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『“La mucama, el sirviente y su alteza
Tristes almas que el destino ató con certeza.
Mi corazón estremecido al verte pecar
Comprobó que de tí me habría de enamorar”』
H I N A
Mis ojos ardían tanto que apenas y podía mantenerlos abiertos.
Sentía las lágrimas recorrer mis mejillas, quemando mi piel con su suave pero doloroso tacto.
Hablaba sin pensar. Sin percatarme siquiera estaba soltando todo lo que había encerrado en un cajón en lo más profundo de mi mente.
Creía que había sellado todos los candados de cobre con llaves a la medida. Creía que había añadido suficiente seguridad para no ser sincera.
Pero este chico solo con llegar de nuevo encontró la llave y esperó pacientemente para abrir el cajón cuando fuera conveniente y dejar que todo saliera con honestidad.
Me daba rabia lo que podía llegar a hacer surgir en mí.
Y me dio mucha más rabia lo bien que se sintió estar entre sus brazos en un cálido abrazo, tratando de calmarme con inocencia.
—No sabía que pensabas todo eso, perdón —no ganarás nada con disculparte, idiota—. Pero juré que serviría a Rin, no puedo simplemente echarme para atrás ahora. Además, como hombre tampoco quiero que seas tú la que se manche de sangre.
Una risa sarcástica salió de mis labios.
—Machista —rió levemente, sin separarse aún del abrazo—. No tienes que matarla y lo sabes.
—No, tengo que hacerlo. Este es mi deber —me aferré más a él mientras estrujaba con impotencia las telas que cubrían su espalda.
「Seguro mojarás su camisa de tanto llorar, Hina. Recobra la compostura.」
Obedeciendo a mi sentido común, rompí el abrazo dando un paso atrás. Pero aún estábamos lo suficientemente cerca como para no cortar el contacto visual.
Su mano derecha acunó mi mejilla con suavidad, como si ante el toque fuera a quebrarme de nuevo. Se acercó lentamente a mi rostro y susurró:
—Cuídala. Déjame esto a mí. Estaré bien —asentí, pero me preocupé de nuevo cuando vi leves marcas de lágrimas en sus ojos—. No te preocupes, anda.
Me retiré, aún algo dudosa de si era lo correcto, para dirigirme a donde estaba Rin.
—Alteza —llamé su atención cuando llegué a su lado. Ella emitió un sonido indicando que podía hablar, aún con su rostro entre las almohadas—. Es hora de irnos.
Se levantó con pesadez y ordenó un poco su cabello. Tomé la maleta con mi ropa, ya que la suya estaba en el carruaje junto con la de...
Me di una cachetada mental tratando de borrar esos pensamientos. No valen la pena. Él estará bien. Siempre lo está.
° • ° • ~ 🌻 ~ • ° • °
No podía creer lo que veía.
Habían pasado dos días desde que nos fuimos de Elphegor, y Len no había remarcado su existencia. Hasta ahora.
Apareció en el palacio. Sus prendas, cabello y piel estaban llenos de sangre. Sus manos estaban levemente ampoyadas y tenía pequeños rasguños.
Rin observaba a su gemelo atónita y asustada, igual que yo. La imagen proyectada frente a nosotras fue una que nunca nos imaginamos.
Nunca esperé ver a Len manchado de sangre, sea suya o no.
—Parece que las asusté. Lo siento —sonrió.
—N-No es eso... —sabía que Rin no soportaría seguir viendo esta escena, así que tuve que tragarme toda la impotencia y otras sensaciones que surgían al ver al rubio así, para acercarme a él y colocar una mano en su espalda.
—Vamos, tienes que darte un baño —me miró y asintió, y nos retiramos a las duchas del personal.
Se desvestía mientras yo preparaba la tina. Ciertamente esto era muy vergonzoso, pero en esta situación ninguno de los dos tenía tiempo para pensar en eso.
Me alejé un poco y me detuve en la puerta, dándole privacidad a Len para que se bañara tranquilo. Aún así me quedé en caso de que necesitara algo.
—¿Te ayudo? —pregunté algo sonrojada. Él rió.
—¿Tanto quieres verme desnudo, Hi-chan? —inquirió coqueto. Mi rostro ardió de golpe.
—¡C-Claro que no! ¡Seguro no podías encargarte de eso solo! ¡N-No pienses cosas raras! —objeté cubriendo mis ojos con ambas manos, en un vano intento de ocultar el carmín que invadía mi rostro, aunque él no fuera a verme.
Soltó una divertida carcajada.
° • ° • ~ 🌻 ~ • ° • °
La hora de la cena había llegado. Len se encerró en su habitación tan pronto salió del baño y no ha salido de ahí en horas.
Respeto su privacidad, por lo que decidí dejarlo, pero ahora Rin requiere su presencia y que la acompañe a comer, y a eso no puedo negarme.
—¿Len? La cena está lista —llamé mientras daba suaves toques en la puerta.
No esperé su autorización y entré. El rubio se encontraba con su rostro en su almohada, abrazando otra. Sollozos amortiguados traspasaban la tela e inundaban la habitación.
Me decaí de inmediato al contemplar la escena, y mi cuerpo se movió solo en su dirección.
Antes de darme cuenta, estaba sentada sobre la cama con Len abrazando mi anatomía, con su cabeza en mi pecho, sus lágrimas quedando marcadas en mi delantal.
Acaricié con delicadeza su cabello y me detuve en su coleta. Sus hebras doradas eran tan suaves que podían volverme adicta, y su graciosa coleta siempre me llamaría la atención.
「Qué suave...」
—Y-Yo —bajé la mirada para observar al chico, que hablaba entrecortadamente aún en mi pecho—. La maté... la llevé a un pozo y...
Lo apreté más contra mi pecho mientras le chistaba. No quería que siguiera hablando.
—Está bien. Cumpliste tu deber. Ya pasó... —tranquilicé sobando su espalda. Él continuó sollozando.
Se aferró más contra mí, provocando que ambos cayéramos. Quedé sobre la cama mientras él aún me abrazaba, su rostro oculto en mi pecho. Sonreí tristemente acariciando aún su pelo.
—Hi-Hina... tú —habló, levantando su mirada y apoyó su peso en sus brazos, quedando encima mío pero sin tocarme como estábamos antes—... tú... ¿no me dejarás solo, verdad? ¿Estarás siempre conmigo?
Su mirada rogaba que diera una respuesta afirmativa a su pregunta. Sus orbes cielo reflejados en un cristal me observaban con insistencia y ruegos, y sus mejillas estaban sonrojadas marcando las lágrimas que expulsó anteriormente.
Asentí con suavidad, iluminando como un último rayo de esperanza, así como mismo él lo hizo cuando llegó a mi vida.
—Te lo prometo. Siempre estaremos juntos.
Sonrió y se lanzó a mí para abrazarme de nuevo, fundiéndonos en un cálido abrazo donde nuestras delgadas y similares, pero diferentes anatomías encajaban como si estuvieran hechas la una para la otra.
Y no necesité más para darme cuenta.
No quiero verle más así. No quiero verle llorar. Quiero que siempre sonría.
Quiero tomarle de la mano, abrazarlo, acariciarlo, besarlo.
Quiero estar siempre con él.
Porque estoy enamorada de tí, Len.
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