Capítulo 2: Naturaleza
Notas Importantes
Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.
Advertencia: La siguiente historia es un AU (Alternative Universe) y puede llegar a presentar escenas con contenido sexual explícito HMH y HM, situaciones de violencia y lenguaje adulto/vulgar no apto para personas sensibles. Si te resulta ofensivo este tipo de contenido o eres menor de 16 años, se sugiere discreción.
Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Masashi Kishimoto.
Snow Spirits
"Empezó a caer una nieve menuda, y de repente cayeron grandes copos. Aullaba el viento; había empezado la tormenta. En un instante, el cielo se juntó con el mar de nieve. Todo desapareció".
Aleksandr Pushkin
Capítulo 2: Naturaleza
Pálidos rayos de sol la despertaron a la mañana siguiente proyectando su cálido resplandor sobre su rostro. La cabeza le palpitaba con la característica punzada que solía anunciarle una jaqueca monumental y sentía el cuerpo agarrotado en una mezcla de músculos tensos por la mala posición y articulaciones congeladas por el frío. Si no fuera plenamente consciente de su aversión al alcohol incluso podría pensar que estaba montando la madre de todas las resacas.
Arrugando la nariz con disgusto ante el pensamiento, intentó volverse sobre sus rodillas para ponerse de pie. Cuando su mano se aferró a la colcha de su cama como apoyo, la habitación comenzó a darle vueltas y las náuseas ascendieron por su cuerpo con tanta fuerza que no tuvo más opción que cerrar los ojos con fuerza para evitar un accidente mayor. Destellos desordenados de imágenes de la noche anterior circularon entonces a través de sus párpados cerrados, incrementando su dolor de cabeza. ¿Sueños o recuerdos?
Logrando reincorporarse a duras penas, volvió a abrir los ojos en una rápida sucesión de parpadeos hasta que logró acostumbrarse de vuelta a la luz y la habitación finalmente dejó de girar. Los orbes jade escanearon cuidadosamente la habitación, deslizándose de las gotas de agua -vestigios de la nieve derretida que se había colado en algún momento de la noche en su habitación- a la cama inclinada en un ángulo ligeramente diferente hasta detenerse sobre el marco hecho pedazos boca abajo en el suelo.
—Demonios. —maldijo llevándose una mano a su palpitante cabeza.
Dedos suaves palparon su nuca en busca de la zona particularmente afectada, rozando un creciente bulto en la parte posterior derecha. Tras inspeccionarlo brevemente con los dedos y satisfecha con la poca gravedad de éste, su mirada acusadora finalmente se clavó sobre el extremo de la cama que había golpeado al caer.
—No me olvidaré de esto. —le dijo y luego sacudió la cabeza con una pequeña risa. No podía creer que le estuviera hablando a la cama.
Incapaz de fiarse de sus propios sentidos para mantener el equilibrio, rodeó la cama lentamente sin despegar su mano izquierda de ella hasta alcanzar el otro extremo y la mesita de noche a su costado. Con el dolor de cabeza incrementándose aceleradamente y el bulto en su nuca, iba a necesitar una buena dosis de ibuprofeno para poder funcionar ese día. Sakura abrió el cajón, sacó la cartera con pastillas y extrajo dos antes de guardar las restantes. Se disponía a tomar su botella de agua para tomárselas cuando la característica melodía de una llamada entrante en su celular la hizo gemir y re-direccionar su mano hacia éste.
—¿Diga?
—¡Sakura-chan! —llegó desde el otro lado de la línea una exclamación de exagerado entusiasmo.
—Naruto, no grites. —gimió la chica, sintiendo el punzante dolor de cabeza incrementar.
Sakura amaba a su rubio amigo como a pocas personas en ese mundo. Después de todo, era una de las pocas personas -además de Ino- a las que le había permitido acercarse lo suficiente para conocerla de verdad. El flujo constante de entusiasmo, energía y efusividad provenientes de éste le hacían el rayo de luz en mitad de cualquier tempestad.
Sosteniendo el teléfono entre su hombro y oreja, la joven procedió a tomar la botella de agua que había esquivado anteriormente y desenroscó la tapa, las dos diminutas pastillas sostenidas firmemente en el puño de su otra mano.
—Lo siento, Sakura-chan. Sólo quería asegurarme de que estuvieras bien después del temblor de anoche.
—¿Temblor? —preguntó confundida.
Puso en su lengua ambas pastillas y le dio un rápido trago a su bebida para pasarlas antes de que su amigo respondiera. La sospecha de que las imágenes en su cabeza habían provenido de la realidad y no de un sueño inducido por el golpe en su cabeza, cayendo pesadamente en su estómago.
—¡Es imposible que no lo sintieras, Sakura-chan! —exclamó a continuación. —Fue tan fuerte que movió todo en mi apartamento y nos hicieron salir del edificio por temor a que pudiera derrumbarse.
La pelirosa se mordió el labio inferior con preocupación mientras escuchaba las apresuradas palabras de Naruto, un molesto hábito que había adquirido desde pequeña. No le sorprendía que los hubieran evacuado del edificio sabiendo que la estructura del siglo pasado ya no era tan resistente como debiera serlo para alojar a tantos inquilinos como lo hacía. Sin embargo, estaba agradecida de que no hubiera pasado a mayores. Su amigo sobrevivía apenas mes con mes como para permitirse buscar una nueva residencia en pleno invierno. Además, Sakura sabía muy bien que dado el caso, tampoco le pediría ayuda, era demasiado gentil para cargar a otros con lo que consideraba sus propios problemas.
Ahora, descubrir que el movimiento en la tierra -provocado según su revuelta memoria por unas misteriosas luces cayendo del cielo- había sido de magnitud suficiente para sacudir a todo el pueblo, eso era todavía más preocupante.
—¿Sakura-chan, sigues ahí? ¿Está todo bien?
—Sigo aquí, Naruto.—le respondió masajeándose las sienes. —Estoy bien, no te preocupes. Creo que mi casa resistió bastante bien el temblor. —mintió, omitiendo los detalles sobre su caída, las luces en el cielo y el pequeño desastre de su propia habitación.
—Me alegra mucho escuchar eso. —respondió suspirando con alivio. —Estaba muy preocupado por ti. Intenté llamarte casi inmediatamente después del temblor pero con la nevada de anoche las líneas se cayeron.
—Realmente estoy bien, Naruto. No tienes nada de qué preocuparte. Muchas gracias por llamarme. —le respondió con algo de incomodidad.
Tras años de valerse por sí misma y tan celosa como era de su propia independencia, le resultaba sumamente incómodo aceptar y corresponder a tales muestras de preocupación incluso provenientes de sus amigos. La hacían sentirse fuera de lugar.
—Muy bien, Sakura-chan, debo colgar. —anunció con el mismo entusiasmo y dulzura de siempre. —Algunos vecinos sufrieron más daños que otros en sus apartamentos y voy a echarles una mano.
—Siempre tan servicial. —le dijo con una risita, sintiéndose tremendamente orgullosa del hombre que tenía tan poco y lo daba siempre todo. —Cuídate mucho.
—Tú también cuídate mucho. —le pidió con repentina seriedad. —Anunciaron en las noticias esta mañana que se acerca una fuerte tormenta de nieve. Si es posible, consigue algunas provisiones porque es probable que si empeora por la noche, terminemos nuevamente aislados.
—Oh, ¿así de mal? —preguntó sin esperar respuesta. —Ayer hice algunas compras, así que seguramente estaré bien. Gracias por la advertencia.
—No hay de qué. ¡Hasta pronto, Sakura-chan!
Unos segundos después la línea se cortó y Sakura dejó caer el celular sobre la cama con un suspiro. La llamada de Naruto y su dosis de analgésicos le habían servido para espabilarse tras los recientes acontecimientos. Mientras yacía ahí, contemplando su existencia sin muchas ganas de poner orden al desorden a su alrededor, la joven pensó que quizás podría estarle dando demasiadas vueltas al asunto. Quizás las luces que había visto habían sido el resultado del golpe y no anterior a éste.
Una risa escapó de sus labios. Lo cierto es que independiente del orden de los acontecimientos, finalmente lo había conseguido. Después de incontables noches sin poder pegar ojo por más de un par de horas, un golpe que la había noqueado había sido suficiente para permitirle recuperar horas de sueño y, al parecer, curarla de su insomnio. Ahora lo único que quería hacer era tirarse sobre la cama y dormir por el resto del día. Desafortunadamente, los objetos esparcidos por el suelo, los charcos húmedos y un montón de fragmentos rotos del cristal del retrato, tenían una idea diferente.
Sakura se acercó a la ventana y echó un vistazo al exterior. La mañana lucía tan clara como la época invernal lo podía permitir, con un sol que a ratos yacía escondido tímidamente entre algunas nubes y sin demasiados signos que anunciaran una tormenta de la magnitud que Naruto le había mencionado. Nada de lo que fiarse. Sabía por experiencia que aún sin señales palpables, las tormentas en la región podían llegar sin previo aviso, tan devastadoras como un huracán.
Demonios, probablemente necesite recoger algunas provisiones más. —pensó, comenzando a sospechar de las nubes en el cielo y la calma previa a toda tormenta.
Suspirando, la joven se alejó a regañadientes de la ventana. Si quería tener tiempo de ir a la ciudad a comprar lo que probablemente necesitaría si quedaban aislados, tenía que poner manos a la obra cuanto antes en el desastre de su habitación. Dio un rápido vistazo a las zonas clave y salió en busca de los elementos de limpieza que necesitaría.
De vuelta en el cuarto, comenzó por pasar un paño sobre los pequeños charcos de agua donde la nieve se había derretido en las primeras horas de esa mañana y aprovechó para empujar la cama devuelta a su posición original. A continuación se dirigió al otro lado de la cama, donde el portarretrato se había hecho trizas contra el suelo, y se puso en cuclillas para empujar el marco roto y rescatar la fotografía de entre los fragmentos destrozados.
Lo que vio al darle vuelta a la imagen y quitar el exceso de esquirlas, la dejó sin aliento. La fotografía era la única que todavía conservaba sobre su madre y ella juntas. Le había costado mucho conseguir quitársela de las manos a su abuela y desde entonces la había atesorado. En ella, ambas salían sentadas, los brazos de su madre rodeándola por los hombros en un gesto de cariño y amor puro. Sin embargo, de alguna manera uno de los vidrios más grandes del marco había conseguido atravesar y tajar la imagen a la altura de los brazos de su madre, mutilándolos y separándolas a ambas
—Mierda. —maldijo.
Algunas astillas del marco de madera incluso habían conseguido atravesar el pecho de su madre a la altura del corazón. Otras esquirlas habían arrancado parte de los colores en la ropa de la figura mayor y una incluso se había adherido bajo el ojo de ésta misma, casi simulando una lágrima. Por su parte, el lado donde una muy pequeña Sakura de ojos jade y melena rosada yacía sonriendo, lucía intacto.
Más disgustada que preocupada por el desastre de la fotografía, Sakura chasqueó la lengua con molestia. Dejó la imagen sobre la cama, recogió con sumo cuidado los fragmentos más grandes del marco de madera y los tiró a la bolsa de basura que había traído consigo. A continuación barrió con la escoba todos los cristales y las restantes astillas de madera y las envió al mismo destino al fondo de la bolsa negra. Su mirada finalmente volvió a la dañada fotografía y frunció el ceño.
Ino le había hablado sobre un conocido suyo que era todo un artista de la fotografía y el dibujo. Quizás podría pedirle su contacto y ver si la imagen tenía salvación. Esperaba con todo su corazón que la tuviera, no podía permitirse perder ese último vestigio de su madre. Volviendo a morderse el labio con preocupación, Sakura tomó la fotografía y la colocó dentro de una carpeta en el cajón de su escritorio. Apenas tuviera toda la libertad de las vacaciones se encargaría de hacer precisamente eso, pedir a Ino el contacto de su amigo e intentar encontrarle tanto una solución como comprar un nuevo marco para resguardarla.
Terminada la limpieza, la joven bajó a desayunar y tras una ducha rápida, dedicó el resto de la mañana y las primeras horas de la tarde a repasar sus apuntes finales, su mente mucho más despejada tras una noche completa de sueño.
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Un par de horas después, cuando el reloj marcaba un cuarto para las cuatro, Sakura se estiró sobre su silla. El tiempo se le había ido de las manos mientras se sumergía en un mar de conocimiento y aprendizaje, algo que solía pasarle con demasiada frecuencia. Afortunadamente, todavía quedaba el suficiente para ir en busca de los víveres extras que quería comprar a manera de prevención.
Alistándose como si se preparara para internarse directamente al ojo de la tormenta, la joven se abrochó el abrigo hasta el cuello, se colocó un gorro tejido en verde sobre la cabeza y enfundó sus manos en guantes. Se guardó el teléfono y algo de dinero en uno de los bolsillos del abrigo y sólo se detuvo en la puerta principal para ponerse las botas para la nieve y enredarse en el cuello una voluptuosa bufanda que su mejor amiga le había regalado la Navidad pasada. De ese modo, protegida contra el inclemente clima y armada con diversas capas de ropa emprendió el camino rumbo a la parada de autobuses donde esperaría su transporte para ir a la ciudad.
—¡Sakura!
A unos metros de llegar a la estación, la femenina voz la detuvo. Desorientada brevemente, la joven escaneó el panorama en busca de la fuente. Finalmente sus ojos toparon con la encorvada y frágil figura de una mujer cubierta por densas capas de ropa a unos pasos de ella. Aiko, una de las mujeres más ancianas que quedaban en el pueblo la saludaba con una mano huesuda y unos opacos ojos azules.
—Aiko-san. —saludó.
La mirada jade escaneó el conjunto de cajas a los pies de la anciana mientras se dirigía en su dirección. El logotipo estampado en cada caja le dijo que la mujer había tomado previsiones incluso antes que ella para la tormenta por venir, lo que por sí mismo ya era serio. Si había alguien en la región que sabía prever una verdadera tormenta, eran aquellos viejos espíritus que aún residían en la zona.
—Oh, cariño, me da mucho gusto verte. —le dijo con una cálida sonrisa.
—Lo mismo digo. —respondió a su vez la joven. —Veo que ya se ha preparado para la nevada.
Sakura asintió hacia el grupo de cajas y la lechosa mirada de la mujer la siguió antes de volver a sonreír. Curiosa, la joven echó un vistazo a la selección de productos en el interior de las cajas e intentó repasar mentalmente cuáles de ellos había conseguido el día anterior y cuáles otros necesitaría comprar esa tarde.
—Se nos viene una buena tormenta, hija. —le dijo con suavidad. —Estos viejos huesos nunca se equivocan. Mejor estar prevenidas, ¿no crees?
—Por supuesto que sí. —concordó con la mayor.
Sakura observó a la anciana inclinarse hacia abajo dispuesta a tomar una de las cajas y escuchó el crujido de sus articulaciones en el trayecto. Erizada ante el sonido y preocupada por la mujer que parecía poder quebrarse como una ramita bajo el peso de las cajas, la joven se apresuró hacia ésta y la sostuvo por la espalda para llamar su atención.
—Permítame ayudarla, por favor.
La señora Aiko se enderezó muy lentamente con ayuda de la joven y volvió a sonreírle enormemente. Sakura no tenía idea de a dónde podría haber ido el nieto que la cuidaba y solía vivir con ella pero estaba segura que de estar cerca, no le permitiría a la anciana cargar las pesadas cajas.
—Cariño, eso sería de mucha ayuda, gracias. —dijo. —Mi nieto me llevó a comprar todo esto a la ciudad pero hubo una emergencia en su trabajo y tuvo que volver de inmediato. No tuvo tiempo de ayudarme a meterlo todo.
Las palabras de la anciana respondieron a su pensamiento anterior y asintió en comprensión. No había tenido muchas oportunidades de conocer al hombre a pesar de ser vecinos pero creía recordar que trabajaba como paramédico o enfermero de emergencias.
—No hay problema.
—Por aquí, cariño. —le indicó Aiko, liderando el camino con sus pasos pequeñitos y lentos.
Sakura echó un rápido vistazo a su reloj y se mordió el labio con preocupación. Era consciente que ayudar a la señora Aiko implicaría quedarse a charlar un poco más y con el tiempo justo que tenía antes del temprano anochecer de esa época del año, sabía que ya no tendría tiempo de ir a la ciudad por lo que le faltaba comprar.
—¿Sakura?
—Lo siento, ya voy.
La pelirosa tomó la primer caja y siguió a la anciana al interior. La casa de la señora Aiko se alzaba al borde del bosque con el estilo clásico de una cabaña hecha de maciza madera y troncos tan grandes como tanques de demolición. El jardín trasero normalmente era un campo minado de flores de múltiples colores que colindaba con los altísimos pinos del bosque y que ahora yacían bajo pesadas capas de nieve.
—¿Ibas a la ciudad, querida? —le preguntó cuando estaba dejando la segunda caja sobre la mesa del comedor donde la anciana estaba depositando dos tazas de té.
—Sí. —respondió Sakura haciendo una pequeña pausa. —Pensaba comprar algunas cosas más en caso de que la tormenta sea más fuerte de lo esperado.
Sakura salió por la tercer y última caja justo cuando los primeros copos de nieve comenzaron a caer sobre su cabeza. Suspirando derrotada ante las implicaciones de ese hecho, volvió al interior y depositó la caja junto a las restantes.
—Ha comenzado a nevar. —anunció la anciana con una vocecita suave.
La joven asintió y tomó asiento frente a la mujer, sus ojos bajando a la taza humeante de té. Sonriendo internamente por no tener que beber café, se llevó el líquido caliente a los labios, sopló suavemente y dio el primer sorbo.
—Lo siento, cariño, esta vieja te entretuvo demasiado. —le dijo con pesar. —No creo que sea prudente que vayas a la ciudad ahora que ha empezado a nevar. La tormenta debe estar cerca.
—No se preocupe. Ayer compré algunos víveres y estoy segura que serán suficientes para cualquier eventualidad.
—Tonterías. —dijo moviendo la mano de un lado a otro. —Me ayudaste mucho. Podría seguir allá afuera congelándome de no haber sido por ti.
—Eso habría sido terrible.
—Sí. Así que, ¿por qué no te llevas una de las cajas? Mi nieto compró mucho más de lo que una pobre anciana como yo podría necesitar, incluso aislada.
—No puedo hacer eso, yo-
—Nada de no. —la interrumpió con voz fuerte la anciana. —Ya que no podrás conseguir más víveres por ayudarme, es lo menos que puedo hacer por ti.
Sakura lo pensó durante unos momentos, analizando los ojos repentinamente vibrantes de la mujer y finalmente asintió, agradeciéndole. No le había mentido cuando dijo que seguramente tendría víveres más que suficientes para sobrevivir a una de las tormentas pero había visto en una de las cajas algunos productos que realmente habría agradecido poder comprar ese día.
—Ahora cuéntame qué ha sido de tu vida. No hemos podido platicar bien en unos buenos meses, así que sospecho que has debido estar muy ocupada con tus estudios.
La joven asintió y comenzó a contarle algunas cosas, muy consciente de que la anciana mujer probablemente lo olvidaría en unas semanas. Los segundos se convirtieron en minutos y finalmente en una hora cuando Aiko bostezó y Sakura vio una salida de la improvisada reunión.
—Debes disculpar a esta anciana, el frío cada año me afecta más.
—Creo que a todos.
—Sí, ya no es lo que solía ser. Cada año las tormentas se vuelven más salvajes, la naturaleza reclama su lugar por encima de los humanos y desata su furia sobre todos los elementos. Un día, estoy segura, ya no se detendrá.
—¿El qué?
—La nieve. Un invierno eterno.
Sakura lo meditó aunque la idea le parecía completamente absurda. Luego sonrió ante el pensamiento de que no le molestaría vivir eternamente rodeada de nieve siempre que tuviese a la mano su abrigo y una dotación ilimitada de chocolate caliente.
—Sería...difícil. —dijo dubitativamente.
—No tienes ni idea, cariño.
La mirada de la mujer pareció opacarse brevemente antes de enfocarse de vuelta en ella y sonreír.
—Creo que es tiempo de que me vaya. —anunció Sakura.
—Por supuesto, no quiero que la tormenta te atrape de camino a casa.
—Difícilmente lo hará.
—Bueno, mientras no te distraigas por el camino todo debería estar bien. —dijo la anciana mientras movía productos de una caja a otra y la instaba a tomar la que había terminado de acomodar.
—No hay mucho que pueda distraerme, créame. —respondió entre risas, tomando la caja señalada.
—Nunca se sabe.
Aiko la acompañó hasta la salida y la despidió agitando la mano. Sakura le agradeció nuevamente los víveres y con la caja acunada entre los brazos salió a la acera y comenzó a caminar de vuelta a casa. La nieve caía todavía menuda a su alrededor, rozando la franja de piel visible entre su gorro y bufanda con fría suavidad.
A diferencia de la casa de Aiko, la casa de Sakura no colindaba con el bosque sino que se encontraba en la acera contraria a éste, separadas por una calle de dos carriles. No era un hecho que le molestara teniendo la impresionante vista del mismo y de las colinas lejanas desde la ventana de su habitación.
Cuando llegó al nivel de su casa, cruzó la acera y dejó la caja con víveres sobre el suelo mientras buscaba sus llaves. Rebuscó en su bolsillo sin poder dar con ellas y el pánico la invadió durante unos momentos. Tratando de calmarse, volvió a buscar en el bolsillo de su abrigo sin cambios en el resultado.
No puede estarme pasando esto. —gruñó en su mente.
Se palpó todo el cuerpo intentando sentir aunque fuera la silueta del llavero y cuando eso tampoco dio resultado, bufó molesta y se arrancó con los dientes uno de los guantes. Con la mano desnuda, volvió a rebuscar en el interior de su abrigo hasta que finalmente dio con el metal de la llave. Sus dedos se cerraron en torno al llavero y lo sacó del bolsillo con una sonrisa triunfal.
Dispuesta a introducir la llave en el cerrojo, se detuvo a mitad de camino cuando algo en el bosque llamó repentinamente su atención. No sabría decir qué fue pero un tirón invisible atrajo inevitablemente su mirada hacia la primera hilera de altos pinos que enmarcaban una de las múltiples entradas. Entrecerrando los ojos, Sakura intentó averiguar qué estaba mal.
Transcurridos unos instantes y sin ninguna respuesta, volvió a girarse hacia su puerta. No tenía tiempo para ponerse a jugar a la exploradora y ciertamente tampoco para indagar en extraños presentimientos. Aunque...las luces. Girando medio cuerpo de vuelta hacia el bosque, Sakura se mordió los labios. Nadie había mencionado las luces de la noche pasada. Nadie parecía saber nada de ellas y, sin embargo, estaba bastante segura de haberlas visto.
Podrían haber sido estrellas fugaces. —pensó con lógica.
Sólo que las estrellas no eran púrpuras y tampoco se estrellaban en la Tierra. Pasaban a años luz de ella y los humanos las veíamos mucho tiempo después de que incluso ya hubiesen muerto en mitad del espacio.
Sopesando sus opciones, Sakura se debatió entre sucumbir a su naturaleza curiosa e internarse en el bosque o apelotonarse en su casa antes de que llegara la tormenta. ¿Qué era lo peor que podría pasar si daba una pequeña caminata por el bosque? Quedaban si acaso un par de horas de luz todavía, había conseguido algunos víveres más y había poco más que hacer en su casa después de su jornada matutina de estudio.
—Vamos, Sakura. —se animó.—Sólo una caminata más por el bosque, nada malo puede pasar mientras te mantengas en el sendero marcado. Sólo es entrar y salir. No debería tomar más de unos quince minutos.
Derrotada contra su propia curiosidad, la joven pelirosa guardó las llaves de vuelta en su bolsillo y se puso el guante que se había quitado. Mirando hacia la caja, todavía dubitativa, la empujó ligeramente con el pie para resguardarla contra la puerta y cruzó la acera hasta la entrada más cercana al bosque.
Sus pies se detuvieron en la entrada, la mirada jade escaneando el camino escarchado que estaba marcado para los transeúntes. Un enorme letrero que se encontraría replicado en cada una de las entradas, señalaba las normas y precauciones básicas para el paseo. La primera de ellas y, quizás la más importante, permanecer en todo momento en el sendero delimitado. No internarse más allá de los caminos despejados pues había toda clase de fauna silvestre que podría llegar a resultar peligrosa (las siluetas dibujadas de un oso, un lobo y un ciervo daban énfasis al punto). No dañar la fauna y flora. No permanecer en el interior del bosque más allá del atardecer. Y un par de insignificantes cosas más dirigidas más a los turistas y excursionistas que a los habitantes del pueblo.
Durante unos momentos, Sakura no se movió de su lugar. Por su cabeza circulaban las advertencias de su madre mientras la nieve continuaba ese lento y parsimonioso descenso sobre la naturaleza y su persona. Los altos pinos que bordeaban el delgado sendero adentrándose en el bosque se estremecían y bamboleaban sobre su cabeza con las heladas ráfagas que de vez en cuando se colaban en el camino.
De acuerdo, tal vez esto no haya sido una gran idea después de todo. —pensó, escuchando el viento aullar entre los árboles.
Sueño o mera representación del contenido de su inconsciente, su madre se había colado para advertirle que se alejara del bosque y ciertamente ella no estaba haciendo un buen trabajo obedeciendo. Nunca lo había hecho. Insanamente curiosa como tendía a ser desde pequeña, había terminado metida en más problemas de los que podía contar. El viejo dicho: "La curiosidad mató al gato" había sido y sería siempre totalmente aplicable a su persona.
Sus pies tampoco eran buenos obedeciendo. Mientras se debatía entre hacer caso a las advertencias o continuar, sus pies habían comenzado a moverse, avanzando lentamente por el sendero, hundiéndose enfundados en sus botas especiales para la nieve sobre el terreno terroso cada vez más cubierto de nieve.
Cuanto más caminaba por el sendero, más sentía las manos terriblemente congeladas incluso bajo las cálidas cubiertas de los guantes, y el cuerpo cada vez más tembloroso pese a las múltiples capas de ropa sobre éste. Aún así, no se detuvo. Sakura continuó avanzando, escuchando el sonido del viento fluir entre las altas ramas de los pinos y el latido de su propio corazón cada vez más acelerado cuanto más hermoso y amenazante se volvía el paisaje.
—Espíritus de la naturaleza. —recitó, observando el vaho expulsado de entre sus labios. —Almas que han cumplido su cometido y se han vuelto libres...
"...hadas que danzan en el viento frente a quienes no pueden apreciar su diminuta forma..."
Concentrada en la antigua leyenda y en la creciente sensación de temor anidando en sus entrañas, no fue consciente del desvío hasta que fue demasiado tarde. Parpadeando, Sakura observó su alrededor confundida. En algún momento se había salido del sendero, internándose en las profundidades del bosque hasta tal punto en que no pudo reconocer más sus alrededores. No importa dónde mirara, todo se veía igual: pinos altos y frondosos, mantos de nieve y copos descendientes.
—Maldición.
Sus ojos volvieron a recorrer los alrededores en busca de una señal que indicara el camino de vuelta al sendero pero no encontraron nada. Incluso sus huellas se habían borrado bajo las crecientes capas formadas por la nieve cayendo. Una sensación de desesperación combinada con una buena dosis de pánico comenzó a carcomerla por dentro. Su respiración se aceleró y pronto el vaho ya no salía expedido sólo de sus labios, sino también por sus fosas nasales. ¿Por qué demonios se había apartado del camino?
Sakura...
El llamado llegó como un eco distante de la misma voz que había combatido contra la de su madre en sueños. La misma voz carente de emociones que, sin embargo, parecía recubierta del terciopelo más suave con una nota de peligrosa sedosidad.
Sálvalo.
La orden, en cambio, la sintió como si la voz hubiese susurrado directamente al interior de su oído, enviando una cascada de deliciosos escalofríos por todo su cuerpo. Su mente y cuerpo peleando contra cualquier instinto o necesidad implantada por la seductora voz. La lógica intentando prevalecer sobre la fantasía.
Entonces, el aullido de un lobo resonó por el bosque. Su temor aumentó. No sabía cómo volver a casa desde donde se encontraba y, aunque lo supiera, dudaba que sus pies cooperaran con las restantes señales en su cerebro que se oponían a continuar avanzando por un terreno completamente cubierto de nieve donde sus botas no podían dejar de hundirse casi por completo.
Hija, vuelve a casa. —escuchó el susurro lejano y apagado de su madre.
Una sensación de ahogamiento constriñó su garganta mientras intentaba con todas sus fuerzas dar media vuelta. Entonces finalmente todo se detuvo. Sus pies se arrastraron pesadamente en la nieve hasta la zona donde el bosque se abría en un claro cubierto por una gruesa capa blanca que a simple vista lucía esponjosa y que estaba rodeado por pinos todavía más altos y frondosos de lo normal.
Una calma inusual se extendió por todo el bosque derramando un manto de silencio sobre el paisaje. Los animales callaron, el viento dejó de ulular y pronto, el único sonido que quedó fue el de su propia respiración y el latido desbocado de su corazón mientras yacía congelada en su lugar.
Los orbes jade se deslizaron por el claro y de repente, se quedó sin aliento. Ovillado exactamente en el centro, el cuerpo desnudo de un hombre, no, el de un muchacho yacía desnudo sobre la nieve. Sedosos mechones azabaches cubrían su rostro cepillando la piel de unas mejillas sin color alguno. Largas pestañas oscuras yacían inertes contra la piel más pálida que alguna vez había visto. Una estatua perfectamente esculpida.
La nieve caía en torno a la desnuda figura, los copos esquivando el cuerpo como si se tratase de un ser intocable. Inmóvil y ajeno a su entorno, Sakura lo observó durante largos momentos anonadada por su etérea belleza.
Sin aliento, Sakura buscó cualquier indicio de que el cuerpo frente a ella estuviera vivo. La figura no se había movido ni un milímetro desde su llegada y la clara desnudez de su cuerpo en mitad de una nevada con temperaturas bajo cero la tenía preocupada. Vacilante, dio un par de pasos en su dirección.
—¿Hola? —llamó con cautela.
Un montón de horribles pensamientos le cruzaron por la mente cuando no obtuvo respuesta. Aunque no podía ver sangre en los alrededores, la idea de que hubiese sido atacado, herido o asesinado hizo que su cuerpo se estremeciera de terror. En un mundo tan corrupto y cruel, incluso dejar a un pobre muchacho desnudo a su suerte en mitad de un bosque congelado parecía abominable.
—Oye. —lo llamó de vuelta.
Sakura dio unos pasos más en su dirección, cada vez más cerca del cuerpo. Si resultaba estar vivo, estaba dispuesta a ayudarlo y sacarlo de ahí sin importar que la idea le revolviera el estómago con un temor absoluto y que un mal presentimiento se apoderara de cada molécula de su cuerpo.
Dio un paso más hacia él y entonces captó el primer movimiento de su parte.
—Estás vivo. —suspiró con una mezcla de alivio y temor.
El cuerpo se estremeció una sola vez, como si estuviera entrando en función, y luego comenzó a moverse majestuosa y sigilosamente, como si estuviese desentumiendo cada uno de sus músculos tras una larga siesta y no devolviendo la circulación a un cuerpo congelado por el frío. Un momento después, Sakura lo vio alzar la cabeza con delicadeza y volvió a quedarse sin aliento. El muchacho tenía un rostro hermoso, de rasgos cincelados y duramente tallados que servían para enmarcar un par de ojos del color del ónix en su estado más puro.
Quien quiera que fuese, no parecía estar en peligro. Por el contrario, el lento batir de sus largas pestañas sobre unos ojos levemente entrecerrados le daba el aspecto somnoliento de quien había estado disfrutando de una larga y apacible siesta, y que había sido interrumpido por un molesto intruso.
Sakura... —escuchó nuevamente el tono barítono contra su oído. —...bien hecho.
La joven jadeó espantada ante el sonido, incapaz de apartar la mirada del cuerpo todavía semi-ovillado en la nieve. No lo había visto mover los labios, ni había notado ningún cambio en su expresión por demás vacía. El nudo en sus entrañas se volvió todavía más grande ante la revelación de ese otro hecho.
La oscura y penetrante mirada continuó observándola sin apenas parpadear. Sakura tragó. Un estremecimiento la recorrió cuando por primera vez desde su llegada, un solo copo de nieve cayó sobre uno de los largos mechones azabaches del muchacho. Entonces el embrujo de su mirada se rompió y todos los instintos de supervivencia humanos la patearon con fuerza.
El deseo de salir corriendo la invadió pero su propia culpa lo controló. Por más miedo y sospechas que tuviera sobre la situación, no había forma en que dejara a ese muchacho ahí desnudo para morir en medio de una tormenta de nieve. El potente aullido del lobo justo a su espalda, resonando entre los árboles como una cuidadosa advertencia, sólo afianzó su decisión. Sin embargo, ni su decisión ni el peligroso aullido de la criatura pudieron evitar que otro pensamiento hiciera ancla en su cerebro:
No debí venir.
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