Terroríficos presagios
Capítulo extralargo :) Me encantaría ver vuestras caras al final por cierto, ya me contaréis qué tal... Como siempre dedico el capítulo al comentario que más me llega (^^), ¿A quién le tocará la próxima semana?
Aprovecho también para soltar la bomba: ya hemos atravesado el ecuador del libro. Nos quedan 226 páginas a word por delante y la saga sladers habrá terminado...
Un abrazo a todxs,
Pd: No leáis sin música please :(
Lunahuatl
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Había subido al desván después de cenar, y había pasado las dos últimas horas preparando lo que llevaba varios días surcando mi mente.
Había reunido los ingredientes necesarios comprando en algunas tiendas de Mok, y también buscando por mi cuenta en algunas noches de desvelo. No solo en los bosques de la reserva de Botany Bay, que rodeaban Kurnell, y en los que tantas veces me había perdido, sino apañándomelas para volar hacia algunos lugares que se encontrasen lo suficientemente lejos para ser alcanzados en una noche asegurándome estar de vuelta al amanecer.
Últimamente dormía poco, menos aún de lo que era habitual.
Estaba harto. Harto de aquellas malditas voces.
Me dejé caer sobre la butaca frente a la enorme mesa sobre la que reposaban en ese momento todos los artefactos defensivos que Noko había fabricado, a excepción de su gran y mortífero secreto, cuyo paradero solo era de su conocimiento. Y a un lado mi poción. La mesa se veía sobrepasada por la realidad. No era una mesa realmente, solo una mera tabla que descansaba sobre tres caballetes del mismo material, probablemente sacados del Ikea.
Observaba embelesado el frasquito de cristal que contenía aquel líquido transparente que por momentos adquiría una tonalidad azul. Con ambos codos apoyados sobre la mesa y la luz del flexo construyendo una atmósfera sombría a mi alrededor, en donde los cachivaches de todo tipo se apilaban por las distintas esquinas de la inmensa estancia. Los instrumentos musicales de Amy, los enormes lienzos de Luca y su interminable despensa de productos para trabajar cualquier disciplina artística, los juegos de química de Noko junto a la extensa sarta de materiales que acostumbraba a recoger de la basura para mejorar e inventar algo valiéndose del reciclaje, y el escritorio de Miriam, con tres pantallas de ordenador y una docena de discos duros en donde almacenaba toda clase de material audiovisual con el que se encerraba horas a trabajar. Cada uno tenía un horario para estar allí, y la única que no podía coincidir con nadie era Amy ya que su disciplina dificultaba bastante la concentración de los demás, especialmente de Noko.
Echaba de menos vivir allí, cuervos. Echaba de menos levantarme por la noche y subir al desván a descubrir quién le robaba horas al sueño esa madrugada, y qué extraños avatares ocupaban su menester. Echaba de menos sentir su respiración, sus latidos, acompasándose a los míos con solo un pasillo y dos miserables tabiques de por medio. Y me preguntaba si eso volvería a ser posible en un futuro. Qué tendría preparado el destino para nosotros.
Todas aquellas imágenes que había visto venir hacía mucho tiempo, y con las que había tenido visiones con anterioridad, sus gritos, sus lágrimas, regresaban hasta mí. Y me esforzaba por repetir que no tenía por qué suceder así. Que el destino nos viene dado, pero también se construye golpeándose contra él, una y otra vez, con fuerza y determinación, como si nuestra vida realmente nos perteneciera.
El miedo me atenazaba cada vez que imaginaba la mera posibilidad de que pudiera pasarle algo, y más aún de que se viese arrastrada a ese algo por mi maldita culpa. Luego estaba la parte de mí que sabía que el único culpable era el destino, y nuestra incapacidad de luchar contra algunas de sus decisiones. Ninguno había tenido elección a este respecto. No escogimos amarnos. Nos habríamos encontrado de todas formas, y la muerte no era el final.
No es el final, me repetí, como un idiota.
Era el único consuelo que me quedaba.
Suspiré y me levanté con pesadez de la silla. Guardé los ingredientes en la pequeña despensa que ocupaba una de las esquinas de la estancia y que había encantado para que solo se abriera en mi presencia, ya que allí guardaba toda clase de ingredientes que podían ser bastante peligrosos para la manipulación humana.
Utilicé el mismo hechizo que había usado con la alfombra para limpiar la marmita de las pociones y la guardé en el armarito con delicadeza, andando sin remover si quiera el aire, sin proyectar un miserable ruido con mis pisadas.
Apagué la luz con un gesto de la mano y, no sin antes guardar el pequeño frasquito del veneno que había fabricado en el bolsillo de mi mochila.
Mis ojos se acostumbraron rápidamente a la oscuridad. Y mis pasos se despidieron de aquella estancia, sintiendo que las veces que la abandonara, de alguna forma, estaban contadas. Siendo, cada vez más consciente, de que el tiempo se me agotaba. Y con forme atravesaba el pasillo de las habitaciones, dejando a la izquierda la puerta tras la que los latidos que me estremecían se escuchaban tranquilos y pacíficos, y ese perfume que me hacía sentir en casa, aunque esa palabra hubiera perdido gran parte del significado que tenía para mí, me prometí ser fuerte para evitar que todo aquello que amaba y todavía podía salvar se desvaneciera.
Tenía que estar a la altura, y para ello debía aprender a controlar mi mente. A adormecer mis sentidos. A controlar mis sentimientos, como solía hacer antes de que mi vida se pusiera patas arriba. A no olvidar, y a seguir adelante repitiéndome una y otra vez que la muerte no era el final, y asumiendo al mismo tiempo que no debía resignarme a renunciar a Adamahy Kenneth. Que todavía podía luchar.
Respiré, después de haberme detenido por un par de minutos al lado de la puerta que me separaba de dormir junto a ella. Prometiéndome que sería mejor, para construir un mundo en donde los dos pudiéramos vivir mejor. Prometiéndome que me parecería más a ella y menos a la persona que yo había sido en los últimos meses. Que volvería a ser valiente y dejaría de esconder la cabeza en el pasado. Que no tendría miedo a luchar. Nunca más. Que volvería a ser la persona que había sido. Por ella, por ellos, y por todos los que ahora vivían más allá de las estrellas.
Sonreí y bajé las escaleras sin hacer ruido, giré en el recibidor hacia la derecha y me encaminé hacia la puerta principal, para adentrarme en las tinieblas y enfrentar el camino hacia la que ahora era mi casa. Pero antes, recordando la obsesión de mis amigos con los cerrojos, conjuré un hechizo mucho más efectivo para la protección que un cerrojo humano. Un geniecillo del hogar que velaría para siempre por los dominios de aquella casa, protegiendo a sus habitantes de todo mal que acechara en las proximidades.
Ahora podéis dormir tranquilos. Me dije.
La realidad era que yo también lo haría.
***
―Cada vez hay más carteles por todas partes ―dije, más bien para mí que porque quisiera llamar la atención de los chicos mientras nos adentrábamos en el Hall.
Mis ojos se detuvieron en el viejo corcho de la entrada del instituto, en donde hasta el año pasado la política había tenido poca cabida y todo lo inundaban carteles de actividades y grupos de ocio de los estudiantes del lugar, buscando unirse a nuevos clubes y encontrar formas interesantes de compartir su tiempo libre. Ahora lo cubrían carteles con mensajes de odio.
No habría reparado especialmente en la naturaleza de ninguno, de no ser porque en esa ocasión una foto de mi cara se encontraba en un cartel del tipo "En busca y captura" en el que se podía leer "En las aulas solo personas, no criminales paranormales. ¿Quieres paz? Haz que se marche". Y lo firmaba el colectivo de la dirección de estudiantes, bien asesorado, me temo, por nuestra flagrante orientadora.
Amy y Noko se habían encaminado a su clase de matemáticas, a la que llegaban tarde. Por nuestra parte Luca, Miriam y yo teníamos Historia y tampoco íbamos precisamente en hora. Aquel día habíamos pillado un buen atasco y Alan se había desesperado bastante en el coche. Por no mencionar que no podíamos pasar de determinada velocidad porque Noko presentaba su proyecto de química trimestral y algunos de los materiales eran lo que se viene a llamar "molecularmente inestables".
No me hizo falta decir nada. Miriam y Luca, uno a cada lado, a mi espalda, repararon exactamente en lo mismo en lo que mis ojos se habían detenido.
―Cazzo bastardi! ―estalló Luca, agarrando varios carteles de vez y comenzando a arrancarlos violentamente.
Miriam lo imitó, visiblemente afectada.
―No puedo entender cómo la dirección consiente esto.
―El AMPA Miriam, tu sai de che palo cojean la mayoría de las familias en esta merda de colegio ―bufó Sicilia.
Me giré y comencé a andar hacia la clase, sujetando con firmeza mi mochila a la espalda y tratando de mantener la cabeza alta y mi rabia a un nivel controlable.
―Es igual, chicos ―Me giré, apremiándoles―. Vamos a llegar tarde a clase.
Me siguieron, pero Luca negó, todavía con un cartel entre las manos. Lo movía, violentamente, y gesticulaba exaltado.
―Penso enseñarle esto a Anne. Sei la única che sabrá cómo ponerlos en su sitio.
―No servirá de nada Luca. Están ciegos, y ya sabes qué es lo que pasa con...
― ¡Que alguien tiene que levantar esas malditas vendas y acabar con esos prejuicios de merde! ―estalló Miriam.
Subimos las escaleras con rapidez. Para ser sinceros. Yo aceleré el paso porque no podía seguir escuchando soluciones ficticias y adolescentes a la realidad que me rodeaba. Aunque la intención de mis amigos fuera intachable. Me sorprendió que incluso Luca fuera capaz de seguirme el ritmo. Había mejorado de forma impresionante, hasta recuperar una movilidad prácticamente normal, tan solo cuestionada por una curiosa forma de andar que se habría podido tomar por algo normal de no ser porque ese día llevaba bermudas y no se esforzaba por esconder la realidad.
― ¡No puedes esconder la cabeza, Eliha! ―Se quejó mi amigo, haciéndome frenar en seco, mientras caminábamos por uno de los corredores del tercer piso, apenas un par de puertas antes de la que custodiaba el aula donde los de humanidades y artes dábamos clase aquel año.
― ¡Y tampoco puedo enfrentarme a todo el instituto, Luca!
Suspiré y miré alternativamente a mis amigos.
―No os ofendáis, pero en este momento tengo cosas más importantes en las que concentrarme, y no implican malgastar mi tiempo intentando combatir la estupidez humana ―admití.
Reanudé nuestra marcha hasta que nos encontramos al final del pasillo, frente a la puerta de clase, que debía llevar cerrada ya unos 10 minutos.
―Admito que tienes cosas más importantes que hacer que luchar contra ellos ―Me dijo Luca, al tiempo que me sujetaba del antebrazo, evitando que abriese la puerta en ese mismo instante―. Pero io no. E per dos días che nos quedan a todos en este mondo, los voy a poner en su sitio. No hace falta que hagas nada, ma io encontraré mi propia forma de vengar questo.
Después se hizo el silencio, guardó el panfleto en su mochila, y fue él quien llamó a la puerta, y abrió educadamente después asomando la cabeza.
―Buenos días, Brianne, disculpe el retraso, hemos pillado un buen atasco hoy.
El pelo corto, rubio y rizado de Brianne se giró para observarnos desde el encerado en el que garabateaba lo que parecían ser algunos términos clave para explicar el periodo de La Paz Armada.
Suspiró y asintió.
―Adelante, chicos ―concedió.
Nos apuramos para ocupar nuestros sitios, junto a la ventana, en la segunda y tercera fila. Luca y yo compartíamos pupitre y Miriam se sentaba sola en las dos mesas de delante. Detrás, Jonno y Kayla nos saludaron cálidamente.
Lamentablemente su saludo se perdió entre los abucheos que sucedieron a nuestra llegada en el sector sur de la clase. En donde se sentaba una buena parte de la cuadrilla de pirados de las juventudes conservadoras.
No esperaba que ocurriera nada, ya que los profesores habían ido acostumbrándose a esa práctica. Era algo común, que ocurría cada vez que yo entraba a clase tarde en alguna ocasión y contra la que ninguna medida punitiva había logrado hacer nada.
Pero Brianne nunca nos defraudó.
Se giró en redondo arrojando con furia la tiza al suelo y clavó sus ojos en el sector de indeseables.
―No consentiré una miserable muestra de odio más en mis clases ―No le hizo falta levantar la voz para provocar un silencio sepulcral. Nadie habría deseado que aquellos ojos, gélidos como el hielo, se clavaran en su ser―. Enseño Historia para evitar que cualquiera de las personas que estáis sentados entre este auditorio dejéis que la política os engañe prostituyendo la realidad. Para que seáis críticos y contestatarios. Para evitar que cualquiera de vosotros se convierta en verdugo de un ser humano porque es un maldito cobarde incapaz de entender que a veces lo que dice la mayoría de la gente no es lo correcto. Para que entendáis que el mundo necesita personas valientes, capaces de levantarse sin es necesario, para luchar contra una realidad opresiva que solo busca una cabeza de turco para desviar la ira de las masas hacia algo que nada tiene que ver con la auténtica causa de su desgracia. No quiero en mi clase a nadie dispuesto a dejarse manipular, y mucho menos a alguien tan cobarde como para abuchear a una persona por una condición inherente a su ser, sobre la que no tiene elección. La Historia es para los valientes. Y al próximo cobarde del que escuche un miserable abucheo lo echaré de mi clase, y no volverá más ―enunció―. ¿He sido lo suficientemente clara?
El silencio fue su única respuesta.
―En ello confío. Sigamos con la clase.
****
Apenas media hora después, a escasos diez minutos de que la clase de Brianne terminase. Algo que conocía demasiado bien erizó el pelo de mi nuca y me encogió en el asiento.
Luca miraba distraído por la ventana, y no dudó en darme un codazo en ese momento.
A juzgar por la expresión de sus ojos no estaba tan distraído como le hacía creer a la profesora.
―Abbiamo un maledetto problema, Dakks ―susurró, señalando por la ventana, hacia fuera.
Desde mi posición todo se veía en orden. Los transeúntes de aquí para allá en una de las zonas más transitadas de la ciudad de Sídney. La catedral de St. Andrew contrastando con la belleza futurista de los altos edificios de Bathurst Street, y nuestra esquina, la de St. George Street en donde se encontraba el instituto, sin nada fuera de lo común. Solo un sol que relumbraba haciendo que todo se viera hermoso.
Habría sido una vista idílica de no ser porque a mis ojos se teñía de un color muy concreto. Ese que tan bien conocía. Ese color ocre, que acompañado del viejo olor que siempre me perseguía sembrando un rastro de destrucción a mi espalda, y de la expresión que tensaba sobremanera el rostro de mi amigo, presagiaba la peor de las certezas. La de que posiblemente ese día marcaría un antes y un después.
― ¿Las estás viendo verdad? ―pregunté, rezando cuanto sabía interiormente para no conocer de antemano la maldita respuesta a esa pregunta.
Luca asintió. Aterrorizado y perdiendo el poco color que tenía su rostro en ese momento.
― ¿Tú las hueles?
Me observó, casi petrificado.
Asentí.
― ¿Dónde están? ―inquirí en un susurro, tratando de mantener la frialdad que debe acompañar a tus actos en un momento como ese.
―Se agolpan por el cruce de St. George con Barthust Street, vienen da ogni parte. Da los cuatro flancos de la catedral, e da tuttos los viales. Aparecen entre los árboles, vagan entre los coches, y entre la gente.
Guardé silencio, expectante y con un nudo en la garganta.
―Ya sabes lo que significa.
― ¿Crees que va a haber un accidente?
Suspiré. Tratando de exhalar con el aire algo del miedo que me invadía.
―A juzgar por la intensidad del olor, y por la cantidad de seres que describes... yo diría que va a ser algo peor que un accidente.
Los dos guardamos silencio.
Expectantes.
Recuerdo las palabras de Brianne en ese preciso momento.
Hablaba con toda la pasión que pueda destilar un profesor sobre la escalada de tensión de la Paz Armada y la política imperialista de la época. Con toda la amargura admitía que esa tensión fue imposible de detener desde el punto de vista militarista, conduciendo a las sociedades al que se convertiría en uno de los episodios más devastadores que la Historia hubiera visto. La Primera Guerra Mundial.
Pero ninguno la pudimos seguir observando en aquel momento, porque la criatura más aterradora y espectacular a la que haya tenido cerca se apareció de la nada escasos segundos después de abrirse un desgarro dimensional justo en el cruce de ambas calles, a donde daban las vistas de nuestra clase, y uno de cuyos chaflanes era nuestro instituto.
Solo escuché a Brianne gritar que nos agachásemos.
Obedecimos sin cuestionar en ningún momento lo que su expresión de terror ratificaba.
Escasos segundos después la tierra tembló y los cristales estallaron como en una explosión.
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