『“Programada a las tres quedó su ejecución,
Cuando las campanas entonaban su canción.
La princesa la que el pueblo un día alabó
Era simplemente alguien más en la prisión.”』
El gemelo menor observaba lo que podía a través de la pequeña ventanilla de la cárcel.
Se preguntaba qué estarían haciendo ahora su adorada gemela y la chica que amaba. Pero... le era imposible saberlo.
Con su mente en algún lado, una brisa recorrió el lugar, levantando los pétalos de rosas que habían por doquier en Lucifenia.
Uno de ellos se coló por la ventana, y llegó a la mano de Len. Un pétalo tan sedoso, amarillo como el color que asimila el sol al medio día. Le recordó a Rin, e inevitablemente una lágrima recorrió su mejilla, para romperse en el tacto con el pétalo.
Se pasó la mano por los ojos en un intento de secar las gotas de agua restantes, y se limitó a pensar que esa decisión era la mejor. Que Rin y Hina estarían bien.
Y así, llegó el momento de la ejecución.
Se rumoraba que sería pública, para que todos presenciaran el momento en que la democracia derrotaría a la monarquía injusta de la heredera de los d'Austriche.
El sonido seco del hierro y cobre cayendo al suelo lo devolvió a la realidad, y volteó para observar cómo la puerta del calabozo se abría.
La chica castaña se adentró en la habitación y desenfundó su espada. Se colocó detrás del rubio empuñando el arma, obligándolo a caminar, cargando las pesadas esposas que evitaban que huyera.
—¿Cuál es tu nombre? —inquirió lo que sería su último tema de conversación.
—No te interesa —contestó la ojicafé, pero luego al recordar que sería la última vez que hablaría con "ella" suspiró—. Meiko.
—Ya veo... Meiko —susurró Len—. Lamento lo de la última vez.
Para Meiko esto no significó nada. No era una causa personal por la que hacía esto, sino porque el pueblo ya se había cansado de los maltratos de la reina, y solo bastó con que ella lo apreciara por sí misma para unirse al movimiento anti-monárquico.
Pero para Len, esta frase adquirió un significado diferente. 「Lamento no haber detenido a mi hermana cuando pude, de ser así, nada de esto hubiera ocurrido...」fue lo que pensó.
Pero ya era demasiado tarde.
Las campanas comenzaron a sonar. La hora había llegado.
La multitud abucheaba la figura que se postraba frente a ellos, tras la guillotina.
No se arrepentía. Estaba dispuesto a arriesgar su vida por las chicas. Estaba dispuesto a morir con tal de darles a ambas una esperanza de vida mayor.
No se arrepentiría de lo que decidió.
Pero... quería verlas otra vez.
Quería abrazar a su hermana, jugar con ella, reír con ella, volver a cuando eran niños que nada les preocupaba y jugaban por los palacios, entre bromas.
Quería abrazar a Hina. Expresarle su amor de forma adecuada, volver a sentirla, besarla y acariciarla para que no quedara ninguna zona sin explorar de su anatomía.
Quería volver con ambas.
Pero no podía.
Se acercó lentamente, pero con determinación. Se arrodilló y colocó su cabeza y manos sobre el cepo de madera, observando cómo la cuchilla que lo decapitaría brillaba con la luz del sol.
Dos figuras corrían a su encuentro. Al menos debían estar en su último momento.
Apartaron a los que se interponían en su camino, hasta llegar frente a él.
「Rin... Hina...」
Y como si estas hubieran escuchado sus pensamientos, aparecieron en su campo de visión, con la respiración agitada por la distancia recorrida.
Él dejó una lágrima recorrer su mejilla.
—Tus últimas palabras —anunció Meiko. El chico sonrió sin temor.
『Por fin llegó el momento.
Las campanas anuncian el final del mal...
Ni siquiera se molestó en mirar a la multitud,
Él dijo mis líneas sin miedo alguno...』
『Aunque el mundo
Decidiera volverse tu enemigo...
Yo te protegeré,
Así que tú solo sonríe y sé feliz...』
『La muchedumbre exigía el final del cuento.
La guillotina amenazaba con destrozar su vida...
Nadie se daba cuenta que no era ella,
Él se limitó a sonreir...』
—¡LEN!
Las personas comenzaron a gritar y lanzar sombreros y flores debido a su alegría.
Entre tantas risas, solo dos personas retenían las saladas lágrimas que anunciaban su salida.
H I N A
—Rin-sama... —llamé a mi ama, y mi mejor amiga. Estaba a punto de romperme, pero al menos debía impedir que ella fuera descubierta.
O todo el sacrificio de Len sería en vano.
Ante mi llamado, ella volteó a mi. Sus iris azul celeste estaban cristalizados y sus mejillas sonrosadas.
—Vamos... —susurré mientras colocaba mi mano en su espalda, ella se secó algunas lágrimas y asintió —. Usted debe vivir... por él...
—T-Todo esto... Es c-culpa mía... —murmuró mientras comenzaba a caminar en dirección opuesta al cadáver de su hermano.
—Len no pensaba eso, él solo quería cumplir con sus órdenes. Usted no tiene la culpa de nada, lo único que puede hacer ahora es sonreír... ese era su deseo —dije de vuelta, ya habíamos dejado atrás a los que se alegraban de la muerte del Sirviente del Mal, aunque claro, para ellos era la reina.
—¿C-Cómo puedes estar tan tranquila? —inquirió algo enojada mientras volteaba a verme. Sonreí tristemente.
—¿Eso parece? Menos mal... —ella abrió más sus ojos, sorprendida—. Len me pidió una vez que "Te calmara y sonriera" hasta el final Len estuvo pensando en ti.
—P-Pero tú también... ¿U-Ustedes no... —la interrumpí negando con la cabeza, y solté el aire que sin percatarme estaba reteniendo.
—Vamos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro