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Capítulo OO5

Mis manos empujaron con fuerza la puerta del casillero, haciendo que un sonido sordo se colara por mis oídos. JungKook me observó confundido, sin decir palabra alguna. Yo había, realmente había, empujado su casillero y lo había hecho sonar como si fuese una puta película. Al principio me sentí bastante avergonzado, pero, justo cuando él volvió a abrir su casillero, guardó unas cosas y sacó otras como si nada hubiese pasado, un sentimiento de molestia me hizo olvidar mi pena. 

     —¿Es todo? —pregunto al aire.

     De nuevo, él me miró fastidiado ante mi insistencia. Al observarlo, fácilmente me pude dar cuenta de que estaba molesto, o algo así como siempre se hallaba. Ahora, la situación que envolvía esta escena tenía mucho que ver con las palabras que anteriormente me había dicho, esas acerca de caerle solo un poquito bien; esas palabras, he de admitir, recayeron en mí, ya que, si yo le caía al menos un poco bien, eso significaría que la posibilidad de ser su amigo existía. 

     No es necesario hacerme preguntas acerca de la naturaleza de mis propias acciones. No sé por qué eso me interesó, el hecho de poder volverme su amigo; ni siquiera creo que al intentar explicarlo, lo que sea que diga, pueda tener congruencia. No sé, no sé, no sé,  lo único que puedo asegurar es que en mi cabeza brillaba un nuevo propósito acerca de ese tipo que seguía provocándome un mal sabor de boca. No me entendía ni yo mismo, sinceramente. La verdad es que al principio me cuestioné el insistir acerca de esa amistad, toda la escena de llegar preguntando si alguna vez volveríamos a hablar, si después nos veríamos por los pasillos y nos evitaríamos, si sus palabras significaban algo de verdad o estaban vacías. Quiero decir, ¿no me vería yo como un maldito acosador? ¿No sería mi insistencia una seña de estupidez y poco amos propio?, pero después la curiosidad me ganó y me vi en la pena de hablarle.

     Claro que él hubiese preferido mantener la distancia, como lo había estado siendo la última semana.

     —¿De qué hablas?

    Me removí en mi lugar, incómodo. Paseé mis manos sobre el gorro que llevaba puesto, y casi de inmediato, abracé mis propios hombros como sacudiéndome un frío inexistente de ellos.  

     —De que si seremos amigos... o no.

     JungKook se regresó hacia mí rápidamente. — Un momento. ¿De dónde sacaste lo de ser amigos? —Ahora es él quien cierra el casillero—. Creo que te estás confundiendo.

     Él me miró directamente, recargando el hombro sobre la pared repleta de pequeños cubículos, con media ceja alzada en el rostro y el indicio de una sonrisa pequeña. Era obvio que sus palabras duras y preguntas estúpidas que no requerían verdaderas respuestas, no se combinaron para nada con sus expresiones burlonas. Eso me molestó. El hecho de no saber a cuál espectro de su expresión de personalidad debería hacerle caso, ¿qué podía más? ¿Podía más la forma en la que me hablaba o la forma en la que me miraba? Por otro lado, su simpatía -que más la sentía falsa- me hizo sentir pequeño, por un momento me gustó la de salir corriendo de ahí, pero algo en el instante me hizo, más bien, moverme de lado a lado.

     El tipo me ponía nervioso de maneras agigantadas, no por miedo, o por algo así. Es que me daban ganas de gritarle que era un llorón y que debería dejar que alguien en el mundo fuese su amigo. Más que ponerme nervioso, me atrevería a decir que me resultaba exasperante. Una mejor palabra para describir mis sentimientos.

     —Pero dijiste que te agradaba...

     JungKook meneó la cabeza de lado a lado, mirándome hacia abajo, porque era un poco más alto que yo. Casi nada, de hecho, pero tenía esa mala costumbre.
    
     —Me agradas —responde firme—. Pero no lo suficiente.

     Les digo, ese chico era una montaña rusa. Era un idiota sinsentido, su motivación más grande en la vida -si es que se puede rescatar alguna- era reírse de la incredulidad que causaba en los demás. 

     —¡Por Dios! ¡Eso suena muy estúpido!

     —¡Claro que no! A mí me agradan muchas personas, ¿por qué tendrías que tener un trato especial?

    Solo estaba divirtiéndose con el momento. Y era obvio. Lo hacía por molestarme porque sabía que yo tenía ese ligero interés creciendo en mi estómago. Él aparentemente tenía el don de entender cuánto querías conocerlo. 

     Muy al contrario a mí; yo no sabía entender sus actitudes. Y, si en algún caso extraño descifraba su forma de ser, no podía interpretar si era bueno o mal. Pensaba, solía pensar, que era un tipo de personalidad difícil y pesada. Que no podría saber cómo actuaba, o cómo se visualizaba a sí mismo en la vida. La verdad es que JungKook era más sencillo que eso, lo más laborioso era lograr excavar en su corazón que estaba muy bien escondido detrás de esa barrera de sarcasmo y melancolía. Era pesado, sí. Me causaba un sentimiento miserable, sí. ¿Era un problema? No. Me atrevía a decir que era divertido jugar al gato y al ratón, interesante manera de verlo. Tal vez yo era ese que corría detrás de un pequeño ratón que ocultaba la cabeza, aunque dejara ver su cola; o quién sabe, quizá yo era el  bigotón roedor provocando a un gato de ojos curiosos, pero que acaba de comer, 

     —Esto es ridículo —dije en voz alta, rechacé la mirada graciosa que me lanzó—. Es claro que yo te caigo mejor que los demás.

     —Mmm... ¿No? —Burlándose de mí, sus cejas se arquean hacia arriba—. Te dije que quizá podías comprenderme y ahora piensas que eres mi mejor amigo.

     —¡Y qué!

     —Eres muy insistente —se para recto en su lugar—. Desbloqueaste un nuevo nivel.

    Le eché una mirada rápida, o esa fue mi intención, puesto que procedí a analizar su apariencia del día: demasiado delgado, alto, y sus venas sobresalían. Me hizo estremecer por un segundo el pensar cómo se verían sus costillas, o su mandíbula tan marcada. Cada vez más delgado. De pronto me pregunté si en algún momento lo he visto comer, y ese pensamiento comenzó a asustarme por unos cuantos segundos, o más que nada fue un instante. No sé cómo la mente humana compone situaciones con tan poca información, logrando asustar al poseedor de tales conjeturas. Entonces recordé que sí lo vi comer, en la biblioteca. La señora Sean seguramente es la que lo alimentaba. Estúpidamente más tranquilo, me recargué en el casillero y suspiré. Ya no quería seguir discutiendo, así que englobé mi sentir en una pregunta sencilla:

     —Entonces, ¿somos amigos?

     Ni siquiera lo pensó.

     —No.

     De su bolsillo sacó un cigarrillo, mirando hacia ambos lados, él verificó que no viniese nadie, y también observó el techo en busca de los detectores de humo. Pero yo supe que eso le podría importar dos kilogramos de fruta; realmente le daba igual meterse en problemas, pero, ¿meterme en problemas a mí? 

      Me miró de nuevo por un segundo y alzó las cejas dos veces, en un movimiento incómodo que me hizo rodar los ojos, porque estaba, repito, jugando conmigo y mis reacciones ante sus respuestas contradictorias con su rostro. Al encender el cigarro, y calar de él, agitó la mano enfrente mío para que me moviese; ante mi negativa, el volteó el rostro, dio un paso a un costado y expulsó el humo. aunque éste nunca tocó mi cara, yo moví la mano, porque el olor me llegó.

     —Ah, sí. Amigo o no, lo del cigarro y el humo jamás va a terminar.

     Rodando los ojos, me resigné. Pero el momento se sentía incómodo, como si hubiese una gran distancia entre nosotros. Podrían llegar a creer que eso sucede más a menudo de lo que se aparenta, pero la verdad es que no. Suele ser más... tranquilo. 

    Estiré la mano un poco, y la moví para poder quitárselo.

     —Oye, oye, oye —dice molesto.

     —¿Sabe bien?

     —Sí —Aleja el cigarro de mi alcance, alzándolo un poco—. Pero mejor te digo que no.

     Claro que jamás probaría esa asquerosidad. No quise darle la idea equivocada.

     —Quería quitártelo. Además, no te interesa a ti lo que yo haga, ¿no? Qué mandón.

     —No soy mandón, no me interesa lo que hagas. Por otro lado, evito el sentirme culpable.

     —Tú siempre estás fumando.

    Él asintió unas veces, y tiró el cigarro al suelo para pisarlo casi de inmediato. Ocultó las manos en sus bolsillos, manteniéndose así por unos minutos.

     —¿Y?

    —No quiero —reiteré incómodo—. En serio, no tengo curiosidad.

     —Qué bien. —Simple, alzó los hombros—. Me caes bien sin fumar, dos fumadores juntos no sería buena idea.

     —¡Acabas de decirme que no somos amigos!

     —¿Hice eso? Bueno. Yo digo muchas cosas.

     Yo estaba más enojado que confundido. Es decir, podía soportar sus confusiones, pero otra cosa era que me regañara al mismo tiempo que intentaba confundirme. No entendía. Estaba diciéndome que no fumara al mismo tiempo que lo hacía en frente mío, al mismo tiempo que me decía que si lo iba a hacer, no era de su interés. Probablemente era más complicado que eso, más complicado que interpretar lo que decía o hacía; tal vez era algo que solo en su cabeza hacía sentido, esto de actuar contrariamente a lo que dice y confundirme a gusto y disgusto. Era molesto que, aunque en mi cabeza yo entendía perfectamente el tono en el que me hablaba, lo que parecía ver era totalmente distinto.

     Mis ojos cayeron en él con más atención que antes, y pude notar ese indicio de sonrisa molestosa que tanto me hartaba. Suspiré e intenté seguir una conversación normal.

     —¿Amigos o no?

     JungKook hizo de sus ojos un mar de respuestas, me miró entrecerrándolos y emitiendo una ladina sonrisa que pronto se desvaneció.

     —Digamos que no —me habló, abriendo de nuevo el casillero y sacando unas cosas—. Pero digamos también que sí.

     El limbo. No soy su amigo, pero tampoco soy nada. Odiaba ese estado. Por un momento me sentí incompleto, insatisfecho, sin una conclusión clara. Casi como si me excluyera de su jerarquía, de su mundo, de su vida, de su vista, fui como un cero a la izquierda. Creo que ya entendieron: sentía que en algún momento de su ecuación, yo no valía.

     —¿Siquiera tienes amigos? —Fue un comentario malo que hice, y me di cuenta de lo pesado que sonó. Era mi intento desesperado para orillarlo a que me quisiera a su lado. 

      No obstante, él no se lo tomó a mal. Una vez más, sonrió, pero no mostró sus dientes. 

     —Tengo dos —respondió, tranquilo, cerrando el casillero—. Pero ahora son dos y medio. Nos vemos luego.
  
     Característico de él: dejarme con dudas complejas, y mi curiosidad creciendo con fuerza. Típico. Normal. Lo de siempre.

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