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3.Tiempo




CAPÍTULO 3:

TIEMPO


Melody despertó temblando y con el cuerpo entumecido. Su piel desnuda estaba erizada bajo la toalla que la cubría. Tosió, sintiendo la garganta arder y recorrió con la mirada la habitación.

Estaba sola.

Suspiró aliviada.

Había intentado mantenerse despierta durante toda la noche, pero sus ojos habían acabado cerrándose a pesar del terror, del frío, y de la incómoda postura en el suelo. Se pellizcó los dedos de la mano. No era un sueño. Seguía en esa habitación. En esa pesadilla.

La puerta se abrió de repente, Melody agarró la toalla y se encogió contra la pared. Cerró con fuerza los ojos.

—¿No me digas que has pasado ahí toda la noche? Oh, cariño... —dijo la voz femenina mientras se acercaba a ella—. La cama es tuya. Toda esta habitación es tuya, puedes usarla.

Cuando la tocó con sus manos, Melody no se apartó. Eran pequeñas y calientes. Abrió los ojos muy lentamente. Frente a ella se encontraba una mujer de rostro arrugado, y cabello blanco recogido en un moño. Vestía un elegante uniforme gris de mangas largas y zapatos cómodos.

Ella mantuvo su sonrisa mientras sus manos buscaban las de Melody y frotaban sus muñecas magulladas.

—Esos vampiros son unos brutos. Te ayudaré a curarte cuando te vistas decentemente. Soy Rosie, y tú debes de ser Melody, ¿verdad?

Melody asintió con la cabeza. Rosie sonrió. Dientes planos, redondos, ojos castaños. Era humana.

—Soy el ama de llaves del señor Lennox, y la persona que supervisará tu trabajo en la casa— sus manos se apretaron en torno a los brazos de Melody— ¿Puedes levantarte? ¿Necesitas ayuda? —Sin esperar respuesta, la subió con lentitud, y la sangre entumecida en sus piernas empezó a circular de nuevo—. Tu uniforme debe estar por... —miró por la habitación hasta dar con una montaña de ropa roja sobre el escritorio, junto a la cena que no había tocado y que ahora se moría de ganas por comer aunque el pan estuviera igual de duro que una piedra— aquí.

La dejó unos segundos y le ofreció la ropa.

—He preparado algo para desayunar. Te esperaré fuera y luego buscaré algo para curar esas heridas tan feas.

Rosie desapareció y Melody apretó la ropa contra su pecho. Había deseado no despertar. Que de madrugada el vampiro regresara para beber toda su sangre hasta dejarla seca y enviarla junto a su padre. Por desgracia, sus ojos se habían abierto y seguía viva y entera en aquella habitación.

Melody colocó la ropa sobre la cama y abrió el vestido, muy parecido al que llevaba Rosie, con la única diferencia de que era rojo. Encontró también una pequeña bolsita con lo que parecía ser ropa interior. Un par de bragas negras de algodón sencillas y sujetador.

Se colocó primero las bragas, haciendo malabares bajo la toalla por si el vampiro había abierto un agujero en su habitación para espiarla. El solo pensamiento le hizo temblar. Abrochó el sujetador y tiró la toalla para colocarse el vestido a una velocidad vertiginosa.

Se vio descalza, con los pies llenos de rasguños y heridas sobre el blanco de la alfombra. Se subió el cuello del vestido y dio unos pasos tímidos hacia la ventana. Dudó antes de abrir la cortina. Tuvo que cerrar los ojos de golpe, colocar una mano sobre su frente mientras achicaba los ojos para ver con claridad.

Hacía un día bonito. No. Hacía un día precioso. Melody sabía apreciarlo después de estar semanas encerrada en una cárcel de metal bajo el suelo.

El cielo era de un azul perfecto, libre de nubes, de imperfecciones, de aviones que cruzaran y lo arañaran. El sol llameaba en su centro, una esfera dorada, cálida y perfecta que le hizo cerrar los ojos para tomar un poco de su vitamina. Los abrió al cabo de unos segundos, lamiendo sus labios secos y bajando la mirada al vasto bosque y a la carretera que lo atravesaba.

Estaban lejos de la ciudad, muy lejos. Un sitio en el que nadie podría encontrarla, en el que la policía nunca llegaría. Un sitio tan alejado en el que nadie escucharía sus gritos o llantos. Se aferró a sí misma.


***


Rosie la condujo por los pasillos hasta llegar a la cocina después de conseguirle los zapatos.

—Toma asiento.

Melody se dirigió a la mesa. Había fruta recién cortada, café, zumo, tostadas y galletas de chocolate. Su boca salivó.

—No tengo hambre.

—No puedes empezar a trabajar con el estómago vacío.

Le sirvió una gran taza de café y zumo de naranja. Tostadas con mantequilla, queso y jamón y un pedazo de bizcocho de chocolate por el cual Melody se moría por hincarle un diente. Aún así, no tocó nada del desayuno.

No lo haría.

Levantó los ojos hacia Rosie, que no hacía otra cosa más que colocar plato sobre plato de comida cerca de ella.

—Come algo, por favor —había súplica en sus ojos.

—No tengo hambre —repitió.

Rosie suspiro y se cruzó de brazos.

—No tienes opción, cariño. Si no comes ahora, vendrá él.

La amenaza implícita quedó suspendida en el aire.

Apretó la mandíbula.

—Tengo el estómago cerrado.

—Si no te gusta lo que hay puedo hacerte otra cosa.

—Ya he dicho que no tengo hambre.

—Como quieras.

Rosie recogió la mesa en cinco minutos.

—Te encargarás de limpiar los pasillos del ala este. No entrarás en las habitaciones privadas a menos que se te ordene. Y bajo ninguna circunstancia entrarás en el cuarto del señor Hugo.

Melody sintió un escalofrío al escuchar su nombre. ¿Hugo? ¿Así se llamaba el horrible vampiro que la había comprado cómo una cabra y encerrado en una finca aislada para que nadie pudiera encontrarla y tampoco pudiera escapar?

Observó la espalda.

Vampiros.

En las leyendas, películas y libros existían, pero nunca había imaginado que convivieran con ellos en la vida real. Y aún le costaba asimilar ese duro golpe.

—¿A ti... también te compraron? —susurró Melody con miedo a que alguien más pudiera escucharla.

Esperó con un nudo en la garganta su respuesta.

Los hombros de Rosie se hundieron.

—Fue hace mucho tiempo.

Melody se llevó una de las manos a la boca para ahogar un sollozo. Nunca se había considerado fuerte, y esta situación la estaba superando con creces. ¿Cuántos años tenía Rosie? ¿Cuántos años llevaban haciendo esto?

Sintió las manos de Rosie sobre sus mejillas.

—Mi niña... —dijo—. Lo peor ya ha pasado. Confía en mí. En esta casa estarás segura. No sé lo que te ha pasado, pero me hago una idea y te prometo que mientras el señor y yo estemos entre estos muros, nada malo volverá a ocurrirte.

Melody se apartó de su agarre, se levantó de la silla y se apartó las lágrimas de un manotazo.

—¿Segura? ¿Crees que me puedo sentir segura compartiendo espacio con ese...ser?

—Llevará tiempo. Te pido... que tengas la mente abierta. 

¿Qué clase de droga ponían en el desayuno? Melody no quería quedarse ahí. Quería regresar a su antigua vida, que aunque no era perfecta era mucho mejor que estar aquí.

—Mi madrastra, mi hermano, la policía, todos me estarán buscando. Si me dejas escapar... prometo no contar nada sobre este lugar —su voz estaba cargada de súplica y ansiedad.

Su vida no iba a terminar, ¿verdad? A penas había vivido. Su madrastra se volvió muy conservadora cuando su padre falleció. Sacó a Melody de la escuela y a su hermano tres años mayor y los educó en casa. No los dejaban tener amigos, parejas ni relaciones más allá de las paredes seguras de su casa. Melody recordó el día que con once años se escapó para ir al parque a jugar con los demás niños. Su madrastra llamó a la policía desesperada, a todos lo vecinos puerta con puerta y cuando al final la encontraron dibujando estrellas en la tierra húmeda...

Las manos de Rosie sobre su cabeza la sacaron de sus recuerdos, tembló de forma descontrolada y vio la pena reflejada en sus ojos verdes.

—Toma aire mi niña —le dijo —. Todo pasará. ¿Estás segura de que no quieres comer nada?

Melody asintió con la cabeza.

—De acuerdo —susurró dulce—. Mientras te tranquilizas, le prepararé el desayuno al señor, quiere que se lo sirvas tú.


***


El comedor era inmenso.

Las paredes eran de piedra gris clara, con vigas de madera que sujetaban el alto techo. Las ventanas estaban tapadas por cortinas que apenas dejaban pasar la luz solar.

Vampiro. Luz.

¿Sería cierto? Quiso salir corriendo y arrancar las cortinas, pero el miedo era tan fuerte que no le permitió moverse. En el centro de la estancia, una mesa de roble macizo ocupaba el espacio. Un mantel beige sobre ella que apenas cubría la superficie, dejando ver la madera. A su alrededor seis sillas colocadas a la perfección y en una de ellas...se encontraba él. 

Su postura era relajada pero firme. Llevaba un vaquero oscuro y una camisa negra con los primeros botones abiertos. Su cabello castaño y rizado, con reflejos rojizos, caía sobre su frente ocultando el color de sus ojos. 

En una mano sostenía una taza de café vacía, y frente a él, un plato de tostadas sin tocar. Su otra mano descansaba sobre la mesa, con unos papeles organizados a su lado. 

Alzó la vista una sola vez cuando Melody entró. 

Sus ojos color miel la escanearon lentamente antes de que bajara la cabeza y volviera a su lectura, sin mostrar ningún interés en su presencia. 

—Llegas tarde —pronunció. 

Melody sintió su garganta seca. ¿Esperaba una disculpa? Era él el que debía pedirle perdón por haberla comprado y tratado de esa forma anoche. 

Apretó la bandeja entre sus manos y caminó con cuidado hacia la mesa. El resto de los sirvientes a su alrededor llevaban uniformes grises, la miraban, pero ninguno de ellos dejaba de limpiar o de hacer sus tareas. Melody, en cambio, era un punto rojo llamativo. 

Sus rodillas temblaban, sentía que iba a vomitar.

Cuando llegó a la mesa, inclinó la bandeja para colocar la jarra de café de Hugo frente a él. Sin embargo, la alfombra la traicionó. Su zapato se enganchó con el borde y tropezó hacia delante. 

El tiempo pareció ralentizarse. 

El café caliente se volcó de la taza, derramándose sobre la mesa y goteando por el borde hasta el suelo. 

El silencio se hizo insoportablemente pesado. 

Melody sintió el frío recorrerle la columna. 

Alzó la mirada temblando. 

El pantalón de Hugo estaba completamente mojado y era muy posible que se hubiera quemado entero. 

Melody cerró los ojos. Esperando un golpe, un empujón, un grito. Algo. 

Hugo apoyó las manos en el reposabrazos de la silla, y se levantó. El líquido tostado siguió derramándose por su ropa. Dos de los sirvientes corrieron hacia él con paños, pero Hugo levantó la mano. Observó a Melody y paso por su lado antes de salir de la estancia. 

Las rodillas de Melody temblaron en ese mismo instante. Se clavaron en el suelo y apenas logro volver a ponerse en pie. 

—Déjame ayudarte —una voz la sacó del trance —. Eres la sangre nueva, ¿cierto?

La sangre... ¿qué?

Levantó la cabeza para ver al joven que se había agachado junto a ella para recoger la taza caída. 

—Soy Casiel —sonrió enseñándole de forma premeditada los colmillos. Le falto poco para dar un saltó atrás y golpearlo con la bandeja. 

Pensaba que como Rosie y ella, los sirvientes serían humanos. No vampiros. 

—Bienvenida —le susurró Casiel con una chispa de diversión. 


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