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1. Subasta




CAPÍTULO 1:

SUBASTA

Sus piernas estaban desnudas, al igual que su torso. Melody cruzó los brazos sobre su pecho en un intento inútil por ocultar su desnudez mientras la obligaban a caminar por un estrecho y oscuro pasillo.

A lo lejos divisaba una luz rojiza, casi sepultada por la sombra alta del hombre que tiraba de las cadenas que habían conseguido atarle a la fuerza en la celda.

Él la arrastró con brusquedad. Melody tropezó con sus pies descalzos y cayó de rodillas sobre un escenario del que no la dejaron levantarse.

—Y por último, la joya de la corona —anunció el hombre a través de un micrófono que sostenía con su mano derecha—. Una humana de dieciocho años, casta y pura, de la familia Lane.

El foco la cegó. Melody comenzó a temblar mientras clavaba las uñas en la piel de sus brazos. Frente a ella se agolpaban decenas de sombras, todas con ojos rojos, brillantes, hambrientos.

—La puja empieza en treinta de los grandes.

—¡Treinta y seis! —gritó un hombre desde el fondo.

—Cuarenta —ofreció una mujer.

—¡Cincuenta!

El silencio que siguió fue opresivo. Melody sintió sus mejillas húmedas. No quería llorar frente a esos monstruos que ya la habían humillado y que, pronto, lo harían de nuevo. Tenía que buscar una salida, una forma de escapar del infierno en el que su madrastra la había dejado atrapada. Pero no había forma.

Era demasiado tarde.

La habían dejado inconsciente, despertado en una celda de hierro desnuda y encadenado a la fuerza. Cada vez que se negaba a cooperar, la golpeaban sin piedad. Ahora... ahora estaba siendo subastada como si fuese un animal, vendida al mejor postor.

—¡Vamos, damas y caballeros! ¿Solo cincuenta? —El hombre se acercó a ella y le acarició la cabeza como lo haría con una mascota.

Melody sintió náuseas.

—Hablamos de una jovencita virgen. Ni colmillos ni varones han entrado en ella.

—¡Sesenta! —exclamó un hombre delgado y de ojos saltones, relamiéndose los labios.

—¿Nadie más?

Los hombros de Melody se hundieron mientras agachaba la cabeza. Las lágrimas caían, ocultas tras su cabello, mientras aceptaba una derrota aplastante.

Hasta que...

—Cien millones —no le hizo falta gritar. Su voz resonó áspera contra las paredes del sótano y se clavó en la joven que alzó los ojos.

—¿Alguien más?

Los murmullos llenaron el ambiente, pero nadie se atrevió a hablar.

—¡Adjudicado!


***


Después de la subasta, Melody fue conducida a una habitación pequeña y fría. El hombre que la había arrastrado hasta allí no dijo una sola palabra antes de cerrar la puerta con un golpe seco.

Por un momento, Melody pensó que estaría sola, pero entonces escuchó un leve crujido detrás de ella.

—No te muevas —dijo una voz femenina.

Melody giró lentamente la cabeza y vio a una mujer morena y baja, con el cabello recogido en un moño desordenado. Su rostro estaba algo magullado y vestía una túnica oscura que parecía tan desgastada como la propia habitación.

—¿Quién eres? —preguntó Melody, su voz temblando—. ¿Qué es este sitio?

—Me llamo Eira —respondió mientras sacaba una pequeña llave de su cinturón—. Voy a quitarte esas cadenas y a darte la ropa que tendrás que usar esta noche. Por favor, no intentes escapar y coopera. A él no le gusta esperar.

—¿Él?

—Jack. El hombre que te ha empujado hasta aquí.

Eira se acercó. Sus manos eran firmes pero sorprendentemente cuidadosas al manipular los grilletes que rodeaban las muñecas de Melody.

—¿Trabajas aquí? —preguntó Melody con un hilo de voz.

Eira asintió, sus ojos oscuros evitando el contacto visual.

—Trabajo para ellos. Es lo que hacemos las que no somos lo suficientemente "valiosas" para la subasta.

Melody no supo qué responder.

—Listo —dijo Eira cuando el último grillete cayó al suelo con un ruido metálico—. Ponte esto.

Le entregó un vestido de seda que parecía más un camisón que una prenda decente. Melody lo tomó con manos temblorosas, su mente luchando por aceptar la situación.

—No hay nada más —añadió Eira, notando su expresión de desconcierto—. Aquí no les importa si estás cómoda. Solo quieren que te veas... presentable.

Melody se vistió en silencio, sintiendo la tela ligera rozar su piel. No ofrecía ningún tipo de protección, pero era mejor que nada.

—¿Sabes a dónde me llevan? —preguntó Melody en un susurro, apenas atreviéndose a pronunciar las palabras —¿Hay alguna forma de salir de aquí?

—No —respondió mientras se agachaba para colocar unos zapatos en el suelo. Melody fue capaz de distinguir las marcas de mordiscos en su cuello.

—Ayúdame —le pidió tan bajo que apenas pudo escuchar su voz.

Antes de que Eira pudiera responder, la puerta se abrió de golpe. El hombre de cabello negro y ojos azules entró sin mirarlas.

—Fuera.

La mujer asintió rápidamente, lanzándole una última mirada a Melody antes de salir de la habitación.

—Camina. Te están esperando —ordenó el hombre, sujetándola del brazo con fuerza y empujándola hacia el pasillo.

No lo hizo. Así que Jack la agarró del brazo y empujó de ella fuera de la habitación. Tomaron un ascensor y el movimiento de éste le hizo pensar que estaban ascendiendo. Las puertas se abrieron frente a unas escaleras que Melody subió sintiendo su corazón en la base de su garganta, el sudor frío empapando la ropa y la boca seca.

—¿Quieres un consejo? —dijo Jack de repente, deteniéndola de los hombros justo antes de una puerta metálica. Su voz era cortante, pero contenía algo que Melody no podía identificar del todo. ¿Mofa? ¿Lástima?

Ella lo miró de reojo, sin decir nada.

—Obedece. Haz todo lo que te digan, y tal vez vivas lo suficiente como para volver a ver la luz del sol.

Tembló ante su comentario y quiso esconderse en un agujero cuando abrió la puerta y el frío de la noche la engulló, pero su cuerpo estaba paralizado, mudo.

Entonces, del coche oscuro y mate, camuflado en la noche oscura, salió un hombre delgado y bajo. No tenía pelo, con cejas pobladas y ojos amables que parecían sonreír.

—Lote 689. Toda suya.

—Por aquí, señorita —dijo con voz tranquila, haciendo un gesto hacia el coche—. Me llamo Sebastián, pero puede llamarme Sebas. No tenga miedo, no voy a hacerle daño.

La animó a caminar hasta el coche y Melody giró la cabeza. La casa de la que había salido empezaba a ocultarse entre las sombras de los árboles y de la noche. Una casa aparentemente en ruinas pero con un verdadero infierno en su interior. Melody estaba segura de que no iba a dormir en días. No. En meses o años, si es que sobrevivía lo suficiente.

—¿Señorita? Dentro estará más caliente.

Finalmente, se acercó al coche, cada paso como si arrastrara una cadena invisible.

La puerta estaba abierta y su interior lejos de mostrarle confianza la aterrorizó aún más. Habían un par de piernas largas, enfundadas en un pantalón oscuro a las cuales no quería acercarse.

Finalmente, y después de largos minutos en silencio, Melody entró en el coche con miedo de que si no lo hacía volvieran a golpearla y encadenarla, meterla en el maletero y tirarla en cualquier cuneta. La puerta se cerró suave, y se apretó contra ella. El pestillo sonó y estaba segura de que su ventana también estaría bloqueada para evitar posibles escapes. Lo hubiese intentado de no ser porque sus piernas no respondían y sus rodillas parecían ser tan inútiles cómo su voz en este momento.

—Tu nombre —la voz la asaltó a su lado y Melody giró la cabeza sólo para saber quién sería su verdugo.

Parecía joven. Vestía una camisa negra. Su cabello era castaño y le tapaba la mitad de los ojos.

—Tu nombre —repitió.

Un escalofrío subió por las puntas de los dedos de sus pies a pesar de que la calefacción empezaba a calentar su cuerpo casi desnudo. Melody cerró los puños sobre el dobladillo del vestido.

—Mel...Melody —pronunció débil.

—¿Arranco ya, señor? —preguntó Sebastián desde el asiento del conductor.

—Sí.

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