ABEL
¿Por qué Esther me tiene tanto miedo?
¿Dónde está Judith?
¿Quién las secuestró?
Mis ojos se apartan del fuego de la chimenea. Estoy demasiado alterado para pensar. Contemplo cómo el sol se comienza a ocultar en el horizonte, dándole a las cortinas un aspecto de iluminación tenue. La habitación en cualquier momento se llenará de oscuridad.
Esther estira lentamente su cuerpecito y abre los ojos con un parpadeo. Posa la mirada sobre mí y me ve desconfiada. Su cara ya no parece la misma, tiene ambos ojos amoratados y con heridas. Tiene los labios cubierta de cortes, pero de alguna manera su belleza consigue irradiar a través de las cicatrices, iluminando todo.
—Hola —la contemplo, embelesado.
Retrocede en la cama en silencio, tratando de alejarse lo más lejos posible de mí. Se me escapa una risita, pero es lo bastante leve como para que solo yo lo oiga.
—Te vas a caer.
—¡No me toques...!
Me lanzo sobre ella y le inmovilizo las manos por encima de la cabeza. La mantengo contra el colchón con mi peso, pongo la rodilla sobre sus muslos y utilizo mi mano libre para sujetarle la cadera.
—No te voy a hacer daño.
—Suéltame.
—No —nuestro rostro solo están a centímetros. —Primero dime por qué me tienes miedo.
—Me estás haciendo daño —dice mientras intenta soltarse.
—No te he hecho daño —contesto ofendido.
—Entonces, ¿por qué no me dejas ir?
—Porque es lo último que necesitas ahora mismo —meto las manos por debajo de la camiseta que le puse, buscando su piel desnuda solo para poder sentir su tacto, lo extrañe mucho todo este tiempo que estuvo desaparecida. Ella se pone rígida ante mi tacto y me empuja para apartarme. —Aún estás en peligro.
Dejo mis manos quietas, pero aprieto la boca contra la suya. Ella se remueve para tomar más de ello con desesperación. Agacho la cabeza y le atrapo el pezón con la boca, tirando de él con chupadas largas y profundas. Oigo cómo ahoga un grito, notando que su cuerpo se sacude por la sensación y sonrío para mis adentros.
—Abel —lleva las manos a mi cabello y lo remueve.
Levanto la cabeza y dejo un beso en la comisura de sus labios, pero hay algo en el tono de su voz que me inquieta.
—Dime —me echo hacia atrás despacio mientras mis ojos recorren su rostro.
—Debemos hablar en cuanto a lo de nosotros... —aparta la mirada y se muerde el labio inferior.
Al ver la incomodidad plasmada en su cara, me levanto. Desesperado, me acerco a la ventana, tratando de buscar calma porque desde aquella mañana había sentido extraña, se mantenía lo más alejado posible de mí hasta el día de la fiesta del secuestro cuando habíamos hecho el amor en aquella tienda.
Ella es la segunda persona que no puedo imaginar perder.
Ignoro el nudo que siento en el estómago y me quedo inmóvil, esperando a ver a dónde lleva esa conversación.
—Perdón por no haberlo dicho antes, pero me acosté con Deam... —dice en voz baja.
Hijo de puta.
Esther me ha destrozado y su palabra expresa el desorden de emociones que me pone en el ojo del huracán.
No estoy seguro de lo que escuché, pero todo pensamiento racional ha abandonado mi mente y me he transformado. Lo veo todo rojo. Mis manos no dejan de temblar, se me cierra los puños continuamente.
Me invade una tensión distinta. Mis nudillos sobresalen cuando aprieto mis manos en puños.
—Abel... —la culpa oscurece sus ojos y las lágrimas brillan. —Por favor, perdóname, a mí también me duele lo que pasó. Ambos estábamos borrachos, te lo juro. Ninguno de los dos lo deseaba.
No digo nada porque en realidad no le estoy prestando atención a sus palabras y tampoco logro procesarlos. Simplemente doy media vuelta para salir de la habitación, con la espalda rígida y en tensión.
—Espera.
Me agarra, pero yo trato de zafarme.
Cierro los ojos y aprieto la cara contra la suya. He escuchado la única cosa que no puedo soportar oír.
Mataré a Deam.
—¿Dónde está Judith? —dejo escapar un horrible suspiro.
—Supongo que debe de estar en su casa, lo vamos a visitar más tarde, ¿sí? —agarra con fuerzas mis brazos. —Pero por favor, ahora háblame de lo que sientes.
Le doy la vuelta y la acorralo contra la pared del pasillo.
—¿Qué se supone que tengo que hacer cuando me dices que te acostaste con mi primo? —su labio inferior empieza a temblar y yo me deshago. —Dime cómo manejar esto.
—Lo siento tanto... —solloza.
La aprieto con más fuerza y echo el cuerpo sobre ella.
—Dime qué hacer.
Contengo el deseo de golpear con el puño la pared que hay detrás de ella y tomo su cabeza entre mis manos.
—¿No ves lo que me estás haciendo?
—No me estás escuchando y me destroza verte así —sus dedos se clavan en mi cintura. —Lo siento, Abel, pero fui un error... todos comentemos errores cuando estamos borrachos.
—¿Abel? —la voz de Deam suena desde abajo.
—Quédate aquí —se me hela la sangre y Esther se tensa al escuchar mis palabras.
Ella siempre ve mi interior.
—Por favor, lo hagas. No cometas una locura. Él también estaba borracho.
Sin escuchar su comentario salgo por el pasillo antes de encerrarla en la habitación, ignorando su gritos.
Camino frotando la nuca. No estoy seguro de cómo manejar aquella situación, pero necesito hacer cualquier cosa con tal de ahogar, aniquilar de una vez la voz de mi cabeza que me dice que estoy jodido.
—Tocaste lo único que era sagrado entre los dos.
—Así que te enteraste —Deam se enfrenta a mí con una mirada dura y la mandíbula apretada.
Me mira fijamente con una clara advertencia en los ojos.
Mirarlo me saca de quicio. Se aparta de las escaleras y coge su vaso de Caipirinha de la encimera y se lo toma como si yo no estuviera ahí.
Aunque es mi primo, quiero golpearlo. Quiero golpearlo justo ahora mismo para apaciguar mi cabreo y por haber roto nuestro pacto.
Dios, se supone que le gusta Judith y Esther es su mejor amiga, ¿cómo ha podido?
—¿Podemos terminar con está mierda? —se me queda mirando con la misma expresión fría y deja de golpe el vaso vacío en la encimera.
Los nudillos se me ponen blanco, me los hago crujir y estiro los brazos.
Deam observa mis movimientos con aburrimiento.
Echo el brazo atrás y le doy un puñetazo en la cara, haciendo que salte sangre de la nariz y su boca.
Me mira como si nada.
¿Por qué no se defiende?
Cansado lo dejo en el piso y me voy siento que no he solucionado nada a pesar de haberlo golpeado. El dolor sigue ahí, latente.
Cuando entro de nuevo en la habitación, me encuentro con Esther en la cama con las rodillas contra el pecho. No hay mucha luz en el dormitorio, pero sí puedo ver la expresión de su rostro. Está preocupada sin tener ni idea de lo que pasó o por qué la había encerrado.
Entro y ella vuelve los ojos hacia mí. Un alivio se extiende por su cara aunque intenta ocultarlo.
Mantengo las manos fuera del alcance de su vista para que no pueda ver la sangre seca pegada a mi piel.
—¿Dónde fuiste? ¿Qué pasó contigo y Deam?
Me toma del brazo y tira de mí hacia la cama cuando estoy lo bastante cerca. Se lo permito porque sé que está destrozada y débil. No es lo bastante fuerte para obligarme a hacer nada, pero tiene esa autoridad de un general en la voz que hace que me tenga a sus pies y cuando me pone una mano encima no soy capaz de negarle nada.
—¿Qué le pasó a tus manos? —me giro incapaz de aguantar su mirada.
—Le di su merecido a Deam.
—¿Se pelearon?
—No, él ni siquiera se defendió cuando lo estaba golpeando.
Su mirada se pierde en el fuego. —¿Te duele?
—No —es mejor sentir ese dolor físico a perderme en la de mi alma.
—Siempre supiste que Thiago es Snap, ¿cierto?
—¿Quieres decir que Thiago es quién las secuestró? ¿Él es Snap?
—Así es, veo que no te sorprende —suspira. —Lo que quiero saber ahora es por qué Judith no recordaba conocerlo y por qué tú se lo ocultaste —acaba por decir enojada.
Las dudas me asaltan de nuevo. ¿Debo sincerarme con ella?
No puedo mentirle.
Jamás podría hacer incluso cuando siento el desgarre de mi alma.
¿Le digo a Esther sobre el accidente de Judith?
Temo decir algo que prometí jamás hablar de ello, pero por otro lado, a estás alturas Judith debe saber toda la verdad. Thiago seguramente le contó todo.
Yo no quiero contarle la verdad sobre Judith no porque tengo algo que ocultar o que quiero mantener en secreto, ya no. Simplemente duele hablar de ello. En su momento debí haber hablado, quizás hacer algo, pero tenía siete años, ¿quién creería en la palabra de un niño?
—Abel... cuéntamelo —baja el tono de sus palabras hasta convertirlas en un bello susurro, haciendo que sea incapaz de negarle nada.
—Judith si conoció a Paloma desde los siete años. Era casi imposible que alguien les cayera bien a los mellizos, pero la conexión entre ellos y Judith surgió desde el primer día.
»Sospecho que era por la similitud entre ellos, en el fondo siempre he pensado que Paloma y Thiago estaban enamorados de sus propias imágenes. Además, hubo muchos rumores acerca de que ambos se gustaban lo cual nos pareció muy loco, descabellado y muy retorcido.
Ella guarda silencio y espera a que continúe la historia.
—Sin embargo, Judith siempre ha sido curiosa por naturaleza, y Salomón; el primo de Paloma y Thiago era un misterio andante lo cual llamó poderosamente su atención.
»Ella empezó a juntarse más con él y nos dejaba a un lado. Semanas después en su cuerpo apareció "marcas accidentales", todos sospechamos de Salomón porque era un niño bastante problemático —trago para deshacer el bulto que tengo en la garganta, porque el dolor está a punto de hundirme. Saber que alguien la lastimaba mientras yo me hacía el ciego ha sido el peor sentimiento del mundo. —Cuando Judith cumplió los ocho años, Salomón ya tenía los trece, sus padres habían decidido mandarlo a un internado porque todos los días les llegaba una queja del director del instituto acerca del comportamiento violento de Salomón. Ese día Paloma y Judith se encontraban jugando en el jardín cuando escuchamos un grito. Cuando llegamos afuera, debajo del árbol estaba el cuerpo tendido de Salomón en el suelo y de su cabeza salía mucha sangre.
Esther bebe cada una de mis palabras ni siquiera parece respirar.
—Minutos después apareció Paloma con lágrimas en los ojos, recorriendo sus mejillas y las manos ensangrentadas.
»Nos cantó que Salomón había intentado abusar de Judith y ella se defendió golpeándolo con una piedra en la cabeza, pero cuando ella vio la sangre, se asustó y salió corriendo, impactándose con un coche que venía a toda velocidad. Ambos fueron hospitalizados por mis padres en el mismo hospital donde estaba Deam, quien había recibido un disparo en el pecho cuando un ladrón entro a robar en su casa.
Tomo una pausa antes de continuar.
—Pero cuando Judith despertó no recordaba nada y Salomón seguía en coma.
»Al principio mis padres me dijeron que guardará el secreto de Judith como un juego y si lo contará sería el primero en perder. Después de cinco años, entendí que ya no era un juego, ella seguía sin recordar. Los doctores dijeron que ella tenía amnesia psicológico o amnesia de fuga. Suele ocurrir ante un trauma psicológico importante. Sin embargo, Salomón cuando despertó un año después del accidente negó el hecho de la acusación de Paloma y dijo que quien lo golpeó no fue Judith sino otra persona. Y eso es todo.
—Abel... ¿Por eso siempre quisiste ser psicólogo? ¿Por Judith? ¿Te sentiste culpable? —Esther se sube encima de mí, se pega a mi pecho y pasa los brazos por mi cuello. —Solo eras un niño, así que no es tu culpa.
Trata de darme alivio al notar la culpabilidad en mi voz. Pero también sé que él hecho de haber callado me vuelve cómplices.
Me toma la cara entre las manos y apoya su frente contra la mía.
—¿Encubrieron la muerte de Paloma o de verdad fue un accidente? Prometo no decir nada sea cual sea la respuesta.
—En realidad no sabemos que pasó exactamente aquella noche, pero de manera directa o indirecta todos somos culpables y cómplices.
»Una mañana, encontré a Paloma husmeando en mi teléfono, y ahí descubrió una foto de Judith. Me gritó y exigió para que la llevará con ella, yo le dije que no y ella amenazó con destruirme. Estaba furiosa y parecía bastante herida. Jamás la había visto así, era como una bomba a punto de explotar. Esa misma noche escuché gritos que provenían en el pasillo de la casa de Thiago, la música no dejaba entender bien. Sin embargo, escuché claramente cuando Salomón le dijo que se alejará de alguien, o si no él contaría la verdad a todo el mundo.
—¿Qué fue lo que hiciste?
—Era nuestra primera fiesta de pulseras y también era la despedida de Paloma. No quería entrometerme en una pelea de primos, la pelea entre ellos dos era algo bastante habitual.
»Así que simplemente bajé a la fiesta y los ignore, minutos después Deam encontró a Paloma besándose con Bryon en la cocina y se le fue encima, lo golpeó hasta casi matarlo. Deam estaba devastado, era la primera vez que él sentía algo más que atracción por una chica y ella lo había engañado con su mejor amigo. Culpó a los dos, pero en realidad Paloma era la única responsable porque ella salía a escondidas con los dos. Ambos eran un secreto incluso ninguno de nosotros sabíamos que estaban juntos. Marina se llevó a Bryon a una habitación para curarle sus heridas y yo a Deam. Luego todo salió mal.
—¿Qué pasó exactamente?
—La fiesta se volvió intensa; sexo, alcohol y droga. Todo se volvió muy confuso, solo recuerdo haber subido las escaleras con una Paloma bastante tomada y sin blusa, después me desmayé.
Bueno, estaba borracho y ella me sedujo hasta el piso de arriba.
»Cuando desperté ella estaba a mis pies, ensangrentada, desnuda y las marcas de asfixia en su cuello. El cuerpo de los seis hacía una especie de círculo a su alrededor, yo tenía una pulsera verde en la muñeca, Bryon una violeta, Carlos una blanca, Salomón azul, Thiago un rojo y por último Deam poseía el negro. Ninguno supo cómo habíamos llegamos hasta ahí. Paloma estaba muerta en su habitación y cabía la posibilidad de que lo hubiéramos hecho uno de nosotros. Ninguno quería ir a la cárcel. Y Thiago nos sugirió lo de las pulseras, pero Carlos y Salomón no estaban de acuerdo con el plan por lo que no participaron. Además, tenían la sospecha de que existía algo macabro en aquella noche. Algo más allá de lo que veíamos.
—¿Si Salomón está tan enamorado de Judith no es muy raro que no lo haya buscado?
—Si fuera por él lo haría hace mucho, pero desde el accidente tiene prohibido acercarse a ella y un orden de alejamiento —ahora me doy cuenta que me había equivocado. Pensé que era Salomón quien había atacado a Judith, pero me doy cuenta que fue él, quien espanto a Thiago y por eso lo golpearon. Y Judith al ver lo que sucedió huyó para salvar su vida.
Nos quedamos en silencio, sintiendo la respiración del otro. Esther pega la frente con la mía. Sus ojos no se apartan de mis labios, pero no me besa.
—Déjame marchar, por favor —anuncia, clavando los ojos en los míos. —Llevo desaparecida más de una semana, mi familia no sabe dónde estoy. Seguramente están llorándome y preguntándose si me han asesinado además, quiero saber de Judith.
Asiento.
—Iré por tu abrigo y luego te llevo —me ofrezco, dejándola en la cama.
Veo la expresión de sorpresa en su rostro por mis palabras.
Llego hasta su abrigo, pero me fijo en el papel doblado que está bailando en su bolsillo antes de caer al suelo. Lo tomo y la voz inocente y traicionera de mi interior me dice que lo desdoble para leerlo.
Desdoblo la hoja. Indudablemente se trata de la letra de Judith.
Esther créeme cuando te digo que odié mentirte, pero es lo mejor para las dos.
Fue mi culpa sabes, creo que en el fondo siempre supe la verdad y me negué a creerlo por miedo a regresar al pasado, el que de por si, mi mente siempre quiso olvidar.
Me dejé llevar por la mentira de mi mente; una mente protectora, cobarde y enfermiza que me destruía poco a poco, calló por la culpabilidad que crecía y crecía, encerrándose en sí mismo.
Creo que estos recuerdos me han dejado un poco de locura y temo hundirme más en la oscuridad.
Ahora que estás libre, vive por las dos. No sé dónde estaré. A estás alturas quizás yo ya esté muerta, o no, qué absurdo. No me hagas mucho caso.
Solo corre, corre y no te detengas hasta alcanzar tu libertad porque yo... ya estoy muerta.
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