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II: Arena


—Está demasiado feliz hoy. —Liz hizo que su caballo fuera más lento, quedando a la par que su emperatriz. —¿Debo alegrarme o preocuparme?

—¿No puedo estar sonriente sin motivo? —inquirió Chaos, deteniendo la marcha al escuchar el sonido de varios cascos aproximándose desde el final de la comitiva.

—Me preocupo entonces. —sentenció Liz al momento que los jinetes pararon a escasos metros de ambas, desmontaron e hicieron reverencias apresuradas con empujones por la falta de espacio que dejaron los unos entre los otros.

El plateado de sus armaduras resaltaba debajo de la luz solar, emitiendo un brillo estelar que cegaba si lo veías fijamente por mucho tiempo, aún así, Chaos no desvió la mirada y por consiguiente, Liz tampoco pudo hacerlo, muy a pesar de que los ojos y la cabeza comenzaron a dolerle.

—Majestad. —el de en medio, el más apretado de los cinco, habló primero, todavía sin levantar la cabeza. —La esc... La señorita Menthe, —se corrigió con prisa. —se ha vuelto a caer del caballo. La doctora está revisándola, parece que su cuerpo no soporta ser expuesto al sol por largos periodos de tiempo, si sigue viajando es muy probable que muera.

—¿La doctora ha dicho algo más?

—Sí. Mencionó que la piel de la señorita es sumamente delicada, al parecer no salía mucho del palacio en Taheriah, lo que explicaría la reacción que tiene a los cambios de clima y a la exposición solar. También dijo que empezó a sangrar por la nariz y volvió a desmayarse, necesita reposo.

Liz se volvió hacia Chaos y esperó.

—¿Acampamos aquí?

—No. —Chaos fijó su vista al frente. —Estamos cerca de Mampress, descansaremos en la ciudad.

—Pero Menthe...

—Que use el carro imperial. —Chaos se dirigió a los guardias. —Llévenla dentro junto a la doctora. Partimos en media hora.

Se retiraron con otra reverencia igual de apretada que la primera. Liz esperó a que se alejaran para dirigirse de nuevo a Chaos.

—Ya van dos veces que se desmaya y la primera fue completamente su culpa, majestad.

—No es verdad. —Chaos acarició la crin de su caballo. —Lo único que dije es que era la emperatriz.

—Por eso.

—¿Querías que le mintiera?

—¿Qué pasa si es otra espía que trabaja para la reina?

—Créeme, trabaja para la reina. —Chaos se quitó una de las cintas de cuero que venían atadas a su muñeca y la usó para amarrar su cabello en una coleta alta de negra noche. —Sin embargo no creo que venga a cobrar mi vida. Durante estos días le di un montón de buenas oportunidades para matarme, fueron tantas que perdí al cuenta, y, a pesar de que pudo quitarme la cabeza, no lo hizo.

—Eso no significa que no lo hará en un futuro.

—Lo sé. —Chaos se tronó los dedos de las manos, uno a uno, ignorando el índice, en dónde descansaba una reliquia familiar con el sello de una serpiente atacando, dibujada con oro sobre la superficie esmeralda que el anillo de oro tenía por adorno. —Esta temporada será de lo más divertida. ¿No lo crees?

La respuesta de Liz fue rodar los ojos y soltar un bufido que salió al mismo tiempo que el relincho molesto de su caballo.


Despertó con la sacudida severa de una mano firme. Menthe se irguió con prisa, corriendo la cobija que cayó al suelo por su descuido, quiso levantarla, pero la mujer delante de ella la detuvo, haciéndole un gesto para que la siguiera. Por la prisa, no consiguió atar correctamente los cordones de las botas altas y cerradas a las que no estaba acostumbrada, así que tropezó al andar, cayendo de rodillas sobre el suelo arenoso de los establos.

—¡Perdices y soles! Niña —Liz cortó de dos pasos la distancia que las separaba, dejando a la doctora con la palabra en la boca. De un rápido movimiento, levantó a Menthe y le comenzó a sacudirle el vestido, manchado a medias con el color blanco de la arena. —, su majestad no te ha estado cuidando todo este tiempo para que tú tires su esfuerzo por la borda, aprende a ser más cuidadosa contigo misma. Y abróchate bien esas botas.

Menthe se soltó del agarre que Liz ejercía sobre su brazo diestro, inclinándose para hacer lo que se le ordenaba.

—Por favor, pase mis agradecimientos a su majestad. —dijo al terminar. —Y no es mi culpa tropezarme cuando apenas y me dan tiempo para reaccionar, arreglar mi atuendo y bajar de un carro que todavía no se detenía por completo.

—¡Niña! —La doctora se cruzó de brazos. —¡¿Qué clase de insolencia es esta?! Ella es la mano derecha de la emperatriz, no deberías dirigirte a su persona con un tono tan arrogante. ¡Por el sol! ¿Qué es lo que les enseñan a los esclavos en Taheriah? De verdad que no me sorprendería que su corte esté infestada de salvajes.

—No soy una niña. —Menthe se irguió, hombros atrás y mirada al frente, con la barbilla ligeramente arriba. Liz permaneció expectante, analítica a la postura tan familiar que había en ella, tan conocida. —Tengo veinte años, los suficientes como para cuidarme.

Lo que había de familiar en aquella serie de gestos, se perdió con el tono de voz de Menthe, una mezcla dulce y agria a la vez. Liz se sobó la cien. Iba a dolerle la cabeza si escuchaba un minuto más de la pelea, por lo que se interpuso a regañadientes.

—Ya, ya. Suficiente. Tú —miró a Menthe. —, entra en la puerta que está a un lado de la última cuadra, pregunta por Damaris y dile que su majestad te envía. Y usted, —La médico se encogió ante la mirada afilada de Liz. —venga a verme más tarde, necesito un informe completo y detallado sobre la condición de la señorita Menthe. Su majestad no querrá que se desmaye de nuevo, o peor, que muera.

—Me retiro entonces. —La médico hizo una reverencia sencilla y se alejó.

Por el contrario, Menthe permaneció en su lugar, observando el espacio atrapado dentro de una muralla demasiado alta, construida con piedras lisas que la volvían imposible de escalar. A su alrededor se encontraban las hectáreas de descarga, con corrales y cuadras, llenas de potros, caballos de lujo y otros más con una resistencia única; los había de distintos colores, desde blanco puro hasta café con mechas doradas. Uno en particular atrajo su atención, así que caminó hasta él y le acarició el hocico, recibiendo un resoplido.

—Es el de su majestad.

—Lo es. —Liz cruzó los brazos detrás de la espalda. —Deja de molestarlo. Por si no lo sabías, contamos con un personal especial que lo atiende cada...

—Está desnutrido.

—¿Cómo dices?

—Digo que está desnutrido. —Menthe pasó al otro lado del bloque saltando por encima de la pequeña puerta que le llegaba a la cintura. —Tiene las piernas huesudas, hay rastros de fatiga en él, sus ojos han perdido brillo y respira con dificultad luego de un viaje que no debió costarle en absoluto. —Se pegó al caballo, quedándose así por un par de minutos. —Es un Sirniano, su raza se caracteriza por ser de alto aguante. A simple vista se ve tan sano como sus compañeros, sin embargo, si lo ves de cerca notarás que se está haciendo el fuerte. Su masa corporal no es la que debería tener un caballo de su talla. —El animal volvió a resoplar cerca de su rostro, agitando los rulos castaños por todos lados, Mente abrazó su cuello y sonrió. —Prueben dándole manzanas frescas y productos naturales, si no los quiere comer, muélanlos con un poco de avena. No todo debe ser pasto y alfalfa para ellos. ¿Sabes? Los caballos y animales también se cansan de solo comer verdura.

—No sabía que aparte de esclava eras una experta en caballos.

Menthe saltó de vuelta, cayendo sobre la arena con una estabilidad pésima.

—Creo que le sorprendería descubrir en todo lo que soy buena. —No se paró enseguida, enterró las manos en el suelo y tocó la arena. —¿Qué es esto?

Arena de Sol, fue traída de las costas de Nintia. ¿Por qué?

—¿Cómo que por qué? —Menthe se levantó enfurecida, pateando y saltando sobre la arena con un despecho demasiado profundo. —Con el sol brilla como un diamante, pero, con la luz directa de la luna emite gases que envenenan a los seres vivos. ¡Eso explica la fatiga de los caballos!

—Te equivocas.

—No lo hago.

—Mira niña, está bien que seas una sabelotodo de dudosa procedencia, pero no por eso tienes el derecho de venir aquí y decirnos qué hacer y qué cambiar.

—Tienes razón. —Menthe se dio la vuelta y comenzó a caminar en dirección a la única puerta. —He dado mi punto de vista, segunda, si usted decide desperdiciar mis palabras, sus caballos morirán y no tendrán nada con qué transportarse a la frontera con Taheriah cuando la guerra entre ambos países estalle.

—¿Algo más que quieras agregar? —preguntó Liz con ironía, sin esperar que Menthe se detuviera asintiendo.

—Sus cuidadores y el personal encargado de esta área, le recomiendo vigilarlos a fondo. Esto, —señaló con la mano a los caballos, la arena y los montones de alfalfa apilados en el granero. —no es un simple accidente, está planeado. No confíe en mí si quiere, pero sé que usted está al tanto de que, aunque Makielos tiene a los mejores soldados, Taheriah siempre, siempre, ha sido la madre de los mejores espías. ¿O me equivoco?

—No.

Menthe le sonrió de reojo y continuó su camino.

Al día siguiente, toda la arena del lugar fue removida del suelo, suplantada por tierra fértil traída del norte.

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