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01

Mina estaba acurrucada en el sofá, envuelta en una manta gruesa mientras el frío aire invernal golpeaba las ventanas. Su piel pálida tenía un ligero tono rosado debido a la fiebre, y su nariz ya estaba algo enrojecida por la gripe que la había dejado débil desde hacía un par de días. Nayeon entró en la sala en silencio, con pasos ligeros, observando a su omega con una sonrisa llena de ternura. No importaba cuán enferma estuviera Mina, siempre le parecía preciosa, y ese pequeño gesto de vulnerabilidad solo intensificaba su deseo de cuidarla.

Mina alzó la vista cuando sintió la presencia de la alfa. Aunque la fiebre la tenía agotada, el simple hecho de ver a Nayeon le dio una pequeña chispa de energía. Sin embargo, cuando notó el ligero aroma de otra omega en la ropa de Nayeon, algo en su interior se tensó. No era raro que Nayeon interactuara con otras omegas en su trabajo, pero esa inseguridad tan característica de Mina siempre aparecía en los momentos menos esperados.

Nayeon, que conocía cada una de las expresiones de Mina como la palma de su mano, notó de inmediato el leve cambio en su rostro. Se acercó con cuidado, sentándose al borde del sofá y acariciando suavemente la mejilla de la menor.

-Minari, ¿qué pasa? -susurró Nayeon, inclinándose para que sus rostros estuvieran a la misma altura.

Mina apartó la mirada, fingiendo estar concentrada en ajustar la manta que la cubría. No quería parecer infantil ni dejar que los celos la dominaran, pero su pecho se sentía pesado, y esa sensación la frustraba.

-Nada... solo... -murmuró Mina, su voz débil no solo por la fiebre, sino por el cúmulo de emociones que siempre parecía brotar cuando se trataba de su alfa.

Nayeon sonrió suavemente y dejó un pequeño beso en la frente de Mina, justo donde sabía que la piel estaba caliente por la fiebre. Sabía exactamente lo que estaba pasando por la cabeza de la rubia, y no la culparía por sentir esos celos, porque para ella, los celos de Mina eran una forma tierna de demostrar cuánto la amaba.

-No hay nadie más, Mina -dijo Nayeon con voz suave pero firme, mientras sus labios dejaban otro beso, esta vez en la nariz enrojecida de su omega-. Tú eres lo más bonito que me ha pasado, ¿lo sabes? No hay, ni habrá, otra omega que se compare a ti.

Mina cerró los ojos ante el tacto de Nayeon, sintiendo cómo el nudo en su pecho comenzaba a desvanecerse lentamente con cada palabra y caricia. Nayeon siempre sabía qué decir, siempre encontraba la manera de calmarla, de hacerla sentir que era suficiente, más que suficiente.

-Pero... -comenzó Mina en un susurro, con un ligero tono de inseguridad- a veces pienso que no soy suficiente para ti.

Nayeon dejó de acariciarle la mejilla por un segundo, sorprendida por lo profundamente enraizadas que estaban esas inseguridades en la menor. Luego, sin decir nada más, la rodeó con ambos brazos y la atrajo hacia su pecho. Mina no se resistió; de hecho, enterró su rostro en el cuello de la pelinegra, buscando ese confort que solo Nayeon podía darle.

-Eres más que suficiente, Mina -murmuró Nayeon mientras acariciaba el cabello rubio de la omega, dejando suaves besos en la parte superior de su cabeza-. No sé qué haría sin ti, honestamente. Eres la única que me completa, la única que quiero a mi lado, para siempre.

Mina se relajó completamente en los brazos de Nayeon, disfrutando de la calidez que su alfa le brindaba. Sus respiraciones comenzaron a sincronizarse, y aunque Mina seguía sintiéndose un poco débil por la fiebre, el calor del cuerpo de Nayeon era reconfortante.

-Además... -continuó Nayeon, separándose solo un poco para mirarla a los ojos-. Estás enferma, y me tienes a mí para cuidarte. ¿Qué tal si te preparo algo calentito? Quizás un té o sopa, lo que prefieras.

Mina esbozó una pequeña sonrisa, algo tímida pero sincera. Nayeon siempre sabía cómo hacerla sentir especial, cómo recordarle que, incluso en los días malos, siempre estaría a su lado.

-Un té suena bien -susurró Mina, y antes de que pudiera decir algo más, Nayeon la sorprendió con un beso suave en los labios.

-Te traeré el mejor té que hayas probado -dijo Nayeon mientras se levantaba, sonriendo de forma juguetona-. Y te prometo que después te haré más mimos hasta que te sientas mejor.

Mina observó cómo la mayor desaparecía en la cocina, sintiendo el corazón un poco más ligero. Por mucho que los celos intentaran enturbiar sus pensamientos, Nayeon siempre encontraba la manera de disiparlos, de recordarle que era ella, y solo ella, quien ocupaba ese lugar especial en su vida.

Al rato, Nayeon regresó con una taza de té humeante, con el aroma de hierbas y miel llenando la sala. Se arrodilló frente a Mina, ayudándola a sostener la taza y asegurándose de que la temperatura fuera perfecta.

-Gracias, cariño -dijo Mina, con la voz un poco más fuerte.

-No tienes que agradecerme -respondió Nayeon, dejando un último beso en la frente de la rubia-. Para eso estoy, para cuidarte, siempre. Eres mi novia, la única que quiero.

Mina se acurrucó aún más en la manta, sintiendo la calidez del té y el amor de su alfa envolverla. Aunque los celos habían asomado su fea cabeza al principio, ahora se sentía en paz. Sabía que, mientras tuviera a Nayeon a su lado, no había razón para temer.

Y mientras el viento invernal seguía soplando fuera de la casa, ellas dos se quedaron allí, en su pequeño refugio, compartiendo el silencio y la tranquilidad que solo su amor podía ofrecer.

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