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Quiero volver a nacer

Puesto que no pude actualizar ayer ya que no estaba en mi ciudad, he decidido empezar la semana con buen pie y alegraros el lunes ;) ¡Feliz lunes!

Y capítulo extra-extra largo para celebrarlo. 

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Recuerdo bien ese momento en que Han y yo caminábamos por los pasillos de la Pax, recorriendo por primera vez aquellas instalaciones que estaba destinado a conocer tan bien.

Allí todo era de madera encantada con un hechizo para tener propiedades ignífugas. Todo salvo los techos, que en todas partes eran una ventana abierta al océano, del que tan solo nos separaba un conjuro, que también era el encargado de invisibilizarnos y hacernos indetectables. El oxígeno también lo generaba la magia.

Sus instalaciones eran inmensas, pensadas para albergar a miles de personas y volverse más grandes con forme las circunstancias así lo requirieran, pero sin ocupar más espacio.

Su planta se asemejaba al perfil de un rosetón, cuyas nervaduras interiores y exteriores constituían los múltiples corredores que daban acceso a cientos de estancias encomendadas a diferentes funciones.

En el anillo exterior se emplazaban las estancias de preparación. Gimnasios pensados para la lucha, salas de simulación, estancias de reuniones y varias armerías con su consecuente sala de pruebas y laboratorio, en los que se testaban toda clase de armas, conjuros y preparados mágicos en fase experimental.

El inmediato interior lo constituían el hospital, pensado para atender a la vez a cientos de heridos en caso de emergencia, pero fundamentalmente enfocado a la medicina de emergencia; la hospedería, múltiples estancias como de hotel que en planta constituían un poblamiento disperso a lo largo de los múltiples pasillos, y en donde se alojaban todas las personas que necesitasen cobijo temporal o permanentemente; la biblioteca, un lugar enorme en donde habían logrado reunir una cantidad bastante decente de manuales sobre magia, distintos métodos de lucha, farmacología y medicina; y las cocinas.

En el último de los anillos del rosetón, el más interior, se confinaba una gran sala de reuniones; salas de ordenadores y tecnología; y el gran auditorio, la sala de juntas, en donde todos se reunían en las ocasiones más solemnes y en donde seguramente en ese momento habría mucha gente esperándome.

Cada uno de los anillos comunicaba con los otros por corredores y también por portales internos que te teletransportaban de una punta a otra de la sede. La estética orgánica de la madera y el muro ventana se mantenía en la totalidad de la construcción, engalanada en algunos lugares por extrañas flores y plantas fotoluminiscentes que por la noche hacían de iluminación de emergencia y parecían desarrolladas artificialmente en alguno de los laboratorios.

El acceso principal a la pax, emplazado en las cercanías de la catedral de St. Andrew, se comunicaba con una escueta sala de recepción en el anillo central. Estaba pensado así para que, en el caso de producirse un ataque o una incursión, lo que era muy poco probable dada la seguridad extrema de los hechizos que protegían la sede, los corredores intercomunicantes de los anillos se blindasen y se suprimiese el sistema de ventilación en esa área, muriendo asfixiados los atacantes.

―¿Cuánto tiempo os ha llevado construir todo esto? ―le pregunté a Han, maravillado por aquella obra de ingeniería mágica, mientras recorríamos con decisión uno de los corredores interiores que nos conduciría directamente al anillo central en donde por fin podría reunirme con mis compañeros, Galius y Alan, quienes me esperaban en el receptorio.

Mi amigo sonrió.

―Algún tiempo ―admitió―. Para cuando yo llegué aquí, hará cosa de 10 meses, el anillo exterior todavía estaba en construcción y tuvimos que poner mucho de nuestra parte. Contamos con la ayuda de ingenieros mágicos de todos los lugares de Atzlán, que ya habían formado parte de la construcción de otros proyectos, y fueron totalmente altruistas en su tarea.

―No percibieron dotación económica ―repetí, impresionado.

Negó, orgulloso.

―Todos y cada uno de los que colaboramos con la Pax lo hacemos de forma desinteresada. Somos conscientes de todo lo que ocurre en el universo en estos momentos, y de que si no arrimamos el hombro en este momento, más pronto que tarde, no quedará nada por lo que luchar. Creemos en este proyecto y lo secundamos arriesgando la vida. Nada más.

He de admitir que yo también me sentí orgulloso en ese momento.

Aunque una pregunta me rondaba la mente.

― ¿Todos saben que Stair...?

Asintió.

―Todos saben que Stair es el séptimo de los señores ajawa, que la muerte es uno de los antiguos dioses, y que todos servimos a sus designios bajo el cielo ―atajó―. Aquí no hay ningún escéptico. Todos sabemos cuál es tu papel en el universo, y no dudaremos en secundarte, y en defender a los humanos hasta que todo acabe. Esto es una guerra, Eliha, una guerra fría con batallas que se libran todos los días, sin descanso. Es la Guerra de los Tiempos, y tendremos que estar preparados para secundarte cuando llegue el momento.

Nos detuvimos ante las puertas correderas que daban acceso al receptorio, y nos observamos. Yo suspiré, en parte impresionado por todo lo que Han acababa de decir, y porque todas aquellas personas estuvieran dispuestas a pelear hasta la última consecuencia, solo para que yo llegase al final, unidos bajo una causa en la que yo creía desde hace relativamente poco, pero por la que muchos habían luchado y habían muerto antes de que yo existiera. Solo en ese momento entendí plenamente que el viejo Arnold se hubiera dirigido a mí en el momento preciso en que lo hizo.

―No sé cómo ocurrirá ―confesé, sintiendo el mismo miedo que la noche anterior latiendo en mi pecho, tan fuerte que ensordecía mis oídos―. Solo sé que, si consigo llegar a enfrentarme a él, no habrá una batalla. Será un combate singular.

Frunció el ceño, confuso.

―¿Ella...?

―Ella me lo ha dicho ―asentí―. Probablemente vosotros tendréis que luchar contra todo lo que se esté armando para entonces por aquí, y luchar porque los humanos sigan con vida hasta que yo pueda acabar con él. Pero cuando llegue el momento de la verdad, estaré solo ―culminé.

Me observó con seriedad y colocó su mano en mi hombro. Los dos éramos de la misma estatura.

―Lucharemos para darte todo el tiempo y todas las armas posibles, para que estés preparado cuando ese momento llegue. Siempre estaremos de tu parte, eso nunca lo dudes ―sentenció―. Me siento orgulloso de que seas mi amigo, y de poder luchar hombro con hombro contigo. Pase lo que pase, sabes que pelearé junto a ti hasta Ella decida que es el momento de que emprenda mi viaje, y pueda volver a verla.

Sentí su corazón latir muy deprisa.

El mío también latió. Los dos sabíamos que desde el minuto exacto en que Anet se marchó Han había vivido solo para vengarla.

―Te juro que honraremos su sacrificio ―atajé, con decisión, sintiendo la rabia arder en mí al recordar su muerte.

Asintió con convicción, y sonrió.

―No hay cosa que pudiera desear más en el universo que darle muerte con estas manos ―admitió, conteniendo su rabia―, pero ese no es mi papel en el universo y yo no podré hacerlo ―susurró―... solo prométeme que cuando llegue el momento le harás sufrir, aunque sea un instante miserable, y que compartirás ese recuerdo conmigo cuando regreses ―suplicó―. Quiero ver su rostro descomponiéndose al comprender que su tiempo se desvanece, y que todos los que hemos peleado durante milenios para derrocarle, le sobreviviremos para escribir la historia.

Suspiré.

―Te prometo que haré todo lo que esté en mi mano para hacerle sufrir cuando muera ―concedí―. Y que, en ese momento, pensaré tanto en Anet que será como si ella misma pudiera vengar su muerte.

Sonrió con tristeza y me tendió el antebrazo, asintiendo.

Correspondí al saludo con todas mis fuerzas, sin apartar de sus ojos mi mirada.

No obstante, me quedaba algo más que preguntarle antes de que aquellas puertas se abriesen.

―¿Qué me espera ahí dentro, Han?

Asintió, concediéndome aquel cambio súbito del trasfondo de la conversación.

―Una asamblea, Dakks ―contestó con sencillez―. El Guardián de la Pax se ha desplazado hasta aquí para instituirte personalmente como miembro. A ti, y a todos los que hoy deseen prestar el juramento de servirnos.

Fruncí el ceño.

―¿Guardián?

―Lo llamamos Guardián. La realidad es que es el máximo responsable del proyecto Pax Paranormalia en el universo, designado por Ella en un ritual sucesorio como el más capacitado para liderar nuestras filas. Se trata de una elección vitalicia, es decir, desde que falleció el anterior guardián, hace ya 18 años, él ha sido el responsable, y lo será hasta la victoria o la muerte. Es el sombra más famoso del universo, una leyenda, seguro que has escuchado hablar de él...

Aquella información resonó como un eco en mi interior. El sombra más famoso del universo, hace 18 años que es guardián de la Pax.

Llamadme loco, pero mi intuición vibró en aquel instante en una dirección.

―Agnar Vahlk ―balbuceé, como si de repente todo encajase.

Me observó sonriente.

―Así es ―reveló.

Eso significaba que, con toda probabilidad, los dos únicos sobrevivientes del clan Valhk se encontraban en aquel instante en la misma sala. Para ser más exactos, al otro lado de la puerta.

No estaba autorizado a revelarle a nadie un secreto que no era mío, pero...

―¿Ocurre algo, Eliha? ―preguntó Han, confuso.

Negué con rapidez.

―¿Realmente soy tan importante como para que se haya desplazado en persona hasta aquí?

Sonrió.

―Descubrámoslo ―atajó, girándose hacia la puerta.

Yo le imité.

―¿Estás preparado?

Me reí, todavía sin dar crédito a lo que acababa de averiguar.

―Más que nunca ―respondí con decisión.

En ese instante Han asintió y apretó un botón en de madera en la pared que automáticamente descorrió la mampara corredera, dejándonos a los dos ante una majestuosa estancia con un graderío de madera semicircular, como un teatro griego, abarrotado de personas de todas las procedencias y lugares que guardaron silencio expectantes ante nuestra entrada.

Mi amigo asintió y comenzamos a avanzar.

Me había dado cosa entrar allí con mis pintas, pero tan pronto me detuve a observar a las personas que me miraban atentas a cada uno de mis movimientos, me supe en el lugar en donde debía encontrarme.

Las puertas se cerraron a nuestra espalda, y Han se giró 180 grados, colocándose frente a ellas. Sobre la mampara se erigía una tribuna en tres alturas.

Uno de los lados lo ocupaban lo que parecían miembros del consejo de organización de la Pax, altos cargos dentro de la misma, guerreros de las estrellas. No tardé en encontrarme con aquellos ojos verdes que conocía tan bien.

Ion Graves me observaba en pie, con la mano en el corazón y una enorme sonrisa. Correspondí. Lo cierto es que en ese instante solo tuve ganas de que el tiempo volase, para terminar y poder preguntarle por mis hermanos.

No reconocí a nadie más en esa tribuna.

Al otro lado, Amy, Miriam, Luca y Noko me observaban de pie y sonrientes, aunque algo cohibidos por la situación. A su lado Galius y Alan, que estaba en las mismas, visiblemente impresionado por todo lo que estaba viendo.

Las dos tribunas eran separadas por un gran púlpito, engalanado con los símbolos de los cuatro tótems. El ánade, la tortuga, el lobo y el dragón. Respectivamente simbolizaban el libre albedrío, la tenacidad, el equilibrio, y el coraje. Para nosotros son las virtudes capitales.

Y sobre los símbolos, aquella misteriosa figura sobre quien había crecido escuchando historias. Cientos de ellas. Sobre el rey de los piratas, el último guardián de la materia oscura.

Su rostro, sereno y serio, y sus profundos ojos marrones se clavaron en mis entrañas.

Una larga cicatriz recorría su rostro desde la frente hasta la mitad de la mejilla izquierda pasando por su nariz, y su cuerpo estaba enteramente tatuado con figuras tribales y cenefas, portadoras de poderosos mensajes. Las runas y los tatuajes cubrían incluso parte de su rostro, la parte en donde la cicatriz se perdía, y la porción de la que arrancaba.

Vestía de forma muy humilde, con una raída capa sobre una armadura de cuero. Su barba terminaba en dos trenzas, y su pelo, muy largo, quedaba recogido en una coleta a su espalda. Su tez era blanca, aunque apenas se veía tras sus tatuajes, y su pelo oscuro. Definitivamente, Luca se parecía más a su madre, aunque los ojos, las cejas y su porte altivo no dejaban dudas del parentesco al observarlos de cerca. No pude evitar desviar la mirada de uno a otro, aunque tan pronto como los ojos de Valhk se giraron en la dirección en donde los míos apuntaban, divisando a Luca en un rápido vistazo, opté por frenar y posar mi mirada en sus ojos.

Usualmente no es de educación mirar directamente a un sombra a los ojos. Pero cuando tienes ascendencia sombra y te has criado entre ellos terminas por olvidar el protocolo.

Han me estrechó el antebrazo una última vez y se dirigió a una de las gradas semicirculares que rodeaban el resto de la estancia.

Entonces me quedé solo en el centro, observando a Valhk con atención.

Un murmullo se extendió por la estancia.

Éste no tardó en levantar los brazos con las palmas extendidas, lo que bastó para disipar los rumores e instaurar el silencio.

No dejó de mirarme en ningún momento.

―Camaradas ―comenzó―. Tengo el placer de presentarles a Eliha Dakks, el último de los náhares.

En ese instante las personas que me observaban con atención desde las gradas comenzaron a ponerse en pie, y poco a poco, se llevaron las manos al corazón en señal de respeto y dignidad.

―He esperado este momento por largo tiempo Eliha Dakks, es un orgullo conocerte ―sentenció, con un extraño acento que de seguro era una mezcla de cientos de lenguas del universo, y producto de haber sido un fugitivo toda su vida.

Asentí.

―También lo es estar aquí ―concedí.

No sonrió, pero sí que asintió, y sus ojos dejaron entrever un destello de respeto.

―Hoy trataremos varios asuntos, el más importante de los cuales era dar a Eliha Dakks la bienvenida a nuestra organización, y convertir al último de los náhares en iniciado ―aventuró―. Pero no solo estamos aquí por el señor Dakks.

De nuevo un murmullo se extendió por la estancia, y pude ver cómo varias personas señalaban con curiosidad hacia la tribuna en donde estaban mis compañeros.

―También estamos aquí para recibir con los brazos abiertos a los primeros humanos que han accedido voluntariamente a colaborar con la Pax, y para anunciar cuáles serán los roles que desempeñarán en nuestra organización ―anunció.

Sonreí, observándoles orgulloso, y sabiendo que allí estarían mucho más seguros de lo que podrían haber estado sin pertenecer a la Pax.

Después de todo quizás Miriam tuviera razón. Donde nosotros aceptamos que viviríamos y moriríamos solos, ellos gritaron que la unión hacía la fuerza. Y solo ellos podían hacérnoslo entender.

―En primer lugar, me gustaría resumir la dirección de nuestras actuaciones en los próximos meses ―empezó―. Ya saben que cada uno tiene su forma de pelear, y eso es parte del libre albedrío. No somos un ejército, pero sí trabajamos juntos, de modo que sí les voy a pedir que, como representantes de todas las facciones universales que se han unido a la Pax desde su creación, respeten las decisiones que el consejo ha tomado hoy.

La estancia permaneció sumida en un silencio sepulcral, todos los allí presentes escuchaban atentamente, conscientes de que de esas decisiones dependía gran parte de lo que hicieran en el futuro.

―La más importante, y, me temo, difícil de acatar, es la de privilegiar la necesidad de darnos a conocer. Ella considera que debemos hacernos oír entre la comunidad humana, organizándonos como movimiento fuera de la clandestinidad y revelando al mundo nuestros ideales. Hemos de poner la necesidad de proteger a la humanidad por encima de todo, y para ello habremos de manifestar nuestra disconformidad con el gobierno central ―anunció con convicción.

Automáticamente se generó gran revuelo. Los murmullos se convirtieron en voces contestatarias y griterío, lo que duró unos minutos.

Un gerifalte que parecía provenir de una dimensión bastante lejana, y cuya cabeza se erguía cubierta por un bombín otorgándole un estrafalario aspecto subrayado por el resto de su indumentaria, de ampulosos pliegues y fastuosas telas, se levantó y contestó.

― ¿Declarar nuestra disconformidad con el gobierno central? ―estalló, visiblemente enfadado, agitando con violencia su bigote de morsa. Tenía un acento muy molesto a los oídos ántropos, con toda probabilidad era de ascendencia démaca y sus cuerdas vocales vibraban en varias frecuencias de sonido diferentes―. ¡Toda la vida hemos luchado en la clandestinidad!, ¿Por qué habría de ser diferente ahora?

Gran parte del graderío lo secundó con vítores.

― ¡Si queremos que los humanos dejen de perseguirnos y poder protegerlos el primer paso es que confíen en nosotros!

― ¡No lo aceptaré! ―Se defendió de nuevo aquel representante― ¡Nos arriesgamos mucho cada día como para declararnos enemigos de Stair de forma abierta!, ¡Nos necesitan vivos Valhk! ―reprimió― ¡Y no seguiremos vivos si nos convertimos en una resistencia abierta!

Se acabó.

― ¡No seguiremos vivos ni aunque nos escondamos en el confín más lejano de la dimensionalidad y asomemos la cabeza de vez en cuando para pelear por algo en lo que decimos creer! ―contesté.

Todo el mundo se calló.

Valhk me cedió la palabra extendiendo el brazo e indicándomelo con un gesto de la mano.

Suspiré.

¿Por qué siempre termino metido en todos los ciscos?

―Tal y como afirma Vahlk, son los planes de Ella ―confesé con honestidad―. No habrá una gran batalla, ni fuegos artificiales ―aclaré―. El final de todo será un combate singular, en algún momento, aunque no sepa cuando. Pero si para entonces hemos dejado que los humanos nos aniquilen, ese combate nunca tendrá lugar, y todo acabará habrá acabado. La única opción que tenemos para salvarnos y poder seguir protegiéndolos, es revelarles cuál es la realidad que vivimos. Decir la verdad. Hacerles entender que luchamos del mismo bando, contra un enemigo común a todos, que es lo que está causando todo este desastre.

Un murmullo siguió a mi argumentación. Muchos me señalaban, susurraban, e interpelaban entre ellos, observándome.

―Yo odiaba a los humanos ―admití, fijando mis ojos en aquel hombre que hacía escasos minutos no paraba de gritar, desde lo más profundo de mi corazón―. Los odiaba tanto que deseaba que desaparecieran, pero ahora entiendo que son tan necesarios como nosotros ―suspiré―. La realidad es que su diversidad es envidiable, y les define una capacidad de pensamiento única, y un corazón mucho más grande de lo que ellos mismos pueden imaginar. La realidad es que han tenido que suplir las carencias que tenía su raza a base de desarrollar su inteligencia. Y que la inteligencia debería ser el quinto tótem del árbol del destino. La realidad es que mientras nosotros asumimos que viviríamos juntos y moriríamos solos, ellos gritaban "La unión hace la fuerza" ―argumenté, visiblemente afectado, recordando con intensidad las palabras con las que Miriam me había noqueado no hacía mucho―. Y la única manera de hacerles entender, ellos lo saben bien ―añadí señalando a la tribuna en donde se encontraban mis amigos―, es dejarles hacer la magia que saben, y permitir que luchen junto a nosotros para evitar que siga proliferando el discurso del odio y sus mismos iguales nos acaben matando. Solo así podremos protegerles de todo lo que Stair provoca para destruirnos. Y la única manera de lograr una colaboración es hacerles entender que los queremos vivos y libres, y que lo que les está matando, nos mata también a nosotros. ¡Que sepan quiénes somos, de dónde venimos, y por qué les protegemos! ―jaleé con todas mis fuerzas―. ¡Pero no podemos pedir que confíen a ciegas en nuestros argumentos sin aportar pruebas de nada, porque nosotros tampoco entregaríamos nuestra confianza a alguien a quien consideramos un extraño! ―resumí―. Debemos enseñarles lo que sabemos, ser valientes y dejar claro que no estamos conformes con un gobierno que les impide guarecerse en las dimensiones paranormales. Es nuestra responsabilidad hacerles saber que lucharemos hasta el final para protegerles y garantizar la supervivencia de ambas razas en el universo. Y las únicas personas a quienes conozco, capaces de hacer eso de forma efectiva, son las que ahora mismo están ahí sentadas ―terminé, señalando a la tribuna una vez más.

Se hizo el silencio a mi alrededor. Profundo y significativo.

―Es lógico tener miedo ―admití, llevándome la diestra hacia el corazón, y observando a cada una de las personas que aguardaban con atención a mis palabras―. Emparenta con nuestra parte humana, y todos la tenemos. Pero alguien a quien quiero me dijo una vez, que el miedo es solo una reacción. Lo que es una decisión, es el coraje ―en ese momento sentí la sonrisa de Amy, que me aplaudía mentalmente desde la grada, y sonreí, sintiéndome más valiente de lo que jamás había sido―. Hemos sido valientes hasta el momento, todos, y cada uno de los que estamos aquí. Pero no se puede ser valiente a medias. ¡Debemos ser valientes con todas las consecuencias! ―grité, proyectando al espacio todas mis fuerzas―. Es probable que no sobreviva a mi enfrentamiento con Stair. Pero la realidad es que lucharé mientras esté vivo para que las personas que amo conozcan un futuro en el que merezca la pena seguir existiendo. Para que no regrese el tiempo de los demonios, y lleguemos a conocer una realidad en la que todos los ántropos vivamos libres, y más unidos de lo que nunca estuvimos. ¡Eso es lo que quiero para el futuro de las personas que amo!, ¡Y eso es lo que todos los que estamos aquí hoy, queremos!

Suspiré, tratando de calmarme después de aquel agitado e improvisado discurso que yo mismo dudaba de haber podido hacer solo. Quizás después de todo la inteligencia también se pega.

―No tengo nada más que decirles ―terminé.

Me sorprendió lo que ocurrió después.

El graderío prorrumpió en aullidos, que es lo mismo que decir que comenzó a aplaudir. Nosotros no aplaudimos, aullamos y gritamos cruzando y descruzando las manos del pecho.

Todo lo que esperaba era una réplica aplastante, y, sin embargo, obtuve un apoyo unánime.

Me pareció entrever el atisbo de una sonrisa en el rostro inescrutable de Valhk, quien rápidamente asintió y se llevó la mano al corazón.

―Ahora que por fin estamos de acuerdo, paso a comentar cuál será el papel de los humanos que hoy se unen a nosotros ―los señaló con extendiendo el brazo izquierdo―, y proseguiremos con las investiduras.

****

―Eliha, es tu turno ―anunció la voz de Han, que acababa de salir del despacho de Gobierno de la Pax, una estancia aledaña a la sala de audiencias, en donde ya habían jurado todos mis compañeros.

Ese era mi turno.

Asentí, conforme con el destino que elegía.

Acompañé a mi amigo hacia el interior de aquella umbría estancia, había que bajar unas escaleras, hasta una suerte de mazmorra, a cuyos laterales se abrían varios portones de madera detrás de unas bancadas dispuestas en altura. Toda la estancia era iluminada por antorchas y presidida por un modesto trono de madera, ocupado por Agnar Valhk, quien asintió con convicción y se levantó para recibirme. El resto de la sala, los principales dirigentes de los guerreros en todos los pueblos de las estrellas, se levantó, imitando su gesto de dignidad.

Una gran hoguera se encendió en el centro de la sala, arrojando un aire fantasmagórico a la penumbra.

No tardé en imaginar que tipo de juramento era la investidura.

―Un juramento arcano de lealtad ―resumí, complacido por las costumbres de aquel conglomerado de pueblos, sencillamente, porque no distaban mucho de las del Salvaje Norte, y ese viejo sabor que desprendían me transportaba a casa.

―Estoy seguro de que te es familiar ―concedió Valhk, clavando su profunda mirada en mis ojos.

Tendí el brazo con rapidez, extendiéndolo sobre las llamas, dejando que me acariciaran. Era un fuego fatum, verde y frío. Un fuego que lee la verdad en la sangre, y sella rituales de magia vinculatoria que unen a dos partes en un pacto. Está concebido para salvaguardar la verdad y devorar la mentira. Cualquier persona que ose mentir ante un fuego fatum será pasto de las llamas y arderá hasta volverse cenizas.

Un comodoro se acercó y colocó un atril de madera con un incunable de considerable antigüedad abierto por una página en la que se podía leer el juramento a pronunciar.

Valhk sacó el cuchillo ritual, una hoja de marfil con una empuñadura de filigrana de plata, y me la tendió.

― ¿Haces los honores, Dakks? ―preguntó. Toda la sala en silencio a nuestro alrededor.

Asentí.

Mis ojos se deslizaron hacia las páginas de vitela surcadas por una estilizada y antigua caligrafía parda, que de seguro fue sangre en el momento de su escritura.

―Yo, Eliha Dakks, juro prestar mi corazón y mis servicios a la Pax. Juro obrar por y para la salvación del universo, en contra de las fuerzas oscuras que nos aterran. Juro ser valedor y merecedor de luchar por la liberación, y contra los demonios. Desde este momento, en esta y todas las batallas que me queden por librar. Hasta que sea llamado por Ella a su vigilia, y mi tiempo se haya ido ―declamé con convicción.

Valhk asintió.

Tomé el cuchillo con mi mano derecha, y extendí la izquierda sobre la lumbre.

Coloqué la hoja sobre la palma de mi mano y, con decisión, hice un corte profundo y rápido. Ignorando el dolor, cerré el puño con fuerza dejando caer mi sangre sobre las llamas, que se volvieron de un color carmesí, y se avivaron.

El rey de los piratas sonrió y le tendí el cuchillo.

Lo tomó e imitó mi gesto, dejando que su propia sangre se derramara. La lumbre se volvió azul y todos los presentes se levantaron, colocando en su pecho la diestra.

Estrecho mi antebrazo, ambos sobre las llamas, y declamó.

―Yo, Agnar Valhk, caudillo de los liberados, acojo en todo su honor a Eliha Dakks, hijo de la muerte y valedor de la libertad en toda tierra que se guarde bajo el cielo, y salvaguardar a mi abrigo su lucha contra la oscuridad. Desde este día, hasta la última de sus batallas. Que por su coraje y su penitencia sea por siempre honrado entre nuestras huestes, hasta que Ella lo llame a su vigilia, y su tiempo se haya ido.

Salve, gritaron al unísono desde las bancadas.

El fuego se elevó. Envolvió nuestros brazos y selló nuestras heridas. Dejando en la palma de mi mano una cicatriz, que según pude comprobar, todos los allí presentes compartíamos.

Todo el mundo se disipó y yo me dispuse a imitar a Han, que me esperaba en la puerta para abandonar la estancia, pero Vahlk colocó su mano sobre mi hombro, y habló.

― ¿Tienes un momento, Eliha Dakks? ―pidió.

Crucé una mirada con Han, quien asintió con rapidez.

―Luego nos vemos, Dakks ―aclaró, para después emprender su camino, perdiéndose escaleras arriba.

Valk tomó asiento en una de las bancadas, y con un gesto de la mano me pidió que le acompañase.

Correspondí, sentándome frente a él.

― ¿Te recuperas bien de tus heridas? ―preguntó, con preocupación.

Me sorprendió aquella pregunta.

Asentí, confuso.

―Estoy mejor, gracias ―respondí.

―No me refiero a esa clase de heridas ―concluyó.

No podía evitar seguir mirándole a los ojos, como había hecho ya en numerosas ocasiones desde que supe de quien se trataba. Era un sombra y siempre tendía a olvidar que no es de educación mirarlos a los ojos.

Aparté la mirada después de todo, fijándola en las sombras que la lumbre del fuego proyectaba todavía en los muros de piedra de aquella estancia.

―No hace falta que apartes la mirada ―asumió―. Olvida la educación, tú también tienes ascendencia sombra. Y yo conocí a tu padre, Dakks.

Mis ojos se perdieron en los suyos, desconcertados.

No fui capaz de preguntar, así que habló él.

―Me ayudó durante un tiempo, antes de que nacieras ―sentenció con orgullo y una tímida sonrisa―. Y en un par de ocasiones después de mucho tiempo. Gracias a él escapé de mi cautiverio. Se lo jugó todo para que fuera liberado y desde entonces estuvo muy vigilado ―suspiró―. Sentí mucho saber que él y tu madre habían muerto ―admitió con tristeza.

―No... ―balbuceé, casi en shock por lo que acababa de escuchar―. No lo sabía ―admití―. Me contó su historia cuando era niño, pero jamás me dijo que él estuviera implicado, ni que le conociera.

Sonrió.

―Kan siempre fue un gran portador de secretos ―sentenció, con orgullo―. Y creo que has heredado esa capacidad. ¿Alguna vez te dijo cuál era el don de tu clan?

―La intuición ―concluí―. Aunque nunca he demostrado dotes excepcionales para desarrollarla.

Colocó su mano sobre mi hombro y me miró a los ojos.

―Se presenta de diferentes formas, Dakks ―explicó―. Puede venir en forma de visiones, fomentadas por la meditación, o que ocurran de forma espontánea durante el sueño o al entrar en contacto con algo significativo. O puede ser un pensamiento muy fuerte. Que no desaparezca, pero no te imposibilite vivir. Una convicción repentina sin ataduras con la lógica que te llevará sin ser consciente a actuar de una forma determinada. Como lo hiciste cuando salvaste a mi hijo.

¿Perdón?

―Entonces, usted...

Suspiró.

―Hace mucho que lo sabía ―lamentó con tristeza―. Pero Ella tenía otros planes para mí.

Bien que mal sabía lo que era eso.

―Él no lo sabe ―admití―. Sabe que usted existe, y cuál es su don, porque lo ha desarrollado... pero no sabe que es exactamente usted.

Asintió.

―Y agradecería que eso siguiera siendo así ―Me pidió―. Quiero conocerle, pero ahora solo entorpecería su progreso con las emociones, y podría ponerle en peligro si alguien más se entera de esto. Ya sabes lo que implica el don del clan al que pertenecemos.

―Vivir sobre la frontera ―resumí con tristeza.

―Tienes que escucharme con atención, Eliha Dakks ―pidió―. No se puede controlar a esas criaturas. Sí que pertenecen a los dominios de la muerte, son un instrumento que Ella utiliza para obrar sobre el equilibrio de las cosas. No se las puede detener, pero sí contener el tiempo suficiente para salvar vidas, incluso, en algunas ocasiones, se puede llegar a escoger que sieguen una vida en lugar de otra.

―Pero eso... eso es...

―Luca puede hacer todas estas cosas, y debe aprender a hacerlas ―concluyó―. Necesito que hagas que se pruebe. Que entre en contacto físico con una de ellas, para que comprenda que pueden entenderle, y que, en cierta medida, le temen. Y necesito que le des una cosa ―pidió.

Me quedé paralizado cuando sacó aquel libro de su capa.

―Pero esto...

―Es el único ejemplar que queda en el universo del Sagrado Libro de la Materia Oculta ―concluyó, tendiéndomelo―. Sé que sabrás cómo hacer que lo encuentre, y él es la única persona bajo el cielo aparte de mí para quien su escritura tendrá sentido.

― ¿Por qué debe tenerlo?

Me observó con seriedad.

―Lidiar con la muerte cada día tiene riesgos, y hay formas de sortearlos. Pero debe conocerlas para serte útil.

Le observé con la misma seriedad.

―Luca ya es útil.

―Lo sé, Eliha ―suspiró―. Pero de nada servirá si tú mueres. Todos estamos a la merced del destino que corras. Usa tus herramientas y hazlo bien. Él es tu amigo, pero es más que eso. Es alguien que puede ayudarte a contener fuerzas que nadie más que yo, conoce en el universo.

― ¿No te da miedo que le pueda pasar algo por ayudarme?

Suspiró.

―No hay cosa a la que le tema más que a perder a Luca sin siquiera haber podido conocerle, Eliha ―sentenció―. Los planes de Ella, como suelen hacer con casi todo lo que vive bajo el cielo, se pasaron por las entrañas

lo que yo quería. Pero servirle tiene un precio. Aunque creo que eso ya lo sabes...

Asentí en silencio, porque no podía hacer otra cosa.

―Prométeme que lo mantendrás siempre a tu lado ―suplicó―. Que le ayudarás a desarrollar al máximo su don. Todo lo que sepa es una oportunidad más para que sobreviva. Yo no voy a poder protegerle, y quizás nunca pueda reunirme con él ―admitió con una profunda amargura―. Pero mientras luche junto a ti tendrá la oportunidad de sobrevivir, y juntos seréis fuertes. Más de lo que Stair pueda imaginar.

―Se lo prometo ―concedí, después de todo.

―No puedo quedarme mucho más tiempo, Eliha Dakks ―culminó, levantándose. Gesto que yo imité con decisión―. Solo te pido que confíes en él, que uses tu intuición y que seas listo ―suplicó―. Confío en lo que Ella nos ha pedido, pero si nada sale como esperamos y las cosas se ponen feas, habrá cosas que deberás dejar atrás para salir adelante y cumplir con tu deber. Y... solo una cosa más.

Fruncí el entrecejo, sin comprender.

―Hay alguien que viaja siempre contigo, Dakks ―sonrió―. No sé quién es, pero estoy seguro de que te protege. No se lo pongas más difícil de lo necesario.

Sentí como mi corazón se aceleraba en el pecho.

―Luca me lo habría dicho... ―balbuceé, confuso.

―Todavía no es capaz de advertir ese tipo de presencias ―resumió, refutando con rotundidad mi argumento―. Van más allá de la tierra de los muertos. Son proyecciones de seres que ya habitan el otro lado, y que solo permanecen en parte sobre este mundo ligados a una persona a la que intentan proteger. Una vez hayas cumplido con tu cometido regresará allí a donde pertenece, o te esperará para guiarte hacia el otro lado.

― ¿Quién es?

―Estoy seguro de dos cosas ―admitió―. En vida fue un sombra, y no es tu padre.

Suspiré, mientras dos lágrimas resbalaban por mi rostro sin poder evitarlo. No las escondí.

Sabía bien quién era.

Suspiré.

― ¿Se lo dirá algún día a Luca?

Se hizo el silencio, y su mirada se perdió entre las sombras mientras lo que me pareció el rastro de una lágrima era absorbida por su piel, maltratada por las adversas condiciones climáticas a las que se debía enfrentar cada día.

De súbito sus ojos se posaron en mí y me tendió su antebrazo para que lo estrechara. Yo correspondí.

―Recuerda esto, Dakks ―pidió, tratando de conservar la serenidad que le caracterizaba―. No somos más que peones en sus manos.

Después se marchó a grandes zancadas, dejándome solo en aquella estancia.

Con la incertidumbre y un secreto más en mi corazón que no podía revelar.

****

― ¡Es una cazzo pasada! ―declamaba Luca, gesticulando como un loco, y andando de un lado para otro del salón― ¡Nos van a dejar ir con vosotros a algunas misiones!, ¡E van a crear un nuevo tipo di arte con hologramas!, ¿Sabéis lo que io puedo fare con eso unido a las artes tradicionales e la edizione di sonido? ―el brillo del su entusiasmo característico volvía a relumbrar en sus ojos. Me hacía sentir feliz, como si aquello que más decía sobre quién era mi amigo hubiera regresado después de todo de forma inesperada, pero no podía evitar pensar en todo lo que aún no sabía, y en el viejo libro que guardaba en mi mochila y no sabía con qué excusa hacerle llegar. Y en que aquel día había conocido a su padre, pero debía guardar silencio ― ¡Voy a sembrar el caos en ese instituto di merda!

Todos rompieron a reír.

― ¡Y yo inventaré cualquier cosa para burlar su sistema de seguridad y para infiltrar mensajes publicitarios en las campañas ajenas, y hackearlas! ―Se unió Noko, sentándose en equilibrio sobre el respaldo del sofá e imitando los gestos de Luca. Todos rieron―. ¡Y por fin sabré cómo son los demonios, y los vampiros y...!

―No te van a gustar ―Se burló Amy, guiñándome un ojo. Yo sonreí, aunque no podía disimular mi preocupación―. Lo que a mí sí me va a encantar es diseñar música épica y efectista para toda vuestra campaña, y algo de música atonal chirriante para torturar a todo el instituto. Me encantaría vengarme de esa loca manipuladora.

―Vamos a hacer la mejor campaña de la historia ―admitió Miriam, visiblemente orgullosa con una media sonrisa malévola―. Que se prepare el discurso del odio porque va a saber lo que es quedarse en bragas. La armaremos gorda, Eliha, la más grande que han armado jamás en ninguna parte para secundaros.

Suspiré, sentándome en uno de los taburetes de la cocina con un botellín de cerveza en la mano y apoyándome sobre la encimera. A veces me sorprende con qué poco se conforman. Nótese el sarcasmo.

―No sé cómo pensáis organizar todo eso ―admití, encogiéndome de hombros―. No sé cómo vais a convencer a nadie de que no somos "ángeles exterminadores".

― ¿Cuántas veces te hemos fallado? ―preguntó Miriam, sentándose con las piernas amarradas por sus brazos en el viejo sillón―. Más allá de la cagada que tuvimos el año pasado antes de que, inserte hashtag: casimurierasensartado.

Todos se rieron. Yo sonreí.

―Sin contar esa no creo recordar ninguna otra ―concedí.

―Confía en nosotros ―terció Luca seguro de sí mismo―. Sabremos cómo hacer las cosas, e trabajaremos en ello. Es un reto, e a los genios nos gustan los retos.

Noko rompió a reír.

―Nunca nos pongas a prueba, podemos armarla gorda ―concluyó mi amigo.

―Y es lo que haremos ―sentenció Amy, sonriéndome con convicción.

Levanté las manos en señal de rendición.

―No agregaré más argumentos su señoría.

Nos limitamos a pasar el rato hablando de lo alucinante que había sido todo lo sucedido durante ese día, y bromeando con nuestro todavía hipotético futuro de rebeldes en busca del colapso del orden mundial.

Me gustaba bromear con ellos sobre cualquier cosa. Su capacidad para restarle importancia al hecho de que fuéramos a morir. Su integridad, su cordura, su aplomo y su valentía. Me gustaba todo de ellos y sabía que estaba dispuesto a seguirles hasta el fin con sus locuras.

Pero la realidad era que ellos también me seguirían a mí, y eso sí me asustaba.

No pude evitar preguntarme si algún día seríamos recordados como algo más que una intención. Si se nos condenaría a la damnatio memoriae. O si ni siquiera quedaría alguien sobre la tierra capaz de recordar que habíamos existido.

Hubiera querido desaparecer, pero, como ya dijo Valhk, Ella tenía otros planes... y nosotros no éramos más que fichas en una enorme partida de ajedrez que en estos momentos se estaba perdiendo.

"Quiero volver a nacer", me dije, pero una vez más Ella no me escuchó.

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