So Good.
Cierro los ojos, sintiendo el ardor de estos. Lágrimas es lo único que siento, bajando por mis mejillas y cayendo en mis pantalones. Recuerdo como me derrumbé completamente al oír esas palabras, las que le dieron un giro de 360 grados a mi vida.
Comienzo a recordar el principio, y dejo que los recuerdos me lleven a un mundo menos cruel.
Todo había comenzado hace algunos años, cuando me obligaron las clases de arte. Al principio me sentía enfadada por ir, excusándome con que perdería el resto de mis días con eso. Hasta que mis ojos se clavaron en los suyos por primera vez, logrando lo que muchos llaman amor a primera vista. Su mirada tímida e insegura alejaba a todos, menos a mí. Tímido y extraño, sus ojos miel atraparon mi corazón y le dieron un vuelco hasta sentir el amor, lo que realmente era el amor. Mi mirada recorría su rostro, almacenando cada detalle en mi mente. Ambos sabíamos que aquel día todo cambiaría, que de aquí en adelante íbamos a ser "nosotros", y no él y ella. Sus pasos lentos hacia mí, su mirada encantadora, el movimiento de sus cálidas manos al colocar correctamente sus lentes de pasta, mientras que daba largas bocanadas de aire con sus labios rosados. Sus mejillas ruborizadas cuando lo atrapaba observándome...
No puedo recordar lo demás, pero sé lo que sucedió luego. Algo que parece un vídeo en cámara rápida, un recuerdo que pasa como una ráfaga.
Hace algunos meses estábamos bajo la lluvia, gritándonos el uno al otro sobre algo estúpido, insignificante. Recuerdo como sus palabras salieron de sus labios, y como sus ojos se cristalizaban.
-Te amo.
Estaba gélida al escuchar esas palabras, aunque después el escepticismo me invadió. No le creí, hasta que sus labios rozaron los míos, y el rápido latido de su corazón se sentía contra mi cuerpo. No pensé nada cuando me besó, sólo sentía como movía sus labios suavemente contra los míos. La lluvia, el aliento a café proveniente de su boca, la mirada tímida, todo comenzaba a parecer bueno.
Y lo fue, hasta esa noche.
Sus ojos miel miraban fijamente a una estrella, la más brillante de la noche obscura. Apenas había pasado 1 mes desde ese día, y nos llamábamos pareja. Mi amor hacia él le hacía creer a los demás que siempre lo había amado, que estábamos destinados. Era como si nos conociéramos desde siempre, y nosotros creíamos en eso. Éramos adolescentes, creíamos en cualquier palabra romántica que saliera de los labios de los demás. Él estaba ese día demasiado silencioso, y no decía nada desde hace horas. Lo miré fijamente, notando como sus labios se entreabrían al mirar hacia afuera. Pero esa chispa de felicidad no estaba en sus ojos como siempre, y eso me preocupó. Miraba las estrellas en mi ventana cuando recién pasaban las ocho de la noche. Parecía sereno, pero la sensación de intranquilidad se reflejaba levemente en su rostro.
Noté que sus labios se abrieron lentamente.
-¿Qué harías si te quedan pocos días de vida?-preguntó, mirando cada una de las estrellas.
Me extrañó la pregunta, pero igualmente contesté:
-No lo sé, quizá viajar, ¿tú que harías?
-Despedirme de ti-respondió, dirigiendo su mirada a mí. No pronunció nada, pero su mirada ocultaba miles de palabras de las que luego pronunciaría.
Pocas horas más tarde caminamos por la playa, junto a la luna llena y el ruido de las olas. Sus dedos estaban entrelazados con los míos, sus yemas frías acariciaban mi piel y se deslizaban hasta mis venas. Su mirada estaba desviada, centrada en algún punto del cielo. Había decidido salir luego de esa pregunta tan extraña, y aquí era nuestro escondite. Este era el lugar donde arreglábamos nuestros problemas, o en donde nos relajábamos. No importaba la hora, la necesidad de venir aquí seguía siendo la misma. Caminamos algunos metros más, hasta que sentí como su mano le daba un duro apretón a la mía.
De un momento a otro, se quitó los lentes de pasta bruscamente y luego los lanzó al suelo. Soltó su mano de la mía, y se dirigió hasta las olas, comenzando a negar rápidamente. "No, no, no", era lo único que lo escuchaba decir. En la orilla comenzó a pasarse los dedos por debajo de sus párpados, sin siquiera mirarme.
Sabía que quizá habría pensado algo que lo enfadaba y se habría puesto de esa manera, o que sólo necesitaba acercarse al mar.
Abrí la boca para hablarle, para tranquilizarlo, pero fui interrumpida por sus palabras:
-Voy a morir.
Mi corazón paró de latir al oírlo. Lo miré fijamente, pero su mirada estaba en las olas.
-¿Qué has dicho?-pregunté, asegurándome a mí misma que lo que había dicho era mentira, o que era producto de mi mente.
Di pasos lentos hacia él, hasta quedar a sus espaldas. Su mirada seguía en las olas, ignorando mi pregunta.
-¿Qué has dicho?-repetí, tocándole suavemente el hombro.
Se giró hacia mí, dejando su rostro al descubierto. Sus mejillas estaban empapadas de lágrimas, y tenía los ojos terriblemente rojos. No era el mismo que veía cada día, esto no podía ser una broma. Él nunca bromeaba con esas cosas, y supe que me esperaba lo peor: la cruel realidad.
-Me detectaron un tumor cerebral-respondió, bajando la mirada.
Quedé paralizada en mi lugar, y lo único que logré hacer fue mirar sus lentes de pasta sobre la arena, partidos a causa del impacto. Los comparé con un corazón roto, débil, infeliz. La luna brillaba más que nunca, pero me sentía a las oscuras, perdida y sola en un mundo sin él. Un mundo en el que estaría sola, sin la compañía de su sonrisa cálida y sus besos con sabor a café en una mañana de invierno.
Miré sus ojos miel, y sentí como las lágrimas descendían esta vez por mis mejillas.
Unas semanas después, cuando el día no parecía prometer mucho, decidí ir a la casa en dónde vivía junto a sus padres. Al pasar pocos segundos de haber dado suaves golpes a la puerta, su madre me recibió con lágrimas debajo de sus párpados. Sentí que mi corazón dejaba de latir, como mi respiración se volvía irregular, hasta que entendí lo que estaba sucediendo. El dolor de su madre al susurrar "el cáncer está aumentando" me destruyó. Sus recuerdos se desmoronaban lentamente, y yo sólo permanecía aquí sin hacer absolutamente nada. Mis ojos se cristalizaron, mi cuerpo quedó sin el mínimo movimiento. Pero mis piernas corrieron por todo el pasillo hasta su habitación. Abrí la puerta con la sensación de miedo en mi rostro. Ese día también fue de los peores.
Su cabello negro caía hacia el suelo, donde su cráneo relucía, que dejaba a la vista bastantes huecos en los que se podía observar su cuerpo cabelludo.
Sus ojos estaban clavados en la pared, y las lágrimas descendían delicadamente por su piel. Parecía porcelana: capaz de dañarse, romperse, capaz de hacerse cenizas.
-Cariño...-susurré, mirando lo destruido que estaba.
Era la única persona que él podía reconocer.
Sentada a su lado, lloramos toda la tarde. Sus ojos no brillaban, estaban apagados y sin vida. Mi mano se deslizaba por su rostro, sintiendo las lágrimas que aún descendían por su rostro.
Ese día decidí que iba a él sería feliz, que no se recostaría en la cama. Ese día recorreríamos los caminos que nunca recorrimos, las ciudades que nunca visitamos, los lugares en los que nunca habíamos estado, pero en los que deseábamos estar.
Teníamos que estar junto a un médico, que lo cuidaría todo el tiempo en el que yo no pudiera. Pero eso no importaba.
Importábamos sólo nosotros.
Fuimos a restaurantes, parques, lugares en los que veía como su sonrisa y sus risas me derretían como al principio. Visitamos todo lo que pudimos, paisajes que nunca creímos que existirían, bailamos todo tipo de música, reímos. No pensábamos en la enfermedad, sólo nos divertíamos. Éramos libres.
Pero la felicidad no duró tanto tiempo, apenas fueron semanas. Dejamos lugares sin visitar, palabras sin decir, risas que nunca existieron y existirán. Su estado era cada vez peor, y empeoraba a cada minuto. No sonreía, sólo dejaba que las lágrimas cayeran libres. Había veces en que no reconocía al médico junto a nosotros, me reconocía solamente a mí y a su familia, los demás eran desconocidos. Hasta llegó el momento que no se reconocía a sí mismo frente al espejo, en el que se sentía como un niño con miles de preguntas. Preguntas que se responderían con los años, pero las preguntas de él las olvidaría sin siquiera saber su respuesta. No sabía por qué le caía el cabello ni por qué el médico estaba allí, preguntaba y olvidaba. Me recordaba solamente a mí, a nuestras primeras miradas, a nuestros besos, al nosotros que solíamos ser.
Cuando sabíamos que era suficiente, él ya no era la misma persona. Principalmente luego de una recaída, donde parecía que su corazón había dejado de latir, en la que sus músculos no se movían y sus ojos perdían el color que solía tener, momentos en los que parecía...
Muerto.
Quisiera seguir contando todos los buenos momentos que pasamos, pero mis manos no se mueven, no escriben absolutamente nada. Sólo siento las lágrimas caer, y mi mano temblar.
Los siguientes días, su cuerpo empeoró aún más, dejándolo sobre una cama, con dificultad de decir algo.
Iba perdiendo fuerzas junto a él, mi corazón se quebraba al igual que el de él que latía cada vez más lento, y en los que no pensaba con claridad cada vez que el cáncer aumentaba. Sabíamos cómo acabaría esto, pero ninguno lo aceptaba. Nadie quería creer en lo que podría suceder en un futuro muy cercano, en como nos derrumbaría a cada uno.
Recuerdo el día que fui a visitar su casa, quería leerle los poemas que escribí en cada noche que no podía dormir. Quería calmarlo con las dulces palabras, como a él tanto le gustaba. Estaban escritas a pluma, con una letra que nadie reconocería, sólo nosotros sabíamos lo que decía. Era algo parecido a un código. Pero, cuando entré a su habitación, las hojas que sostenía cayeron a la madera.
Él estaba tirado en el suelo, completamente inmóvil, y no parecía respirar ni siquiera moverse. Parecía muerto. Mi corazón se había detenido. No recuerdo nada de lo que sucedió luego, sólo recuerdo estar sentada en una silla del hospital junto a sus padres, esperando que el doctor dé noticias. Cuando vino y dijo que debía ser fuerte en estos últimos días, ya que la quimioterapia podría matarla si no era el cáncer, todos quedamos en completo silencio. Sólo se oía los sollozos de su madre y padre, mientras que para mí el tiempo había parado.
Ese día lloré como nunca, leí los poemas que le había escrito, observé la ventana en la que él había estado mirando las estrellas, estuve completamente débil. Su vida estaba finalizando. Lo que lo curaba parecía mucho más peor que la enfermedad, en lo que él decidió que la quimioterapia no se haría. Una semana después de dejarla, su cuerpo se estaba dejando llevar por el cáncer, dejándome sin palabras, en completo silencio y lágrimas. Él había tenido otra recaída. Le había pedido a los médicos que viniera, comunicándose a partir de las señas. Cuando llegué al hospital, su madre estaba sentada en la sala de espera, con sus manos en su rostro. Pasé junto a ella corriendo, oyendo por un instante sus sollozos ahogados. Cuando estaba centímetros delante de ella, pude oír como susurraba "Tú lo salvaste". Nunca supe su significado, y nunca le pregunté a qué se refería. Cuando entré a la habitación, aguantando cualquier llanto frente a él, noté que estaba igual que antes, con su mirada tímida y sus ojos mieles. Estaba igual al día que lo conocimos, sin contar que su cuerpo estaba casi sin carne, y sus huesos sobresalían. Su mirada estaba fija en mí, y una sonrisa tímida estaba en su rostro. Como al principio, en el que todo parecía posible y en el que podíamos pensar un futuro para nosotros. Él apenas se movía, pero sus últimas palabras fueron como si él esté recuperado, como si su voz estuviera recuperándose y su cuerpo no. Sus palabras quedaron almacenadas en un espacio de mi mente en el que sólo él podía acceder, en el que sólo mis recuerdos juntos permanecían vivos. Sus palabras me derrumbaron, pero me hicieron sentir el amor que sentía por mí.
"Gracias por permanecer junto a mí todo este tiempo, por mantenerte cerca mío. Gracias por nunca haberme abandonado, por siempre haber escuchado cada una de mis palabras. Perdóname por tener que dejarte sola en este mundo tan increíblemente inseguro, por abandonarte cuando siempre estuviste para mí. Siempre te cuidaré en cada lugar, estaré en la estrella que tanto brilla, en la que capte tu atención.
»No quiero que te derrumbes cuando muera, quiero que seas feliz y... libre. Quiero que visites cada lugar que no hayamos visitado, que sepas que estoy allí, quiero que tengas una muy buena vida. Eres mi todo, pero no puedo seguir junto a ti en el mundo físico, yo sólo seré la luz que te acompañará.
» Cásate, ten hijos, sonríe. Yo nunca te olvidaré, princesa, tú estarás siempre en mi mente. Te esperaré hasta que llegue tu día, y estaré con los brazos abiertos a tu alma porque sólo somos uno: un sólo corazón dividido.
» Te amo más que nada, y sólo necesito decirte gracias... gracias por haber sido parte de mi vida, amor..."
Ese día él me abandonó. Pero sé que pronto estaré junto a él.
Esa noche volví a leer cada uno de los poemas que le había escrito, mojando algunos con mis lágrimas. Debajo de todos los poemas, permanecía una carta que le quería entregar hace poco tiempo. Lo había escrito unos días después de que habíamos comenzado a ser pareja, y demostraba como las cosas eran fáciles en ese momento.
"Querido príncipe:
Muchas gracias por cuidar de mí, por ser parte de mi vida. Siempre pensaba que nunca conocería a nadie especial como tú, pero te encontré. Eres el príncipe, el dueño de mis sentimientos y de mi corazón, de mi vida y futuro. Sabes que siempre pienso en nuestro futuro, en el que vamos a leer estas cartas juntos en el atardecer, y vamos a ser felices. Eres la persona perfecta, alguien que nunca haría daño. Nadie ni nada nos alejará del otro, ¿lo sabes? Mi amor sería tan fuerte que no podría asegurar si pasaría un día sin ti. Aunque sé que nunca nos alejaremos, que seremos nosotros contra el mundo.
» Gracias por existir, por ser mi todo, estás siempre allí. Gracias por tener esa mirada tan comprensiva y tener las palabras correctas, por ser la persona que todos amamos. Por nunca abandonarme.
» No quiero que pienses que esto sólo quiero decirte, hay miles de palabras guardadas, imposibles de ser escritas sin tardarse la vida entera. Pero lo haría por ti, junto a tu cálido aliento a café y tus hermosos lentes de pasta, con los que siempre te los quito para probármelos frente al espejo. A tu risa melodiosa al ver mis gestos frente al espejo mientras estoy con los lentes puestos, a tus labios por ser los más hermosos y perfectos del mundo, por tu cálido cuerpo que se coloca detrás mío en los días malos, a tu brazo que rodea mi cintura para poder dormir, a tus palabras dulces, a tu sinceridad... A todo lo que se llama tú.
Te amo, príncipe, nunca lo olvides."
Las lágrimas cayeron, y una sensación dolorosa me recorrió el cuerpo. Tenía que darle esa carta, y decidí dársela con un globo.
Mis manos temblaban al enredar la carta con el globo, pero al ver como este ascendía al cielo, a donde una estrella muy brillante estaba, todo el nerviosismo acabó. Toda la inseguridad, dolor, tristeza, fueron sustituidas por esa estrella, la que estaba reservada para mí.
Me siento a un lado de tu lápida y comienzo a abrazarte. No sé si me escucharás en algún mundo desconocido, si estarás junto a mí, pero dónde sea que estés, te amo. Falta poco tiempo para vernos, y te aseguro que veremos los lugares que nos falta recorrer, volveremos a sonreír. Ya no estás aquí, mi príncipe azul, pero sé que te veré. Puedo imaginarlo, pero quiero verlo con mis propios ojos. Y estoy llorando por esto, aunque tú hayas dicho que no lo haga, aunque no quieres que sufra, lo hago. No quiero estar un segundo más sin verte, quiero irme con ti. Hoy nos veremos, ya tengo pensado cómo será.
Quiero ver la luz, quiero ver tu alma, quiero sentir tus brazos rodear mi espalda una vez más. El mundo es demasiado cruel, príncipe, y tú eras tan bueno para sobrevivir aquí. Sé que es mi hora, así que empaca tus maletas, guarda lo necesario y espérame, iré por ti en un par de minutos.
Cuando no sienta nada te veré, y veremos las estrellas en la playa. Ten tus lentes en la mano y haremos muecas divertidas en los espejos, escribamos cartas de amor, poesías, cuéntame cómo has estado. Quiero saber de ti, quiero ver tus ojos miel iluminarse.
El tumor cerebral se ha ido, ahora seremos libres juntos para siempre.
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