Prólogo
Notas Importantes
Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.
Advertencia: La siguiente historia es un AU (Alternative Universe) y puede llegar a presentar escenas con contenido sexual explícito HMH y HM, situaciones de violencia y lenguaje adulto/vulgar no apto para personas sensibles. Si te resulta ofensivo este tipo de contenido o eres menor de 16 años, se sugiere discreción.
Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Masashi Kishimoto.
Snow Spirits
"Empezó a caer una nieve menuda, y de repente cayeron grandes copos. Aullaba el viento; había empezado la tormenta. En un instante, el cielo se juntó con el mar de nieve. Todo desapareció".
Aleksandr Pushkin
Prólogo | Invierno Eterno
Copos de nieve danzaban en el aire, arremolinándose unos sobre otros en la suave ventisca. La delicada armonía de la naturaleza guiaba su parsimonioso descenso hasta el lugar donde finalmente se reunirían con el resto de sus compañeros, ya saciados de tanto danzar. La existencia de algunos terminaría entre los desordenados montículos formados por sus predecesores mientras que otros, los más afortunados de ellos, se fundirían con el paisaje en una fina escarcha que lo recubriría todo con su sublime belleza.
Mucho tiempo atrás, los más ancianos del pueblo les habían llamado espíritus de la naturaleza; almas que vagaban libremente esperando culminar su existencia tras haber cumplido su cometido. Las historias de sus orígenes se habían convertido en leyendas transmitidas de generación en generación entre los habitantes de la comunidad como una forma de respeto a los ancestros y una sutil advertencia para los jóvenes.
Sentada frente al cálido fuego de la chimenea, su madre le había relatado algunas de ellas cuando era una niña. Al igual que en los idílicos cuentos de hadas, la había escuchado describir a diminutos seres con forma estrellada que bajaban al mundo humano tras haber completado su misión; almas libres que descendían danzando entre alegres volteretas para encontrar el descanso eterno. Las nevadas eran su fiesta de despedida, una celebración de su existencia.
Como una niña fascinada con la magia y todas las posibilidades que el universo tenía para ofrecer, las historias la habían fascinado. Protegida del lado oscuro que todos los cuentos e historias solían contener cuidadosamente escondido entre sus mágicas palabras, incluso se había obsesionado. En aquel entonces, había habido pocas cosas que pudieran ser más maravillosas que ver la nieve caer y cubrir todo a su alrededor con ese esponjoso manto blanco.
El día que su madre murió estaba nevando. La semana siguiente a su partida, cuando el destrozado corazón de su padre no pudo resistir más la pérdida y le siguió, también nevó. En ninguno de ellos hubo motivo de celebración pese a que los copos continuaron cayendo sobre los pocos asistentes al funeral, burlones en su danzar, ajenos al dolor de la pérdida.
Desde ese momento, su fascinación por las nevadas comenzó a menguar. El primer vistazo al lado oscuro de las leyendas le había dejado un sabor amargo que nunca podría eliminar del todo. La vieja historia que su abuela, el único familiar vivo que le quedaba, le había contado años después tampoco había servido para hacerla cambiar de idea. El cuento sobre un príncipe melancólico y una prisión de hielo. Un recordatorio de que no había bien sin un mal, ni luz sin oscuridad. El sutil memorándum sobre aquello que aguardaba más allá del bosque, donde el cuento de hadas termina y la tierra de los espíritus corrompidos comienza.
Cuando su abuela partió para reunirse con sus padres, la última conexión con la fantasía terminó y la realidad de la vida se impuso. No volvió a pensar en ese montón de viejas historias hasta que los sueños habían comenzado, y no había creído más en ellas hasta que lo encontró.
La primera vez que lo vio, su belleza le había robado el aliento. Había sido como ver el más magnífico de los paisajes nevados congregado en una pálida piel y unos rasgos tallados en mármol. Sedosos cabellos azabaches revueltos en la nieve y largas pestañas oscuras cepillando la piel de unas mejillas sin color. Una estatua perfectamente tallada sobre el suelo nevado, ovillada en su desnudez, ajena a su alrededor.
Durante largos momentos lo había observado anonadada. Su mirada inevitablemente atrapada por la etérea figura desnuda ante sus ojos. Congelada en su sorpresa bajo los finos copos de nieve que la bañaban y, sin embargo, parecían esquivar hábilmente el cuerpo sobre el suelo, como si una burbuja invisible lo protegiera de los elementos.
Tal vez las cosas podrían haber resultado diferentes si en ese preciso momento no se hubiera dejado envolver por el aterciopelado tono barítono que la había arrastrado a las profundidades del bosque y, en cambio, hubiera hecho caso a las advertencia de su madre. Quizás todo habría sido diferente si nunca se hubiera acercado al cuerpo, y si éste nunca hubiera abierto los ojos.
El día que sus padres murieron estaba nevando. También lo estaba cuando se encontró directamente con su destino. El día en que un par de orbes oscuros como el ónix se abrieron ante ella, arrastrándola a su oscuridad. Cuando el lado macabro de cada uno de los cuentos que le encantaba escuchar de niña cobró vida y la pureza de los espíritus de la naturaleza se tiñó de escarlata, desatando la primera de muchas tormentas sobre el pueblo.
El día en que por salvar un alma, sin proponérselo había condenado a todos a un...
Invierno Eterno.
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