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Capítulo 2: Sonrisa

—Oh, rayos, me descubriste, Fuka-Kun.

Ella estaba apunto de saltar de un puente mientras varias lágrimas caían por sus mejillas.

Lágrimas...

Estaba atónito. Sus mejillas rojas, sus ojos hinchados, y una débil sonrisa que reflejaba tristeza... ¿quién era esta nueva chica?

—¿Ahora qué debería hacer? No esperaba que tomaras este camino a casa. Me da miedo suicidarme y que difundas rumores raros de mí.

—¿Qué es lo que estás haciendo? —fue lo único que mis labios alcanzaron a decir. Era estúpido, ya sabía lo que haría, pero por alguna razón mi cerebro no alcanzaba a procesarlo.

Ella rió casi de forma fingida y me miró con una mirada comprensiva, como si sintiera pena por algo.

—Estaba apunto de suicidarme.

Claro, no sé qué respuesta esperaba.

Tragué grueso y di dos pasos hacia ella, con miedo quizá de que saltara, no estoy seguro. ¿Realmente me importaba? Probablemente no, pero ¿quién se preocupa de forma genuina por los demás? Sabía que no podría vivir con un cargo de conciencia sabiendo que una chica se suicidó frente a mí y no lo evité. Sí, probablemente era eso.

—Si te acercas más, saltaré —me dijo, con una mirada más seria de lo normal. Parecía decirlo en serio y me aterré.

Me detuve un momento, estaba frío, mis piernas no reaccionaban. ¿Realmente iba a saltar?

—Es una broma, Fuka-Kun —dijo sacando su lengua y sonriendo como hacía usualmente cuando bromeaba.

¿Qué tiene esta mocosa en la cabeza?

—No podría saltar haciéndote creer que es por tu culpa —continuó sin borrar su sonrisa— no quiero hacer más daño a las personas a mi alrededor.

Su voz empezó a quebrarse y me pareció ver que sus ojos se humedecieron. Era extraño, pero sentí unas fuertes ganas de abrazarla.

—Supongo que será otro día —dijo como si sintiera nostalgia y, con mucho cuidado, se bajó de la baranda del puente para luego caminar hasta donde estaba yo.

De nuevo, con una sonrisa alegre en su rostro...

—Vamos Fukase, el día está nublado y tengo mucha hambre.

La observé alejarse un poco de mí hasta que se volteó para mirarme. Tenía una expresión de confusión, pero creo que no superaba la mía.

—¿Pasa algo?

—¿Adónde vamos?

—A tu casa, tontito.

—¿Qué?

¿En qué momento iba a parar el tormento de estar con esta niña?

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