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2. Una noche muy larga.

¿Qué tan difícil podría ser encargarse de un niñito de tres años?

Al final optó por suprimir a Osamu del informe que brindó a Port Mafia. Se arriesgó a fingir que nunca encontró al niño y que nunca lo llevó a su departamento, organizando una excusa apropiada y coherente para su tiempo de ausencia; el jefe pareció satisfecho con su explicación falsa y no estuvo en la sede más tiempo del necesario.

Antes de volver, hizo una parada en la primera tienda de ropa para niños que encontró y necesitó la ayuda del empleado de turno para escoger un par de conjuntos que podrían quedarle. Todo quedó en una apuesta al no saber la talla exacta de Osamu y tener que llevar tallas distintas como le recomendó el muchacho. Al menos ya tendría un cambio de ropa para él. No iba a tenerlo con los mismos harapos considerando como eran los niñitos con el tema de las bacterias y las enfermedades.

Ango no consideró más. Aunque se consideraba un hombre inteligente, carecía de conocimiento sobre niños pequeños, además de lo básico para mantenerlos vivos; así que solo pudo pensar en ropa más cómoda y un cepillo de dientes. De camino a casa, se abofeteó mentalmente por no pensar en una forma de entretenimiento menos insulsa que crayones y un papel.

"Bueno, dibujar sirve para su estimulación creativa" quiso consolarse.

Al llegar a casa encontró al niño en el mismo lugar en el que lo había dejado. Ni los cuadernos ni las galletas habían sido tocados, como si hubiera permanecido congelado en la misma posición desde que abandonó el departamento... El pensamiento le preocupó.

—Te compré un pijama para que puedas dormir más cómodo esta noche —habló con algo de cautela, acercándose al menor quién asintió en silencio a la oferta.

Al acercarse más, ya fue más notable el cambio en el semblante del menor: Sus ojitos estaban entrecerrados, orbitando entre cualquier lugar de la sala sin fijarlos en algún punto durante mucho tiempo. Soltaba pequeños suspiros cada tantas respiraciones. Cuando sus mejillas amenazaban con hincharse, aplanada los labios, claramente reprimiendo un bostezo.

Era obvio que el pobre estaba muerto de sueño e intentaba ocultarlo.

¿Se suponía que debía ayudarlo a dormir? ¿O solo dejarlo allí y que se durmiera sólo? ¿Debía cantarle una canción de cuna o algo así? Ango no se sabía ninguna. Pánico.

—Oye, eh, ven aquí —murmuró reticente agachándose frente a él.

No hacía falta ser un padre experimentado para saber que él sillón era un lugar demasiado angosto para él. Estaría mejor dejarlo dormir en su propia habitación, en un cómodo colchón y con libre acceso para vigilancia. Sin embargo, cuando Osamu estiró los brazos hacia él no fue para que lo levantara, sino para empujarlo lejos de él. Ango insistió, volviendo a extender sus brazos, pero el niño volvió a apartarlo con empujones débiles.

—¿Qué no tienes sueño? —cuestionó extrañado por tal renuencia.

Osamu negó con la cabeza con vehemencia, asegurándose de recalcar su respuesta, aunque el bostezo que no pudo reprimir delató su mentira. Restregó sus ojos con algo de fuerza y pestañeó fuertemente, buscando deshacer los vestigios de sueño que aún estaban presentes en su carita de expresión ausente.

—De acuerdo... —respondió reticente, sin poder dejar de fijarse en el enorme cansancio que su semblante reflejaba, pero aún más en cómo se estaba forzando a reprimirlo.

¿Era simplemente un niño queriendo aparentar que su agotamiento no existía? ¿O había una actitud defensiva y cautelosa subyacente? Después de lo que ocurrió cuando empezaron a comer, Ango podía ser muy capaz de inclinarse por la segunda opción.

—¿Qué tal suena un baño, ropa limpia y cómoda? —trató de ser persuasivo, incluso usando un ligero tono relajado y de matices vigorosas.

Osamu pareció encogerse en sí mismo al oír la propuesta, desfigurando su rostro en una mueca y apretando el muñeco entre sus brazos de tal manera que sus ojos lucían aún más saltones.

—Está bien, está bien. No haré nada que no quieras, ¿de acuerdo? —se apresuró a aclarar—. Puedes hacerlo tú solo si así lo quieres.

No sonaba tan buena idea, pero quería priorizar la confianza del niño en él, y no iba a obtener nada si empezaba obligándolo a cosas que claramente parecían desagradable.

Osamu se enderezó apenas, como si estuviera debatiéndose el considerarlo o no. Aun así, mantuvo el muñeco apretado contra su pecho, casi escondiendo su rostro con él. Ango le ofreció una sonrisa sutil y algo incómoda que tenía la intención de animarlo.

Después de un par de segundos en silencio, el niño extendió una de sus manitos hacia él, con sus dedos aún doblados con timidez. Ango la tomó, cubriendo casi toda la extremidad con la suya; comprobando que esta vez Osamu se volvía dócil ante el contacto y, aun manteniendo algo de cautela, lo levantó. Un brazo bajo sus piernas y la otra sobre su espalda, Osamu mantenía la cabeza erguida para poder observar a dónde era llevado y el cangrejo era apretujado con nerviosismo entre sus deditos.

Ango lo dejó de pie sobre los azulejos del baño y dejó que el agua caliente fluyera sobre la bañera en lo que volvía a ocuparse con el pequeño.

—Dámelo un segundo, ¿sí? —Con sus dedos en pinza, tomó una de las patitas afelpadas del cangrejo y tiró con suavidad—. Estará justo aquí, vigilando en lo que tú te das un baño, ¿te parece bien?

Lo acomodó con cuidado sobre uno de los estantes donde guardaba reservas de champú y jabón, asegurándose de que sus ojos saltones apuntaran hacia el frente y pudiera cumplir con su tarea asignada: vigilar y velar por su dueño. Osamu lo había soltado sin mucho reparo, así que debía confiar lo suficiente en él.

—¿Te ayudo a desvestirte?

Era exasperante lo lento que estaban yendo, pero Ango solo reprimió sus objeciones. Osamu asintió sin mostrarse muy reticente esta vez y estiró ambos brazos hacia arriba para dejarse desvestir.

Bastó con descubrir apenas un ápice del estómago del niño para que Ango se horrorizara: además de estar demasiado delgado, la flácida piel estaba abarrotada de hematomas que iban desde el estómago y rodeaban su espalda. Con suavidad, pero también con apremio, dio vuelta al niño y pudo advertir sobre las líneas moradas brillantes que se esparcían por todo el torso.

—Oh, Dios...

Intentó pasar el dedo por una, pero al instante el niño se estremeció y jadeó asustado.

—Lo siento, solo estaba revisando. No pasa nada —le tranquilizó, o al menos hizo en intento.

—Ahí no —pidió con voz temblorosa, ladeando la cabeza para poder mirar al adulto con suplica.

—¿Aquí? —señaló su marchita espalda y recibió un asentimiento—. ¿Te duele?

—Duele —corroboró con voz ahogada, casi como si sintiera vergüenza por admitirlo—. Ahí no, ahí no.

—Oh, niño —Ango sentía que podría vomitar en ese mismo momento, pero lo último que quería hacer era conmocionar más al niño—. Está bien, es normal que duela. Tal vez en el agua duelan un poquito más, pero todo estará bien ¿de acuerdo? Te prometo que luego de esto te pondremos medicina para que te cures.

Osamu asintió, aunque aún con preocupación latente. Dejó que el adulto terminara de sacar sus mangas de sus brazos, y era terriblemente espantoso que incluso todavía tuviera de que desconcertarse al ver los brazos del niño; y está vez no fue solo lo esqueléticos que estaban, sino las pequeñas ampollas reventadas y redondas que estaban regadas desde los hombros hasta el codo. Una diminuta prominencia gris flotaba en medio de la carne expuesta al rojo vivo, unas pocas colgaban con amenaza de desprenderse de la piel a la que antes pertenecieron.

Ango empezó a asfixiarse.

No fue complicado reconocer el tipo de heridas. Eran quemaduras, pero no del tipo accidental como agua caliente o un roce al exterior de una olla al fuego... No, estas eran quemaduras de cigarrillos; y el hecho de que haya varias en ambos brazos y que ninguna sobrepasara el codo, gritaban que fueron hechas con muchísima intensión. El color de algunas ampollas denotaba lo reciente que habían sido.

—También duele —El niño (Dios, el pobre niño) avisó sin que siquiera se lo preguntara esta vez.

¿Qué carajos habían hecho con ese niño? Con una personita tan indefensa, tan vulnerable... Casi un bebé, joder, joder, joderjoderjoderjoderjoder.

¿Qué clase de persona podría ser tan hijo de perra para abusar así de un niño pequeño? De un niño que apenas y dejaba notar su presencia... Claro, ahora todo calzaba. Por eso el pobre era tan asustadizo, estaba completamente justificado el que fuera tan desconfiado y temeroso. Ango incluso agradeció internamente y se admiró de que él haya podido confiar lo suficiente para ayudarle a desvestirse, quizá con el miedo de que él también pudiera hacerle daño.

—E-escúchame... —trató de no hacer notar su nerviosismo—. Estas heridas de tus brazos van a doler u-un poco más, ¿sí? —Se le quebró la voz—. Lo siento, trataré de que no duela, pero...

Aunque sería en vano. Incluso Osamu lo sabía, por la manera en que asintió con resignación evidente

Terminó de desvestirlo y, afortunadamente, esta vez no halló nada más alarmante que la delgadez de todo su cuerpo. Al instante, Ango arrojó los harapos que sirvieron de ropa al tacho de basura.

Alzando al niño de las axilas, lo sumergió en el agua con lentitud. Ésta estaba tibia, temperatura que creyó sería menos dolorosa para sus heridas, pero ni siquiera eso restringió al niño quejarse de dolor cuando las líneas rojas de su espalda empezaron a arder y palpitar. Sin embargo, éste era un dolor soportable.

Las quemaduras serían otro tema.

El agua estaba lo suficientemente alta como para cubrirlo hasta la mitad del antebrazo, pero el propio niño había repelido el agua levantando ambos brazos por encima, claramente advirtiendo el dolor que sentiría si los bajaba.

—Baja tus brazos despacio —le habló quedo y con cautela, tomando una de sus muñecas para orientarlo en el ritmo—. Confía en mí ¿sí? Esto es necesario.

El menor obedeció, dejándose guiar por la mano del adulto y soltando lentamente su brazo bajo el agua hasta que empezó a rozar con las ampollas.

—¡Ay! —exclamó en un chillido, pero ni hizo el intento de zafarse; siguió hundiendo la extremidad hasta que el agua la cubría.

—No pasa nada, no pasa nada —Ango repitió con algo de rapidez, llenando una pequeña taza con agua fría lo más pronto posible.

Osamu había empezado a soltar jadeos que se asemejaban a sollozos.

—Ya. Levanta los brazos —ordenó y el niño obedeció al instante. Ango se fijó en como mordía su labio para evitar dejar salir el llanto atascado, o que su boca se curvara en pucheros—. Ahora tenemos que limpiarlas, ¿está bien?

Vertió lentamente y a chorros el agua fría sobre las ampollas, pero igualmente le provocó un temblor de sorpresa al niño; aunque le pareció más soportable esta vez, pues ya no se esmeraba tanto en sus muecas.

—Muy bien, lo hiciste muy bien —le dijo después de haber terminado con ambos brazos—. Te compensaré después, por supuesto.

Los bordes de sus mangas estaban mojados ahora, por no haber sido capaz de recordar tomar precaución con su ropa. Con un suspiro que fue mitad alivio mitad agotamiento, se las dobló hasta el codo para poder continuar.

—Te ayudaré a lavar tu cuerpo, ¿está bien? Por favor, dime si algo no te gusta y me detendré.

Fue pacífico, más de lo que había anticipado. El niño fue muy quieto y callado, dejando que Ango hiciera su trabajo luego de recitarle específicamente qué haría. Probablemente fue el mantenerlo al tanto de lo que ocurría mientras le hablaba de diversos otros temas ("Es importante que te mantengas limpio para evitar enfermarte", "Oh, tienes un lunar aquí", "Si cuidamos mejor estos rizos, sería mucho más estético"). Lavó los alrededores de sus ampollas con cuidado y se gratificó con el hecho de que Osamu ni siquiera se inmutara a sus toques.

Aunque eso no lo salvó de que su camisa se empapara aún más, pero al menos el niño ya estaba limpio y —con suerte— ese baño tibio lo adormecería.

Lo envolvió en toallas porque no estaba seguro de que tanto frío soportaría ese delgado y pequeño cuerpo. Secó sus rizos a base de presión con las manos sobre la toalla, eso ayudaría un poco a su preservación hasta que comprara productos adecuados para ellos ("¿se va a quedar con el niño? ¿Cómo si adoptara un gato?"), y antes de vestirlo, cubrió sus brazos con una capa de vendas en lo que sus ampollas sanaban; además de que untó pomadas sobre los golpes en su espalda.

Y listo, finalmente limpio y con un pijama cómodo.

Ya estaba oscureciendo. No estaba seguro del horario de sueño que debía tener un niño, pero como ya había estado cansado antes y se rehusó a dormir una siesta, pensó que sería un momento adecuado; especialmente porque los ojos de Osamu ya parecían ser incapaces de mantenerse abiertos y estaba prácticamente tambaleándose sobre su cama.

—Tú puedes dormir aquí y yo dormiré en la habitación de a lado, ¿está bien? —Ango le habló en voz baja, ayudando al niño a acomodarse baja las sábanas junto a su muñeco ahora devuelto.

Pero éste ni siquiera le oyó. Ya estaba inconsciente para cuando Ango lo cubrió con mantas. Con un brazo apretaba al cangrejo contra su costado, mientras que el otro estaba descuidadamente reposando sobre la almohada junto a su cabeza. Con solo verlo cualquier podría darse cuenta de lo cansado que debió estar antes.

Apagó la luz, pero no cerró la puerta. Dejó una abertura por donde la luz de la sala podía filtrarse mínimamente.

Ango solía pensar algunas veces en ella ya no como "la habitación de invitados", no cuando había servido exclusivamente para un solo invitado durante todo el tiempo que llevaba viviendo allí.

Pero, denominarla "la habitación de Oda" era indecoroso.

Era solo una habitación de sobra que tenía en su departamento y ya. Una habitación que ahora tenía que ocupar debido al niñito durmiendo cómodamente sobre su cama (o sobre la que era su cama). Ambos cuartos estaban adjuntos, y resultaba práctico para poder vigilar al niño ocasionalmente (para algo más que papeleo debía servir su insomnio).

Pasó un par de horas concluyendo informes y otros asuntos más, y durante ese lapso de tiempo no hubo inconvenientes. Algún tipo de fuerza hacía que Ango se levantara de su silla al menos cada 30 minutos para comprobar que Osamu seguía durmiendo tan cómodamente como lo dejó y en todas esas ocasiones así fue, así que pensó que podría ir a tratar de dormir sin ningún problema.

Pero, por supuesto, había vuelto a subestimar los problemas que un niño de tres años podría dar en una sola noche.

Estaba a un pequeñísimo paso a la inconsciencia. Tan cerca de alcanzar su tan anhelado sueño que tanto trabajo le costaba cada noche... Hasta que sintió su colchón rebotar. Creyó que podría ignorarlo la primera vez, pero una segunda y una tercera ya fue demasiado difícil. Y al abrir sus cansados párpados, se topó con Osamu tratando de impulsarse con sus manos para catapultarse hacia el colchón.

—¿Qué ocurre, Osamu? —preguntó con la voz arrastrada de agotamiento.

El aludido no dijo nada, pero Ango logró ver una imagen borrosa de sus brazos alzados y su cara asomada por encima de su nariz. El cangrejo aún se aferraba devotamente a su manito derecha.

El mayor suspiró comprendiendo la petición inaudible y, aún con flojera, se arrastró hasta el borde de la cama para poder levantar al niño y dejarlo sentado a su lado.

—Acuéstate. Puedes dormir aquí.

Tuvo el presentimiento de que quizá debió haberlo interrogado más: "¿Tuviste una pesadilla?", "¿Te da miedo la oscuridad?", "¿No te gusta dormir sólo?"... Pero, en su defensa, estaba realmente agotado. Le habían sucedido demasiadas cosas en el día, y hacía mucho tiempo que no sentía tanto sueño como para poder dormir sin requerir rodar en el colchón por más de una hora o ver el techo con algún conteo mental que parecía infinito.

De todas formas, tarde o temprano el cansancio también arrasaría con el niño. Así que creyó que ya era suficiente con tener la certeza de que estaba recostado a su lado, y si ocurría cualquier cosa él podría saberlo de inmediato sin la necesidad de moverse hacia la otra habitación.

Era mucho más práctico.

Con el somnoliento niño que se aferraba a su peluche mirándolo, se dejó llevar por el sueño capturando esa última imagen entre pestañeos perezosos que poco a poco lo orillaron a la Inconsciencia.

Solo habían pasado dos horas. Solo dos malditas horas.

Se despertó por las vehementes sacudidas del colchón y uno que otro golpecito suave que estaba recibiendo en su espalda; sin embargo, a primera estancia le atribuyó simplemente a que Osamu era inquieto para dormir y pataleaba como si soñara con un torneo de artes marciales. Trató de seguir durmiendo aún con esa irrupción, pues tarde o temprano debía parar, pensó.

Pero, escaló a niveles más atosigantes.

Luego llegaron los murmullos. Tan quedos como para reconocer que solo eran divagues sonámbulos o algo así, pero se convirtieron en quejidos, y luego en sollozos; esa fue la señal para evidenciar que algo —o todo, de plano— no estaba bien.

Al voltearse encontró al niño aún con los ojos cerrados, pero apretados con mucha fuerza y se retorcía constantemente en su sitio, emitiendo los mismos quejidos entremezclados con sollozos angustiantes. La razón era evidente: una pesadilla.

—Ey, Osamu, despierta... Todo está bien —le habló en voz baja para evitarle un despertar abrupto, pero ante la falta de reacción tuvo que empezar a zarandear suavemente uno de sus brazos.

Costó algo de trabajo, pero finalmente el niño abrió sus ojos, aunque no fue de la forma apacible y queda que Ango tenía previsto. Éste fue súbito, sus orbes marrones descubiertas de par en par con terror puro centellando en las lágrimas que al instante ocuparon lugar. Éstos también orbitaron con apremio en su alrededor, mientras sus brazos empezaron a agitarse ansiosos en el aire, como si buscara alejar el mal que le acechaba.

Antes de que Ango procesara el hecho de que Osamu estaba entrando a una crisis nerviosa, el pobre niño dejó salir un estridente grito que fue el inicio para el doloroso llanto que le prosiguió.

"Nonononononono"

Ango no podía darse el privilegio de entrar en pánico también, no cuando tenía al niño gritando y llorando con potencia y atiborrado de terror.

—Aquí estoy, aquí estoy. Por favor, no llores. Todo está bien —murmuraba con voz queda, empujándolo de su espalda para poder ayudarlo a sentarse.

Su llanto era doloroso, mucho más que el berrinche del auto y los quejidos en la bañera. Era como si su garganta se desgarrara en gritos irrumpidos por sollozos e hipidos que escapaban sin control y amenazando con ahogarlo.

Lo cargó exactamente como lo había hecho cuando lo llevó al baño, pero se perdió en el siguiente paso. Osamu parecía dócil en sus brazos, pero aun llorando a gritos con la mirada perdida en cualquier parte de la oscuridad del cuarto.

—No puedo saber qué está mal si no me lo dices —Ango dijo en un murmullo, dejando a denotar su propia angustia sin querer—. Dime qué ocurre y lo resolveré, ¿fue una pesadilla? ¿Te da miedo la oscuridad? ¿Te duelen las heridas?

¿Extrañas a tu papá?

Pero, censuró esa pregunta de su propia lengua.

El niño ni siquiera parecía escucharlo, ni su llanto daba indicios de menguar pronto.

Intentó mecerlo en sus brazos, darle pequeños rebotes, distraerlo con algo, incluso ofrecerle cosas; pero nada lo aplacaba. Se rindió de hacerlo intentar decir algo.

Iba a ser una noche muy larga.

Debían ser al menos las cuatro de la mañana, o más.

Quizá aproximadamente a las tres Osamu apenas empezó a sosegarse, reduciendo sus gritos a hipidos esporádicos y suspiros temblorosos, pero se había negado a volverse a dormir incluso cuando dejó de llorar completamente. Ango había permanecido todas esas horas dando vueltas por la sala de su casa y habitación en habitación con el niño en sus brazos. Ahora finalmente podía sentarse, pero no a descansar, claro que no; Osamu se había arraigado con vehemencia a su cuello, y podía sentir sus temblorosas respiraciones chocar contra su piel.

Era la primera vez que se sentía tan agotado. Incluso su insomnio perdía voz en su sistema porque con cada parpadeo sentía que podría caer dormido, pero volvía a ser arrastrado a la consciencia por Osamu y sus deditos rascando su nunca ocasionalmente. Ya no sabía qué más hacer para dormirlo que esperar a que el propio sueño lo alcanzara y derribara.

Pero ya estaba tardando demasiado.

—Oye, niño, ¿te gustaría algo de leche caliente con miel? —Peinó hacia atrás su cabello, notando como su mano se empapaba con el sudor de su frente—. También necesitas dormir, o no crecerás correctamente.

Osamu asintió, aunque no parecía verdaderamente interesado.

Ango tuvo que maniobrar con el niño en uno de sus brazos, pues se rehusaba a soltarlo; pero al final tuvo que despegarlo lo más suave posible para poder sentarlo en la mesa y entregarle la taza de leche que tuvo que ayudarle a sostener de la base, aunque eso no evitó los hilos blancos que se derramaron de sus comisuras, los cuales recogió con una servilleta.

—¿Te gustaría hablarlo? ¿Fue una pesadilla? ¿Algo te asustó?

Osamu negó con la cabeza, pero no como una respuesta a una de las preguntas, sino como una renuencia a hablar, volteando su cara para remarcarlo.

—Está bien, sin presiones. Tratemos de dormir un poco, ¿está bien?

Ango pensó que en su caso ya ni valía la pena intentar dormir cuando faltaban únicamente treinta minutos para las seis de la mañana. 

Mi chiquito merecía una vida mejor.

En el próximo cap finalmente aparecerá mi papá 😻

Aprovechando y hago publicidad al otro  Odango que subí xd la pueden encontrar en mi perfil como "Sin nombre"

Gracias por leer! ❤✨

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