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No se puede todo

Iris.

Seamos honestos, el matrimonio, los hijos, el amor, una vida normal en un vecindario de monótonos accidentes con tus vecinos... Eso, bueno... no es lo mío.

Quizás No sepa qué hacer con mi vida, pero al menos sí sé lo que no quiero en ella.

Yo no quiero hijos. Yo no quiero casarme. Yo no quiero amor. Yo no quiero que nadie me diga lo que tengo que hacer.
En otras palabras, yo no quiero ser yo, quiero ser alguien más.

Porque si fuera una persona completamente diferente, a la que soy ahora, no sólo haría las cosas diferentes para mí, sino para todos los que me rodean.
O sea, que de paso acabaría siendo ese alguien que tú deseas ser.

Pero... no se puede todo.

Son extrañas las cosas que te llegan a la cabeza, cuando estás tumbada en medio de un parque, sin la menor idea de si te violaron o no, si te filmaron o no, si te mearon encima o, sencillamente, te cagaron o no.

Pero nada, nada, es lo que parece cuando estás metida en un vestido de cóctel negro, con el maquillaje de una prostituta, y el pelo de una bruja. Tumbada boca arriba entre arbustos podados, y... con la resaca de los mil diablos más impresionante que has tenido que soportar en tu vida.

Por cierto, la vida es una mierda.

Jueves 8:19

El ladrido nervioso y chillón de un perro (que no es mío), me despierta. Bueno, un poco. Me cuesta trabajo abrir los ojos.

Lo primero que distingo es el cielo; está azul, y carece de nubes. Parece que será un día soleado.

Me cuesta mover los músculos de mi cuerpo, incluyendo la cabeza. No puedo moverme. No puedo dejar de ver la paz, con la que el viento sopla las hojas de los árboles.

Una solitaria y verde primaveral cae justo en mi frente. No la aparto. No expreso el más mínimo ruido o quejido, porque aún no quiero levantarme de esta burbuja emocional, libre de palabras que hieren, y personas que te apuñalan por la espalda.

No hablo precisamente de mi exnovio, sino de todos en general.
O sea: estoy jodida por dónde le mires.

Me dan ganas de hasta reírme. Así que lo hago. Porque me acabo de dar cuenta de algo súper interesante..., yo no voy a morir por una simple borrachera. No, Dios tiene un sentido del humor tan grande... Estoy segura que ya decidió cómo voy a morir.

Bueno, al menos tengo la certeza de que puedo emborracharme las noches que quiera, y de que nada malo va a pasarme por pura suerte o destino.

Cuento con la buena fortuna de una muerte rápida y sin dolor, porque prácticamente mi vida es un lento pesar hacia la inexistencia.

Bueno, al menos cuento con ello. Al menos tengo un poco de paz por saber eso. Y si sirve de algo, en realidad no me importa mucho morirme, porque no tengo ninguna razón para vivir.

Nadie sabe esto, pero una vez, juro que escuché una voz en mi cabeza, que me dijo que no iba a pasar de los cuarenta. Me dijo que disfrutara e hiciera todo lo que tuviera que hacer con mi vida, porque iba a morir a los cuarenta años. No es una mala noticia, pero tampoco voy a dar saltitos de felicidad, por saber que me faltan dieciocho años para mi muerte.

Para mi aburrida muerte.

– ¿Disculpa? –dicen–. Oye... ¿te encuentras bien?

Mi cabeza ni siquiera gira hacia el sonido.

– Sí –contesto, con la garganta seca y los ojos a nada de explotar en mi cabeza.

– ¿Estás segura? –insiste la voz.

– Muy segura –respondo, con la esperanza de que se vaya. Estaba muy bien aquí sola, con mis certeros pensamientos.

Creo que se ha ido.

– ¿Qué haces ahí acostada?

Creo que me equivoqué.

– ¿Esperas a alguien?, ¿puedo acompañarte mientras lo esperas? –me pide, como cachorrillo faldero pidiendo alimento a un desconocido.

Okey... Ese es el fin de una mañana perfecta. Ahora voy a tener que levantarme de mi burbuja emocional, y a encarar al mundo una vez más; a ver las cero vistas en mi celular una vez más; a intentar visitar editoriales, que NO aceptarán mi novela porque no soy lo suficientemente buena para escribir. Y todo eso, una vez más. Bueno, al menos voy a dejar de sufrir el deshonor de mis patéticos planes cuando cumpla los cuarenta.

Sólo dieciocho años más... Sólo dieciocho años más, Jesús bendito.

Me incorporo, y masajeo los músculos tensos de mi cuello.

– ¿Te encuentras bien? –me pregunta esa voz, que dudo que sea obra de mi imaginación. Eso lo comprobé cuando me pidió quedarse mientras espero a quien sea en este estado.

Ni siquiera un producto nacido de mí me cuidaría.

– Sí –respondo tajante, porque ya sé lo había dicho una vez. ¿Estará sordo?

– Perdona mi insistencia, pero no es normal que una muchacha tan guapa como tú esté como si se la llevara el diablo a mitad de un parque.

Eso me hace sonreír un poco.

¡NO!
(Enfócate).

¡No te fíes de nadie!
(Pero parece muy amable).

¡El diablo antes era un ángel, y mira en donde está ahora! ¡Tu novio parecía buena gente, y mira como te fue con él! ¡Jurabas que tu padre nunca te lastimaría, y mira nada más con qué estupidez te salió!

Mi subconsciente tiene razón. Las personas NO son buenas porque quieren si no consiguen algo a cambio. Este sujeto no es diferente.

De seguro piensa que con unos cuantos cumplidos caeré como mosca en un plato. A lo mejor quiere algo de sexo. Bueno, la verdad es que no me he acostado con nadie desde los veinte. Me urge un orgasmo de esos que te salen con un buen amante.

Los mejores son los casados. Esos sólo buscan satisfacerte, porque creen que estarás disponible para ellos las veces que quieran. Todos buscan muchachitos de dieciocho años, yo hombres mayores y de preferencia casados.

Si sólo quiere diversión, está bien. Yo también busco un poco de atención. Tengo que hacer algo, ¿no? Nadie va a amarme, y tampoco busco que me amen. Quiero vivir mi vida teniendo sexo o un descanso divertido al lado de un buen amante. Ya que no sirvo como escritora, y tampoco me aceptan en ninguna universidad, ¿qué más puedo hacer con mi tiempo?

Lo miro, y descubro que no está nada mal. Puede que hasta me enseñe un par de trucos.

No me juzguen, planeo fornicar mucho a lo largo de mi vida.

– ¿Tienes un condón? –Voy al grano, porque eso de la charla casual antes del coito, no me va.

Para mi sorpresa, no se sonroja o acepta mi propuesta.

Me sonríe cálidamente mientras se ríe por la nariz... ¿Por la nariz? ¿Quién se ríe así?

– No eres prostituta, ¿por qué te comportas así? –dijo.

Okey... Rarito. Debe ser cristiano o algo por el estilo. Un hombre normal aceptaría sin pensar o dudar dos veces mi propuesta.

Pero... no tiene pinta de sacerdote o practicante a monje. Es alto, güero, de ojo azul, y... ¡CALVO! Es completamente calvo. Parece la clase de sujeto que toma el rastrillo y la crema de afeitar por las mañanas. Tampoco tiene rastros de barba o bigote. ¡NI CEJAS!

¿Quién se pelonea por elección, y encima se quita las cejas? Sí..., en definitiva es un rarito.

– ¿No quieres sexo?, entonces por qué me hablas –eso sonó más a acusación que a pregunta.

– Porque me preocupa que una niña como tú esté sola en medio del parque –responde, y sin necesidad de sentirse un sabelotodo.

– Genial... –Por favor, noten el sarcasmo en mi voz.

– ¿Sabes?, es curioso... iba a una cafetería cuando escuché a un perro ladrar desesperado. Pensé que estaba herido, o, que alguien necesitaba ayuda... Y entonces apareciste tú. Y creo que necesitas ayuda.

– Soy alérgica a los cristianos o a la iglesia –aclaro.

El calvo me sorprende cuando me sonríe con amabilidad.

– No estoy tratando de convertirte, sólo digo que podemos tomar un café –sugiere.

– Odio el café.

– Ah. Entonces ¿qué te gustaría tomar? –me pregunta.

– Nada.

– Entonces... ¿podrías acompañarme a esa cafetería de la que te hablo? No quiero desayunar solo –insiste; y todo sin perder la paciencia o ese aire característico de amor y paz.

– No.

Mi respuesta no lo desanima. Se mira los zapatos de hombre de oficina, y se guarda las manos en los bolsillos de su pantalón de vestir. Una camisa azul –que combina con sus ojos–, adorna el conjunto.

– ¿Tienes algo mejor que hacer?

Buena pregunta, extraño. ¿Tengo algo mejor que hacer? Y la respuesta es No. No tengo absolutamente nada que hacer. Y la razón por la que no tengo planes el día de hoy, es porque pensé que la borrachera de ayer me dejaría en estado de coma.

Al parecer el universo tiene otros planes.

– Mira, sólo te pido que me acompañes, no estás obligada a hablar o a conocerme.

¿Por qué está hablando como un sabelotodo o todopoderoso? Me recuerda a mi padre. Y él no es el foco más amable o confiable del mundo. Me atrevería a decir que es la mecha de una bomba.

No sé si fiarme de este tipo.

Es guapo e inspira mucha felicidad y armonía, o alguna tontería por el estilo... Pero ¿confiar en él, sólo por eso...? No lo sé.

– Te compraré lo que quieras –me tienta.

(¿Qué intenta hacer?)
Chantajearte.

– Se nota que no has comido nada hoy.

Ante la mera mención de la palabra, me rugen las tripas. Literalmente. Y lo peor es que se escucha, él lo escucha.

– Prometo no mencionarte a Dios –pacta.

Bueno... Nadie le dice que no a un desayuno gratis. Aunque no planeo comer o sentarme a platicar, me apetece un vaso de agua.

Y seguir despierta, a pesar de que no sé qué diablos hacer el resto de mi día.

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