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Ú n i c o

Snowman — Sia.

❄️

Su majestad, ¿está segura de que quiere ir sola al bosque? Podría ser peligroso— preguntó la dama de compañía a la reina por quizá cuarta vez, en su voz se notaba la preocupación.—Además, afuera está helando... temo que se enferme, mi señora.

Min Daeshin cerró suavemente sus finos ojos y sonrió divertida con esa elegancia y calidez que le caracterizaba.—Y es por eso que me estás ayudando a abrigarme, Hyonie— le dijo a la menor, quien estaba empeñada en cubrir perfectamente su cuerpo con un bello abrigo.—No te preocupes por mi seguridad, será solo unos momentos, ¿sí?

La muchacha miró pensativa a la joven reina, debatiéndose internamente qué debía hacer. Habían sido meses difíciles para la mayor y ella, siendo su dama de compañía y más antigua amiga confiable, sabía que era a causa de que los reyes habían estado intentando por tercera vez el tener un hijo o hija; en realidad, tenía mucho tiempo viéndolos decaídos y con el corazón dolido ante la falta de un estado de embarazo, así que finalmente concluyó en que a Dae le haría bien tomar un pequeño paseo por el bosque, pues últimamente trataba firmemente de ser la misma mujer alegre de siempre, y aunque lograra convencer a todos de que así era, Suhyon sabía que otra era la verdad.

La dama de compañía finalmente suspiró resignada y asintió, haciendo que la reina sonriera en grande como una niña a la que le dieron su dulce favorito.—Pero si va a ir sola,— le interrumpió en su festejo y se metió la mano diestra en la unión de su falda, sacando de entre las telas una daga.—Quiero que lleve esto, por su seguridad.

Daeshin negó con una pequeña sonrisa y se acercó a la menor para que solo ella le escuchara.—No te preocupes, ya llevo la mía— le dijo risueña como si se tratase del más travieso secreto, y luego se levantó la falda de su elegante vestido para descubrir su pálida pantorrilla diestra, donde una daga incluso más grande que la de su amiga se encontraba amarrada a su extremidad con una funda de cuero fino.

Suhyon soltó una pequeña carcajada. Aún estando triste y decaída, la reina Min seguía siendo la reina Min.

—Excelente, su majestad.

Finalmente, la dama de compañía dejó ir a la mayor sin atascarla de preocupaciones, pues claro estaba que ella no podía negarle o imponerle nada. La de ojos finos se colocó su capa gruesa de color negro y las puertas se abrieron para dejarle salir a las escaleras de la entrada principal al palacio, donde, al bajar de estas, le esperaban dos guardias junto a su yegua negra, quienes de inmediato hicieron una reverencia hacia ella, una que respondió con un elegante asentimiento.

Mientras uno de los hombres de la guardia real del castillo cuidaba a la equino, el otro ayudó respetuosa y cuidadosamente a la reina a que se subiera en su potranca, recibiendo un agradecimiento a base de una amable sonrisa pequeña.

—Mi reina, hemos colocado una bengala en la montura de Bam. Si siente que está en el más mínimo de los peligros, no dude en usarla y la guardia real irá hacia usted— le informó el mismo guardia que la ayudó a montarse, mostrando también su preocupación de dejarla ir sola.

—Lo agradezco mucho— contestó la de tez pálida, manteniendo su sonrisa y sintiendo un dulce calorcito en su corazón.

Los reyes Min eran unos monarcas justos y cálidos para con su pueblo y servidumbre, así que no era sorpresa que fuesen amados y respetados por ellos.

Ya todo listo y bien ajustado, la mujer tomó las riendas y chasqueó la lengua para indicarle a Bam que avanzara, las puertas se le fueron abiertas y no tardó en salir por estas galopando.

—¿El rey Min dio visto bueno al paseo de la reina, y sin compañía?

—Nah, lo dudo... pero ya sabes cómo es ella.

Daeshin no tardó en llegar a la entrada del bosque, pues había tomado un atajo, así que hizo que la yegua bajara la velocidad.

Sin dudar se adentró entre los frondosos árboles teñidos por el blanco de la nieve, sintiendo su tristeza hacerse un poquín más pequeña ante la hermosa vista y la calma que esta le generaba.

Queriendo caminar en el blanco suelo, la reina se bajó de la potranca y la guió a su lado con las riendas, dando pasos lentos y calmados.

De pronto, entre los tonos blancos y cafés, su vista captó un tono carmín en el suelo, a unos metros de distancia. La curiosidad le hizo caminar un poco más rápido hacia aquel tono inusual y con sorpresa notó que se trataba de cinco campanillas de invierno rojas.

—Jamás había visto estas flores siendo rojas— murmuró una vez que se agachó para mirar de cerca.

La mujer se enderezó y se puso de pie, sabiendo que aquellas inusuales flores eran obra de la deidad del bosque, así que ya había llegado a su destino.

Se quitó el gorro de su capa, afirmó sus dedos en el agarre de las riendas, y soltó un tembloroso suspiro nervioso que se vio con vaho.—Mi querida deidad... mi nombre es Min Daeshin, no hay nada que pueda ofrecerte y vengo esperanzada hacia ti— comenzó a decir en voz alta la reina.—Verás... mi señor y yo tenemos dos años intentando ser padres, mas no hay resultados... y temo no ser digna de pedirte nada, pero pido con fé que puedas ayudarme.

La reina esperó a que algo sucediera, lo que sea, pero no hubo ni la más mínima respuesta, solo el silencio. Después de unos momentos en los que esperó impaciente, con el corazón y la ilusión en pedazos, se dio la media vuelta, dispuesta a montarse sobre su yegua para irse de ahí, sin saber que estaba siendo profundamente observada.

—Hace mucho que una reina no estaba frente a mí.

Al escuchar la suave voz masculina detrás suyo, rápidamente se giró y se topó con un muchachito sentado en posición de loto sobre la nieve, cubierto con una gruesa y espesa capa de color crema que parecía cubrirle bien de la temperatura, pues se veía como si no le molestara el frío del invierno, y de rubios cabellos arena; su gesto daba la impresión de que le estuviera sonriendo con sus ojos grises que oscilaban en el tono aceituna en tanto le hacía una suave venia.

Min, aún sorprendida, contestó la reverencia y mostró respeto.

—Muchos monarcas creen ser superiores a todos, incluso frente a las deidades, y los que han venido a mí lo han hecho con deseos avariciosos y egoístas— le contó Jimin con un tono quejumbroso y divertido, como el alma joven que era.

—Eso es erróneo— comenzó a decir Daeshin.—Ante muchas leyes monarcas sí existe la estratificación social, sin embargo, un rey sirve y es un igual a su pueblo, porque pisamos el mismo suelo y vivimos bajo el mismo cielo.

El rubio sonrió satisfecho ante la opinión de la joven mujer frente suyo, sabiendo que su corazón no era avaricioso ni egoísta.—Mencionaste que venías por mi ayuda para que tú y tu marido sean padres, ¿cierto?

La reina asintió.—Así es, mi señor.

La deidad frunció la nariz con disgusto y causó una risita en la de tez pálida. Vale, sí, tenía la edad de los bosques encima, pero que le dijeran señor le hacía sentir viejo, y lo era, pero su alma era la de un joven muchachito.

Sin decir otra palabra, Jimin tomó entre sus pequeñas manos un montoncito de nieve y lo acunó en sus brazos, comenzando a darle forma con sus deditos como si fuese la tarea más delicada del mundo.—Brazos, para que puedas abrazar— murmuraba en tanto le formaba unas pequeñas extremidades a los costados.—Piernas, para que puedas llevar y correr— e hizo unas en la parte inferior antes de subir sus dedos a la superior.—Y oídos, para que puedas escuchar los secretos.

La deidad del bosque deslizó su mano de arriba a bajo con lentitud a lo largo del montoncito moldeado de nieve, por donde esta pasaba se iban creando las más finas y cálidas telas jamás tejidas, acompañadas de una estela plata de su poder.

—Como toque final... la vida y el corazón que traerán alegría a tus padres, quienes te cuidarán y guiarán con amor— recitó como final y besó castamente el pequeño cuerpo escondido entre cálidas mantas, en la que sería su frente.

Jimin se puso de pie y entregó al nuevo ser a su madre, quien seguía presa de la sorpresa, estupefacta.

Daeshin sintió sus ojos llenarse de lágrimas, el bebé entre sus brazos de aspecto recién nacido era tan pequeño y frágil, un pequeño pedacito de cielo que curó su roto corazón y, estaba segura, que también curaría al de su esposo.—Min Yoongi... mi pequeño y precioso Yoongi— susurró con un nudo en la garganta y una gran sonrisa, acariciando su rechoncha mejilla pálida y sonrosada con las yemas de sus dedos, con tanta delicadeza y cuidado, como si tuviera el temor de romperlo.

Cuando la reina alzó la mirada, el rubio ya no se encontraba frente suyo, sin embargo, murmuró las gracias de corazón al solitario bosque, sabiendo que la deidad le escucharía.

Así como lo predijo Dae, el corazón del rey Min Guseok se llenó de felicidad cuando llegó al castillo y le presentó a su hijo, contándole todo lo sucedido en el bosque. El reino entero se regocijó en alegría ante la noticia de un primogénito nacido bajo la gracia de la deidad para sus amados monarcas.

Las estaciones siguieron su curso y el tiempo avanzó. De la misma forma en la que cada año las plantas florecían en primavera, el príncipe de Daegu creció sano en un ambiente de amor y enseñanzas.

Desde temprana edad, el nene mostró una belleza sin igual. Sus cabellos eran obscuros cual carbón, sus ojos profundos y brillantes como la noche, su piel pálida como la nieve, y delgados labios carmín como el rojo de aquellas flores inusuales del bosque en el día de su creación. Sus facciones y actitudes eran la mezcla perfecta de sus padres, a leguas se notaba de quién era hijo y cuál era su apellido.

Sin embargo, como cualquier niño que estaba por entrar a la pubertad, tuvo su etapa de rebeldía y desobediencia.

—¡Me tratan como un crío y como un adulto al mismo tiempo solo cuando les conviene, estoy harto!— había gritado a sus padres antes de azotar la puerta y salir corriendo.

Los reyes, molestos por la acalorada discusión, comenzaron a dispararle órdenes de obediencia, una tras otra. Órdenes que el menor ignoró hasta dejarlas de oír cuando llegó al establo, donde guió a su corcel fuera de este para montarse en él y darse a la escapada sin avisar a nadie.

Yoongi estaba muy molesto, encaprichado. Amaba a sus padres, jamás podría negarlo o decir lo contrario, pero odiaba que le dieran responsabilidades de mayores y limites de menores, quería que se decidieran finalmente cómo tratarlo, sentía que lo mantenían con un pie afuera y el otro adentro a manos atadas.

Su rumbo fue a dar hasta el bosque, la adrenalina seguía dentro de su cuerpo y apretujaba entre sus manos las riendas de su caballo, sin embargo, por no estar cabalgando con la cabeza fría, el equino se alteró y le hizo caer sobre su trasero.

El príncipe gruñó por el golpe e intentó levantarse nuevamente, debía calmar a su caballo Byeol cuanto antes o este podría salir huyendo, pero el intenso dolor no se lo permitió.

—No te preocupes, aquí te lo cuido yo.

Al escuchar la suave voz desconocida, el príncipe suspiró y se dejó caer de lleno en el suelo, confiando ciegamente en aquel muchacho para tomarse unos momentos de recuperación, había sido una fea caída y le dolía mucho.

Jimin, quien en ese momento mantenía su frente pegada a la del equino en tanto le acariciaba después de haberlo domado y tranquilizado, miró cortamente al niño y sonrió divertido.

—Tus padres no te darán nalgadas pero tu accidente ha sido mucho más que suficiente— se rio pero luego se comenzó a preocupar, viéndolo con el gesto apachurrado por el dolor y sonrojado por aguantarse las lágrimas.

—M-mis padres... jamás me h-han golpeado— le dijo entre dientes el menor, aún tratando de no exteriorizar su dolor.

El de labios pomposos le pidió al caballo que se quedara quieto y se acercó al pálido, poniéndose de rodillas junto a él.—Lo sé.

En la época, era usual el que los padres educaran a sus hijos a base de golpes de disciplina, algunos muy pocos no lo hacían, pero a Min le sorprendió que el desconocido lo supiera.

—¿Eres un adivino o algo así?

El de mejillas abultadas soltó una pequeña carcajada.—Nop, para nada cercano a esos seres.

El niño jadeó entrecortado cuando quiso mover el cuello y no pudo, lo intentó con sus piernas, sus brazos, e incluso con sus dedos, pero estos se mantenían inmóviles.

—N-no siento... mi c-cuerpo— estaba horrorizado, ¡pero si hace unos instantes le dolía el trasero! Ahora ya ni eso sentía.

—Oh, no te preocupes, soy yo— le dijo sonriente y le mostró su mano diestra para que viera la estela plata de sus poderes rondando entre sus deditos, sacando una expresión de sorpresa y entendimiento al de labios finos.—No te hiciste un daño físico grave, pero si no curo tu malestar vas a caminar raro por un largo tiempo— explicó y regresó su mano derecha al abdomen ajeno, mientras que la izquierda estaba a la altura de sus rodillas.—Ahora, solo mantente tranquilo y respira lento, estoy por acabar.

Gi volvió a confiar ciegamente en el muchacho y trató de calmarse.

—¿Un brujo?

—¿Perdón?

—Pregunto si eres un brujo— aclaró.

El rubio rio.—No, tampoco eso.

—¿Hechicero?

—No.

—Curandero.

—No.

—Fantasma.

—Tampoco.

—Dragón.

—¿Qué? No.

—Ángel.

—Tampoco.

—Demonio.

—No soy un demonio, ¿bien?— le dijo con diversión.—Sin embargo, tú, eres alguien muy infantil.

—¡Oye, ya soy mayor!— se quejó el príncipe con el entrecejo fruncido.

Jimin le miró con obvia desconfianza y negó.—Aún eres pequeño.

—Pero ya tengo diez años— remilgó caprichoso.

—No es cierto, tienes nueve, aún no llega tu cumpleaños.

—Pero faltan solo dos semanas...— balbuceó enfurruñado en tanto desviaba la mirada. Si no estuviera inmóvil, se habría cruzado de brazos también.

Jimin suspiró sonriente, su muñeco de nieve vuelto humano era un niño sano físicamente y en su alma. Con sus manos no detectó nada malo como alguna enfermedad o maldición de embrujo, así que todo estaba en orden.

—Mira, Yoongi, sé que estás en un trance a la pubertad y que ahora muchas cosas comienzan a confundirte y que eso fastidia, pero no te emberrinches con tus padres, ellos buscan hacer lo mejor para que aprendas a afrontar tus deberes futuros, pero también te protegen, ¿de acuerdo?

El menor dio un pequeño asentimiento, sintiéndose regañado, pero no molesto o indignado. No sabía qué clase de ser mágico era el rubio, pero entendía que de alguna forma sabía todo.

—Bien, he terminado— avisó y se puso de pie para después tomar por debajo de las axilas al príncipe de Daegu y ayudarle a levantarse del suelo.—Ya está por obscurecer— dijo la deidad tras darle una mirada al cielo.—Debes irte, tus padres están preocupados por ti— no supuso, aseguró.

Yoongi, pensando en que el de labios pomposos tenía razón, asintió y se montó en su corcel, haciéndolo girar sobre su eje en la dirección por la que había entrado al bosque.—Gracias por ayudarme, hyung— hizo una reverencia educada desde su puesto. Ya había mostrado una falta a su educación al tutearle, así que intentó compensar su descuido con eso, sintiendo sus mejillas un poco calientes por la vergüenza de mostrarse mal educado con el muchachito.

—No es nada— la deidad le sonrió con amabilidad y se acercó a la cabeza del caballo, juntando su frente con la del animal y dándole unas pequeñas caricias.—Byeol, anda con cuidado y mira bien por dónde van, ¿sí?— Jimin asintió satisfecho al oír la respuesta afirmativa en su mente y se separó del equino. Vio a ambos comenzar a alejarse y gritó:—¡Yoongi, feliz cumpleaños adelantado!

Cuando el niño de tez pálida giró su cabeza un poco para al menos verle por sobre su hombro, ya no había rastro alguno del rubio, a excepción de un pequeño grupo de campanillas de invierno rojas que no recordaba que estuvieran ahí.

Cuando Min llegó al palacio, se encontró con un desastre de guardias y sirvientes que estaban buscándolo. En cuanto sus padres le enfocaron cruzar las puertas, corrieron hacia él y lo abrazaron con fuerza una vez que se bajó de Byeol, completamente preocupados y asustados de su repentina ausencia, pues, extrañamente, nadie le había visto salir al bosque, ni siquiera los habitantes del pueblo.

La familia de tres integrantes dialogó entre sí y arreglaron la situación sobre el trato hacia el menor, y ambas partes se disculparon sinceramente.

Dos semanas después, en la mañana de su cumpleaños, Yoongi despertó por un sonido peculiar, era agudo.

Con pereza, el príncipe se talló los ojos cerrados con sus puños y se sentó sobre el mullido colchón de su cama, destapándose un poco de sus gruesas mantas en el proceso. Al abrir sus ojitos finos, se encontró con la imagen de un pequeño y tierno pajarito esponjoso que le miraba atento desde el extremo inferior del dosel.

Sorprendido, trató de no hacer ningún movimiento que pudiera alertar al ave y miró hacia su ventana, la cual estaba abierta. Él la había asegurado.

El animalito volvió a cantar y antes de darse cuenta ya lo tenía bien acomodadito entre sus manos por voluntad propia. Yoongi recordaba aquella vez que su madre le había hablado de tan linda ave, se veía como un pequeño algodón y se sentía tan suave como uno; se trataba de un Tit de cola larga, si no mal recordaba.

Rio cuando le vio y sintió removerse tiernamente entre sus palmas.—Eres muy bonito...— murmuró con una gran sonrisa de gomita, y como si el comentario hubiera hecho muy feliz al algodoncito, comenzó a revolotear alrededor de su cabeza, sacándole risitas cantarinas al príncipe.

Finalmente, se detuvo frente a su rostro y golpeó muy suavemente su diminuto pico contra la pálida y redondita nariz del niño, como si le diera un besito, causándole cosquillas. Después, la pequeña ave se marchó.

❄️

Al igual que las hojas desprendiéndose de los árboles en el otoño y brotando de nuevo en primavera, año tras año, el príncipe de Daegu se convirtió en un guapo muchacho de buen corazón que se preocupaba por su pueblo, aprendiendo de sus fallas y haciéndolo mejor en cada intento.

Se caracterizaba por su sinceridad, responsabilidad, amabilidad, y, por sobre todo, su capacidad de escuchar a otros. Era un confidente perfecto.

Cada año, desde su décimo cumpleaños, el día nueve de marzo, la pequeña ave Tit de cola larga le despertaba con su canto, se acomodaba entre sus manos, y le daba un piquito en la nariz antes de irse. Ya era una costumbre, así que dejaba su ventana abierta, aún cuando había descubierto que sin importar que la asegurara, el pajarito entraba de alguna forma desconocida. Le había tomado cariño, así que le nombró "Sup".

Por alguna extraña razón, algo dentro de sí le decía que Sup era enviada por aquel desconocido muchacho de su infancia, el que había topado en el bosque cuando discutió con sus padres y huyó del palacio.

Sabía que no era alguien "normal" porque le había demostrado tener habilidades que un humano común y corriente no poseían, más allá de lo mágico, pareció que supiese mucho sobre él, lo cual, debía admitir, hubo un tiempo en el que le dio bastante miedo, sin embargo, esto no duró mucho y, por muy extraño que sonara, no le causaba desconfianza, sino lo contrario.

Esa mañana, en su decimosexto cumpleaños, Sup le despertó, cantó para él, e hizo algo diferente a los años anteriores: posarse en su cabeza y después bajar al puente de su hombro y cuello, donde se acurrucó.

Después del acostumbrado golpecito del pequeño pico contra su nariz y el retiro del ave, Yoongi se quedó pensativo, mirando sus pies cubiertos por las mantas. Jamás le había mencionado a sus padres sobre el rubio del bosque, pues antes creía que a lo mejor todo había sido su imaginación, o que quizá le regañarían por haber estado tan expuesto a alguien como él, o tal vez simplemente no le creerían. Pero ahora, quería invitarle al baile que se celebraría ese día en nombre de su cumpleaños. La idea había entrado a su mente y difícilmente se la sacaría.

Rápidamente se alistó para ir al comedor a tomar el desayuno con sus padres, donde planeaba contarles todo para que le ayudaran a localizar al de mejillas abultadas, sin embargo, igual que cada año, los sirvientes del castillo junto a sus progenitores estaban formados en fila por el largo del pasillo y le recibieron con aplausos apenas abrió la puerta de su pieza.

—¡Feliz cumpleaños, príncipe Min!

El pálido mostró una sonrisa de rosadas encías y agradeció sincero, colocándose diestra sobre la zona de su corazón y flexionando zurda tras su espalda para dar una reverencia de noventa grados.

Después de las felicitaciones y buenos deseos de los trabajadores, la gente se dispersó a sus actividades correspondientes. Reyes y príncipe finalmente se encaminaron al comedor, donde el desayuno estaba terminando de ser servido.

—Padres, ¿puedo contarles algo?— preguntó el joven después de que los tres hubieron ingerido casi al menos la mitad del platillo.

Los monarcas de inmediato pausaron su ingesta y le prestaron atención.—Claro, hijo, ¿qué sucede?— habló el rey Guseok.

Yoongi jugueteó con el brazalete de sello familiar de los Min que tenía en diestra en tanto acomodaba mentalmente sus siguientes palabras.—¿Recuerdan cuando tenía nueve años, discutimos y me escapé del castillo por unas horas?

—¿Que si lo recordamos? Tu padre se puso más pálido que un fantasma por el susto mientras te buscábamos— contestó Daeshin risueña.

El rey Min bufó "indignado" por la actitud de su esposa.—Tú porque usas rubor, pero estabas igual o peor— le incriminó.

Yoongi soltó una risita, totalmente acostumbrado a las divertidas e inofensivas discusiones entre sus padres.

—Bien, sí lo recuerdan— se contestó a sí mismo.—Eh... ese día en el bosque pasaron cosas que no les conté...— se quedó pensativo unos instantes mientras los reyes le oían en silencio, la mujer presentía algo.—tuve un accidente, Byeol se alteró y me hizo caer, fue un golpe muy feo y levantarme me causaba mucho dolor, yo quería ponerme de pie y calmar al caballo para que no huyera, pero un muchacho apareció de la nada y lo tranquilizó por mí. Yo... recuerdo que él podía hablar con Byeol, y cuando se acercó a mí, de alguna forma extraña curó mi malestar— volvió a sumergirse en sus recuerdos.—había... había algo similar a humo brotando de sus manos— decía entre dientes con la mirada perdida en la comida de su plato a medio acabar, moviendo su propia diestra igual a como recordaba que aquel lo había hecho.—pero era suave, no olía a humo, era de color plata y... él controlaba su movimiento— terminó de describir y alzó la mirada, sus padres tenían gestos neutros que no podía descifrar, pero se decidió a terminar.—Él sabía mucho sobre mí... mi edad, mi cumpleaños, mi nombre y el de Byeol, la razón del por qué estaba en el bosque y la de nuestra discusión... todo fue tan extraño, en su momento no sentí miedo, unos meses después sí, pero no duró mucho. Y me preguntaba si...

—Hablaste con la deidad del bosque— le interrumpió Daeshin, dando por hecho que su hijo les preguntaría la identidad del muchacho del bosque.

Mientras Yoongi estaba sorprendido, los reyes perecían hablarse telepáticamente, compartiendo su misma inquietud.

La deidad no le había contado nada al de tez pálida sobre su origen, no sabían si había sido por consideración o simplemente porque no quiso, pero el que su hijo les contara todo lo que sucedió años atrás lo sentían como una señal de impulso a que se lo contaran ya.

El rey suspiró con nerviosismo.—Hijo, debemos decirte algo...

❄️

¿Cómo se sentía Yoongi? No tenía ni la más mínima idea, o tal vez eran muchas la respuesta. Principalmente, estaba consternado, atónito y pasmado.

Por ser el día en el que se daría el baile en su nombre por su cumpleaños, trató de aparentar que nada sucedía para no preocupar a su pueblo y a los demás invitados, pero Suhyon detectó que algo tenso sucedía entre sus majestades y el príncipe. Durante toda la celebración, los demás estaban disfrutando, mientras que ellos esperaban a que la fiesta terminara para tener sus mentes en paz y prepararse para quizá hablarlo mañana.

Apenas el último invitado externo se retiró a la habitación que le habían asignado y el último habitante del pueblo se marchó a su hogar, Yoongi dio las gracias a todos los sirvientes y le pidió de favor a un guardia que le preparara su corcel para salir.

Más rápido que lo imaginado, ya estaba dentro del bosque, mirando de nuevo todo lo que hacía años no veía, pues desde aquel entonces no había vuelto a poner un pie ahí.

Era de madrugada ya, la luna se mostraba brillante y redonda en el cielo, alumbrando su camino junto a la lamparilla de gas que le acompañaba. Una vez que creyó estar en el mismo lugar de seis años atrás, hizo que Byeol se detuviera y se bajó de él, causando un pequeño ruido cuando las suelas de sus botas impactaron contra el suelo.

Sujetando las riendas, tomó aire y habló fuerte al aire.—¿Hola...? quiero hablar contigo— no hubo otra respuesta que no fuera el silencio, el viento sopló fuerte y apagó el brillo de su lámpara. Suspiró y lo volvió a intentar.—¡Deidad del bosque, soy Min Yoongi y necesito hablar contigo!

Otra vez el silencio le respondió y, cuando estaba por irse, una gran cantidad de luciérnagas salieron de su escondite y le llamaron la atención, siguió con la mirada el camino que muchas tomaban y se topó con el rubio frente suyo, a unos cuantos metros de distancia, siendo rodeado por miles de los brillantes bichitos, viéndole atento con sus manos unidas tras su espalda, su gesto se mostraba sonriente con suavidad.

—Dime, aquí estoy— Min se acercó a él entre las luciérnagas con su caballo siguiéndole por detrás.—Byeol, puedes echarte y descansar— le habló al equino y este comenzó a doblar sus extremidades de a poco hasta estar recostado en el suelo, el príncipe intentó no sorprenderse ante aquello.—Yoongi, siéntate a mi lado— le indicó antes de él mismo sentarse en el piso pastoso del bosque.

El de labios finos obedeció el pedido y se sentó a su lado, ambos en posición de loto.—Ya sabes por qué estoy aquí, ¿no?— la deidad asintió y él chasqueó la lengua, no sabiendo si sentirse molesto, confundido o consternado.—Ahora entiendo por qué me apodan "el príncipe bendecido"...

—Tus padres no podían engendrar, Yoongi, lo intentaron por dos años y entraban en depresión con cada intento fallido. Ellos querían tanto un hijo, que tu madre recurrió a mí en busca de ayuda divina— comenzó a explicar.—A diferencia de lo que los demás piensan, tú no naciste, yo no bendije a tu madre para que quedara embarazada... tú existes bajo la gracia de mis manos, yo te creé.

Muchas emociones azotaron al de tez pálida al mismo tiempo, se hizo pequeño en su lugar y un nudo se instaló en su garganta y boca de estómago.—E-entonces... ¿quién soy?

Jimin frunció el ceño en confusión ante la pregunta, luego reaccionó y supo qué estaba rondando por su mente.—El príncipe de Daegu, Yoongi.

—Pero... ellos, m-mis padres, no son...

—Tus ojos y tus labios son iguales a los de tu madre, ¿o me equivoco?— le habló con una pequeña sonrisa comprensiva.

Yoongi se limpió la pequeñas lágrimas traicioneras que en algún segundo se le escaparon y negó.—No te equivocas.

—Y tu nariz, junto a tus facciones masculinas, son idénticas a las de tu padre, ¿no es así?— recibió un asentimiento.—Te moldeé a base de un montoncito de nieve. Te hice brazos, piernas y oídos, y te cobijé con la telas más cálidas jamás tejidas... pero el proceso de tu creación culminó cuando te entregué a tu mamá— dijo.—en cuanto ella te cargó entre sus brazos, te convertiste en un bebé humano recién nacido y la sangre de los Min corrió por tus venas— Yoongi comenzó a sollozar suavemente, aliviado.

Eso era todo. No estaba molesto por apenas descubrir su origen, tampoco estaba enojado con sus padres ni mucho menos con el rubio, solo era miedo... miedo de no ser lo que él siempre creyó, de ser en realidad algo espantoso. Muchos escenarios extremistas pasaron por su mente apenas la verdad se le fue dicha, donde en lugar de ser aquello que sus padres tanto añoraban, resultaba ser su maldición. Había cobrado el temor de en verdad no contar con el valor digno de ser primogénito de ellos.

Jimin invitó al pelinegro con brazos abiertos a que se abrazara a él, quien de inmediato le tomó el ofrecimiento y descargó sus lágrimas de alivio sobre su hombro.—Ya, ya, ya...— le arrullaba con caricias sosas en su espalda. Hizo que se separara un poco de su hombro y le limpió las lágrimas con sus pequeños pulgares.—Príncipe, ¿estás consciente de que eres ese pedacito de felicidad que tus padres tanto añoraban?— y volvió a soltar más lágrimas, aferrándose a su hombro, haciéndole soltar una pequeña risita al de labios pomposos.

❄️

Después de aquella madrugada en la que Yoongi aclaró sus inseguridades con la deidad, el de ojos finos iba seguido a visitarle al bosque, cada que tenía tiempo libre tras haber terminado sus tareas y lecciones. Sus padres sabían al respecto y le daban visto bueno a que se relacionara con él, por lo que no había ningún problema.

Con el paso del tiempo y la constancia de las visitas, la confianza entre ambos incrementó y un dulce cariño nació, así que, para su decimoséptimo cumpleaños, Min quiso invitar a Jimin al palacio. Había estado muy emocionado por decírselo, pero su ilusión se rompió velozmente cuando la sonrisa del rubio decayó con lentitud.

—Lo siento mucho, Yoongi... pero... no puedo ir— le dijo con una mirada triste, esa que solo le había mostrado un par de veces.

El pálido le vio con ojitos de desilusión verdadera, haciéndole sentir una punzada en el corazón. Al ser su creación, Jimin podía conocer y sentir casi todo respecto a Gi, como con las plantas, animales, e incluso rocas de los bosques; él sabía lo entusiasmado que le había tenido la idea de invitarle a su castillo el día de su cumpleaños.

—¿Por qué no, Jiminnie?

El rubio suspiró pesado y le tendió unas cuantas moras, pidiéndole con ese gesto que le pusiera atención y escuchara.—A diferencia de las demás deidades, yo no existí del agua, ni de las nubes o de las flores, ni nada por el estilo... yo fui humano, nací como uno— comenzó a explicarle, sonriendo con cariño ante el gesto de sorpresa en el contrario.—Tuve una madre y un padre, también una hermana menor... ella era preciosa— dijo con deje de nostalgia.—Vivíamos tranquilamente a las afueras de este bosque, cuando esta tierra no estaba poblada ni nombrada como Daegu, fue hace muchísimo tiempo— hablaba en tanto en su mente recordaba aquellos días.—Un día llegó un grupo de bandidos, quisieron llevarse a mi mamá y hermana. Tratamos inútilmente de defendernos, pero mis padres fueron asesinados, así que solo quedaba yo por proteger a mi hermana— Yoongi notó el ligero temblor en la voz de la deidad y se apegó más a él, queriendo reconfortarlo.—Mientras me golpeaban, hablaban sobre los planes que tendrían para ella, sobre si sería mejor prostituirla o venderla al mejor postor... ella tenía doce años y jamás había sido tocada, así que aseguraban pagarían mucho por tenerla— la rabia invadió su alma.—Logré distraerles para que ella escapara lejos... querían usar mi cuerpo, pero me resistí. Yo amaba bailar, así que hice eso para ellos, sin descanso... cuando mis piernas fallaban, me golpeaban para que continuara, hasta que mi cuerpo se desplomó y no me puse de pie de nuevo. Fui un bufón para ellos hasta mi final.

El ambiente se tensó horriblemente, el pálido jamás había imaginado que la historia de Jimin fuese así, y le encantaría poder cambiarlo, poder eliminar el dolor que vivió por mucho tiempo hasta morir. Sentía la impotencia de no poder hacer nada al respecto para afectar algo que simplemente no se podía afectar, algo que el tiempo se había llevado en silencio.

—¿Y... tu hermana?— preguntó titubeante.

—Ella estuvo a salvo— contestó el rubio.—Hace mucho tiempo le pregunté a la deidad del viento qué había sido de ella... me dijo que logró escapar hasta una pequeña aldea, fue acogida por el terrateniente como su hija y tuvo una vida tranquila, le enseñaron a cosechar y a cuidar el ganado, le dieron paz y protección. Murió por causas naturales, solo tuvo un hijo— le contó.—Por mi sacrifico, al dejar la vida, el bosque me escogió como su deidad, sin embargo, no puedo salir de aquí hasta que alguien más cometa una acción de sacrificio por mí... aunque como deidad tenga la edad de todos los bosques, mi alma es la de un humano de dieciocho años, porque son los que tenía cuando morí.

—¿Q-qué clase de sacrificio sería?

Jimin se encogió de hombros con un mini puchero.—En realidad, no lo sé... muchos animalitos y plantas de este bosque se han ofrecido por mí, pero jamás lo desciframos— volteó a mirarle y se enterneció por el semblante decaído del príncipe al no saber cómo ayudarlo.—¡Hey, no te deprimas! Ya que no sabemos cómo romper las cadenas, me tendrás aquí por un laaargo rato, siempre disponible para ti cuando quieras— y le dio un pequeño empujoncito travieso, tratando de animarlo y consiguiéndolo cuando le hizo reír.

❄️

Ya que Jimin no podía ir al palacio, Yoongi llevaba el palacio a él. En sus visitas, llevaba varias cosas para pasarla bien juntos, como libros, materiales de escritura y lectura, comida elaborada, postres, etc.

La deidad había estado encantada ante la presencia de un humano -no tan humano- en su monótona existencia, un amigo que le contaba cómo se habían vuelto las cosas en las afueras del bosque, en el pueblo e incluso en otras tierras cercanas o lejanas. Disfrutaba de oírle relatar sus aprendizajes como el futuro rey de Daegu, o también de consolarle y animarle cuando le exponía sus preocupaciones e inseguridades respecto a esa gran labor que en el futuro asumiría, asegurándole que sería un excelente monarca y recordándole que su gente le amaba por lo dedicado, responsable y justo que era con ellos.

Ninguno de los dos había estado consciente de la conexión que habían forjado hasta que Yoongi besó su mejilla a manera de despedida en una de sus tantas visitas, cuando sus edades se igualaron.

Ambos decidieron tomarlo con calma y simplemente dejarse llevar por lo que un día descubrieron sentir por el otro, solo disfrutarlo y después ver en qué se convertía.

Todo siguió prácticamente igual que siempre, solo que sus sentimientos ya estaban de por medio, y todo estaba tranquilo. Sin embargo, un día, Yoongi dejó de visitarle repentinamente. Sintiendo que su querido no estaba nada bien y preso en la incertidumbre, nunca antes Jimin había detestado tanto el no poder salir del bosque.

Pero finalmente supo qué es lo que había estado sucediendo cuando, en un triste y fatídico día de invierno, los tambores de luto resonaron desde el reino, anunciando la muerte de la reina Min Daeshin.

El pálido no fue a visitarle en mucho tiempo después de eso y Jimin lo entendió perfectamente, sabiendo que la etapa de duelo era difícil, así que de vez en cuando le enviaba búhos nivales hasta su ventana, para hacerle saber que él siempre estaría a su lado para brindarle todo su cariño y apoyo.

Fue el veintiocho de diciembre cuando el pelinegro le visitó de nuevo, quiso mostrarse fuerte y sonriente ante su amado, pero en cuanto Jimin le acarició la mejilla con delicadeza y le miró con esos ojitos llenos de comprensión y amor, rompió a llorar como un pequeño desconsolado.

El rubio le abrazó y brindó soporte para que él fuera libre de sentirse vulnerable cuanto quisiera, ahí, hechos un ovillo en el refugio hecho a base de árboles para las frías épocas.—Tu madre te amó muchísimo, mi cielo. Le brindaste felicidad y orgullo... ten eso seguro— dijo cuando le hizo separarse un poco de él después de un largo rato, el príncipe ya había dejado de llorar y algunos pequeños sollozos se escapaban entre sus labios. Le limpió el rastro de agua salada con sus pequeños pulgares y besó su sonrosada nariz, luego el -ahora- más alto se encargó de juntar sus frentes y acercar sus cuerpo tanto como se pudiera, aferrándose a la calma que el de mejillas abultadas le brindaba.

❄️

Jimin siempre estuvo ahí para Yoongi, le ayudó a expresar su dolor ante la muerte de su madre e hizo de todo para consolar y sanar su corazón.

El año pasado, el príncipe le había contado sobre la llegada de una forastera que fue recibida con hospitalidad en el castillo. No había tenido relevancia en su momento, pero ahora, extrañamente había logrado tener un máximo acercamiento con el rey Min.

Aunque hubo un tiempo en el que Yoongi veía con recelo a aquella mujer llamada Sunji, decidió no entrometerse. Sabía que su padre había amado demasiado a su madre y podía ser que nunca superaría su muerte, e incluso este había jurado jamás poder amar a otra persona que no fuera su amada Daeshin, y mucho menos reemplazarla; fue por ello que supo que algo andaba mal cuando, de un día para otro, se encontró a la forastera besando al rey, y este último correspondiéndole.

El tiempo pasó veloz y con el paso de los meses Sunji se dio la autoridad de hacer los cambios que quiso, el rey Guseok nunca se le impuso con límites, como si fuera su perro fiel que solo acata sus órdenes. Yoongi hizo de todo con tal de evitar que su pueblo se viese afectado por aquella e intentó hacer reaccionar a su padre, pero esto último no lo logró.

Entrada la primera semana de diciembre, cuando Suhyon -la dama de compañía de Dae- falleció repentinamente, Yoon decidió pedirle ayuda a su amado para descubrir finalmente qué rayos estaba pasando. No sabía exactamente cómo le ayudaría, pero sabía que juntos encontrarían la solución.

Jimin, por su parte, se encontraba acomodando la flores y frutos del bosque encima de una pequeña mesa en el interior del refugio de invierno como últimos detalles para su cita con el pelinegro cuando este llegó.

—Mi cielo, tardaste un poco más de lo usual— señaló con una pequeña sonrisa, pero no quejándose o reclamándole, luego frunció el ceño en confusión cuando le vio montando un equino diferente.—... y sin Byeol.

—Oh, lo dejé en el palacio y mejor traje a esta linda de aquí— contestó una vez que se bajó de la yegua, acariciando sosamente la crin del animal.

Era Bam, la potranca de la difunta reina Min.

—Ya veo— habló y se acercó al pálido, quien de inmediato le abrazó posesivamente por la cintura, tomando sus manos para que le rodeara el cuello.—¿Qué has hecho hoy?

—Umh... nada especial, realmente— contestó con desinterés el de ojos finos, Jimin asintió y él comenzó a dejar besos en su mejilla izquierda.—Te extrañé demasiado— susurró contra su piel el más alto y descendió su boca hacia el cuello de la deidad.

El rubio quiso apartarse, no lo logró en el primer intento pero sí en el segundo, miró directamente a los ojos obscuros del contrario y acercó tentativamente sus labios pomposos a los ajenos.—Eres casi perfecto...— le murmuró con voz muy suave en tanto con su diestra acariciaba su mandíbula.—Casi— repitió y rápidamente con su misma mano derecha hizo girar la cabeza del más alto con brusquedad, manteniéndole inmóvil con su poder.—Te informo que yo lo moldeé, yo hice sus oídos... y aunque eres casi idéntico, te falta el lunar que él tiene en el interior de su oreja izquierda— y, sin más, le rompió el cuello.

Yoongi siempre daba una explicación a su tardanza, incluso cuando él no mencionaba nada al respecto.

Yoongi aún era muy sensible ante el tema de la muerte de su madre, definitivamente él no tomaría a Bam solamente porque sí, no aún.

Yoongi siempre le contaba su día, incluso lo más mínimo, porque sabía que eso le gustaba.

Yoongi se hubiera apartado ante la más pequeña señal de incomodidad.

Había sido fácil saber que ese no era Yoongi, y lo confirmó cuando no estaba ese pequeño y tierno lunar que él mismo le había puesto en el interior de su oído. Era un impostor, el mismo que cayó inerte al suelo y se desvaneció en el aire como si de simple polvo se tratase.

Sabiendo que algo malo estaba sucediendo, e incluso sintiéndolo, se deshizo en una estela plata y recorrió el bosque a una velocidad sorprendente, llegando hasta la entrada de este, donde ya no podía avanzar más.

Justo ahí, quizá a cinco metros de distancia, una mujer tenía a Yoongi de rodillas frente a ella, sobre la fría nieve, manteniéndolo inmóvil con hilos rojos de conjuro alrededor de su cuello, hiriéndolo hasta causar que pequeños y delgados caminos de sangre mancharan su pálida piel mientras intentaba respirar correctamente sin lastimarse más.

—Bruja, suéltalo— le advirtió el rubio.

La mujer negó.—El príncipe bendecido,— haló de los hilos y Yoongi jadeó con dolor.—ha estado entrometiéndose en mis asuntos... no puedo permitir que eso siga pasando— se excusó con un tono de voz inocente.

—Así que tú debes ser la famosa Sunji... y resultaste ser una bruja que quiere hacerse del reino de Daegu— decía Jimin en tanto buscaba la forma de que la misma nieve congelara el cuerpo de la contraria, pero al parecer no podría hacer mucho si ella se estaba protegiendo a sí misma con su magia.

—Exacto, tú y yo no somos tan diferentes— habló sonriente la castaña.—Veo que estás intentado congelarme para eliminar mi magia, ¿qué te parecería que yo te congelara a ti mejor? Después de todo, ahora tú también te estás entrometiendo en lo mío— rápidamente tomó los hilos con una sola mano y con diestra apuntó hacia el rubio.

Jimin había estado completamente preparado para disipar el ataque al colocar de intermedio una de las grandes rocas que había ahí cerca, pero Gi se levantó del suelo como pudo y se atravesó, haciendo que el disparo de magia negra impactara contra su espalda, importándole poco que los hilos atravesaran su piel profundamente.

El de mejillas abultadas intentó correr hacia él, pero su estela plata pareció fungir como cadenas en sus manos y cayó de rodillas, sin poder salir del bosque, sintiendo sus muñecas arder ante el impedimento. Ahí, sin poder hacer nada al respecto, vio con sus propios ojos a su amado perder toda la magia que existía dentro de él y convertirse en una detallada estatua blanca, un hombre de nieve.

Ante aquello haber ocurrido frente suyo, Jimin quedó pasmado de rodillas en el frío suelo, su respiración se detuvo y sus orbes se cristalizaron hasta derramar gruesas lágrimas sin límite alguno, ni siquiera pudiendo dejar caer su cabeza con derrota mientras su corazón se rompía en mil y un pedazos. Su garganta se había cerrado y se sintió aturdido.

De pronto, la risa de la castaña resonó en el lugar y poco a poco la escuchó más cerca, ella se estaba acercando.—Oye niño, yo no planeaba congelarlo, pero el idiota se metió en medio... aunque de igual forma iba a matarlo, solo que de una forma más... sencilla, quizá una muerte por enfermedad como la de su madre, o tal vez la rápida pero dolorosa putrefacción de su alma como con la dama de compañía— dijo entre risas.—A ver, dime qué clase de brujo eres, quizá considere que sirvas a mí como la nueva dirigente de Daegu, ahora que ya no hay quién se entrometa.

Entonces, la estela plata alrededor de las muñecas del rubio dejó de arder y se desvaneció. Las cadenas se rompieron.

Jimin alzó su filosa mirada a Sunji, sus ojos brillaban en fuego plata, encolerizado, lleno de rabia, de impotencia y frustración.—Te equivocas... tú y yo somos muy, muy diferentes— antes de que ella pudiera si quiera reaccionar, la alzó por los aires y la aventó con brutalidad al interior del bosque, metiéndola al tablero de su juego.

La mujer intentó usar su magia, y descubrió frustrada y confundida que no podía usarla estando entre los árboles, como si otra energía mucho más poderosa pisoteara la suya.

—No soy un adivino— comenzó a decir el chico en tanto se acercaba a ella, acechándola, como un depredador a su presa.—Mucho menos un brujo, tampoco un hechicero... no soy un curandero, un fantasma, o un dragón... ni un ángel, tampoco un demonio...— cuando Sunji intentó escapar, con la estela de su poder cubriendo sus manos, hizo que las raíces brotaran de la tierra y se enredaran en su cuerpo, atrapándola y dejándola inmóvil, apretando su cuello y tensando hasta obligarla a ponerse de pie y verle directamente a los ojos.—Soy tu maldita deidad.

Con horror, la bruja descubrió la gran equivocación que había cometido e imploró perdón entre lágrimas de desesperación y dolor.

Sunji asesinó a Daeshin, embrujó al rey Guseok, destruyó el alma de Suhyon hasta causar su final, y mató a su amado Yoongi. Sin dudar. Entonces, ¿por qué él debía hacerlo al acabar con ella? No había razón. No merecía perdón, y la castigó.

Con zurda manteniéndola atrapada, su diestra jaló varias de las grandes rocas que estaban en la entrada del bosque y con ellas la aplastó sin cuidado ni consideración alguna, sin probabilidad de arrepentimiento, sin pizca de duda.

❄️

Los días se convirtieron en semanas y el veinticinco de diciembre llegó.

Tras el sacrificio de Yoongi, las cadenas de Jimin se rompieron, así que finalmente podía salir del bosque. Sin embargo, ¿de qué servía si el pelinegro seguía siendo una blanca estatua?

La deidad intentó de todo por revertir el conjuro de la bruja, pero no pudo hacer nada. Cuando quiso examinar su interior como lo había hecho años atrás el día en que se conocieron, su corazón estaba frío, congelado. Yoongi existía bajo su gracia, pero lo había moldeado para que su proceso de creación finalizara en cuanto su madre lo tocara, esa era la última salida, y Daeshin estaba muerta.

Jimin solo se había apartado de Min para informar al rey todo lo que había estado sucediendo y darle sus condolencias; a excepción de esa única vez, se la pasaba pegado a la escultura en la que el cuerpo de su amado se había convertido. No se separaría de él, así tuviera que congelarse a su lado por toda la eternidad.

En esos momentos, se encontraba llorando en tanto acariciaba delicadamente el rostro blanco del contrario, queriendo regresar el tiempo para evitar que todo eso sucediera. Incluso se lo había pedido a la deidad de esta virtud, pero la respuesta no fue la que esperó, sino una negación muy bien justificada.

—Lo l-lamento t-tanto, mi c-cielo— sollozó, sintiendo su pecho doler y el frío del invierno calar en su cuerpo. O quizá era otro tipo de frío, el de su corazón roto congelándose junto al de su amado.

Cerrando los ojos para intentar calmarse y respirar un poco, recordó que la razón del mote cariñoso que le había colocado era porque, estando encadenado al bosque, lo único variable que veía desde que inició su camino como deidad, era el cielo.

Suavemente rozó sus labios contra los fríos contrarios de nieve, y con extrema delicadeza los juntó, queriéndole demostrar ese amor que siempre le demostró con acciones pero nunca con palabras, dándole un beso de amor verdadero y sincero, honesto.

No quería aceptar que ya no escucharía a Yoongi contándole su día, que ya no leerían juntos, que ya no comerían frutos del bosque en compañía del otro, que ya no se regalarían besos tímidos con las luciérnagas siendo espectadoras de su cariño, que ya no se abrazarían, que ya no se echarían a dormir acurrucados en el suelo pastoso del bosque. Simplemente, que él ya no estaría a su lado.

Y cuando estuvo a punto de desplomarse de tristeza y causar sin querer la muerte en los bosques, sintió unos cálidos brazos rodearle.

—Es la primera vez que te veo así, Jiminnie...— escuchó la grave y suave voz del pelinegro, alzó la mirada y se encontró con esos ojos finos que tanto adoraba.

Incrédulo, apretó en puños las ropas del pálido y sintió su corazón, temiendo que se tratara de una cruel ilusión que estuviese engañándolo. No sabía qué estaba sucediendo o cómo, pero lo agradecía infinitamente al cielo.—M-mi príncipe, mi muñequito de nieve...

Yoongi limpió las mejillas del más bajo con suaves caricias de sus pulgares y le sonrió dulcemente.—Por favor no llores, no más lágrimas... es navidad, bebé.

Y sin poder evitarlo, el más bajo se aferró a él en un fuerte y tembloroso abrazo que se le fue correspondido de inmediato, uno que reparó sus corazones.—Te amo, mi cielo.

—Y yo a ti, mi preciosa deidad.

Y para el cumpleaños veinte de su amado príncipe, Jimin sí pudo ir al palacio.

[Aquí debería haber un GIF o video. Actualiza la aplicación ahora para visualizarlo.]

Holaa, ¿cómo están?

Ahre es el segundo oneshot que subo y sigo sin actualizar mis otros fics 🤡

Ahorita es muuuy tarde, he estado algo ocupada pero quería publicar esto ya, así que le revisaré si hay errores ortográficos y de coherencia mañana o cuando tenga tiempo xd

En fin, espero les haya gustado tanto como a mí me emocionaba empezar a escribirlo, espero que siempre estén con bien💕 y si ven un error, no duden en decirme uwu

¡Cuídense muchoo!

Adem❄️

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