Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

(2) Tomarse las manos (2)

A grandes rasgos, Alberto Scorfano había logrado una muy buena aceptación en Portorosso en cuanto a su forma de ser.

No sólo no debía cuidarse de que el agua no rozara su piel que instantáneamente se volvería escamas azules, sino que podía disfrutar el salir de noche sin la paranoia de que algún pescador lo apuñalara con un arpón.

Las únicas semanas que debía volver a ocultarse como una mojarra asustadiza, eran las de "El Festival de la Buena Pesca",  que se realizaban en su pueblo una vez por año.

Aquella era la última noche del festival. Los pescadores venían aprovechando las puestas de sol para beberse todo licor que pudieran encontrar y armados con cuchillos y arpones recorrían el pueblo entero balbuceando sus deseos de cazar a los maravillosos monstruos marinos, famosa leyenda de Portorosso.

Alberto se resolvió a relajarse un poco y apenas dejó de oir a los borrachos, se dispuso a recorrer las bellas calles de su hogar. Las noches estrelladas le causaban cierta nostalgia, su compañero y primer amigo verdadero habría disfrutado estar a su lado bajo el ala oscura del cielo, y sin embargo se hallaba a cientos de kilometros, quemándose las pestañas por la dulce tortura de la escuela. Realmente, había veces en las que no entendía a Luca. ¿Realmente valía la pena todo ese esfuerzo? ¿La dolorosa lejanía?

Alberto suspiró e intentó no pensar en aquello. Su mente se retorcía en una inmensa y desesperada necesidad de enfocarse en otra cosa que no fuera Luca Paguro. Lo que sea.

No funcionó.

Y una jaqueca comenzó a molestar al mismo tiempo que unas lágrimas picaron en sus ojos. Alberto sintió un irremediable odio a si mismo, ¿Porqué no podía simplemente olvidarlo y ser un chico con una vida normal? Tenía casa, familia, trabajo, amigos. Finalmente lo tenía todo después de años de soledad y desamor.

Pero no fue suficiente. Porque su corazón reclamaba al chico de ojos chocolate que parecía evitarlo desde aquella última vez que volvió al pueblo con Giulia tomada de su mano. Hacía dos años de aquello y Luca no le volvió a hablar por telefono o mandar cartas.

No muy lejos frente suyo, como a unos diez metros, un grupo de pescadores extranjeros borrachos carcajeaban ruidosamente. Uno de ellos le sacó las tripas a un pescado similar a los que la familia Paguro cuidaba.

- ¡¡Noo!! - Exclamó uno de ellos, posiblemente el más ebrio. - ¿Qué hiciste stupido? Quizás tenía familia. Una fidanzata pescado y un ragazzo que lo espera para pescar.

- ¿De qué hablas Enrique? Los pescados no tienen una verdadera familia como tú o yo. Nacen de suerte, viven cobardes y mueren sólos. Nunca nadie los quiere de verdad. Son sólo animales. ¿O acaso crees que alguien alguna vez los querría?

Alberto sintió como un vacío desgarrador se abría dolorosamente en su pecho.

Posiblemente Guido y Ciccio preguntarían por él a la mañana siguiente, Massimo quizás lloraría cuando se enterara, Machiavelli finalmente acapararía toda su cama y tal vez Luca volvería al pueblo para verlo una última vez.

Susurrando un "Lo siento", Alberto tomó un balde lleno de agua y corrió hacia el grupo de hombres. Cuando tiró el liquido sobre su cabeza, comenzó a gritar para llamar su atención.

Pronto todo dejaría de doler.

//

- Silenzio Bruno. Silenzio Bruno. Silenzio Bruno.

Ciccio tomó aire buscando que en él existieran partículas de paciencia que lo ayudaran a lidiar con su amigo Guido, que murmuraba la misma frase una y otra vez ,tal vez un poco demasiado alto, desde hacía quince minutos.

Caminaban por la plaza central del pueblo buscando a Alberto, por pedido de Massimo. El ser marino había desaparecido pasada la medianoche y aún no regresaba. El temor les picaba en la nuca con un mal presentimiento, a pesar de todo lo que había crecido el moreno, no sería contrincante para un grupo de marineros alcoholizados, con sed de sangre.

Ciccio comenzó a comprender el mantra que su amigo repetía. Ambos lograron formar un fuerte lazo de amistad con Alberto, aunque de vez en cuando, Guido se sonrojaba un poco cuando éste lo abrazaba en un gesto amistoso y coqueto. Quizás él no ha notado, pensó Ciccio, que Alberto tiene los ojos más tristes que haya visto, a pesar que sonrie como si todo estuviera bien.

El rubio se mordió la mejilla interna y suspiró rebuscando en su mente, el lugar al que Alberto podría haber ido luego de que la más reciente carta de Giulia fuese depositada en sus palmas. Ambos amigos notaron como el brillo se evaporaba de los ojos verdes a medida que comprendían los garabatos elegantes escritos en la carta.

- Luca va a casarse.

La voz de Guido lo sacó de sus pensamientos y rápidamente enfocó su vista en él.

- ¿No es así?

- Sí. No creo que Alberto lo haya tomado muy bien.

Una risa colectiva acaparó su audición y llevó su vista hacia unas calles más abajo. Corrieron hasta llegar a la fuente del ruido.

Sangre fue aquello de lo que Guido se percató primero, mientras que Ciccio sintió pánico al vislumbrar escamas moradas entre una red sucia.

Los pescadores locos de gozo y de risa festejaban ignorantes de la presencia de dos jóvenes que se lanzaban contra ellos.

Alberto agonizaba. El dolor de cabeza le partía el cráneo y las risas de sus asesinos resonaban en su mente como lejanos murmullos ahogados. Apenas pudo entreabrir los ojos cuando alguien se desgarró la garganta gritando su nombre.

- ¡¡Alberto!!

//

Guido resopló nuevamente sentado en la silla que corrió para estar más cerca de la cama donde un joven de piel morena discutía su existencia entre la vida y la muerte.

Los ojos se le llenaron de lágrimas y un sollozo salió sin permiso de sus labios.

- Idiota.

Escupió con enojo y le tomó la mano a Alberto. Él no se movió, no lo sintió siquiera, estaba en coma. Guido sintió la mano ajena fría y las lágrimas inundaron su rostro.

- ¿Acaso no puedes olvidarlo?

Apretó aún más la mano que no le devolvería el gesto. Lento y tímido pero sin nada más que perder, Guido se levantó de la silla y posó una de sus manos en la mejilla de Alberto. Una lágrima cayó sobre la punta de su nariz y una escama violeta asomó por entre la piel.

"Silenzio Bruno"

- Alberto Scorfano, yo Guido Spinelli, juro quedarme a tu lado y sanar tu corazón con todo lo que pueda darte. Así como sostengo tu mano en este momento la sostendré siempre y en todo lugar, para asegurarte que aquí, en mí, tienes a alguien que te jura jamás abandonarte. Porque...porque te amo.

Alberto lo oyó y sin embargo no pudo moverse.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro