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Pronto le vería

¡Hola! Sí, es viernes... digo jueves, y os dejo nuevo capítulo porque no podré actualizar este domingo ya que me voy de puente y mi ordenador no tendrá internet. ¡Así que he decidido adelantar la publicación semanal!  Por cierto le debéis la publicación a erzombie porque no había previsto que este fin de semana no podía publicar, y al rogarme que publicase capítulo he recordado que el domingo os dejaría sin nada. jajajaja No sé donde está mi cabeza. 

Aunque visto el final del capítulo de hoy creo que me odiaréis igualmente.

Luna se aleja lentamente.

Arroja la bomba de humo.

Se esfuma hasta la próxima semana y se sienta a ver el mundo arder...

Lunahuatl

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https://youtu.be/rfQmEIIkMFc

Bajé los ojos, tanteando mi carcaj, y extraje una flecha, aferrándola junto con el arco fuertemente en mi mano. Estaba destinada a ser el primero de mis intentos.

Después eché a correr enfilando lo que fueron cien metros de absoluta locura.

Apenas emprendí carrera un tentáculo enorme venía desde la derecha y lo único que me quedó fue tirarme al suelo para esquivarlo, entre el polvo y los escombros que arrastraba y cayeron sobre mi cuerpo. La sensación familiar del dolor lo inundó todo, pero no me detuvo. Eché a correr de nuevo. Como siempre había hecho.

Diez metros más. Y tuve que dar un salto de cerca de tres metros para esquivar un segundo tentáculo, esta vez desde la izquierda y apoyándome sobre él con una mano, desplazando mi trayectoria varios metros para cuando regresé al suelo rodando por el asfalto hasta lograr ponerme de pie y continuar corriendo.

Tuve que guarecerme en otro soportal, justo en la acera contraria a donde había iniciado mi carrera, para no ser ensartado por un tercer y un cuarto tentáculo que venían hacia mí desde el frente, a escasos cincuenta metros ya de mi objetivo.

Respiré por un segundo agazapado contra la pared oculta, y sabiéndome observado por la gente que se guarecía en el interior del edificio.

Sentí mi corazón acelerado y sonaron los primeros acordes de Slania Song de Eluveitie.

Había sido la canción favorita de Agnuk y me sentí muy cera de él en ese momento.

Cerré los ojos con fuerza y tras un instante me alejé de la aparente seguridad de aquella trampa y eché a correr, esta vez emprendiéndola desde el flanco contrario.

Mis compañeros, así en lo alto como en tierra, se esforzaban por amarrar a aquel monstruo a la tierra por medio de agarres mágicos que enganchaban sus tentáculos y protuberancias de marfil al suelo, con la clara intención de que al menos no pudiera moverse de aquel lugar.

Era una buena estrategia, pero en ese momento yo tenía otra, y era urgente porque de seguro en todos los edificios había muchas personas heridas que necesitarían atención urgente y las ambulancias no podían acceder a la zona, cercada por cientos de convoys policiales en las diferentes calles aledañas. La policía y el ejército se defendían como les era posible, pero cada no mucho tiempo volaban tentáculos esparciendo vísceras y sangre a sus anchas y el Darlok se llevaba a alguno o a varios de ellos a sus fauces.

Otra vez al suelo para esquivar un quinto tentáculo que venía derecho, esta vez desde el frente.

Para cuando dejaron de llover escombros y vísceras emprendí de nuevo carrera, ya a escasos veinte metros del cuerpo del demonio. Comenzó a sonar Slania Song, y comprendí que, aun a esa distancia, estando a ras de suelo era imposible encontrar un punto de tiro. Necesitaba estar arriba para encontrar desde donde disparar.

Los tentáculos volaban a mi alrededor, y, quieto en el sitio evaluando mis posibilidades, tuve que dar varios saltos que terminaron en volteretas, incluso rodar por el suelo para evitar ser aplastado o ensartado. En ese momento, y justo cuando un sexto tentáculo mortal se dirigía hacia mí me encontré de bruces con un nuevo plan improvisado.

Era tan improvisado que, como me suele ocurrir en situaciones de extremo peligro, podía ser la idea más brillante que hubiera tenido jamás o convertirse en la última.

Repetí mentalmente la frase que había pronunciado Agnuk en la última conversación que habíamos mantenido en este mundo, y que parafraseaba un viejo dicho que solía repetir mi primer profesor de lucha, el señor Flikr.

"Ante la duda, sus vidas antes que mi culo".

No pensé más.

Me mantuve en pie mientras aquel gigantesco tentáculo se dirigía derecho hacia mi y cuando estuvo apenas a un par de metros salté, agarrándome a él.

Tan pronto me supe envuelto en su inercia eché a correr como pude sobre su superficie, hacia arriba, elevándome metros y metros sobre el suelo y esquivando otros tentáculos mientras el que ahora era el suelo bajo mis pies se agitaba violentamente. Me encontré apenas a unos metros de su cabeza para cuando tuve que renunciar a seguir en pie, agarrándome ésta vez con toda la fuerza que tenía en las piernas a aquel tentáculo.

Llevé mi mano derecha a la flecha que sujetaba con fuerza junto al carcaj, la tomé entre mis dedos y aproveché ese instante para colocar el arco en posición de tiro con la flecha en la mira.

El tentáculo se agitaba con violencia a un lado y a otro, y apuntar era la tarea más difícil que me hubiera propuesto en una lucha nunca.

El arco no tenía visor, no voy a engañar a nadie, lo mío es el tiro tradicional. Aunque admito que en ese momento hubiera deseado que lo tuviera.

Lamentablemente aquel día la suerte no parecía estar de mi parte.

Lo supe a tiro y disparé, pero tan pronto lo hice el tiro se fue a la mierda.

Se fue a la mierda porque yo terminé ensartado por otro de sus tentáculos que me agarró hincando su garfio de marfil a mi pierna derecha, y empecé a recorrer los cielos hasta golpear con la cabeza y la espalda en cada edificio que rodeaba el perímetro.

Una espiral de golpes que parecía no tener fin se sucedió en lo siguientes dos minutos, en los que mi figura debió dejar un importante surco en las fachadas aledañas, ya que a mi alrededor llovieron escombros, cristales, y también mi propia sangre, todo sea dicho.

El dolor se volvió intenso por momentos, insoportable, y grité, grité más fuerte de lo que había gritado, renunciando a luchar por alcanzar otra flecha de mi carcaj y disparar a ciegas. Pero lo que me viene a la mente cada vez que me acuerdo de esos dos miserables minutos siempre es el ruido. El ruido de mi cuerpo golpeando contra todo lo que podía golpear.

El procedimiento era aturdirme y herirme primero, y después llevarme derecho a sus fauces.

Lo único que podía pensar en aquel instante era en liberar mi pierna del agarre de su extremo. Esa fue una buena excusa para retomar la idea de alcanzar una flecha de mi carcaj, si es que aún quedaba alguna en su sitio.

Aproveché uno de los escasos momentos en los que mi cuerpo viajaba en el aire y no golpeando ninguna fachada para llevar mi brazo derecho al carcaj en donde apenas logré palpar dos flechas. Alcancé una, y a duras penas, y la agarré como un puñal sin plantearme que aquel bicho tenía una coraza más digna de un dragón que de cualquier otra criatura y que sería difícil, por no decir imposible, atravesarla.

Después, y sin dejar de gritar, me flexioné lo suficiente como para llegar a clavarla, sin dar crédito a que aquello hubiera sucedido, en el extremo del tentáculo, que escasos segundos después, para cuando mi espalda impactaba de bruces con otro edificio, comenzó a morir, y cuyo garfio se desprendió.

Esperé una caída al vacío, pero ésta nunca llegó.

En su lugar atravesé la pared en ruinas de uno de los cuatro chaflanes. Rodé violentamente entre los escombros del suelo y fui a dar contra una pared interior.

También esperaba desmayarme en ese instante, dado el intenso dolor que padecía mi cuerpo, pero tampoco sucedió.

Grité. Más bien por desesperación y dolor acumulado que por otra cosa.

―¡ME CAGO EN TUS MUERTOS!, ¡AUNQUE NO LOS TENGAS! ―Bramé golpeando el suelo violentamente con el puño, aún sin abrir los ojos.

En cuanto lo logré me encontré en el mismo lugar, exacto, de donde había partido mi expedición suicida. La maldita aula 505 del instituto.

Mi respiración, agitada, apenas me dejaba respirar. Lo sabía en parte un efecto del dolor, en parte del esfuerzo, y en parte del veneno que inoculaba aquel garfio que aún estaba ensartado en mi muslo.

No tenía tiempo para nada, solo para soluciones de emergencia.

Aquel veneno actuaría rápido y no tenía antídoto específico, lo cual me dejaba, en la mejor de las situaciones, con la necesidad de un antídoto universal que me auguraba un 20% de probabilidades de sobrevivir.

Me las arreglé para sentarme contra la pared, a medio incorporar, sabiéndome observado por un montón de alumnos que miraban consternados la escena desde el hueco de la puerta y los boquetes del muro interior, que comenzaban a ser demasiados hasta para una estructura en ruinas.

Pese a todo, nadie hizo nada. Nadie hasta que Miriam y Luca asomaron de los nervios por el hueco de la puerta, apartando a su paso a todos los que presenciaban impávidos la escena.

Iban a adentrarse directamente en la estancia, que se encontraba en evidente riesgo de derrumbe.

― ¡NO! ―Bramé, temblando de pies a cabeza― ¡QUEDAOS AHÍ QUIETOS!

Quedó muy violento, y me hicieron caso, mudos de la consternación, sin ser capaces de reaccionar más allá de negar con la cabeza sin terminar de digerir la escena.

Había perdido un casco y escuchaba a duras penas por el oído que me quedaba libre.

―Ya ha muerto suficiente gente hoy ―afirmé lo más sereno que pude, aunque también me temblaba la voz―. Como alguien más pise por aquí igual el suelo cede, lo único que me queda es que os quedéis quietos ―aclaré.

No quería que lo último que escucharan de mí fuera un "Quedaos ahí quietos".

― ¿E qué hacemos? ―contestó, Luca con un hilo de voz.

―Dame un momento ―supliqué.

Cerré los ojos con fuerza y tanteé con la mano derecha hasta dar con el extremo del garfio que seguía ensartado en mi muslo.

― ¿Os sobra una camiseta? ―pregunté a tientas.

Apenas pude abrir los ojos y girar la cabeza para comprobar cómo Luca dejaba en el suelo su mochila y se quitaba la suya, una de sus favoritas de Maiden, para arrojármela a las manos.

―Es la de Death on the Road, Luca ―jadeé, temblando, sintiendo como el sudor comenzaba a escurrirme por las sienes, y tratando de mantener la mente fría―, ¿No tienes otra?

Rompió a reír, más nervioso que otra cosa, y sonrió. No daba crédito a mi respuesta.

―¿Che tienes contro Death on the Road? ―espetó.

Yo también me reí, aunque sin poder parar de temblar, y más por intentar aliviar la tensión que comenzaba a llevar a mis músculos al borde del espasmo.

―Oh, nada ―aduje―. Me encanta, pero tengo que romperla y es una de tus favoritas.

― ¿A qué estás esperando, imbecile? ―bufó― ¡Puedo conseguir otra camiseta, ma otro amico no!

Sonreí apoyando mi cabeza contra la pared.

―Está bien, tú lo has querido ―contesté, levantando las manos en señal pacificadora.

Tomé la camiseta y la mordí con todas mis fuerzas. Cerrando los ojos. Después, con toda la determinación que me quedaba, tiré violentamente del garfio hasta liberar mi pierna, abriendo en ella la herida más grande que hubiera tenido sufrido jamás. 

Las lágrimas se precipitaron por mis mejillas. Y creí que me moriría de dolor en ese mismo instante.

La sangre comenzó a brotar a borbotones.

Con las fuerzas que me quedaban, rompí la camiseta que había estado mordiendo y la abrí tirando de ella con todas mis fuerzas desde los laterales hasta dejarla hecha jirones, como si se tratase de un trapo alargado.

Con gran esfuerzo la coloqué bajo mi muslo y volví a cerrar los ojos, sabiendo que eso iba a doler. Apreté tan fuerte haciendo un torniquete sobre la herida que me quise morir y no pude reprimir más los gritos. 

― ¡MALDITO SEA TODO BAJO EL CIELO! ―Bramé, golpeando el suelo repetidas veces tan pronto supe que el torniquete apretaba lo suficiente y lo hube asegurado. 

Me esforcé por normalizar la respiración como pude, sintiendo los primeros espasmos musculares en ese instante y limpiando las lágrimas que comenzaban a salir de mis ojos.

El silencio a mi alrededor era total.

Sentí pasos intentando acercarse a mí, al igual que el suelo crujiendo.

―¡NO! ―Volví a bramar― ¡RETROCEDE, LUCA!

―Dakks, no....

―Muerto no podrás ayudarme, Sicilia ―espeté.

Ma non...

―No ―sentencié.

No hubo más réplica, aunque se quedó quieto, a medio camino entre la puerta y mi cuerpo. Desesperado, sin saber qué más podía hacer.

Tanteé el suelo a mi alrededor, girando levemente la cabeza hasta dar con la posición del arco. Llevé la mano derecha al carcaj, en donde, horrorizado, comprobé que tan solo quedaba una maldita flecha.

"Por todos los muertos. Maldita sea Amarna" blasfemé en un susurro.

Había perdido el resto por el camino, y eran mi último recurso. Nada más podría acabar con ese maldito engendro.

El cadáver volante de uno de los compañeros de negro fue a dar contra la fachada. Apenas dos minutos después escuché sus gritos preceder a un inmenso silencio. Sabía bien lo que acababa de pasar, y que dentro de no mucho una familia lloraría su muerte allí de donde viniese.

Maldije la suerte de todas las personas que estábamos allí.

De alguna manera eso me dio el empujón para hinchar un pie en el suelo y hacer fuerza con mi espalda en la pared, hasta que, poco a poco, logré ponerme en pie.

Tenia una última oportunidad y debía sacrificarla antes de darme por muerto y aceptar lo inevitable. Pero dadas mis circunstancias tendría que disparar desde el chaflán, y contando la cantidad de tentáculos que seguían volando en todas direcciones iba a ser francamente difícil atinarle en un ojo.

Me acerqué con lentitud, tratando de controlar los temblores que agitaban mi cuerpo, arrastrando la pierna derecha y evitando cargar sobre ella el peso de mi cuerpo en la medida en que me era posible. Mi respiración comenzaba a acelerarse y mi corazón latía a mil, casi al borde de la taquicardia.

Un paso tras otro. Y otro más después. Poco a poco. Me decía.

Contra todo pronóstico logré alcanzar el chaflán y colocarme en el borde del edificio, justo frente al vacío. Me apoyé en lo poco que quedaba de fachada en ruinas, que era un muro sin ventanal, con la repisa vacía. Y aguardé unos segundos para observar a mi alrededor.

En ese momento en desde mis cascos de música se reproducía Isara, una canción que siempre me recuerda a mi tierra.

El movimiento de los tentáculos se había ralentizado. Supuse, en parte, que gracias al veneno de la flecha. De no haber estado impregnada habría sido imposible atravesar la piel del tentáculo, y lo había logrado así que algún efecto estaba surtiendo. No obstante, el Darlok seguía siendo demasiado rápido.

El número de hombres de negro que peleaban al pie del cañón se reducía por momentos, quedando ya apenas un escueto pelotón.

La suerte de los demás me encogía el corazón. Aunque a quien quería engañar, con toda probabilidad sería la mía dentro de poco.

Cerré los ojos por un instante, mientras la música se detenía, recordé unos versos del final de Luxtos, una canción de Eluveitie que en mi tierra se cantaba muchas veces, casi como si de un himno popular se tratase. "Somos libres, eso es lo que somos. Lo sabemos y amamos saberlo. Somos libres, y somos indomables. Somos fuertes y somos ricos". El Salvaje Norte se dibujó tras mis ojos como un espejismo. Como si ya nada más que el abismo de la conciencia pudiera separarnos. Como si de nuevo pudiera sentir el frío del invierno adueñándose de mis entrañas. Liberándome. 

Era una visión tan tentadora que corría peligro de que me atrapase. Por eso, en un último alarde de esa fortaleza que nos caracteriza, abrí de nuevo los ojos. Divisé un hueco entre la vorágine de tentáculos, y aferré fuerte el arco, sintiendo la madera desnuda acariciar la palma de mi mano, tensarse con forme logré extender el brazo sosteniendo la flecha al borde del arco y llevé mi otro brazo hacia atrás. Divisé el ojo de aquel engendro. Y aproveché mi oportunidad.

Elevé el brazo para apuntar con el arco, haciendo lo posible por contener los temblores que me sacudían, y cerré el ojo izquierdo visualizando mi objetivo. Fijé en él la punta de la flecha. Y llevé la cuerda a su máximo punto de tensión, conteniendo la respiración, para que aquel dardo envenenado fuera capaz de recorrer la mayor distancia posible. Necesitaba que viajase en torno a cien metros, y sabía que tendría que ayudarme de la magia para impulsarla.

Murmuré el conjuro, haciendo vibrar las palabras en mis labios, y dejé volar la flecha, aguardando cinco agónicos segundos hasta que constaté, casi sin dar crédito, que había logrado alcanzar mi objetivo.

Un rugido feroz ensordeció el silencio.

Los tentáculos se detuvieron en el aire, como paralizados por un súbito quietismo. El de la bestia que se sabe derrotada, al borde del abismo sin fondo.

Escasos segundos después comenzaron a caer, uno a uno. Primero los más pequeños, y les siguieron los más grandes. Y escaso minuto después un último y agónico grito de la bestia siguió al golpear del pesado cuerpo del Darlok contra el asfalto, regresando a los infiernos de la mano de la muerte.

Pero pronto le vería.

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