PETRICOR
Miraba de forma perdida la caída del sol por la ventana de mi habitación. Me había tomado un baño relajante, pero éste no había logrado despejar mis pensamientos. Distaban de todo lo que debía importarme en ese momento, pues no podía dejar de ansiar que la noche llegara. Había copiado lo que me había pasado Oliver pero no lo creía algo realmente importante.
Quería volver a salir.
Sólo que ahora la razón había cambiado, porque ya había encontrado a ese alguien. Y quería verlo.
El cielo estaba de un precioso color anaranjado, salpicado con nubes grises que volvían el paisaje mucho más interesante. Mi casa quedaba algo apartada de los edificios del centro, por lo que solía tener una buena vista del cielo. A esa hora, todos los días, siempre me sentaba a ver la puesta de sol. Intentaba, más de una vez, conseguir algo nuevo de ella; como una nueva visión del mundo, algo más en lo que pensar. En fin, ese día estaba especialmente distraída, y quizás por eso la caída del sol me dio lo que esperaba: inspiración.
Mi teléfono comenzó a sonar, anunciando una llamada. Suspiré al ver que se trataba de Oliver. Lo apreciaba, de verdad, pero a veces llegaba a desconcertarme y sinceramente no sabía qué esperar de él exactamente. Le atendí con la esperanza de que me explicara su reacción al verme hoy. Por el contrario, sólo me dijo que saldría conmigo y que lo esperara afuera de mi casa a medianoche.
Me recorrió un escalofrío. ¿Qué significaba? Desconfiaba de mí, ¿o del hombre con que me vería? ¿Por qué ese repentino interés en acompañarme?
Oliver detestaba salir, pues no había nada que lo aburriera más, según lo que me había contado anteriormente. Cuando me acompañaba era sólo porque quería ser un buen amigo y, además, porque temía que me pasara algo si iba sola. Pero, con el tiempo, ambas cosas dejaron de importarle. Por alguna razón, todo dejaba de importarle a Oliver con el tiempo. Era de esos chicos que se aburrían fácilmente.
Lo más curioso de él era que sólo se aburría, y dejaba ese aburrimiento donde estaba. Nunca lo había visto hacer nada para cambiar su estado de ánimo, y por más de que intentaba alegrarlo su flojera solía ser contagiosa por lo que yo tampoco terminaba haciendo algo al respecto. Oliver se cruzaba de brazos, y cuando estaba con él lo único que hacíamos era dialogar. En cambio, estando sola, era imposible que yo me sintiera aburrida. Aún cuando no estuviese haciendo algo, siempre tenía algo en lo que pensar.
No pude cenar esa noche. Comer me provocaba una horrible sensación de incomodidad, tenía el estómago cerrado. No sabía por qué.
Mi familia, por supuesto, volvió a pensar que era anorexia. Mi hermana mayor dijo que podrían llevarme a un nutricionista la próxima semana, o a un psiquiatra. Me reí como si fuese el mejor chiste que me hubieran contado. Respondí que me dejaran en paz y que no necesitaba ningún nutricionista. Intenté explicarles la razón por la que no tenía hambre, pero ni siquiera yo estaba segura. Al final, les terminé diciendo que era por nervios. Cuando mi papá me miró seriamente a los ojos y me preguntó por qué podría estar nerviosa, les dije que esa noche me vería con un chico que me gustaba.
Me sentí culpable por decir chico y no hombre, pero mi familia haría un gran alboroto si les confesaba la verdad, pues era la más chiquita y por lo tanto, la más reprimida. Jamás me dejarían salir si les decía que iría con un hombre quince años mayor que yo.
Mi hermana mayor se alegró por mí. Presumió su relación con su novio John y dijo que al fin podría ser como ella. Respondí con una mueca, y me fue inevitable pensar que su relación con John distaba mucho de ser un ejemplo para lo que yo quería para mi vida. En mi opinión, la única pareja más insípida y aburrida que ellos eran mis padres. No, nunca sería como ella y John.
Mi hermana del medio ni siquiera escuchó lo que yo había dicho. Era modelo, pero nunca había tenido novio. No le importaba nada de eso. En su opinión, si podía quedarse sola el resto de su vida era la mejor opción. No me molestó que me ignore, pues en el fondo yo también la aborrecía.
Y, por suerte, mis padres quedaron conformes con lo que les había dicho y no me molestaron más. En el fondo, esperaban que me estabilizara, porque era complicado para ellos verme ser tan diferente al resto de la familia.
Para la medianoche estaba lista. Esta vez si me había preocupado por mi apariencia: me había puesto un ceñido vestido negro que pronunciaba mis curvas y me acondicionado el cabello con el secador. Me pinté los labios de rojo, delineé mis ojos y me puse mucho rímel. Me veía realmente bien, me sentía cómoda y atractiva.
Cuando escuché el timbre, tomé mis cosas y salí. Oliver estaba frente a mi casa con pantalón negro y una camisa roja muy bonita. De hecho, jamás lo había visto tan producido.
Me subí a su Mercedes negro tras él, y una vez arriba puso en marcha el motor.
Pensé que el camino iba a ser incómodo y silencioso. Después de todo, Oliver últimamente estaba muy impredecible. Pero no fue así. Me preguntó qué era lo que realmente sentía por aquel hombre con el que me estaba llevando. ¿Por qué el y no los otros chicos que había conocido? ¿Qué tenía él de diferente?
Y le respondí que estaba segura que aquel hombre sentía lo mismo que yo, porque me lo había dicho. Y que había estado buscando lo mismo que yo, porque también me lo había dicho. Y que cada palabra que me decía se conectaba perfectamente con lo que estábamos sintiendo. Y que nunca nadie me había hecho sentir así. Que una simple mirada suya me daba vuelta el corazón, y que sentía que podía seguir conociéndolo y aprendiendo más de él y que sólo me maravillaría más y más. Que era una fuerza que nos unía y aunque no la podía describir, la sentía. Y me dejaría llevar por ella, porque era lo que quería. Era lo que había estado buscando. Uno reconoce lo que busca cuando lo tiene frente así.
De forma inesperada para mí, Oliver comenzó a llorar. Al principio en silencio, con algunas lágrimas que le caían por las mejillas hasta desaparecer; pero llegó un momento en que se le hizo imposible evitar los sollozos.
Con el corazón oprimido, yo no entendía el por qué de su reacción, ni sabía cómo consolarlo. Momentos después, lo único que podía pensar era en que me había tomado desprevenida, pero la verdad es que no hubiera tenido modo de anticiparlo. De hecho, jamás había sospechado lo que él me iba a decir en ese momento.
Que estaba enamorado de mí. Y que le dolía que luego de tantos años a su lado, me enamorara de un desconocido.
Con el corazón comprimido de dolor, le expliqué que jamás lo había visto como nada más que un amigo, y que el corazón no elegía por quién tener sentimientos.
Supuse que era la respuesta que él esperaba, porque asintió con la cabeza y, bajando la mirada, recalcó que no esperaba que yo le correspondiera porque sabía que yo nunca había sentido lo mismo por él, y que solo me lo había dicho porque quería que lo supiese.
Incómoda, desvié la vista hacia la ventanilla y observé el cielo. Las nubes lo habían cubierto por completo, y los refusilos centelleaban. Cuando llegamos a destino, me bajé del coche en silencio. Oliver se secó las lágrimas con el dorso de la mano y vino detrás de mí. Tras pagar la entrada, nos adentramos juntos en la multitud que estaba en la pista, pero él rápidamente se perdió de mi vista. Intenté ubicarlo justo antes de comprender que esa había sido su intención y dar la vuelta. Fue entonces cuando recordé por qué estaba allí y a la persona que estaba buscando.
Tenía que encontrar a un guarda que me dijera cómo llegar a la oficina principal, pues según recordaba él estaría allí esperándome. Divisé un hombre de traje junto a los baños cuando de improviso alguien tomó mi mano y me sacó a bailar. Me di la vuelta con la intención de rechazar a quien me hubiera invitado cuando vi que era él, y no pude evitar esbozar una gran sonrisa. No llevaba traje, sino un jean negro y una camisa informal; pero de todas formas se veía muy, muy apuesto.
Cuando le pregunté qué hacía en la pista, confesó que quería que yo me divirtiera esa noche. Me sonrojé ante ello, pues era un detalle hermoso. Al ver mi gesto, él sonrió y volvió a tomar mi mano. Estaban pasando una canción que me gustaba mucho, por lo que me dejé llevar. Era muy buen bailarín, por lo que no se me hizo difícil acoplarme a sus movimientos. Balanceaba mis caderas en un vaivén lento que acompañaba con mis hombros, y de pronto él puso sus manos en mi cintura. Comenzamos a bailar más cerca.
Verlo allí, bajo las luces de colores, sonriendo y con los ojos brillantes me hacía pensar que estaba en el lugar y en momento perfecto. Sentir el calor de sus manos traspasar la tela de mi vestido, ver que toda su atención estaba dirigida a mí y solo a mí...
Y sentir que estábamos solos a pesar de que el lugar estaba lleno de gente, porque así de fuerte era la conexión que teníamos.
Alguien volcó un poco de alcohol sobre mi brazo, el frío de la bebida me sacó por un momento de la burbuja en que estaba. Miré a quien lo había hecho y una chica de sonrisa amable se disculpó. Le sonreí en respuesta y le dije que no había ningún problema. Porque estando allí, bailando mientras él tomaba mi cintura, realmente no había ningún problema.
Y entonces él se acercó todavía más, y yo puse mis manos en sus hombros. Y él comenzó a inclinar su rostro muy lentamente, y yo solo sonreí y cerré los ojos.
Y entonces el problema llegó.
Estábamos tan inmersos el uno en el otro que no notamos la pelea que se había dado lugar allí en la pista. Y, aunque las peleas, después de todo, eran algo normal en los lugares así, todo se había salido de control. Un chico, claramente muy ebrio, había roto una botella de cerveza e intentaba apuñalar a otro con el borde filoso. Había personas intentando detenerlo, pero no se querían acercar mucho por miedo a que los dañaran también. Y, entonces, de repente, arremetió contra ese chico y le realizó un profundo corte en el brazo. La sangre comenzó a manar a chorros, y todos los que observaban la escena comenzaron a gritar y a alejarse, espantados.
Fue entonces cuando él tuvo que interferir. Se disculpó conmigo y tomó un walkie-talkie que llevaba enganchado en su cinturón para comunicarse con seguridad. Tuvo que ir la ambulancia y la policía y, como él era dueño del lugar, tenía que hacerse cargo. Le dije que no se preocupara, que podríamos encontrarnos otro día, y él me despidió con expresión triste.
Salí del lugar muy frustrada.
Caminaba a pasos lentos, pasando junto a los coches. Cuando vi el de Oliver, pensé en llamarlo y pedirle que me llevara de vuelta a casa, pero desistí de esa idea rápidamente. Él también merecía divertirse, y quizás había encontrado a alguien con quien compartir su noche, por lo que no iba a molestarlo.
Un viento frío me recorrió la espalda. Un trueno hizo que me sobresaltara. Y de pronto, todas las nubes que cubrían la ciudad decidieron descargar su furia, y la lluvia comenzó a golpear fuertemente el suelo.
Tras unos segundos, estaba empapada, pero me sentía tan desolada que quería volver caminando a casa. Además, no tenía frío. Claro que me rendí tras unas cuantas cuadras y, al llegar a una calle de tierra, decidí pedir un taxi. No quería llenarme de lodo.
Allí, esperando bajo el agua, cerré los ojos e inhalé profundamente. El profundo olor de la lluvia cayendo sobre la tierra me llenó el corazón de un anhelo inexplicable.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro