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15. La pechonalidad

JUDITH

Sabía que el viaje sería eternamente rápido y lo fue de algún modo. Ahora permanecemos en silencio frente a mi casa. Ni siquiera sé qué decirle a mi madre cuando me vea llegar a casa a está hora y para rematar con Deam, un chico que grita problemas por todos los lados.

Dios, no lo soporto.

Gracias a la brillante idea de Abel y Esther en querer que ambos "arreglemos" nuestras diferencias estoy metido en ese lío. Sin embargo, en todo el camino ninguno se atrevió a romper el silencio. Fue lo mejor, es lo mejor.

—Gracias —logro decir.

En ese momento la puerta de mi casa se abre y mi madre sale.

Lo último que me faltaba.

—Ni se te ocurra bajarte del auto, Deam —le digo, bajando bruscamente del auto y escucho que no solamente mi puerta se cierra, también la de él.

Dios, ¿por qué a mí?

—¿Judith? —dice mi madre, saliendo de la casa. —¿Qué tal estuvo el juego?

—Interesante —miento nerviosa en esa parte. —Y Abel increíble como siempre.

Eso era verdad.

Veo a Deam que ha cruzado de brazos y permanece serio, pero le sonríe amablemente a mi madre. Hasta parece una sonrisa sincera.

No sabía que él sonreía con amabilidad.

—Buenos días, señora Lima —saluda cortésmente. Escucho y veo de donde proviene la voz, pero no me lo creo. Seguro es un sueño o tal vez es una pesadilla, pero no es real. —Es un placer volver a verla.

¿Desde cuándo Deam es tan amable con las personas?

Mi madre embobada con su caballerosidad y yo lo fusilo con la mirada llena de enojo.

—Por favor, pasa adelante. Abel ya me había avisado acerca de su celebración y por qué Judith no avisó que no llegaría a dormir a casa —me acusa con la mirada. —Seguramente el viaje debe haber sido muy cansado.

¡¿Pero qué...?! Castígame y échalo de tu casa.

No se supone que lo debería de echar como cualquier otra madre que su hija no duerme en casa y llega al día siguiente con un chico raro.

—Mamá —protesto enseguida. —Seguramente Deam tiene otras cosas...

—En realidad no tengo planes para hoy —me interrumpe, dedicándome una mirada pícara. —Así que, será un placer.

Lo odio. Solo aceptó la invitación porque sabe que no lo soporto.

Me obligo a caminar cerca de él, refunfuñando en mi interior entramos a la casa.

—Siéntate Deam, estás en tu casa —dice mi madre como buena anfitriona. —¿Deseas algo de beber?

—Un té, por favor.

Deam hace lo que mi madre le pide y observa todo a su alrededor.

—¿Qué pretendes? —gruño en su dirección cuando nos encontramos a solas.

—De momento nada —dice muy serio.

—Sea lo que sea que buscas conmigo no sucederá porque no es parte de mi plan acostarme contigo. Pienso llegar virgen a los dieciocho años y tú no encajas con el tipo de persona con quién quiero perderlo, así que, piérdete —digo, esperando que salga corriendo de la casa.

Me mira antes de echarse a reír.

Ah, le causa gracia.

—¿Vas a esperar dos años para tener relaciones sexuales? —me observa y me estudia durante unos minutos. —Interesante.

Me enoja su reacción tan calmada. Todo en él me da rabia.

Camino muy segura hacia dónde está y me siento junto a él. Su mirada penetrante me sigue examinando, su camisa oscura bajo la cual se aprecian sus músculos fuertes y su perfume viril son una mezcla catastrófica e irresistible para estar tan cerca. Pero decido ser valiente y me acerco al pecado.

Bueno, si pude mantener mi virgen hasta ahora con la decisión firme de mantenerlo hasta los dieciocho. No la iba a desperdiciar con un idiota que apenas puede mantener sus braguetas cerradas, además, no es un plan absurdo, de hecho, es totalmente lógica para alguien como yo que nuca a perdido la cabeza por un chico. Jamás he sentido mariposas en el estómago ni he tenido esa sensación de quererme derretir por un chico.

¿Estás segura?

Tú te callas consciencia.

—En vista de que no vas a conseguir lo que quieres porque ambos sabemos realmente porque estás aquí, te recomiendo volver en dos años —digo de pronto sin rodeos. —Claro, si aún sigues interesado.

—Tengo una mejor idea, ¿Por qué no hacemos un trato? Más bien un juego.

—¿Cuál es el juego? —digo desconfiada.

—Si para el final de este año sigues siendo virgen prometo ser tu esclavo por un día —arque una ceja antes de brindarme su devastadora sonrisa.

Lo estudio fijamente.

Siendo mi esclavo me vengaré de su ego y vaya que lo disfrutaría.

—Lo dices en serio, ¿verdad? ¿por qué? ¿qué ganas con ello exactamente?

—Mira, considéralo un reto para mí, además, —me sonríe, abriendo los brazos. —De que gano una noche contigo en mi cama. Sería bueno para mi ego.

Casi sonrío por el nivel de su descaro en la voz, pero me esfuerzo en no hacerlo. No lo dejaré ganar, al menos no con tanta facilidad.

Su sonrisa se hace más grande al ver mi silencio. Deam Lacroix no cree que yo sea capaz de jugar algo tan peligroso con él. Piensa que no voy a aceptar porque está seguro que tarde o temprano terminaré en su cama, lo puedo leer en sus ojos y como detesto que sepa lo que siento, acepto su propuesta, sorprendente lo hago.

—Nunca pierdo —me advierte.

—Entonces, somos dos —le lanzo mi primer ataque. —Ahora debes irte antes que regrese mi madre.

—¿Por qué? Ella me cae bien.

—Tú a mí no, así que, vete.

—Me siento herido —dice poniendo su mano cerca de su corazón muy dramático.

Luego Deam me toma de la nuca para acercarme a su rostro y nuestros labios sellan el acuerdo. Su boca se apodera de la mía con avidez y luego, se separa y yo levanto una ceja.

—En este juego no existen reglas. Así que, Judith, adelante, lanza tu primer golpe.

Bajo la ceja y contengo la pequeña sonrisa que quiere aparecer en mis labios al comprender sus palabras. Este idiota me sonríe por última vez lleno de orgullo, se levanta, dándome la espalda. Miro su cuerpo alejarse con la elegancia de un puma.

Estás jugando con juego, Judith.

Encuentro a mi madre en la cocina sirviendo el té con una gran sonrisa en el rostro cuando me ve entrar.

—Deam se disculpa por tener que irse así... es que recibió una llamada de sus padres —digo rápidamente y me pregunto qué si al final del día no me crecerá la nariz. —Supongo que era para algo importante.

—Me gusta —dice. —Se ve que es un buen muchacho, serio e inteligente. Aunque lo intenta ocultar.

—Détente ahí —la corto. —¿Cómo puedes hablar así del chico que hizo que tú única hija durmiera fuera de casa?

Ella se echa a reír. —Oh, cariño, ambas sabemos que no dormiste fuera de casa por eso. Además, es primo de Abel y si Abel confía en él, yo también.

Abel es como su hijo adoptivo. Mi madre lo adora por lo cual su palabra es confiable. Eso es malo en este caso.

—Lo que sea —le digo resignada.

Se acerca y toca mi mejilla.

—¿Qué sientes por Deam? Pude ver las miradas que se lanzaban.

—Bueno... solo somos enemigos que se soportan —mis mejillas se encienden. —Pero ahora estamos en la fase de ser amigos.

Que se odian.

Ella me lanza una sonrisa de complicidad. —¿Amigos? Solo asegúrate de usar protección si se pone demasiado amigable.

¡Oh por Dios Santo! No puedo creer que Dorothea mi madre me está diciendo este tipo de cosas.

Me quedo boquiabierta. —¡Mamá! Oh, Dios, por favor, detente —tapo mis oídos. —Creo que llamaré a papá para que lo espante.

Me estremezco.

Ella suspira y sus ojos me buscan mientras sonríe.

—Alguna vez fui joven, ¿sabes? Y conozco esa sensación de estremecerse por alguien que te haga perder el piso. Si no quieres hablar de eso está bien, pero por el amor de Dios cuídate —agrega pensativa. —Sigues siendo virgen, ¿no?

Respiro hondo por el rumbo que está tomando la conversación.

—Sí, sigo siendo virgen y no planeo estar con nadie por ahora además, —respondo, mordiendo el interior de mi mejilla y aclaro. —Deam, no me hace perder el piso.

«También la cabeza.» Susurra esa molesta voz.

Sus ojos se suavizan. —Es todo lo que una madre quiere oír decir a su hija. Pero si llega a pasar siempre puedes hablar conmigo, ¿de acuerdo?

—Sí, de acuerdo.

Tecleo mi celular y escribo el nombre de Paloma Duarte en Google. Donde me aparece ella sonriente al lado de un caballo blanco, los mechones rojizos hacen una buena combinación con el caballo y sus ojos verdes brillan con intensidad.

Estoy deseando ya la navidad...

A las 4 de la tarde llego a la terraza sombreada de nuestro cuartel general y beso una tras otra a mis cómplices de siempre para una tarde de informe de chicas.

—¿Qué hay de nuevo? ¡Tengo algo increíble que decirles! —Lua parece demasiado emocionada por hablar y tengo curiosidad por saber que nos va a anunciar está vez. Sus relatos siempre son intensas y apasionados.

—¡Cuenta! —exclamo impaciente por saber más.

—Sí, suéltalo. Odio cuando te haces la misteriosa —refunfuña Esther.

—Saben que adoro ese efecto —comenta ella al tiempo que llega la mesera.

Una castaña con uniforme retro y muy corto, anota nuestro pedido, seguramente es nueva porque es la primera vez que lo vemos aquí. Luego de anotar se aleja mientras mueve su bonito trasero.

—No quisiera decirlo, pero su trasero no tiene nada de natural... —dice Lua, viendo lo mismo que yo.

—También nos molestaría verla si fuera natural —digo, riéndome sola.

—Tú tienes algo que envidiarle —la molesta Esther.

—Su... Pechonalidad —murmura Lua, tomando dos pedazos de pan y los pone justamente donde pensé.

Reímos a carcajadas hasta que a Esther le entra el recuerdo de lo que Lua nos tenía que contar.

—¡Ya cuéntanos que muero por saber el chisme! —le grita la rubia.

—Está bien, les contaré. ¿Recuerdan al rubio con abdomen de acero que hace babear a toda la escuela y colecciona porristas? —Creo saber quien, pero ella no nos deja hablar porque continúa. —¡Dios mío, es horrible en la cama! —retoma ella, succionando un trago de su malteada de vainilla. —Al parecer el niño de oro resultó de plástico... mejor dicho de metal.

—¿Quién? ¿Étienne? —preguntamos Esther y yo al mismo tiempo.

—No, Octavio.

—Ídolo caído —bromea Esther.

—¡Lua! ¿Te acostaste con Octavio Azgar? ¿El capitán del equipo de fútbol? ¿La fantasía de casi todas las chicas del instituto? ¡¿Tuviste sexo con él?! —digo sorprendida. —Oh, mierda. Dices algo como eso en el salón y te linchan. Pero eres lo máximo, amiga.

—Lo sé, siempre terminó por obtener lo que quiero —nos guiña un ojo. —De haber sido necesario, lo habría secuestrado.

—Eres incorregible.

—¿Tan malo fue? —se burla Esther con una sonrisa retorcida.

—Bueno, no estuvo mal diciendo la verdad. Simplemente no me provocó nada y fue muy largo. Ese chico es un verdadero maratonista de sexo, pero increíblemente aburrido. Es solo una máquina bien aceitada y muy dotado. Creo que merezco un premio por el increíble orgasmo que fingí, realmente fue muy largo y lo único que quería era que se corriera y huir de ahí.

—Dios, eres imposible de complacer. Además, de implacable e insaciable —comento recordando que había terminado con su ex porque supuestamente no duraba mucho.

—Hablando de ser insaciables... —dice Esther, mirando el cielo por la ventana. —¿Qué significa ese beso que se dieron tú y Bryon anoche en la pista de baile?

—Nada, solo me confundió con su ex.

—Espeeeera.... ¿Cómo también besó a Bryon? —se sorprende Lua. —Tenemos un trío.

Frunzo el ceño. —¿Perdón?

—Mira —nos explica. —Esther dice que te besaste con Bryon, Octavio mencionó que te vió besando a Thiago en la cocina y me acuerdo de haberte visto en el pasillo besando a Deam como si le quisieras arrancar la ropa o como un puma que espera la cena —enseña su sonrisa maliciosa y añade. —En realidad, es un cuarteto. Sabes que entra en la categoría de orgía, ¿verdad?

Menudo chivato es Octavio.

—No es un trío ni ningún cuarteto ni habrá ninguna orgía —la contradigo, llevando un par de papas a mi boca.

—¿Por qué no? Los tres están buenos.

—Lua, ¿puedes pensar en otra cosa que no sea un hoyo con una salchicha dentro?

—Lo dudo —dice Esther.

—No seas mojigata que no se dice salchicha sino pene.

—A tus padres les dará un ataque si te oyen.

—Ser la única hija me da privilegio, muchas gracias.

Un timbre indiscreto sale de mi teléfono celular, constato que el nombre de Thiago aparece en la pantalla. Me invade una extraña sensación. Febril, me lanzo sobre el aparato para leer el mensaje.

[Hola, linda mariposa. ¿Te gustaría ir al cine está noche?]

—¿Cuál de los tres es? —indaga Esther.

—Es Thiago y me acaba de invitar al cine, no sé bien qué responder.

—¿Quieres verlo? —me pregunta Lua.

—¡Por supuesto!

—Entonces, ¿por qué lo piensas tanto? ¡Qué complicada eres!

A veces me gustaría ver la vida como Lua.

No sería tan complicado si no hubiera hecho ese maldito trato con Deam, y es mejor que guarde esa información para mí para que no se pongan histéricas.

Antes de responder apresuradamente a Thiago y cometer una estupidez, decido avisarle a mi señora madre. Bueno, aún no mando en mí con la edad, si quiero salir necesito su permiso. O mi cara conocerá las estrellas.

Para la cita busco como loca en mi armario algo bonito porque hay cierta ropa que tienes que te hace sentir bien cuando la usas y te da cierta confianza. Me pongo unos pantalones cortos con flequillos negros, una blusa negra y sé que me quedan genial.

Thiago me recoge a las seis en punto y se despide de mi madre, asegurando que me va a traer de vuelta igual que como me fui.

Vamos a una cafetería bastante popular entre los adolescentes, no muy lejos del cine. Es un lugar agradable y no demasiado formal.

Pasamos un buen rato. Thiago me cuenta cosas sobre él y su familia. Él también me pregunta y descubrimos algunos gustos similares. Después de cenar vamos a ver la película; una apocalíptica y es bastante buena. Durante la película Thiago me pasa el brazo por los hombros.

DEAM

Me paso el porro a una esquina de la boca y me vuelvo hacia el cielo antes de soltar una calada. La luz de la luna ilumina mi reflejo sobre el agua.

No me sorprende oír el sonido de los pasos de Abel al caminar a mi espalda. Estoy acostumbrado a sus pasos sigilosos y nunca me ha sobresaltado. Él sabe lo ido que estoy y siempre quiere saber lo que ronda por mi mente. Pero jamás lo va a saber.

—¿Qué pretendes lograr al haber convencido a Thiago de invitar a Judith al cine? —pregunta, todavía está detrás de mí.

Niego con la cabeza y sonrío con cinismo. —Nada.

—Deam —advierte Abel.

Me giro y lo miro a los ojos. Lo fulmino con la mirada, pero no le importa. Tengo ganas de darle una paliza porque me conoce tan bien y está seguro que nunca hago nada por hacer. Siempre tengo un as bajo la manga y en eso no se equivoca.

La aparente devoción de Judith por hacerme creer que no le gusto, unida al hecho de que es atractiva sin intentar serlo, siempre me la ponen dura como una piedra, no sé qué brujería hizo esa chica, pero me atrae y siempre tengo ganas de llenar todos sus agujeros de semen.

He llegado a pensar que sería imposible que Thiago esté sentando cabeza por más linda que sea esa mocosa irritante. Por mí la puede tirar, luego que eso pase estará destruida, con el corazón roto y yo estaré allí cuando los pedazos de su corazoncito queden tirados sobre el suelo. No hay nada más peligroso que una mujer despechada.

Herida, enfadada y despechada, se sentirá frágil y vengativa. Entonces yo atacaría, diciéndole la verdad y que se entere que ella es de mi propiedad. No hay nada que haga que yo no haya movido una pieza para impulsarla a hacerlo.

Soy un caballero, pero hasta cierto límite y la lujuria siempre ha sido uno de los mejores pecados por el que vale la pena ser condenado. ¡Sería un crímen resistirme a ella! Judith será mía y estoy dispuesto a sacrificar un poco para lograrlo.

Cuando me uní a Thiago le di razones para no rechazar mi insinuación. En ese tiempo he aprendido mucho de Judith, sin importar cuánto le guste nunca lo aceptará. Es demasiada orgullosa para ceder a la tentación.

Así que, le di algo del cual no desconfiara.

En el amor y la guerra todo se vale. ¿Verdad?

—No te preocupes no haré nada. Jamás haría nada para dañar su relación, las reglas son reglas. Ni siquiera yo puedo romperlas además, —a pesar de todo existe cosas intocables entre nosotros. Compartimos todo menos las novias. —¿Para que son los amigos si no es para conseguirles buen sexo al otro?

Me quito la camiseta y dejo al descubierto mi torso antes de saltar al agua.

—Judith, no es solamente sexo —lo escucho gruñir y mirarme con desaprobación al pasarme mi teléfono, descubriendo un mensaje de Marina.

[Estoy sola en casa. Ven, te quiero ahora.]

Siempre va al grano. Sabe lo que quiere y simplemente lo pide.

Le responde de vuelta.

[Estoy en camino.]

Si tengo un poco de suerte antes del final del mes cuando ambos terminen, Judith tendrá la virginidad intacta, esperando por mí. De lo contrario igual será mía.

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