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O1. ⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀ wayne family



O1⠀⠀⠀ ☆ ⠀⠀CHAPTER ONE
— 18 ⠀⠀⠀YEARS ⠀⠀⠀OLD —

IAN NO QUERÍA QUE EL ÚLTIMO RECUERDO de su madre sea así. En aquel Halloween donde llegó tarde a casa debido a que estaba haciendo su patrulla con Bruce y en el que encontró a su madre sin vida en el suelo, dejando un charco de sangre.

El joven odiaba los funerales. Nunca imaginó que asistiría a uno antes de ser anciano, cuando el dolor de cadera lo alcanzara. No ahora. Le parecía un fastidio que el día fuera soleado, y no lluvioso y sombrío, justo el día en que, con apenas 18 años, acababa de perder a su madre.

La familia, esa que siempre lo trató como a uno de los suyos a pesar de no tener ningún lazo legal, estaba ahí acompañándolo. A lo largo de la tarde, docenas de manos se posaron en su hombro para ofrecerle sus condolencias, pero Ian no respondió.

Era su culpa. ¿De quién más podría ser, si no? Debería haberse quedado en casa con ella; podría haberla protegido, podría haber anticipado la situación. Si lo hubiera hecho, ella probablemente estaría viva.

— Hijo... — dijo Bruce, acercándose. El servicio funerario había concluido hace horas, pero Ian seguía en el cementerio, inmóvil. — Sabes que si no tienes un lugar donde quedarte, hay una habitación en la mansión esperándote.

Bruce comprendía profundamente su dolor. Sabía mejor que nadie lo que significaba sentir un trauma atravesándole el pecho, desgastándolo por dentro; era como estar muerto en vida a tan corta edad.

— ¿Así es como se supone que debo sentirme? — fueron las primeras palabras que él pronunció en horas. — ¿Como si este dolor fuera a acompañarme por el resto de mi vida?

Bruce bajó la cabeza. ¿Cómo se le dice a un niño que sentirá esa pérdida durante toda su vida y que avanzar será difícil? Entonces, guardó silencio. A veces, el silencio comunica más que las palabras mismas.

— Descubriremos quién lo hizo, Ian.

Ian sonrió tristemente, aunque el comentario de Bruce no tenía nada de gracioso. Ni siquiera saber quién lo hizo le brindaba la satisfacción de recuperar a su madre.

— ¿Por qué eso no me hace sentir mejor?

Ian se refugió en los brazos de su figura paterna, pero no lloró. Hundió la cabeza en su pecho, sintiendo el calor de su camisa. No importaba que tuviera un padre biológico ni que no considerara a ninguno de los demás como sus hermanos, excepto a Damian; para él, Bruce siempre sería su papá.

Bruce rodeó los brazos alrededor de la espalda de Ian, quien había crecido tanto en los últimos años que casi alcanzaba su altura. Lo consideraba como a uno de sus propios hijos; aunque no compartieran la misma sangre ni hubiera un papel que lo acreditara, ambos sabían que esa conexión era real.

— Estoy segura que ella estaría muy orgullosa del hombre en el que te has convertido.

Ian se apartó por un momento, mientras una lágrima apenas salpicaba su párpado. Miró a Bruce y se limpió los ojos con los dedos.

— ¿Podemos ir a casa?

Alfred tocó la puerta de la habitación de Ian, pero como siempre, él no respondió. No es que estuviera siendo grosero; jamás se le ocurriría despreciar al mayordomo de esa manera, especialmente porque tenían una excelente relación. Sin embargo, tras una semana desde el funeral, Ian no quería ni comer, ni hablar, ni ver a nadie.

— Señorito, Ian. He traído su cena. — Él dijo, pero como siempre no había respuesta. — Por favor, señor, no ha comido en días...

Barbara, que pasaba por allí, escuchó la insistencia del mayordomo y, movida por la curiosidad de saber si Ian al menos seguía con vida en esa habitación, se acercó. En la mansión comenzaban a circular rumores de que él salía por las noches para ir al baño, evitando así encontrarse con alguien.

— ¿Aún no sale?

El inglés sacude la cabeza, y un gesto de elegante preocupación aparece en su rostro, reflejándose rápidamente en el de Bárbara.

— El amo Bruce y yo ya no sabemos qué hacer con el joven Ian. No come, no bebe, solo duerme y sale al baño. Está completamente devastado y sumido en la depresión — responde Alfred.

Barbara intenta abrir la puerta, pero al jalar del picaporte se da cuenta de que ha sido cerrada con seguro.

— Ian, soy Barbara. — Ella habla en voz alta para asegurarse de que él la escuche. — ¿Podrías abrirnos, por favor? Solo queremos que comas y luego nos iremos.

Sin embargo, tampoco obtuvo respuesta, aunque la pelirroja estaba convencida de que él la había escuchado.

Alfred observó a Barbara con curiosidad. Sabía que la pelirroja estaba ideando un plan para que el chico abriera la puerta. Aunque probablemente no era la mejor idea, la vio tomar un poco de distancia y patear la puerta con tal fuerza que, finalmente, esta se abrió.

Ian se despertó de un salto en su cama, sobresaltado. Jamás imaginó que Barbara, al no obtener respuesta, tiraría la puerta abajo. Probablemente aún no se había acostumbrado del todo a ser parte de esa familia y todavía tenía algunas lecciones que aprender.

— ¡¿Qué carajo, Babs?! — Él preguntó, y ella pudo deducir por su lenguaje corporal que estaba algo molesto por la forma en que había accedido a su habitación.

— Me alegra saber que, al menos, estás vivo —
dice ella, dejando pasar a Alfred con la bandeja de comida y un poco de agua. — Cena, ahora.

Ian rodó los ojos. Tal vez estaba siendo un poco melodramático, pero sentía que nadie comprendía su aprecio por la soledad.

— No tengo hambre —respondió, cruzándose de brazos. Sin embargo, sintió que algo dentro de él rugía al instante cuando Alfred le colocó la bandeja con comida caliente sobre el regazo.

Barbara se recogió el cabello en una coleta y se sentó junto a él en la cama, mirándolo con intensidad mientras él observaba cómo Alfred se retiraba.

— Escucha, si decides ser un mocoso emo que pasa todo el día durmiendo y escuchando My Chemical Romance, lo respeto. Has pasado por una situación muy difícil, y todos intentamos apoyarte. Sin embargo, también nos preocupamos por ti. Por eso, cada vez que Alfred toca la puerta para traerte la cena, deberías abrir, agradecerle y comerla. ¿Entendido? — Barbara recoge una cucharada de sopa caliente de verduras y se la acerca a la boca de Ian. — Abre la boca.

El chico levanta una ceja y se queda con los brazos cruzados mientras la observa, pensando que su forma de actuar es, sin duda, ridícula.

— No soy un bebé, Babs.

Barbara lo observa a través de sus gafas y aparta la cuchara por un momento.

— Entonces compórtate como un adulto.

A regañadientes, Ian permite que Barbara lo alimente. Ella lleva la cuchara a su boca y, aunque al principio se quejaba, el hambre que siente lo hace abrir la boca cada vez que ella vuelve a llenarla con más sopa.

No puede evitar que, después de una semana infernal, una sensación de satisfacción vuelva a invadir su cuerpo. Su corazón late un poco más rápido al ver cómo Barbara le ofrece comida.

Sin darse cuenta, poco tiempo después había terminado su plato, su pan e incluso la jarra de agua que Alfred le había traído. Sus ojos se encontraron con los de Barbara, y una sonrisa a punto de escapársele de los labios cuando ella se acercó a él y le pasó una servilleta por la boca para limpiarlo.

— Lamento haber sido un mocoso — admite él con algo de vergüenza. — Ustedes no merecen preocuparse por mi salud ni estar preguntándose constantemente si estoy vivo, muerto o si me he suicidado porque no abro la puerta, no como y no contesto a sus llamados.

Barbara le sonríe y coloca suavemente su mano sobre su hombro, agradecida por sus disculpas.

— Todos comprendemos cómo te sientes, ya que muchos de nosotros hemos pasado por situaciones similares. Sabemos que somos nuevos en tu vida y que aún no nos consideras parte de tu familia, pero queremos que sepas que estamos aquí para apoyarte en lo que necesites.

Ian finalmente sonrió y se acercó a Barbara para abrazarla. Ella recibió el gesto con sorpresa, pero accedió, permitiendo que él apoyara la cabeza en su pecho mientras ella acariciaba su cabello con tranquilidad. Era un momento algo íntimo, al menos para él, ya que su corazón latía rápidamente y dejó que los ojos se le cerraran para disfrutar de la experiencia.

No estaba plenamente consciente de lo que sentía; probablemente era la primera vez que su cuerpo experimentaba una sensación tan cálida, como si en su estómago hubiera despertado un enjambre de mariposas. Se sentía bien y no quería apartarse de esa emoción.

— Está bien, Ian. — Ella dijo, mientras sus manos acariciaban suavemente los mechones cortos de cabello castaño. Barbara también se sentía a gusto en esa situación, como si fuera la persona especial con la que Ian finalmente se había abierto. — Estás en casa.

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