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22. Degústame

JUDITH

Yo me quedo completamente atónita, literalmente aturdida mirando lo que hay en la puerta de la entrada del club.

Es tarde. La oscuridad nos abraza, pero ya no tanta.

¿Cómo pasó?

La muerta está ahí. Eso no es un sueño. La observo. Cabello castaño, largo, como de dieciséis años por ahí. Ojos verdes, muy lindos, coronados con cejas espesas. Cierro los ojos, trato de rebobinar la memoria. Es como a veces que abres los ojos en medio de la oscuridad y no puedes distinguir.

Algunos minutos antes...

Todos estábamos bailando llenos de alegría, la música, el ambiente. Una explosión de éxtasis mezclado con euforia. Nadie esperaba lo que sucedió a continuación.

Las luces se apagan. La música se detiene. Los gritos de miedo y desesperación se mezclan. En efecto, comprendía su miedo y lo angustiante que es aquella situación. Pero con Lua y Esther a mi lado en medio de la oscuridad supe que no estaba sola, ya que los chicos habían desaparecido como por arte de magia.

Sin embargo, el ruido que se escuchó desde el segundo piso minutos después fue aterrador, lo que provocó más pánico entre las personas.

Yo no puedo creerlo. ¡Esto es enorme!

El silencio se instala entre nosotros, un silencio pesado cuando las luces volvieron. Todas las miradas ahora están dirigidas en la puerta de entrada del club como si lo hubiéramos ensayado.

Cuando dirijo mi mirada ahí y ahogo un grito.

Una chica disfrazada de bella, está sentada en el suelo, con la espalda apoyada contra la puerta, el cabello que le cae lisamente sobre sus pechos, sus ojos han perdido cualquier rastro de vida, su piel está pálida, especialmente en el cuello donde hay unas marcas, dejando en claro que ha sido asfixiada. Toda su ropa está rasgada como si hubiera sido atacado por una bestia salvaje y justo al lado de su cuerpo las seis pulseras.

En medio del repentino silencio, percibo gritos sordos y ruidos ahogados.

¡Es un verdadero tumulto!

Y de repente el terror parece invadido todo el lugar, todo el mundo corre tras la salida. En medio de la confusión pierdo de vista a Esther y a Lua. Alguien se abalanza sobre mí y caigo al suelo, apretando contra mí, mi teléfono. Si la suelto la aplastaran.

Paralizada, veo a la muchedumbre precipitarse en mi dirección, sin una sola mirada para mí, los ojos fijos en la salida.

¡Ah, me van a aplastar...!

Siento que me levantan. En un abrir y cerrar de ojos estoy aquí pegada a Deam, firmemente sujetada a diez centímetros del suelo, sin poder hacer ni un movimiento. Nuestros rostros rozan.

La horda de personas pasan de largo sin prestarnos atención, gritando. Mi teléfono se cae al suelo y escucho el rugir de un tacón aplastar la pantalla.

Pegada a él, mi corazón acelera desbocado. En medio de toda esa confusión total. Nadie parece pensar en la policía. Vuelvo a cobrar vida cuando sin preguntar mi opinión, él me lleva hacia la salida.

—¡Espera!, ¿dónde están Esther y Lua?

—Esther y Lua están con Abel, esperándonos en el auto.

—¿No tienes que esperar a la policía? —pregunto confundida.

—Mi papá se va a encargar, ya lo llamé.

Hasta el camino al auto tengo tiempo de pensar, muy fuera de lugar, que tiene unas manos grandes. Sin esfuerzo me retiene con una mano sobre mis muslos y la otra abre la puerta del auto. Luego me lanza dentro y aterrizo sobre las rodillas de Esther.

Veo que el chófer es Abel y su copiloto es Thiago, pero Lua y Bryon no se encuentran por ninguna parte. Noto el estrés en el estómago como si fuese un ladrillo, me siento mareada.

Deam me echa un vistazo desde su asiento, observándome de manera disimulada.

—¿Estás bien?

—Sí.

Me sigue mirando como si no me creyera.

—Échate en mi regazo e intenta dormir.

Es un gesto muy amable, sobre todo cuando proviene de alguien que tiene poco amabilidad dentro de sí. Automáticamente me tumbo sobre él, atrapo a Thiago mirándonos por el espejo retrovisor, después de eso mi subconsciente decreta que ya ha visto suficiente por hoy y caigo a la oscuridad.

Despierto con una sensación extraña. No sé cuánto tiempo he pasado durmiendo, pero ahora hay luz. Ya amaneció y yo sigo aquí. Parpadeo, me incorporo con un gemido.

Frunzo el ceño al ver que me encuentro en el auto de Abel. No es que no sea cómodo, pero me desconcierta seguir aquí... ¿Cuánto tiempo ha pasado?

Miro en la ventanilla y me doy cuenta de que estamos detenidos en una gasolinera.

—La bella durmiente, por fin dejo de roncar —escucho esa voz insoportablemente sexy desde el asiento de adelante.

—No ronco —gruño. —¿Me quitaste las botas?

Deam se encoge de los hombros y mira por la ventanilla.

—Estabas incómoda —le resta importancia.

—¿Dónde están los demás?, ¿y a dónde vamos?

—Los chicos están en la tienda y estamos de camino a la cabaña.

—¡Oh, Dios mío! Mamá me va a matar—digo sobresaltada.

—¿No quieres bajar a comprar? —me pregunta ignorando mi angustia.

—No —vuelvo la cara hacia la ventana. No tengo ni un peso encima y el estómago me comienza a gruñir.

Solo espero que no lo escuche.

Se me queda viendo unos segundos por el espejo retrovisor. Saca del bolsillo su cartera y descubro con horror un buen fajo de billetes que me tiende.

—Para que te compres algo —me mira con insistencia, tenso, concentrado.

—No quiero tu dinero —la palabra sale flotando de mi boca por cuenta propia. No me lo pienso dos veces.

—Tú y tu obsesión por el libre albedrío... ¿te hace gracia siempre llevarme la contraria?

La mayoría de veces, sí, pero aunque necesito el dinero nunca lo voy a admitir, llámalo como quieran orgullo, pudor, vergüenza. Simplemente no lo haré. No aprovecharé su dinero para que no piense que yo soy una interesada, además, no quiero que cuestione mi atracción por él en ningún momento.

Él se en­cuent­ra con mi mi­ra­da y no par­pa­dea du­ran­te va­ri­os la­ti­dos.

—¿Qué?

—Eres sexy.

—¿Yo? —inc­li­no la ca­be­za li­ge­ra­men­te ha­cia un la­do.

—Sí. Tú. Pero enojada lo eres mucho más.

—Masoquista.

—Solo contigo.

Una son­ri­sa se for­ma en mis la­bi­os, y es­ta vez, es ge­nu­ina.

El timbre indiscreto de su teléfono anuncia que le llega un mensaje, mira su teléfono con el ceño fruncido, escribe una respuesta. Luego se da la vuelta hacia mí con una ceja levantada.

—¿Te has acostado con Abel? —me mira de forma penetrante.

—¿Disculpa? —no puedo creérmelo. Es bipolar de seguro.

—Ya me has oído.

Tengo unas inmensas ganas de asfixiarlo con la cola de mi disfraz ahora mismo.

—Estás jugando con fuego, Deam —le digo encolerizada. Aunque mi tono es duro, me tiembla la voz. Si pudiera creo que le daría una bofetada, es una lástima que no esté cerca. —No vaya a ser que te quemes.

—Quémame entonces —responde con frialdad.

Qué idiota.

Cómo puedo tener una conversación actual con ese sujeto sin decirle todo lo que pienso de él, claro está que no sabe que pienso que es atractivo, con ojos hermosos azules que a veces parecen de color tormenta, cuerpo sexy, una retaguardia de buen ver y unos labios que están listos para ser devorarlos. Además, aunque no sé lo he dicho él ya sabe que imagino eso de él. Más que es egoísta, engreído, molesto, bipolar, petulante, idiota, estúpido, etc. Eso si se lo he dicho y vaya que se lo he dicho con ganas.

¿Acaso es necesario que se lo repita de nuevo?

Salgo del auto dando un portazo, sin embargo, apenas pongo un pie fuera siento el frío del suelo bajo mis pies. Deam me atrae hacia él, y me suelto. Pero vuelve a agarrarme.

—No hagas que te lo pregunte otra vez.

Entrecierro los ojos.

—¿Acaso me ves pidiendo explicaciones de cuántas has llevado a tu cama?, ¿te he preguntado si te has follado a Marina en tu oficina anoche? No, verdad. Nuestro trato aún no llega a su fecha, cuando llegue te diré si me acosté con él o no.

—Pues no tengo ningún problema en responderte si lo preguntas. No me acosté con ella. Ahora respóndeme, ¿te acostaste con Abel? —le resta importancia.

—A ti que te importa, Deam.

—Me importa y punto, Judith.

—¿Cuál es tu maldito problema? —le pregunto a la defensiva.

—Mi maldito problema es que no me importa casi nada, y cuando me importa algo, me importa demasiado —confiesa. —Y tú lo haces. ¿Acaso no es evidente?

Sus palabras me toman con la guardia baja, y bajo todos mis niveles de defensa de inmediato.

—No —me muerdo la lengua. —No me acosté con él.

Me mira aliviado y avergonzado.

—Abel te espera en la tienda —me dice, me salgo de su agarre antes entrar corriendo a la tienda. Con la idea de alejarme de él. Literalmente.

Él es diablo vestido de ángel.

ESTHER

El viaje ha sido intenso y una vez llegamos a una gasolinera Abel detiene el auto. Judith está dormida por el viaje y continúa apoyada sobre Deam.

Thiago está sentado junto a la otra ventanilla, con una mueca de desdén permanente en su bonito rostro.

Abel apaga el motor en cuanto aparca y salimos para entrar en la tienda con la idea de refrescarnos menos Deam. Lua, quien nos ha estado siguiendo en la motocicleta con Bryon, también nos acompaña hasta dentro.

Tarareando, me entro en los pasillos cogiendo ropa para cambiarme, dado que todavía nos queda algunas horas de viaje hacia la cabaña.

—¿Te acompaño? —me susurra Abel cerca del oído. La idea no me disgusta ni me escandaliza. El calor me sube y siento mi sexo contraerse de la excitación.

—¿Y si digo que no? —decido meterme con él.

—Aún así te acompañaría —muerde mi lóbulo.

Me besa la piel expuesta del cuello, luego me gira sobre mí misma.

Ay, madre. Ya me tiene.

Encendido por la pasión aún es más guapo. Su respiración se precipita, sé que está muy excitado, lo que no hace más que aumentar mi propia fiebre. Nos besamos apasionadamente. Siento su sexo vibrar y, me excito más. Sin dejarle opción comienzo con mi pequeño juego y acaricio entre mis labios húmedos toda su lengua en la tienda. Se separa con la misma intensidad con la que se acercó y tira de mi mano para prácticamente arrastrarme hacia el pasillo del fondo.

—¿Dónde vamos?

—Al servicio —me dedica una sonrisa pícara. —A ayudarte a cambiar.

—Muy caballeroso de tu parte.

Entramos, cierro la puerta con la pequeña trabilla y me observa con una mirada feroz y hambrienta. Sello mi boca con la suya, su lengua me recorre con firmeza.

Mis manos viajan directo a su cabello, acaricio su densa cabellera oscura. Mi cuerpo se pega más al suyo, necesitando de su tacto. Necesito su calor, sentirlo. Es tan suave y posesivo. Una mano me aprieta las nalgas para levantarme sobre el lavabo y la otra se apoya abierta sobre la pared.

Estoy ardiendo de necesidad. Mis manos bajan lentamente hacia sus pantalones y comienzo a bajar la cremallera que contiene un bulto duro. Con una mano sostiene mi cuerpo y con la otra aprieta mi nuca con fuerza para inmovilizarme. Los pantalones caen en sus rodillas y mi mano lo acaricia por encima de los bóxers. Su mano derecha se libera de mi nuca, y comienza un lento baile desde mi vientre hasta mi cadera, las cuales roza ligeramente antes de desabrocharme el botón de mi pantalón y luego seguir con la cremallera.

Mi corazón se acelera, de miedo o de excitación, ya ni sé. Seguramente los dos. Miedo de que alguien nos descubra. Excitación por estar en brazos de Abel luego de esos días alejados. Me levanta la nalga y mis pantalones y bragas desaparecen. El contacto frío del mármol contra mis nalgas desnudas me invaden, pero Abel solo toma unos segundos para ponerse un preservativo, separa mis muslos, me penetra y recibe mi humedad con la suya. Lentamente se desliza en mi interior, estirándome mientras su sexo marca su territorio. Le clavo las uñas en el hombro y respiro contra su boca. Todo mi cuerpo se tensa al máximo mientras penetra mi interior de la manera más deliciosa.

Tiene la boca ligeramente abierta contra la mía cuando gime con suavidad. Está completamente hundido en mi entrepierna, tan profundo que no hay ningún otro sitio al que ir.

—Oh, Dios, Abel... —gimo, olvidándome de la discreción cuando toca aquel punto sensible. —Ahí, ahí mismo.. aaah... no pares.

—Shhh, o, nos escucharan.

Me está penetrando de un modo agradable y constante, dándome en el punto perfecto con cada empujón que ni siquiera me importa que nos escuchen.

—Joder, eres hermosa —sostiene mi cabello con el puño y me besa, metiéndome la lengua sin interrumpir el ritmo de sus acometidas.

No pienso en nada más. Soy puro calor. Pura lujuria. Puro deseo. Acelera un poco más la cadencia. La sensación de vaivén sin piedad de su sexo me arranca gritos de placer, sus manos agarran mis nalgas con cada movimiento de su pelvis, parece que mi cuerpo se abre un poco más para recibirlo con más profundidad en mí.

—Oh, Abel...

Cierra la boca sobre la mía para acallar mis gritos. Yo no quiero que nadie nos oiga y se quejen con el encargado. Me cuelgo de sus hombros en tensión por reflejo para no ser lanzada hacia atrás por sus embates. Abel se ocupa perfectamente de mantenerme callada, introduciendo su lengua en mi boca para tomarlo como rehén y me obliga a moverme con él.

Guardando silencio.

El placer es casi insoportable, expandiéndose por todo mi cuerpo y de un solo golpe me convierto en gozo. Mi cabeza se echa atrás y pierdo todo el control.

Mi orgasmo es inesperado. Llega de repente, sacudiéndome todo el cuerpo y obligándome a retorcerme. Mis chillidos se vuelven intensos, invocando a los dioses del orgasmo al menos tres veces y me invitan a ver las estrellas a lomo de un orgasmo meteórico. Un gemido suave se le escapa del fondo de la garganta, mece la cadera contra mí con más fuerza. Me da un último beso, lento y seductor justo antes de correrse.

Cuando regreso al piso. Abel me rodea con sus brazos. Me quedo así contra él, sin intención de poner fin a este abrazo lleno de ternura. Él me acaricia la piel suavemente, cierro los ojos.

Después se retira y ambos nos ponemos a cambiarnos.

Alguien llama a la puerta.

—Par de calientulientos sinvergüenzas, ya nos tenemos que ir —resopla Lua a través de la puerta. —¿No podían esperar llegar hasta la cabaña?

Ambos sonreímos.

—Saldremos en unos minutos —comenta Abel, pícaro.

—Más le vale, o los echaran por indecente.

Abel toma su teléfono y le envía a Deam un mensaje de texto:

[¿Judith, ya se ha despertado?]

Él le respondo de una vez:

[Sí.]

Me imagino su tono frío, seco y desdeñoso.

[Avísale que le he comprado ropa para que se pueda cambiar.]

Si no fuera porque conozco a los dos hace tiempo me hubiera puesto celosa por la forma en que ambos se tratan. Abel sabe sus medidas exactas incluso mejor que las mías. En el pasado llegué a pensar que Abel estaba enamorado de ella. Sin embargo, tengo la certeza de que ninguno de los dos se sienten atraídos por el otro, pero existe algo más. Una vez por accidente, Abel la vio desnuda cuando teníamos catorce años y le suplicó que se volviera a vestir lo antes posible. En efecto, a él no le atrae, ni ella tampoco.

Recojo las ropas del suelo y salgo al pasillo con él.

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