「18」 𝔩𝔬𝔳𝔢
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CAPÍTULO DIECIOCHO
amor
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En las noches cuando Rhaenyra se iba a dormir, Valerius se sentaba en el Trono de Hierro y se maravillaba al ser aceptado por esa horrible silla. Pero en el día acataba las órdenes de su esposa y trataba de mantener a su madre y a Helaena felices.
Claro, hasta que llegó el día en que Valerius fue enviado al frente, a luchar lado a lado con Daemon, a asesinar a Aemond, a aferrarse a los últimos recursos para mantener el control sobre esta casa de paja y cenizas que habían construido. Rhaenyra lo decidió y debía partir por la mañana con el príncipe canalla.
—No puedes ir, Valerius —susurró su madre—. Hay otros. Tienes otros jinetes. Tú eres el rey. Tu pueblo te necesita. —Alicent se aferró a sus ropas, con el cuerpo ardiendo en fiebre, después de oír la noticia.
—Sí. Soy su rey. Y esto es lo que hace el rey. Protege. Esto es lo que me enseñaste, ¿verdad? —Las manos del pelinegro se cerraron sobre sus hombros, un pilar en el que apoyarse.
Habían crecido tanto. Habían cambiado tanto.
Juntos.
Los ojos marrones de su madre se endurecieron.
—Deja que Daemon vaya solo —se atrevió a sugerir. Ella estaba condenando a todos los que no eran ellos. Porque siempre habían sido ellos en su burbuja de aislamiento, comunión y comprensión. Cuando lo dio a luz, su niño sin vida, su espejo, tendiendo sus manos hacia ella y sólo hacia ella, llorando por ella, mirándola como si fuera todo su mundo, buscándola, siempre. Mucho después de que él también dejara de ser un bebé.
Rhaenyra se lo robó una vez.
No volvería a pasar.
No volvería a robarle a su niño.
Y eran ellos contra el mundo entero.
Aquello dejó a Valerius abrumado con su confesión. Desarmado con su elección.
Él no sabía hasta donde lo amaba. Todavía dudaba de ella. El imbécil.
Valerius nunca fue la primera opción de Rhaenyra.
Pero sí la de Alicent.
Siempre había sido él.
—No te perderé, Valerius. No te perderé. No a ti, simplemente no a ti —las manos de Alicent vagaron desde su pelo, hasta su cara y su pecho, para modelarlo en la tela que llenaba su vacío y lo había hecho durante todo este tiempo.
Él cedió a la petición de su madre y aunque Rhaenyra se opuso, Rhaenyra al fin y al cabo era una mujer en una corte de hombres.
Valerius Targaryen era el Rey y la palabra del Rey era ley.
Así que Daemon fue solo.
Una noche Valerius se quedó en la puerta de la habitación de Aegon, su pequeño hijo, mientras Helaena le leía un cuento. El pelinegro sabía que su hermana era una madre atenta, cariñosa y afectuosa. Era uno de los muchos aspectos en los que no estaba a la altura de Helaena, otro motivo más para sentir celos, pero este Aegon no era Maelor y ella era igual de maravillosa.
Helaena no se dio cuenta de que la estaba mirando hasta las cuatro últimas páginas, cuando levantó la vista y se encontró con él. Le hizo señas para que entrara en la habitación y Valerius se sintió como un intruso en su propia familia. Se ganó las risas de Aegon con una voz divertida.
Helaena salió corriendo de la habitación. Valerius la encontró llorando en el pasillo, tratando desesperadamente de ocultárselo.
—Lo siento, Val, es que... —Se secó la cara. —Ya sabes cuánto extraño a mis hijos y-
— Por supuesto.
Le tocó el hombro; ella era frágil, una figurita de cristal que se rompería si no se manejaba con cuidado, y cuando la llevó de vuelta a su habitación ella lo miró, suplicándole sin palabras que se quedara.
Helaena volvió a parecer una niña, nunca perdió esa mirada inocente en todos estos años. El fuego de la chimenea brilló más y él la siguió a la habitación.
Más tarde, mientras la abrazaba, se dio cuenta de que no había ninguna estratagema para vengarse de él, que su situación actual era el resultado del odio, el resentimiento, el abandono, y que era tan difícil para ella como para él.
Esto no era una actuación. Su hermana hacía tiempo que dejó de actuar para él, sabiendo que era su crítico más duro.
Se marchó antes de que Helaena se despertara.
Cuando estaba por entrar a su habitación, Rhaenyra ya estaba en la puerta con una carta en las manos y los ojos llorosos.
— Léela — demandó su esposa con voz raposa.
Valerius arqueó una ceja, pero la leyó. Lentamente cayó en cuenta, pero no dijo nada (Aemond, Aemond, Aemond) y Rhaenyra finalmente perdió la paciencia.
— ¡Daemon está muerto! — aulló como una loba hambrienta —. ¡Se pudo haber salvado si hubieras ido como te pedí! — Su palma se alzó y golpeó la mejilla de Valerius con tanta fuerza que le volteó la cabeza. — Tú y todos tus malditos hermanos...
Aemond murió.
(Escuchó el sonido de los gritos de alegría de Aemond mientras ambos volaban sobre Fuegohielo...
... se transformaron en gritos de dolor)
— ¿Desearías que yo hubiera muerto en su lugar, Nyra? — preguntó finalmente Valerius en un susurro adolorido.
El silencio de su Reina fue más que suficiente respuesta.
Así que sus pies lo llevaron de nuevo a la habitación de Aegon en donde de alguna forma, Helaena ya lo esperaba sentada con su hijo en brazos.
— No puede dormir — murmuró su hermana con la mirada pérdida.
Valerius asintió con un suspiro y tomó a su hijo en brazos. Lo cargó y lo metió entre sus mantas de nuevo antes de darle un beso en la coronilla. Este era el único hijo que le quedaba y no podía darlo por sentado.
—En lo profundo del prado, bajo el sauce — arrulló a Aegon con una canción en alto valyrio—. Un lecho de hierba, una suave almohada verde. Recuesta la cabeza y cierra los ojos soñolientos. Y cuando despiertes, saldrá el sol. — Su hijo le sonrió y cerró los ojos —. Aquí es seguro, aquí es cálido. Aquí las margaritas te protegen. Aquí tus sueños son dulces y el mañana los hace realidad. Aquí es el lugar donde te amo.
Helaena comenzó a cantar también en un suave murmullo cuando Valerius se puso de pie, deteniéndolo en su lugar una vez que Aegon quedó sumido entre sueños.
—En lo profundo del prado, escondido muy lejos. Un manto de hojas, un rayo de luna... —Helaena le hizo acercarse a ella de nuevo con una simple seña. Su hermana tomó sus dos manos entre las suyas y comenzó a bailar lentamente a su alrededor —. Olvida tus penas y deja que tus problemas descansen — apoyó su cabeza contra el pecho del pelinegro, bajo su barbilla —. Y cuando de nuevo amanezca, se irán.
— ¿Qué harías si te besara ahora mismo? — Inquirió Valerius en el oído de Helaena para después mirarla.
El pelinegro se quedó mirando su hermoso rostro y su hermosa boca, y nada le apetecía más que saborearla.
Los ojos violetas de Helaena se cerraron con pestañas plateadas sobre su piel pálida y frágil. —Prométeme que me darás un beso en la frente cuando muera. Lo sentiré —dijo ella, y la suavidad y la ansiedad de su voz casi lo desconcertaron. Nunca había besado a Rhaenyra sin saber que ella también lo deseaba, normalmente más que él, y ésta era Helaena, y él no sabía lo que ella quería. Aún tenía los ojos cerrados, pero se estremeció y se inclinó hacia él, apenas, pero con suficiente permiso.
Su boca se posó en la de ella. Y eso fue todo. Todo el autocontrol que había ejercido durante las últimas semanas se desvaneció, como el agua que atraviesa una presa rota. Ella le rodeó el cuello con los brazos y él la atrajo hacia sí... Sus manos se apoyaron en la espalda de ella... y ella se puso de puntillas, besándolo con la misma intensidad con que él la besaba a ella... Se aferró a ella con más fuerza, anudando las manos en su pelo, intentando decirle, con la presión de su boca sobre la suya, todas las cosas que nunca podría decir en voz alta...
Hasta que las dijo en una canción, el significado entretejido en las palabras.
—Aquí es seguro, aquí es cálido— susurró en el oído de su hermana —. Aquí las margaritas te protegen de todo mal. Aquí tus sueños son dulces y el mañana los hace realidad. Aquí es el lugar donde te amo.
(Palabras prohibidas, palabras llenas de verdad)
— Dulce hermana, debí haberme casado contigo.
Los ojos de Helaena se cristalizaron.
— Val —agachó la cabeza, muy cerca de su cara. —¿Estás diciendo que te has enamorado de mí?
Él le besó la mano, un acto de devoción más que de pasión, de súplica.
Como un hermano a su hermana.
—Lo que sea que signifique "enamorado".
En los días siguientes, Helaena se dedicó a orbitar a su alrededor.
En alguno de esos días, el príncipe trazó círculos sobre las líneas de la palma de su hermana, luciendo serio de repente.
— ¿Es cierto que puedes leer las manos? — preguntó ella en un susurro tímido.
— Sí — respondió Valerius.
— ¿Qué hay en mi futuro entonces?
(Ella conocía el futuro, lo conocía, lo conocía y aun así preguntó)
Una sonrisa iluminó el rostro del pelinegro por primera vez en mucho tiempo.
— Nosotros. Tú y yo.
(Mentira)
Una lágrima amenazó con escurrir por el rostro de Helaena, así que besó la mejilla de su hermano para evitar recordar los sueños (pesadillas proféticas) que la acechaban.
Un beso en la mejilla.
Otro en sus hombros.
Helaena besó sus quemaduras en la espalda y Valerius casi lloró. Solamente el fuego se había acercado tanto, solo el fuego.
El día que Helaena murió, su hermano besó su frente.
(Fría, pálida, muerta)
Todas las veces que el muchacho se despertaba en la noche para poder abrazar a Helaena, se preguntaba por qué la figura junto a él se sentía diferente. Y luego se acordaba: no era Helaena, sino Rhaenyra acostada a su lado.
(A veces, soñaba con la sonrisa de Helaena.
Otras, fantaseaba con clavar un puñal en el corazón de Rhaenyra)
Entonces las revueltas comenzaron.
El primero en caer fue Joffrey y sin importar cuántas veces Rhaenyra fuera con Valerius en busca de consuelo, lo único que encontró fue un par de ojos fríos, vacíos.
(Se rumoreaba que Rhaenyra había mandado matar a Helaena)
Pronto le siguió Daeron y Valerius ni se inmutó, ya había perdido demasiado entonces como para interesarse.
(Solo era un muchacho de veinticuatro)
Ni siquiera protestó cuando Aegon le obligó a arrodillarse con Rhaenyra en Rocadragón.
Estaba tan, tan, tan cansado.
BREN'S NOTE: la muerte de Helaena me dolerá hasta el fin.
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