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6. Si me ladras, te muerdo

JUDITH

30 de abril de 2015.

El recreo terminó más rápido de lo que esperaba, pero el problema no es eso. Es mi mente y ese malestar por aquellos ojos azules que me atormenta cada vez que nos encontramos, lo que sucede frecuentemente por la amistad que está creciendo entre Thiago y yo.

Deam Lacroix.

Ahora sé su nombre y lo detesto aún más por eso.

Resulta curioso que la persona que desee conocer desde hace tanto tiempo sea la persona que más mal me cae en el mundo por su actitud tan pedante y egocéntrica.

Además, es de sangre fría, manipulador de chicas tontas y un salvaje de lo peor.

Lo peor es que nadie ve su lado diabólico.

Yo lo hago.

He visto antes aquel brillo sádico y lo mejor que podría hacer es huir de él.

Pero realmente no puedo, siempre he sido curiosa por naturaleza.

Y bueno, todos saben que un depredador no deja a su presa huir tan fácilmente, ¿verdad?

Dios, esto está mal.

Sacudo la cabeza alejando esos pensamientos.

Estoy cruzando el pasillo con el piso baldosa, entre clases, y examino las paredes como si fuera interesante escuchando a Esther mientras habla sin parar.

―¿Crees que Abel me volverá a hablar después de eso? ―me pregunta ella, tocando su cabello de forma nerviosa. Parece que en cualquier momento se romperá a llorar, tal vez recordando como mando a Abel a freír espárragos hace diez minutos cuando él le declaró su amor.

Conozco esa mirada. Y mierda, odio verla llorar porque a veces no tengo ni idea que hacer. No me gusta que lloren delante de mí porque no sé consolar a nadie.

―¿Por qué no le das una oportunidad a Abel? ―le pregunto, aunque temo saber la respuesta.

No quiero perder a mis mejores amigos por sus indecisiones. Rezo a los dioses de los amores prohibidos para que hagan algo.

―Es nuestro mejor amigo ―dice, como si eso hubiera impedido que ella se enamorará de él y él de ella. ―Hasta ahora es perfecto así y no quiero arruinar nuestra amistad por una relación que ni siquiera sé cuánto va a durar.

―No te das cuenta que por miedo puedes caer en los famosos si hubiera, o tal vez... ¿Y si hubiéramos sido el uno para el otro? ¿Tal vez debí aceptarlo? ¿No es mejor aprender de los errores que vivir en las frustraciones?, ¿los arrepentimientos que a los remordimientos? ―suspiro. ―Pase lo que pase no voy a permitir que nos distanciamos por eso, pero ahora, si no estás lista, toma las cosas con calma. Habla con él y dejen que las cosas fluyan despacio ―la abrazo.

Esther comienza a llorar.

―Seguramente me debe estar odiando por lo que le dije.

―Sabes que Abel no es así, te aseguro que cuando llegamos al salón te tratará igual que todos los días.

De cierto modo, es la verdad, Abel debe llevarse el premio mayor por ese corazón de oro que tiene.

En este momento Abel nos alcanza, se queda sin habla al ver a Esther limpiar sus lágrimas bruscamente.

Él carraspea su garganta y le pregunta: ―¿Todo bien? ―aún después de romper su corazón todavía sigue preocupado por ella, de verdad tiene un enorme corazón como siempre supe.

―Sí, estábamos hablando cosas de chicas y ya sabes como soy de sentimental, ¿y tú, todo bien? ―pregunta ella inquieta.

Sonríe. ―Por supuesto.

―¿Sigue en pie lo de ir los tres a la feria? ―inquiere, mordiendo su labio inferior.

―Sí, nos vemos a las cuatro en punto, en la playa ―contesta en voz baja.

Llegamos al edificio, y las puertas de vidrios apenas oculta el reflejo de la tensión palpable que rodea a los tres. Abro la puerta y la mantengo para Esther y Abel. Los dos entran al mismo tiempo, chocando el uno con el otro, están tan cerca. Parece que Esther se ha quedado sin palabras y hasta se pone nerviosa; es extraño verla ruborizada porque nunca lo hace. Sin embargo, lo está haciendo, ella parpadea un par de veces y Abel le guiña un ojo. Yo abro la boca por la tensión sexual que se siente en el aire y se me escapa una risita, ante esté acto impetuoso, ella me aplasta el cabello en la parte más alta de mi cráneo y continuamos nuestro camino, con los brazos entrelazados por el largo pasillo, alineado en ambos muro con los casilleros y las puertas de los salones.

Abel me mira, conflictuado. Quizá está limpiándose mentalmente el sudor de la frente, por esa breve conexión tan electrizante.

Mierda, incluso yo lo sentí.

Cuando llegamos al salón para tomar la clase de matemática Esther se sienta a mi lado, y Abel enfrente, pero ella no lo mira ni una sola vez durante la clase como solía hacer a menudo, aún cuando él apenas puede ver otra cosa que no sea ella. Quizá el tema de una posible relación es demasiado pronto para ella después de como terminó con el farsante e idiota de su ex...

Y he aquí, la pregunta del día:

¿Por qué tuve que venir?

Esa pregunta se mantiene dando vueltas en mi mente una y otra vez mientras estoy sentado en una mesa de picnic viendo a Deam comer su ración de costillas sin dejar de verme. Quizás es malo, pero la forma en que sus labios ondula hacia arriba del lado derecho para formar una sonrisa maliciosa como si se hubiera preparado para destrozarte en cualquier momento es totalmente interesante y eso me fastidia.

Suspiro.

Me quedo viendo el festival. Las grandes tiendas de campaña y juegos mecánicos que se instalan. Las multitudes de personas que se atiborran de comida, hacen cola para las atracciones y el olor de la suculenta carne a la barbacoa y salchichas flotaban en el aire. Volteo la cabeza mientras Bryon se acerca, con una chica atractiva con cabello largo y piel de porcelana.

Ella cuando ve a Abel y a Deam sonríe. Observo con cuidado sus expresiones faciales, miro a Abel, quién se queda boquiabierto, obviamente está observando lo bien que le quedan los pantalones de jeans cortos. En cuanto a Esther solo la miro, lo que sea que siente ahora no lo está exteriorizando, pero estoy segura que no es nada bueno.

―Hola ―saluda ella.

―Hola, Marina ―le responde Deam. Siento cierta tensión entre ambos.

Posiblemente se han acostado o tal vez lo harán pronto. De eso no hay ninguna duda.

Ella me sonríe y extiende su mano hacia mí.

―No creo que nos hayan presentado. Soy Marina Pereira.

Aprieto su mano.

―Judith Lima, un placer conocerte ―digo, mirando a Esther.

Cuando Marina va donde mi amiga no sé por qué, pero su actitud me dice que trama algo.

―Esther Alves ―responde y veo esa sonrisa de malicia en sus labios. ―Novia de Abel.

Marina mira a Abel, quién está asombrado; lo sé por la líneas que se forman en sus labios antes de él cerrar la boca y continúa observando a Esther. Disimulo una risa y aclaro la garganta.

Marina parece un poco incómoda por esa confesión, lanza su cabello hacia atrás, calmada y se sienta al lado de Bryon. Abel le lanza una mirada a Esther. Esther le sonríe de vuelta, con descaro.

Esa es mi amiga.

―Esther y Judith. Lucen muy bien, como siempre ―comenta Thiago super fresco mientras toma asiento a mi lado.

―Uh, gracias ―logro decir.

―Oye ―lo regaña Abel, con el ceño fruncido. ―Nada de coquetear con ellas dos. Lo mismo aplica para todos.

Tengo ganas de que la tierra me trague.

Thiago se encoge de hombros. ―Solo decía.

Deam se pone de pie y dice:

―¿Alguien está interesado en ir a alguna atracción? —me mira y luego se voltea hacia mi amiga. —¿Esther?

―Claro ―responde ella.

Cómo si me importará.

Le sonrío. ―Abel y Thiago, ¿qué hay de ustedes? ¿Quieren venir conmigo a pervertir... Ejem.. a divertirse? ―les pregunto, inocentemente.

Ellos asienten, ocultando sus sonrisas.

Compramos unas entradas para los juegos mecánicos y luego pasamos un par de horas gritando en ellos.

―¿Eres la novia de Bryon? ―le pregunto a Marina como para hablar de algo cuando las dos nos montamos juntas a la rueda de la fortuna.

Sorprendida me mira con cierta diversión.

―¿Así que él hablo de nuestro... cómo decir eso... de nuestra relación? ―sus ojos me estrechan. Niego. ―Ah, no tenemos nada de igual forma. Todo lo que se llegó a tener pertenece al pasado. Pasó muy al principio de su relación con Paloma, yo estaba enamorada de él, pero él sólo tenía ojos para ella. Sólo salimos un par de veces sin llegar a ser nada.

―Así que, ¿conociste a Paloma? ―ella mira sus dedos entrelazados, hace una mueca y suspira.

―Sí, por desgracia.

Mis cejas se alzan.

Me mira por un minuto.

―¿Qué? ―le pregunto.

―¿Sabes?, ahora me doy cuenta porque no le caes bien a Deam.

¿Es tan obvio?

―Dudo mucho que a las personas en general les caiga bien, simplemente parece soportar a uno más que otros ―digo.

―Tienes razón, pero a ti te soporta menos porque te ves similar a Paloma. Diferentes colores de piel, cabello y ojos. Sin embargo, sus características son similares. Y esa cara de niña buena que parece querer comprar a todos cuando hay demonios escondidos en la mirada le añade el toque.

De pronto, me siento incómoda por eso, luego cuando se detiene la atracción nos quedamos en silencio.

No puedo controlar mis dudas y curiosidad. ―¿Cómo era ella?

―No te preocupes, eres muy diferente a ella en todos los sentidos, incluso pareces ser más sincera ―dice Marina distraídamente. ―Ella era una persona que adoptaba una actitud enigmática y misteriosa, era muy inestable emocionalmente. Por eso Thiago era muy protector con ella, aún así terminó enredada con Deam y Bryon al mismo tiempo.

Abro la boca. ―¿Estaba con los dos?

―Si un hombre puede hacerte feliz en la cama, dos podría hacerte sentir mejor. O, así creo que ella pensaba.

Sonríe mientras la rueda de la fortuna se detiene en el suelo y luego bajamos.

Caminamos hacia la taquilla dónde están Esther y Abel comprando boletos para subirse a más atracciones.

―¿Te vas a subir a la montaña rusa? ―me pregunta Esther.

―¿Vienes conmigo?

―No, gracias. Ya he tenido suficientes emociones por el día de hoy ―contesta ella con una mueca.

―Ven, Judith. Subiremos juntos ―dice Deam.

Antes de que la palabra 'no' salga de mis labios, Deam me lleva hacia la aterradora montaña rusa y en un segundo ya estamos sentados uno junto al otro en el vagón.

Después de aquel beso no tengo ganas de volver a estar cerca de él. Es obvio que sus intenciones era probar algo, ¿pero qué además de mostrar lo imbécil que es?

Decido dejar las cosas claras al ver que no tiene intenciones de hablar.

―Mira, vamos a dejar las cosas claras, si me hiciste subir contigo para humillarme, nada de lo que puedas decir me interesa, así que no pierdas tiempo y tirale el rollo a otro lugar, ¿entendido? ―comento tajante. Sé que es el típico chico "Ríndete a mis pies" pero yo no soy de ese planeta. Me gusta leer al igual que me gusta ir de fiesta de vez en cuando. Amo los pantalones cortos, los vestidos y faldas. Pero no me molesta salir de casa desaliñada con el cabello que dice odio el peine o vestida supuestamente decente. No soy amante del maquillaje, pero lo uso dependiendo de la ocasión. Como dije no soy de ese planeta; no busco ser perfecta y especial.

«Obviamente que no, perteneces al planeta de los locos, Jude. Es una lástima que sigas fingiendo estar cuerda.» Se burla.

Deam sonríe por primera vez, y puedo vislumbrar una sonrisa franca, muy parecida a la de Abel.

―Eres muy adorable cuando te enojas ―se burla él también.

Me agito bajo su mirada, sus ojos azules hacen que me derrita. No es momento para esas estupideces. Deam es un completo idiota, pero maldita sea si no es lo bastante guapo para salir adelante y volver loca a la mayoría de chicas con eso.

—¿Por qué yo? —suelto.

—¿Por qué tú qué?

—Porque pudiendo venir aquí con cualquiera por tu buen físico decides elegir a alguien que te cae mal.

—¿Crees que tengo buen físico?

—No estoy ciega. Además, puede que me caigas mal, pero si no fuera por tu físico no te daría ni la hora —finjo pensar—. Ah, es cierto, ni siquiera eso te doy.

—Me gustan las niñas buenas y que estén calladas. No arruines esa imagen.

—Podré ser todo menos una niña buena —le aclaro. —Sabes, esta fascinación poco ortodoxa por la violencia femenina podría ser una manifestación de tendencias desagradables —digo—. Es un poco tóxico.

—Llámame rey de la toxicidad entonces, porque puedo mirar esta belleza divina.

Bufo.

Cuando los vagones empiezan a moverse, se me hace un nudo en el estómago de anticipación mientras subimos por la primera montaña. Siento que me sale el corazón de la boca cuando estamos a punto de caer al vacío. Grito con todas mis fuerzas, aferrando mis manos a la barrera de seguridad, la adrenalina sube por todo el cuerpo, echo un vistazo a mi lado, sin embargo, mi acompañante está completamente relajado mientras que a mí parece que me dará un paro cardíaco. Mis cuerdas vocales se han quedado sin fuerza y siento todavía más angustia cuando veo que habrá otra caída más alta. El vagón va lento y se detiene en el punto más alto de la montaña.

Mi corazón late a toda velocidad, ante la caída no puedo evitar los gritos que brotan desde el fondo de mi garganta.

¿Quién me manda a subir?

Caminamos hacia los chicos una vez que me recupero de la conmoción. Miro a mi alrededor, era el atardecer y me quito mis sandalias para poder enterrar los dedos de mis pies en la arena y sentir esa sensación.

Mi celular suena; es un número desconocido.

―¿Sí? ―susurro.

Silencio y una respiración.

―Sé que estás ahí. Háblame, por favor ―giro y veo a Deam con su teléfono pegado a la oreja, puedo ver a los demás chicos desde aquí también hablar por teléfono.

Dejo que mi concentración se enfoque en aquella respiración.

―Peque... ―susurra y es como una caricia.

La llamada se cuelga.

Qué extraño.

Una vez que llegamos con los demás, ya me repongo un poco de las emociones fuertes. Nos vamos todos juntos al compás a la orilla del mar cuando de repente, siento esa extraña sensación de que alguien me está observando, pero no veo a nadie. Sigo caminando, vuelvo a sentir esa desagradable sensación, yo me giro a mirar y sólo veo el cielo que presume del anochecer.

"S"

Las luces de la ciudad, los curiosos en los muelles, los gritos de los vendedores que invitan a los clientes, los padres que hacen fila para las atracciones o persiguen a sus hijos y los gritos de las personas en la montaña rusa. Y luego las risas de los niños y el ruido de las olas que forman una música perfecta para mis oídos. Es el escenario indicado para los demonios que acechan por la noche.

Te veo. Pero tú no me ves a mí.

Estás perfectamente consciente de mi presencia como si tu piel me reconociera a millas de distancia, ¿Metros? ¿Centímetros? ¿O milímetros? En realidad la distancia no importa si no lo que produce en tu mente, metiéndose bajo tu piel.

Intento descifrar la expresión de tu rostro a pesar de la penumbra. En ésta descubro un desafío. Un juego nuevo. Un regalo perfecto. La arena es suave bajo tus pies. Esa sensación debe de agradarte mucho por la sonrisa que ilumina tu rostro. El tirante de tu vestido se desliza entre tus brazos, el viento obliga a tus cabellos a volar en su suave melodía, los cuales rozan tus mejillas y algunos mechones se pierden en tus labios.

Deseo ser aquel mechón.

¿Tu mente será tan perfecta como tú?

Eso tendré que averiguarlo.

Realmente no creía en las casualidades ni el destino, pero cuando te puse los ojos encima por primera vez, sabía que eras la indicada, había vislumbrado el fuego en tu interior. Eso cuenta mucho, ya que la variedad es importante. La rutina se vuelve soso y aburrido con el tiempo, necesito desafíos y tú lo serás.

Eres el tipo de personas que cuando le ladran en vez de asustarse y correr, muerde. Y eso me gusta. Me gusta mucho.

Le besas la mejilla a Esther y Abel despidiéndote de ambos antes de abandonar el lugar, te agachas para poner tus sandalias. Sigues caminando incluso cuando sientes mi presencia. Te abres paso entre la gente sin ni siquiera mirar atrás, pareces sentirte incómoda entre esa opresión de cuerpos ondulantes, te diriges andando hacia el asfalto, echando un rápido vistazo a tu alrededor, pero ya no miras donde estoy.

Me sientes.

Y yo sigo observándote desaparecer entre esa muchedumbre asfixiante.

Ese aire agobiante es tan hermoso en ti, los flequillos se pegan a tu frente, en ese instante que por fin me miras. Saco mi teléfono celular y deslizo el dedo para activar la cámara. Uso el pulgar y el índice para hacer zoom hasta que sólo se vea tu cara en la pantalla.

Un clic silencioso y ya te capture.

Incluso tus temores se reflejan en ella.

Y ahora ya eres...

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