RAMÉ
Habíamos pasado una noche hermosa y llena de risas. Las nubes se habían disipado y, cerca de las cuatro, pudimos ver las estrellas. En esa parte del bosque, donde no existía contaminación lumínica, eran hermosas. Nunca había visto tantas, tantas estrellas.
Pasamos mucho tiempo frente a la ventana, admirando el cielo. Y allí, con todo el universo frente a nuestros ojos, resultó fácil abrir el corazón. Entonces comenzamos a decirnos cosas hermosas.
No tenía sueño, y por lo que veía, él tampoco. Y entonces me preguntó si quería salir a ver el amanecer. Recorrimos descalzos el camino hasta el muelle. Volvimos a sentarnos con los pies en el agua, sin importarnos ahora el riesgo de caer. Ya no hacía frío, y el agua estaba templada.
Cuando comenzaron a aparecer los tonos rosados y rojizos en el cielo, se me llenaron los ojos de lágrimas. Era realmente hermoso. Las estrellas seguían brillando al mismo tiempo que el sol, nunca había visto algo parecido.
Estuvimos allí sentados mucho tiempo, pero a mí me parecía como si el tiempo no transcurriese en realidad. No tenía sueño, pero mis ojos no querían desviar la mirada del cielo. Ninguno de los dos decía nada, y así estaba bien. No siempre se necesitaba decir algo. No siempre se tenían cosas para decir.
Vimos desaparecer las estrellas y salir un gran sol anaranjado que, por un momento, nos encandiló. El agua reflejaba cada tono del cielo, las combinaciones entre rosas y celestes y el blanco de las nubes que comenzaban a aparecer. Comencé a juguetear con mis pies en el agua, y él me imitó. Luego, sentí que me tomaba de la mano, y lo observé con una sonrisa. Le pregunté si creía que la tormenta regresaría, entonces él hizo una mueca y asintió con la cabeza. Me dijo que observara en el borde del horizonte, donde las nubes eran más negras, y estaban por bloquear el sol. Entonces yo respondí que la tormenta regresaría, pero que apreciaba que hubiéramos podido ver el cielo despejado durante algunas horas.
Él me seguía sosteniendo con fuerza la mano. Podría sentir el calor de su piel transfiriéndose a la mía de forma agradable. Cerré los ojos por un momento y me concentré en esa sensación. Sentí una brisa helada darme de lleno en la cara, lo que me obligó a abrir los ojos. El cielo se había nublado de repente, y la mañana ya no estaba siendo cálida. Aun así, todavía no quería volver a la cabaña. La lluvia tendría que obligarme.
Pero no fue lluvia lo que llegó.
El viento comenzó a incrementarse cada vez más. Mi cabello volaba como loco hacia todos lados, y el agua del lago formaba olas que nos salpicaban. Él me dijo que sería un gran vendaval, y que sería mejor ir dentro, pero yo le pedí que nos quedáramos. No corríamos verdadero peligro, y me gustaba ver el descontrol que se producía en el agua.
Mi remera también volaba, ya no tenía forma de sujetarme el cabello y había que entrecerrar los ojos debido a la fuerza del viento. No dejaba de crecer. El lago se había vuelto loco. Aunque no llovía, estábamos empapados por completo. La tormenta rugía sobre nosotros, los truenos se hacían oír impetuosamente.
Era hermoso y caótico al mismo tiempo, le dije a él. Y entonces comencé a gritar de alegría, porque yo también quería que la tormenta me oyera. Era una especie de competencia, porque las nubes respondían con truenos cada vez más fuertes, y yo no dejaba de gritar. Nunca había hecho algo así. A veces era curioso en qué momento y con qué personas decidimos hacer este tipo de locuras. Nunca había hecho nada así con Oliver, por ejemplo. Era una lástima, porque se sentía increíble.
Y entonces él, sorprendido, me dijo que yo también era hermosa y caótica al mismo tiempo, y comenzó a reírse. Ambos estábamos felices, aunque no sabíamos muy bien el motivo.
Entonces lo miré fijamente a aquellos ojos que brillaban, y me perdí en su mirada. Él soltó mi mano para tomar mi rostro entre las suyas, y yo apoyé mis manos en las suyas. Fui yo quien se inclinó para alcanzar sus labios. Y mi corazón latía tan, tan fuerte, que pensé que no había nada tan hermoso y caótico como besarlo. Y fue entonces cuando comenzó a llover.
Alguna vez había escuchado que el amor embriaga, que logra que te desconectes de todo, que te separa de la realidad para llevarte un mundo distinto. Pero yo no lo sentía así. Todo lo contrario, nunca había sentido nada más real que esto. Nunca había estado tan conectada a mi vida como cuando mi boca había entrado en contacto con la suya. Nunca antes había estado tan sobria.
Y no sabía lo que nos depararía el destino, pero si de algo estaba segura era que quería que toda mi vida fuera así de hermosa y caótica. Más allá de todo dolor, más allá de cualquier dificultad que pudiera presentarse, podría superar cualquier cosa si él me recibía en sus brazos. Sabía que no necesitábamos una cabaña para disfrutar de la compañía del otro, pero no me hubiese molestado quedarme allí para siempre.
Cuando me llevaba de vuelta a mi casa, con las ventanillas del auto abiertas y el viento, que aún no amainaba, todavía en contacto con nosotros, nos tomamos de la mano con fuerza.
Cuando terminara la escuela, cuando pudiera irme, sería con él. El pacto silencioso había embargado nuestros corazones desde el primer momento, y ambos lo sabíamos.
Y mientras llegara ese momento, me mantendría sobria.
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