19. Oscuro y peligroso
JUDITH
Jueves, 4 de junio de 2015
La clase de sociales acaba con el sonido del timbre. Me dirijo a toda prisa hacia la salida para evitar la agrupación de todas las aulas, y así ser aplastada.
Voy hacia mi casillero, que queda al otro lado del pasillo. Los alumnos que entran y salen agitan el aire. Las puertas de los casilleros se cierran con estruendo. Saco mi libreta, estoy apunto de cerrar mi casillero cuando de repente, se cierra y me encuentro con el rostro de Lua.
―¿Necesitas mis apuntes o algo así? ―pregunto, confusa por la expresión de su rostro.
―No ―me sonríe. ―Quiero preguntarte algo sobre Bryon.
―¿Bryon?, ¿qué sobre él?, ¿te gusta?
―Sí ―baja la voz como si él pudiera estar escuchando nuestra conversación o alguien más. ―¿Te molestaría que saliera con él?
―¿Por qué iba a molestarme?
―Porque... es decir... se besaron no hace mucho y detecto ciertos sentimientos ocultos por sus partes. No sé, es como si existiera cierto afecto entre los dos...
―Quizás sea la de una amistad ―la interrumpo. ―Cuando me besó él estaba borracho y pensó que era su ex muerta. Ni siquiera nos gustamos de esa forma que piensas, solo fue un beso, ¿por qué piensas eso?
―Eso da igual ―dice y me mira de forma penetrante. ―La cuestión es que quiero salir con él y necesitaba asegurarme de que no te parece mal, dado que somos amigas.
―A mí no me parece mal ―aseguro, abrazando mi libreta. ―En serio, no necesitas mi permiso.
―Me alegro de saberlo ―me guiña un ojo mientras abrimos paso entre los estudiantes para ir a tomar la última hora de clase.
Atravesamos la puerta del aula que está abarrotada de gente. A mi alrededor los estudiantes se juntan en grupo aprovechando que el profesor de Historias aún no ha llegado. Sorteamos grupos de gente riendo, esquivamos a algunos en pleno manoseo, voy hasta mi pupitre al fondo y me siento como siempre, Abel está en el medio y Esther al otro extremo.
El resto del día no es tan emocionante como hace exactamente dos días desde que Deam abandonó mi habitación, lo que me parece genial. Necesito unos días de paz. Así que, es bastante agradable no pensar en "S' aunque sé que estoy retrasando lo inevitable. Pero prefiero pensar que todo es una broma de mal gusto.
Después de todo, ¿quién acosaría a una chica normal, con gustos aburridos como yo?
Sin embargo, no puedo negar que mi concentración se ha arruinado y no puedo sacarme de la cabeza a Deam y a "S'. Ambos me volverán loca.
Lo que me fastidia porque yo soy de esas personas que se esconden detrás de un libro con una sonrisa al lado de su casillero al oír las conversaciones de las chicas superficiales acerca de los idiotas que simplemente se basan en la popularidad y lo que representa estar con esa persona. Por eso me hice un juramento de nunca pertenecer a esos clubes de fans.
«Cierta persona tuvo que ver con aquel juramento. ¿No lo recuerdas?» Esa voz solo aparece cuando quiere molestar. Así que, la ignoro.
Ahora me enojo al saber que soy una de esas chicas, que se preguntan por él cuando no debo hacerlo. No solamente eso, sino acordándome de cosas pequeñas sobre él.
La forma en que me mira, sus labios en lo mío y su maldito olor. Ese que me embriaga y reconozco a cualquier distancia.
Demonios, tiene algún mágico poder sobre mi cuerpo. Pero no quiero que lo tenga sobre mi mente.
Él no, por favor. Él no.
Dios me conformo con cualquier chico, pero enamorarme de Deam, no. Él no, por favor.
No es bueno para mi salud mental y eso me asusta.
Una vez frente al restaurante respiro hondo.
Entro al local cuando me encuentro a Arthur en la trastienda muy ocupado. Digo ocupado, con mayúscula.
Está apoyado en la pared mientras un chico le rodea la cara con las manos y lo besa con pasión. Su amigo, o novio está vestido con unos jeans y una camisa, mientras Arthur solo lleva el uniforme que le queda bastante bien. Ambos tienen los ojos cerrados y se les ve muy entusiasmados el uno con el otro para darse cuenta de que no están solos. Tal vez sea una grosería de mi parte mirar, pero no puedo evitarlo porque me parece alucinante ver dos chicos super guapos besándose así, de una forma tan sensual y erótico.
Procurando no hacer ruido, intento salir de puntillas para darles espacio porque no hay algo más odioso que las personas cortarollos y no voy a ser yo una en este instante.
―Hola, Judith ―me saluda Arthur deteniendo mis pasos, me doy la vuelta y clavo los ojos en los suyos oscuros, con una sonrisa burlona.
―Hola, ¿cómo te va, Arthur?
―Muy bien.
Desvío rápidamente la mirada, mordiéndome el labio inferior para esconder una sonrisa. ―Eso veo.
―Algo bueno debiste hacer en tu vida anterior para merecer una compañera así ―el castaño le da un codazo a Arthur.
―Creo que aguantarte es suficiente mérito ―le responde Arthur.
Unos minutos más tarde su acompañante se va en un taxi y me entero que llevan un par de años en una relación. Lo que me parece asombroso y envidiable.
―Lo estás haciendo muy bien ―me dice Arthur después que sirvo una de mis mesas. ―Sigue así.
―Gracias.
El tiempo vuela rápidamente y mi turno ha terminado; he ganado buena propina por la gran cantidad de cliente del día de hoy, al ser un viernes y estoy muy contenta por eso. Me voy a la sala de descanso, me quito el delantal y tomo mi mochila con un cambio de ropa en ella. Hoy las chicas quieren ir a Pecados y deseo con toda mis fuerzas que el grandullón está vez sea más amable y nos permita pasar.
―Judith ―dice Arthur, entrando en la sala de descanso. ―Alguien que se llama Esther te espera.
―Gracias por avisar.
Lo sigo.
―¿Lista? ―me pregunta Esther.
―Lista ―ella sonríe mientras salimos del restaurante.
Sonrío... una sonrisa que se congela en mi rostro al ver a una persona recostada en el coche y me saluda con un gesto de cabeza.
Me detengo en seco. El aire abandona mi pulmón, seguido por todo el sentido común que poseo.
Oh, no. Esto es una maldición.
Algo oscuro y peligroso, la vibración de su mirada despierta todo mi cuerpo. Yo esperaba poder cambiarme en el auto de Esther, pero ahora lo tendré que hacer en su auto, ¿aún tengo tiempo de volver al restaurante para cambiarme?
No lo creo.
Veo que su cuerpo irradia aquella fascinante impresión de poderosa exigencia.
―¿Nos vamos? ―me pregunta al ver qué no tengo la intención de moverme.
Me doy cuenta que nuevamente va vestido de negro.
¿Qué se siente ser tan guapo? Tengo el impulso de preguntarle.
Subimos al auto y descubro a Lua en el asiento de atrás, siendo mi acompañante y empiezo a transformarme.
Me quito la camisa para reemplazarlo con un ajustado top, desde el asiento de atrás veo aparecer los ojos de Deam en el espejo retrovisor. Las brillantes e inconfundibles espirales azules, al verlo el corazón me da un vuelco. Es fascinante lo mucho que me excita la idea de ser observada, así que no me da vergüenza que me vea.
Lucho con los pantalones negros, le pido que baje el retrovisor para mirarme al espejo. Me deshago de mi cola de cabello. Suspiro, me pongo brillo labial, el auto dobla una esquina y se detiene estacionando afuera del club. Salimos y nos dirigimos a la entrada trasera.
Apenas abro la puerta pesada, me encuentro con el latido bajo de la música que viene de la sala principal. Detrás de la barra el barman me reconoce y me hace una seña para que vaya hacia él. Obedezco y me doy cuenta de que Deam ya ha desaparecido. Nos da un cóctel extraño a cada una y me dice en la oreja que nos espera una sala privada. Es ahí donde Deam se divierte seguramente. Se lo agradezco y decido tomar el camino hacia esa sala que está reservada.
El pomo de la puerta de madera truena bajo mis dedos, el suelo de madera cruje con cada paso que damos y levanto la cabeza para descubrir a cinco personas más que nos acompañan. Al escucharnos entrar, cuatro par de ojos se voltean a vernos. Deam está tomando no sé que alcohol fuerte, con los ojos fijos en la nada mientras que Thiago, Bryon, Abel y Marina nos miran fijamente.
Caminamos hacia donde están y me siento en un banco junto a Thiago. Nos volteamos al mismo tiempo hacia la barra, cada quien con su vaso en la mano.
―Qué comience el juego ―me sonríe Deam, dejando una caja de pulseras en la barra.
Estoy perdida. Mi mente me pide a gritos que salga corriendo, pero mi pequeño demonio me murmura que deje que mi curiosidad haga todo por mí.
Como por arte de magia desaparecen de la caja. Tomo una morada al darme cuenta que esperan por mí.
―El reto consiste en romper la pulsera de la primera persona que encuentres ―continúa riendo y pone su mano en la barbilla antes de dar un sorbo. Esa manera en que sus labios se mueven con cada trago... ¡Concéntrate, Judith! ―Comienza la cuenta regresiva.
―Tres ―dice Thiago, levantando los hombros.
―Dos ―le sigue Abel.
Mi corazón se detiene en seco antes de volver a latir a mil por hora. Al ver los ojos de Deam en mi muñeca y, esa estúpida y encantadora sonrisa.
―Uno ―la frase que pasa la barrera de los labios de Bryon para romper el silencio suena.
―Cero ―susurra Marina al mismo tiempo que mi pulsera es arrancada por Deam.
Marina y yo terminamos siendo las únicas lentas en los movimientos. Ella mira la pulsera en las muñecas de Deam y ataca la de Thiago. Decido ser más rápida y rompo la de ella. Thiago suspira ruidosamente al ver que la única opción que tiene es Deam.
Al Bryon romper la pulsera de Lua, le toca a ella enseñarle los senos porque su pulsera era de color blanco, es decir, que ella está dispuesta a mostrar sus bustos. Obviamente sin sostén y a él le toca darle un abrazo al ser su pulsera amarillo.
Esther tenía una roja, le toca hacerle un baile erótico a Abel en su regazo. Cosa que él disfruta mucho por la cara de satisfacción que pone al terminar el baile. A él le toca darle un beso a Esther.
Marina le toca hacerle un chupón a Thiago en el cuello porque él tenía una de color rosa.
Me toca darle un beso francés, es decir, uno con lengua a Marina porque su color era morado, pero solamente nos damos un piquito, escuchando el abucheo de nuestros acompañantes.
El color de Deam era transparente lo que significa que está dispuesto a hacer cualquier cosa en el ámbito sexual. Thiago termina por darle un beso en el cachete forzado y ruidoso mientras que los demás explotan de risas.
―¿Te da miedo? ―se levanta Deam, avanzando indolentemente hacia mí. ―No has cumplido tu reto y me debes algo.
―¿Miedo de qué? ¿De ti? ―gruño mientras que en realidad me está empezando a dar calor y frío.
Estoy sudando frío.
―Entonces, bésame ―sonríe, mirando mis labios.
Me levanto del banco y Deam me bloquea el paso. Respiro por la boca para no oler su perfume. Poco a poco siento que estoy cediendo. Él rodea mi rostro con sus manos, el azul penetrante de sus ojos me hipnotizan, obligándome a cerrar los míos.
―Te odio, pero bésame ―suspiro.
Sus labios rozan mis labios lo suficiente para que mi corazón se detenga y la cabeza me dé vueltas. Está vez no resisto.
Rápidamente, nuestras lenguas se encuentran con frenesí. Lo saboreo sin moderación, acercándome al máximo para pegarme a él. Su pecho contra mis senos, su vientre contra la mía.
―Ahora yo te debo algo ―murmura, sumergiéndome en su mirada brillante.
Descubro una pulsera verde rota en mis manos y me estremezco de solo imaginarlo. Escucho el silencio total a mi alrededor.
Las pulseras verdes significan sexo oral (del hombre a la mujer).
Balbuceo algunas palabras antes de lograr decir una correctamente.
―No estás respetando las reglas ―digo, retrocediendo para sentarme.
―Mientras más pulseras, más divertido es el juego, y así es mucho mejor ―me susurra cerca del oído y regresa a su lugar, guiñándome un ojo.
¡Santísimo infierno!
Estoy temblando. ¡Estoy temblando!
―Perdóname un momento, voy a ir al baño ―digo y bajo de mi asiento. Necesito echarme agua antes que ese fuego se extienda más.
―Oh, espera un segundo ―dice Deam. ―No te recomiendo usar los baños del piso de abajo. Al menos que quieras que pase lo de la última vez. Pero puedes usar el que está en mi oficina, en el tercer piso, solo ve por el pasillo. Está casi al fondo, no vas a perderte.
Salgo de la sala, subo las escaleras y recorro los pasillos en la dirección que él me ha dado, intuyendo el camino a través de la oscuridad del administrativo del club e imagino como luce.
Llego a la puerta que parece ser la que estoy buscando y la abro. Todo está en silencio y no hace ningún ruido al abrirlo, pero está todo oscuro y mis ojos necesitan un momento para acostumbrarse a la luz tenue.
Siento una sombra detrás de mí, cuando doy la vuelta estoy mirando los ojos de Deam.
―Oh ―tiro un grito ahogado.
―Por fin solos ―da un paso más cerca. Me muevo hacia atrás hasta que mi espalda choca contra la pared.
De repente me veo inmovilizada contra la pared por casi un metro y noventa centímetros de ardiente y dura masculinidad.
¿Por qué me hace ver tan pequeña?
―¿Por qué insistes en correr, Judith? ―Deam me pellizca el labio inferior con los dientes y luego alivia el dolor con la caricia de su lengua. ―Si siempre termino atrapándote.
Me pone una mano por detrás del muslo y me aprieta aún más contra él. Estoy segura que si cualquier otra persona hubiera intentado someterme así con el peso de su cuerpo me habría dado un ataque, pero en lugar de eso me corre fuego por las venas y mi cuerpo ansia su tacto.
Estoy demasiado desconcertada y demasiada excitada para salir corriendo. Aunque creo que es imposible, me falla un poco las rodillas. Deam me levanta del suelo, con una mano en cada muslo, y me lleva con él al sofá, con un brillo nuevo en los ojos.
Se inclina delante de mí, pone una rodilla, luego la otra y empieza a recorrer mi muslo con su inmensa mano. Tengo la garganta seca y mi cuerpo retrocede instintivamente cuando acerca los dedos al botón de mi pantalón.
Debería preguntarle qué está haciendo y sonar indignada al respecto. Debería, pero no lo hago. Lo estoy mirando como un venado que ve las luces de un carro.
Judith, tienes que ser firme o ser follada.
Sin poder hablar, intento quitar su mano, mi respiración se vuelve inestable.
―¿En serio te hace feliz ser siempre la niña buena? ―ese murmullo jadeante unido a su mirada colmada de deseo urgente.
No contesto porque mi clítoris me punza; un deseo prohibido que no debo estar sintiendo me corre toda la piel.
Desabrocha el botón y, al tiempo que baja la cremallera. Me levanta el trasero y me quita el pantalón y la braga a la vez que se deslizan hasta alcanzar el suelo. Mis botines vuelan.
―Creo que debería ir... ―empiezo a decir, pero no puedo acabar la frase.
Deam hunde su cabeza entre mis piernas y comienza a chuparme el clítoris. El calor se adueña de mi cuerpo como la fiebre, el deseo se me retuerce en lo más íntimo. Pero rápidamente Deam me llama burlándose de mí.
―Has dicho que deberías hacer algo.
―Yo... eh... me debo... ―parpadeo, aturdida.
De pronto, me arrastra hasta el borde del sillón, con las manos me levanta las piernas y las mantiene separadas en el aire. Y la divina tortura regresa cuando clava su lengua lujuriosa en mi intimidad.
Bendita sea todas las mujeres que tuvo antes; porque sin ellas aquella lengua no sería tan experta y maravillosa.
No puedo evitar llevar la mano a su cabeza para cerrar los puños en su cabello, intentando hacer que vaya más despacio, pero hace caso omiso y hunde la lengua cada vez más adentro. Mis gemidos y gritos ahogados inundan la habitación. Cuando estoy a punto de correrme, me aferro en el cuero de los brazos del sillón, sintiendo que mi sexo palpita contra su boca, pero él se detiene bruscamente. Me baja las piernas y besa mi piel temblorosa.
―Si quieres correrte solo tienes que pedirlo ―me dice sonriendo, como para provocarme.
Lo miro boquiabierta. Cierro los ojos, desterrando la sensación, el anhelo. El deseo desenfrenado y el dolor de la frustración.
―Estás bromeando, ¿verdad?
―¿Me ves riendo?
―Eres un maldito bastardo, ¿lo sabías?
―Nací siendo bastardo ―me murmura contra la piel, estremeciéndome antes de clavar la mirada en mí mientras se pone de pie. ―La vida no es justa, Judith. Para obtener lo que uno quiere no es tan fácil como parece. Siempre hay que estar dispuesto a sacrificar algo.
―No puedes dejarme así ―estoy enfadadísima.
―Ya lo he hecho.
Me dan ganas de cometer un asesinato.
En ese momento, su mirada azul me juzga una última vez, cuando repentinamente me propone.
―¿Tienes algo previsto para mañana?
Niego, incapaz de hablar.
―Acompáñame a una fiesta de disfraces en el club. Al terminar me das tu respuesta.
Deam Lacroix me sonríe por última vez lleno de orgullo por su fechoría, y me dedica una última mirada diabólica antes de darme la espalda.
―¡Espera! ―digo.
―Las respuestas que quieres están en esa fiesta, vas a tener que venir a buscarlas mañana... ―me provoca.
Solo le falta decir gracias por el servicio y adiós.
Maldito, lo odio.
Más humillante, me mata.
Más excitante, también...
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