más ganas de abrazarse y sentirse cerca.
Las mentes de ambos estallaban en sensaciones que seguían sintiéndose nuevas, como si fuera la primera vez que se tomaban así. Ambos pensaban en lo que era sentirse completos. Pensaban que era algo irrepetible.
Chuuya aspiraba el olor en el pecho del alfa, sintiendo como este liberaba sutilmente sus feromonas, con aquel olor que le ofrecía tanta paz en momentos como aquel; un olor que podía trasladarlo al bosque, hacerle recordar su primer beso, hacerle memorar esa misma mañana; todo eso, en un solo segundo y con una sola inhalada. Efectivamente, era como una droga.
La mano de su compañero le apretaba la cadera con un toque dulce pero simultáneamente posesivo, recordándole que estaba ahí y que solo sería él. Nakahara decidió subir su mirada para volver a formar aquel vínculo implícito, para dejar que el mar de sus ojos peleara incansablemente con la oscuridad rebosante en los ojos del otro, centelleante en peligro. Lo observaba con detenimiento y podía llegar a escrutar aquella crueldad que podía caracterizar a su compañero que, siendo tan joven, ya era de los máximos exponentes de la mafia y el mejor torturador. Era difícil ver eso en una mirada que en aquel preciso momento le dedicaba toda su atención de manera dulce. Generaba un sentimiento tan complejo, el hecho de pensar que aquellos ojos que en aquel momento lo miraban con delicadeza, habían visto muchísimas muertes y sufrimiento. Que esos ojos tan bellos y oscuros para él, le crispaban la piel con emociones indescriptibles; mientras que a otros, esos mismos ojos les dictaron la muerte y eternas pesadillas. Eso lo llevó a recordar las veces que presenció la aparición del aura siniestra que rodeaba a Dazai cuando se dejaba llevar por la situación.
Recordó cómo se electrizó su piel ante la desazón de verlo seguir disparando con frenesí a un cuerpo ya inerte. Chuuya se estremeció ante aquel pensamiento, y pudo sentir que su pareja lo notó y lo aproximó más a él. Miró a Dazai y decidió que no le importaba. Ninguno había hecho cosas por las cuales debían o podían sentir orgullo. ¿Quién era él para juzgar al castaño? Ambos habían tenido vidas similares y crudas, y claramente cada uno lo había manejado a su manera.
Además, Osamu había sido criado en manos de la mafia, no podía pretender que no estuviese más dañado que él, ni tampoco podía acusarlo de tomarse las vidas de los demás a la ligera, incluso la suya propia, cuando nunca aprendió a valorarla; había sido educado y había crecido para ser la mano derecha del jefe y posteriormente su sucesor. No le habían dado espacio más que para sembrar un alma despiadada y sin preámbulos. El pasado debía permanecer allí, y no sería él quien lo desenterrara.
La música seguía intacta, como si nunca fuese a ver el final. Mientras Chuuya se encontraba internado en los ojos de Dazai, moviéndose entre sus cavilaciones, el alfa lo hacía girar y acariciaba su cuerpo con cada melodía.
Osamu, por su parte, se encontraba anonadado ante su compañero, viéndolo desplazarse a la par con él y aunque los dos eran inexpertos y Dazai era torpe, el omega era delicado y agraciado con cada desliz que su cuerpo daba. Y lo que más le gustaba de aquello, era sentir el agarre seguro de su mano en su hombro, sintiéndose elegido. Podía ver el mar agitado y turbio en su mirada.
Sabía que estaba analizando la situación porque, pese a ser como eran, Nakahara no era muy afín a los cambios; necesitaba seguridad antes de dar un paso, sobre todo a uno importante; necesitaba conocer el terreno antes de pisarlo. Y todo eso también, pues porque era muy terco. Sin embargo, le gustaba eso de él. Era interesante que apuntara a la estabilidad, considerando que la vida que llevaban eran dinámicas y llameantes. Pese a que cada día era una aventura violenta, riesgosa y vacía, Chuuya había buscado la forma de hacerlo rutinario, y no pretendía hacer nada que alterara sus planes del día a día. Era, sin duda, atractivo para Dazai, un hombre desorganizado que vivía sin apego ni reglas.
Mientras seguía yendo de lado a lado con el omega, acariciando con sus pies el salón, se encontraba maravillado con la imagen plasmada frente a él. Admirando cada rasgo, cada cabello, guardando cada sensación. Hizo girar a Chuuya, quien lo hizo con agilidad, aún manteniendo su mano en su cadera, y pudo apreciar su bella figura, refinada y sensible. Sin embargo, sabía que no era frágil, no. Era fuerte. Su omega era increíblemente fuerte. No pudo evitar recriminarse el porqué de no haberse fijado antes en el otro y, no obstante, al hacerlo se intentaba convencer de que era su instinto alfa el que se encontraba loco por él, pese a haberlo aceptado como parte de sí. Sin embargo, gracias a este mismo, estaba viviendo algo que jamás creyó para él, y no le cabía duda de que Chuuya también estaba hecho para él.
Y siguieron, y siguieron, bailando enterrados bajo esa montaña de sentimientos. Podrían haber seguido por el resto de la noche sin siquiera medir las horas, mas, nuevamente, se vieron interrumpidos al ver al mesero, completamente apenado por su entrometimiento, cabizbajo, esperando el permiso de la pareja para presentarles el plato principal.
Lo que ellos no sabían era que el pobre hombre había esperado un buen rato allí, con la bandeja en mano. Pese a estar completamente enfocados en su compañero, luego de un rato, mientras giraban sobre la pista improvisada, Dazai lo vio, y aunque optó por ignorarlo, Nakahara lo vio a su vez, cuando su compañero rompió el contacto visual con él y miró hacia el costado del elevador. A malas caras, se separaron, aún compartiendo el hormigueo del mágico encuentro.
Se acercaron a la mesa sobre la plataforma para recibir el plato principal, entregado por el mesero que se sentía totalmente fuera de lugar y con el miedo de ser reprendido. Listo todo, pidió disculpas y salió corriendo escaleras abajo. La pareja, a pesar de todo, vio todo como una situación cómica. Rieron, almorzaron y siguieron hablando de sus tonterías. A pesar de haber dejado atrás ese momento hermoso de unión, la sensación de encontrarse irremediablemente atraídos el uno por el otro, producto de la situación compartida, no los abandonaría.
Terminaron de comer a duras penas. Habían comido tanto que era repugnante.
—Enano, ¿quieres bailar de nuevo? —preguntó Dazai, quien había comido un poco menos que el omega.
—Estás loco, con suerte y puedo moverme —respondió por lo bajo. Acarició su panza con cansancio.
—Entonces, ¿nos vamos? —sonrió—. Aún hay un lugar donde quiero que vayamos.
—Qué insoportable eres, guárdalo para otro día.
—Vamos, no seas aburrido —insistió, con una sonrisa traviesa. Posó sus manos sobre la mesa.
—No iré —suspiró—, olvídalo. Pero sí vayámonos de aquí, no soporto el olor a comida.
—Si pareces un embarazado...
—¡Ya basta!
Una vez fuera del restaurante, Dazai tomó el antebrazo de su acompañante y lo zarandeó levemente.
—¿Adónde vas, perchero? —cuestionó entre risas.
—A la sede, olvídate de que vaya contigo.
—Me prenderé de tu pierna en este preciso momento si pronuncias otra negativa —advirtió—. Eliges tú. Y no dudes de que lo haré.
Chuuya maldijo y golpeó el suelo con su zapato estrepitosamente. Sabía perfectamente que su compañero era un descarado total. Respiró hondo, relajó su cuerpo y asintió.
—Sabía que serías un hombre comprensivo —sonrió. El otro le otorgó una mala mirada.
Como si fuera una bendición para Chuuya, el teléfono de Dazai sonó. Este último lo miró en confusión y lo tomó y atendió de mala gana. Ni siquiera respondió, simplemente escuchó a la persona del otro lado de la línea, y concluyó todo con un "bien".
—Era Mori.
—¿No teníamos el día libre? —preguntó con curiosidad.
—De hecho, aún lo tenemos —comentó—. Pero me llamó para darme algo de una misión para nosotros.
—Ya veo —dijo. Se sentía satisfecho por no tener que ir con Osamu a quién sabe dónde, pero a su vez sentía una ligera culpa crecer en él. Su compañero tenía verdadero interés en llevarlo con él y seguir aquella salida, y siendo que el omega ya había aceptado a ir, sentía que estaba incumpliendo con él y percibía una pequeña desilusión por parte del otro.
—Volvamos, entonces —propuso, mirando al suelo—. Dijo que no me permitía llegar tarde a la reunión.
—Está bien.
Volvieron, en silencio total, a paso rápido. Había sido un nuevo día para agregar a sus listas de recuerdos, una nueva belleza inigualable. Sin embargo, ambos sentían la falta de aquel final prometido por el alfa.
Ambos sumergidos en sus pensamientos, arribaron a la base de la Mafia casi chocándose con la misma. Se encontraban muy ensimismados.
—Espera, Dazai —preguntó Chuuya cuando vio a su compañero dirigirse sin dudar hacia la puerta—. ¿Qué hago yo?
—Pues, Mori solo me ha llamado a mí, lo siento —respondió con sorna fingida.
—Comprendo. Iré a descansar —afirmó, sin mirar a su compañero.
Atravesaron la puerta y cada uno tomó su camino: uno hacia las oficinas, y otro hacia las habitaciones.
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—Vaya, Dazai. Hasta que te has cansado de holgazanear —espetó Mori, con expresión indiferente. Sin embargo, no tardó mucho en torcer sus labios en una leve sonrisa, y con sus ojos carmesí lo miró—. ¿Ya has conquistado a Nakahara?
—No —respondió con cautela. Si bien no tenia una respuesta clara a aquello, tampoco pretendía dársela. Que confiara un poco más en Chuuya no significaba que confiaría en los demás.
—Ya veo, no me lo dirás —comentó, mirándolo fijamente y a su vez recibiendo una mirada imponente de Dazai. Sonrió con picardía—. No confías en mí. ¿No es así?
Dazai lo miró ecuánime, con aquellos ojos briosos en peligro. Mas no respondió.
—Me hieres, tú eres como un hijo para mí —le sonrió—. ¿Acaso temes que en algún momento intente usar a Chuuya para chantajearte?
El alfa más joven simplemente lo observaba, inclemente. No liberaría sus imponentes feromonas contra su jefe; pero no por miedo, sino por respeto. Y porque no necesitaba conflictos.
—¿No me responderás?
—No tengo nada que responder —contestó, frío—. Ya le he dicho que no ha sucedido nada entre Chuuya y yo.
—Eso me dices, pequeño, pero te conozco demasiado bien, para desgracia tuya —se rio, aún sentado en su escritorio con sus manos unidas soportando su barbilla—. Me subestimas si me ves incapaz de notarte más vívido —declaró, cerrando los ojos y suspirando—. Siempre has sido un niño sin color y un hombre sin motivo. Pero ahora te ves decidido, Dazai. Es increíble, y si no es por él, me atrevo a decir que me mata la intriga sobre a qué se debe este cambio repentino en ti.
—No he cambiado —inclinó su cabeza—. Sigo siendo un pobre diablo.
—Me gustaría que así fuera, porque para eso te he mantenido bajo mi tutela durante tantos años —respondió, a la par que se paraba con lentitud. Abrió sus ojos pecaminosos, y comenzó a acercarse a paso calmo—. No puedo negar que Ozaki y yo habíamos vaticinado esto entre ustedes, mas no te creí capaz de poseer un corazón, Dazai. Ingresaste a la habitación con una luz impropia de ti.
—He venido porque me solicitó para una misión —se impuso el alfa joven, levantando su cabeza y dirigiéndole una mirada helada—. Me gustaría que me la endilgara para poder retirarme.
—Sigues siendo el mismo Dazai distante e inseguro de siempre —suspiró, riéndose—. De acuerdo, tengo una misión para ti y tu pareja.
—Deje de probar mi paciencia —su mirada se ensombreció, con aquellos destellos rojos empapándola trágicamente—, Mori-san.
El mayor solo rio. Sabía que Dazai tendría que matarlo algún día, por lo que no le tenía ningún miedo.
—De acuerdo —rio amargamente—. Déjame explicarte —se aproximó al adolescente con delicadeza—. Hay una organización que se ha formado como un conjunto de microorganizaciones de mafia. No pertenecen a Yokohama, razón por la cual poseen una base a las afueras; para ser más específico, en un pequeño pueblo.
—Este tipo de misiones no deben requerir tanta urgencia ni deberían ser muy relevantes —afirmó, observándolo con atención, buscando comprender su implicancia.
—Así es. Hablando con franqueza, no es muy importante ni peligrosa como tal —estableció Mori—. Sin embargo, no es una misión para dejar en manos de cualquiera. Esencialmente, es para la pareja de Doble Negro.
—Entiendo y ciertamente me halaga, pero me gustaría conocer el porqué.
—Ese grupo de organizaciones pretende atacar Yokohama, y si bien no son los primeros ni serán los últimos, conforman una amenaza que amerita ser eliminada —comentó—. Quieren luego perseguir a la Port Mafia.
—Algo suicida y tonto.
—Coincido —asintió—. No obstante, requiero de Doble Negro ya que he oído que ha acabado siendo un grupo muy grande de gente, puesto que aunque son organizaciones pequeñas, han sido muchas las que se han aliado. Y me han dicho que uno de los integrantes posee poderes.
—¿Está seguro de eso? —preguntó Dazai con auténtica curiosidad.
—Pues no, no lo estoy —negó—. Puede ser verdad, como puede solo tratarse de una persona muy fuerte.
—Comprendo.
—Nada que temer —sonrió restándole importancia—, y nada que no hayan enfrentado antes.
—Necesito los detalles.
—Podrías llamar a Nakahara para que se nos una, ¿no lo crees?
—No es necesario —escupió Dazai. Sentía que Mori estaba tomándole el pelo descaradamente.
—Entonces, de acuerdo —sonrió con burla—. Te daré los detalles a ti. Confío en que esta vez no lo engañarás. Acércate —indicó con su mano que se dirigieran a su escritorio frente al gran ventanal—. Mira bien, estos son los papeles de una reserva que hemos hecho en una pequeña posada cercana a donde se supone que está la base enemiga —señaló.
—¿Por qué hemos de necesitar esto?
—Pues es la primera vez que les toca una misión tan lejos juntos, por lo que se calcula que puede durar más de la cuenta —explicó—. Incluso puede que esto sea innecesario puesto que tal vez puedan realizarla el mismo día y volver —razonó—. Sin embargo, si algo sucede o se sobreesfuerzan, quizás a ti no te importe, pero no estoy seguro de que Chuuya pueda volver esa misma noche, si me entiendes lo que quiero decir; aún más considerando que es un largo viaje —anunció simulando inocencia—. Por lo tanto, las reservas ya están hechas. Pueden usarlas como pueden no hacerlo.
—Respecto a lo que mencionó del viaje. Quiero detalles.
—Vaya, vaya, qué exigente eres Dazai —rio, tomando más papeles del cajón del cual había sacado los demás—. Aquí están los boletos. Deben de tomar el tren en tres días. Es un viaje de un par de horas.
—No tengo problema en abordar un tren, mas debo preguntar por qué no ir en un auto.
—Pues ninguno maneja, ¿no es así? Son casi niños, Dazai —le sonrió ampliamente—. No puedo mandar gente a que los traslade puesto que se pierde el efecto de la cautela. Eso ya deberías haberlo deducido, ¿o es que te estás ablandando?
—Me cuesta mesurar la relevancia que tiene la discreción en esta misión —ladró, totalmente molesto.
—Comprendo —se burló nuevamente, negando con la cabeza—. Reitero, entonces, que deben abordar el tren en tres días a la medianoche. Pueden descansar en la posada un par de horas luego de llegar si así lo desean. Pueden utilizarla hasta siete días, según lo que se ha reservado, por lo tanto no es necesario que escatimen en el gasto y aprovechamiento.
—Entiendo. ¿Algo más? —suspiró.
—Pues solo queda aclarar que al bajar de la estación deberán guiarse por este mapa también —señaló nuevamente otro papel que había aparecido ante sus narices—. Puesto que la estación final no llega hasta el pueblo, tocará caminar. También está la base marcada en el mismo papel, por supuesto.
—Todo queda claro, entonces.
—Así es, confío en que no me decepcionarán —se giró para acomodarse en su asiento otra vez frente a su escritorio—. Los quiero a todos destruidos, por si tenías alguna duda.
—No era necesario aclararlo —asintió, ya comenzando a acomodar su cuerpo para abandonar la sala de su jefe.
—No lo sé, Dazai —murmuró—. Con lo mucho que te está dominando tu instinto, tal vez deba aclararle las cosas a tu mente.
Dazai chasqueó la lengua con fastidio, se acercó hacia la mesa para tomar bruscamente todos los papeles y haciendo una reverencia forzada, se retiró.
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