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「9」𝔳𝔞𝔩

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CAPÍTULO NUEVE
val
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Rhaenyra casi no recordaba a la persona que solía ser Alicent.

Aquella muchacha dulce y de ojos benévolos.

Ese recuerdo había quedado manchado pues hacía mucho que la princesa había sustituido su rostro por el de Valerius en sus recuerdos. Esas memorias quedaron aplastadas bajo el fuego de su resentimiento. Las sombras de su pasado la seguían acechando algunas noches en forma de pesadillas, pero no fue hasta el año en que se anunció que su hermano y ella por fin consumarían su matrimonio que las sombras se convirtieron en algo latente.

Con cuidado, Rhaenyra se sentó junto a Valerius y observó cómo los Verdes y los Negros hablaban entre ellos. La tensión podía cortarse con un cuchillo y Rhaenyra sentía que el aire pesaba a su alrededor. Miró al gemelo de Valerius, ya que notablemente Aemond no había acudido a la celebración.

( Un ojo perdido y demasiadas palabras traicioneras habían quedado sin saldar )

El príncipe de ojos violáceos estaba más taciturno y retraído que de costumbre. Al fin y al cabo, su propia boda fue una indeseada y había sido forzado a consumar con Helaena de inmediato (no tuvo el mismo privilegio que su hermano oscuro). Su sonrisa era tensa y forzada cada vez que alguien se le acercaba, pero Rhaenyra no sintió ninguna simpatía hacia él y centró su atención en la reina.

La mujer Hightower estaba sentada con orgullo junto a su padre, parecía más de la realeza que el propio rey, con el pelo rizado peinado a la perfección, los labios pintados de un delicado rojo y los ojos marrones como los de una víbora, lista para atacar en el momento oportuno.

Era difícil creer lo diferente que había resultado todo en su vida. Atrás habían quedado los deseos de comer pastel y jugar con Alicent en los jardines. Su lugar, irónicamente, estaba con el fruto de aquella muchacha (el reemplazo). Todo estaba en paz (eso creía) y por fin podría ascender al Trono como era debido. No quería ni pensar en lo que pudo haber sido con Daemon.

Oh, Daemon.

Miró entre la multitud y lo encontró mirándola. El corazón le dio un vuelco en el pecho, aunque sabía que no debía. Pero, ¿cómo no iba a hacerlo? Parecía que sólo latía por él, desde hacía mucho tiempo.

Rhaenyra apartó la mirada, con las mejillas sonrojadas y la vergüenza revoloteando en su vientre. Ahora era una mujer casada, de la que se esperaba que cumpliera con su deber. Pero el miedo también revoloteaba allí. Porque si bien Daemon seguía siendo su aliado más poderoso, no dudaba que deseara la muerte de Valerius con peligroso ímpetu.

Rhaenyra miró al ahora hombre de cabellos oscuros que estaba a su lado. Se preguntaba si él también la deshonraría (como Laenor) o si la abandonaría en algún punto (como Daemon), si la veía como una cría por la que podría actuar según sus impulsos naturales.

—¿Te gustaría bailar, sobrina?

Parpadeó y se dio cuenta de que su tío le hablaba a ella. —¿Perdón?

—¿Te gustaría bailar? —repitió.

Ella le miró con los ojos muy abiertos. Parecía sincero, pero cómo iba a saberlo ella. Ya la había abandonado a su suerte muchas veces (su caída de la gracia fue por él). Bajó la mirada y vio que él le ofrecía la mano. Vacilante, la tomó.

—Si os place.

Sus labios se movieron hacia abajo durante un segundo, pero su expresión volvió a ser neutra y la ayudó a levantarse de su asiento y la guió hacia el centro de la sala. La música cambió ligeramente al notar que la pareja de Targaryens se había levantado para bailar. Daemon la estrechó entre sus brazos, con una mano en la suya y otra en su espalda. Rhaenyra se puso un poco rígida al sentirlo. Estaban tan cerca, casi demasiado cerca para ser correcto, pero él era su tío y un Targaryen. Nadie diría nada en su contra. Sin embargo, Rhaenyra pudo ver cómo algunos de los Verdes se tensaban, viendo cómo la princesa del lado contrario se dejaba arrastrar por la música como si llevara una cadena alrededor de la garganta.

—Todavía podríamos irnos juntos.

—¿Qué? —Rhaenyra miró a su tío, parpadeando confundida.

—Te fallé en tu boda con Laenor, no pienso cometer el mismo error ahora —respondió él.

Ella parpadeó, con la boca ligeramente abierta.

Él apartó la mirada. —Estás casada con un muchacho verde, pero eso podría cambiar.

—No puedes matarlo—susurró la ojivioleta con los ojos muy abiertos y algo protector floreciendo en su pecho. —No debes hablar de eso nunca más, tío.

No me digas que ese Hightower ha despertado tu compasión por él —bromeó Daemon en la lengua de sus antepasados.

La burla no la encontró receptiva. —No siento compasión, tío, pero aunque la sintiera, no tengo ninguna obligación de justificarte tales sentimientos.

Su sonrisa, antes tan intrigante como seductora, la enfureció. —No necesitas justificar nada. Pero captó tu interés. Hasta un ciego vería que tiene tus pensamientos prisioneros.

Rhaenyra giró hacia él, chasqueando como Syrax cuando estaba hambrienta. —¿Puede un ciego ver por qué te quedaste sin hacer nada aquella fatídica noche mientras yo estaba sola con sólo alguien como él para defender a mis hijos?

Se marchó furiosa, dejándole el sonido de sus pisadas contra el suelo de piedra. Rhaenyra era injusta en su enojo; si pudiera confiarle algo a Daemon, sería evitar que su familia sufriera algún daño. Sólo él puede hacer daño a su familia.

Pero aun así estaba resentida con su tío. Quería ser injusta. Quería arremeter contra todos, porque lo desconocido la perseguía, esa enojosa ausencia de comprensión.

🐉🐉🐉

Rhaenyra estaba a punto de ser empujada a sus aposentos cuando las risitas cesaron y miró para ver a Alicent de pie, orgullosa, mirando a los hombres que estaban arrancándole la última prenda de ropa que le quedaba, aparte del camisón.

—Pueden retirarse —dijo la pelirroja con firmeza. Los lords hicieron una reverencia y se marcharon, riendo entre dientes mientras se reincorporaban al festín. Elia dirigió entonces su mirada hacia Rhaenyra: —Trata bien a mi hijo, Rhaenyra.

La platinada la miró, enderezándose. —Lo haré. Lo haré.

Su antigua amiga suspiró. —Rhaenyra, debes cuidarlo de Daemon. Él no tendrá la misma amabilidad que tú para con mi hijo. Y si mi hijo me manda una sola carta diciendo que lo has lastimado, ten por seguro que sentirás mi furia. Lo mismo va para tu tío.

—Apenas he hablado con Daemon.

—Honrarás tu palabra esta vez—dijo la pelirroja, moviendo ligeramente los labios. Se serenó rápidamente. —Valerius te quiere, Rhaenyra.

—Yo también lo quiero a él—replicó Rhaenyra confundida.

—No—respondió Alicent con suavidad. —No lo quieres de la misma forma en la que mi hijo te quiere. —La pelirroja le puso la mano en el brazo. —Prométeme que serás gentil. No repitas los errores de tu padre.

Rhaenyra apartó la mirada, decidida a no mirar a la reina a los ojos. —No lo hagas.

—Si alguna vez te consideraste mi amiga, Rhaenyra... ten piedad.

Un sonido medio roto salió de entre sus labios: —Basta.

Alicent asintió. —Ve con él, Rhaenyra, y sé la mujer gentil que sé que puedes ser.

La platinada observó cómo Alicent se marchaba antes de respirar hondo y prepararse. Abrió la puerta y encontró a Valerius sentado en su cama sin nada más que su camisón de dormir.

Maldita sea.

Ella no sabía en qué momento Valerius había crecido, pero por primera vez la cara de Alicent no fue un reflejo del muchacho.

Maldito sea por ser todo músculo tenso, con piel de marfil y boca suave como pétalos de rosa. Maldito sea por tener el pelo tan oscuro como la noche y los ojos tan purpuras como el ocaso. Lo maldijo por tener la gracia de un gato y unas manos hábiles y frías.

Él le sonrió. —Hermana.

—Valerius.

Deseó que Valerius dijera su nombre.

Su hermano se levantó y le hizo una reverencia antes de quitarse el camisón lentamente.

Era como el mármol o la porcelana. Si lo trataba mal, Rhaenyra no dudaba de que se rompería. No apartó los ojos de su rostro, obligándose a mantenerlos allí. No sabía si era para refutar lo que él pensara de ella o porque no quería asustarlo.

Rhaenyra dio un paso adelante y se inclinó para acercar sus labios a los de él. Valerius se mantuvo perfectamente quieto.

—Por favor — le susurró el muchacho en una súplica que ella entendió.

Algo en su corazón se retorció. Así que le cogió la mandíbula con las manos y le besó de nuevo hasta que ella quedó bajo él.

Valerius.

Rhaenyra lo vio mirar hacia abajo. Ella ya lo estaba mirando con las mejillas agradablemente sonrojadas y los ojos brillantes de excitación. Posó las manos en la cara del pelinegro, apartándole el pelo de las sienes y acariciándole la mandíbula. Los dos estaban desnudos y era claro que Daemon tenía razón en una cosa: Valerius era un muchacho verde. Sin embargo, sólo pasó un momento antes de que él empujara tímidamente hacia delante, y los labios de ella se entreabrieron en torno a un pequeño gemido.

Val.

Sus manos tiraron de él para acercarlo y su aliento fue suave en su cara. Una de sus manos encontró la de él y guió sus dedos hasta el ápice de su entrada, mostrándole dónde y cómo le gustaría que la tocaran.  Los fantasmas de Alicent y Daemon quedaron silenciados. El pelinegro la tomó despacio, con suavidad, como si temiera que desapareciera si la penetraba demasiado; observó cómo su cara se retorció de placer y sus ojos encontraron los de él, cautivadores. Valerius se inclinó hacia su boca, deteniéndose un momento como si no estuviera seguro de si le estaba permitido, pero Rhaenyra sonrió, sus ojos se arrugaron de adoración.

Nyra.

Cuando ella lo besó, él sintió el sabor de la nectarina en su lengua y el amanecer en sus venas.

BREN'S NOTE: así que... eso pasó JAJAJAA. normalmente me habría explayado en la escena de ya saben qué cosa, pero debido al formato que tiene esta historia sentía que no encajaba. ni modo.

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