Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

...la historia de aquel niño

¡FELIZ AÑO A TODOS Y NO ABUSÉIS DEL ALCOHOL!

Ahora sí, os deseo lo mejor para este 2019, que os pasen muchas cosas bellas, que viváis Pura Vida, y lo más importante de todo, que tengáis todo el coraje que necesitáis para ser vosotros mismos.

Me despido hasta el año que viene,

Lunahuatl. Un fuerte abrazo.

***********************************************************************************************

Escuché a Miriam tomar aliento, histérica.

Y en ese instante su mano aferró mi antebrazo para detenerme. La mía ya se disponía a girar el pomo de la puerta que daba acceso a la habitación a donde habían trasladado a Luca cuando, después de todo, había logrado salir de la UCI.

Habían pasado 3 días desde que todos se marcharon, y gracias a la ayuda de Amy, Noko y Jonno logramos conseguir que, pese a la insistencia de los profesores, Miriam quedara en tierra y avisase a sus padres de que regresaría unos días más tarde por vacaciones y viajaría desde Italia.

Aunque a ellos, tristemente, poco les importaba.

Yo también me quedé.

Porque no tenía nada mejor que hacer y bueno, también porque Luca es mi mejor amigo, su madre había tenido que explicarle muchas cosas que seguro que lo estaban volviendo loco y sobre las que yo podía ayudar, y bueno... estaba claro que no iba a volver a Infierno Verde, así que estar donde me necesita alguien a quien quiero, supongo que es estar lo más cerca posible de encontrarme en casa.

La madre de Luca nos dejó alojarnos en un pequeño piso al que se había mudado de forma improvisada porque era incapaz de regresar a su antigua casa sin tener un ataque de ansiedad, lo que, por otra parte, era bastante comprensible. Y nos había indicado que, después de todo, aquella mañana Luca ya estaba entero como para que le visitásemos.

Y ella tenía que declarar sobre todo lo que había pasado, así que le veníamos especialmente bien.

Por supuesto, Luca no sabía nada de que veníamos.

Me giré para observar como mi amiga me miraba nerviosa, mordiéndose el labio inferior.

—¿Crees que estará listo para vernos? —preguntó, dejando ir toda su angustia en un suspiro.

Sonreí.

—Puede que sí o puede que no, pero ¿Prefieres que esté ahí solo mientras su madre testifica? —argumenté encogiéndome de hombros, para disimular tras mi sonrisa que yo también estaba nervioso.

Cerró los ojos y tomó aliento soltando mi antebrazo.

Los abrió y me observó, tratando de serenarse.

—Si tienes razón, joder, lo sé... es solo que...

—¿Crees que quizás no seas la persona a la que Luca más desee ver en este momento?

Es definitivo.

Adoro la capacidad de Miriam para asentir, negar y desesperarse al mismo tiempo sin articular una miserable palabra.

—Le has salvado la vida, Miriam —concluí con total convicción—. No creo que haya nadie a quien pudiera estarle más agradecido.

Para mi sorpresa guardó silencio.

Solo con eso supe qué era lo que pasaba.

—Te da miedo verle en el estado en que está —sentencié.

Sin que pudiera añadir nada más, sin la más mínima opción, y sin aviso previo, los ojos de Miriam estallaron en lágrimas.

Todo lo que pude hacer fue abrazarla, indeciso y torpe porque no esperaba que se rompiese en ese momento.

—Todo va a estar bien, Miriam —susurré—. Recuerda que...

—Lo tiene que estar pasando muy mal, Elías —sollozó—. No puedo verle sufrir así, joder. No puedo.

No fue hasta unos minutos después cuando su llanto se calmó y sus lágrimas dejaron de inundar mi camiseta, cuando tuve narices de retomar la conversación.

—No me voy a meter nunca en lo que sientes o no hacia Luca, Miriam —Me atreví a decir—, pero sé que es alguien especial en tu vida. Y nunca debemos dejar que alguien especial para nosotros sufra solo —añadí.

Se secó las lágrimas y asintió, más decidida.

—Lo siento es que yo... —balbuceó—. Mierda, no puedo ver sufrir a nadie. No lo soporto es... es superior a mí.

Asentí.

—Y por eso eres una de las personas más maravillosas que he conocido, Miriam —tercié—. Eres demasiado valiente como para dejar a Luca solo en este momento. Así que vamos a entrar allí, juntos, y después ya veremos.

Tomó aliento y me miró con decisión.

De repente sonrió y aquello me tomó por sorpresa porque sus ojos todavía destilaban una honda tristeza.

—Gracias por ser mi amigo, Elías —dijo con convicción—. No sería nadie si no hubiera tenido la suerte de tener a mi lado personas como vosotros.

Le saqué la lengua.

—Qué emotiva estás, ¿No? —le guiñé un ojo.

Dejó ir una leve risa.

—¿Entramos? —preguntó.

Asentí.

—Las damas primero, no me fío de que no eches a correr.

Sonrió, esta vez más nerviosa.

—Mal que me pese, me temo que haces bien.

Una honda inspiración precedió al sonido del pomo de la puerta girando bajo la mano temblorosa de Miriam, cuyas pulsaciones se aceleraban por momentos, inventando nuevas unidades de tiempo.

Era una habitación con una sola cama, lo cual, si lo piensas, no es tan frecuente en los hospitales humanos por la demanda de espacio. Así que Luca podía considerarse afortunado.

Los tímidos rayos de sol bañaban la penumbra de la estancia mecidos por los pequeños agujerillos de la persiana a medio bajar.

Y ahí estaba Luca.

Profundamente dormido.

Nos acercamos hasta un lado de la cama y Miriam se sentó con delicadeza en el borde, intentando serenarse.

Definitivamente mi amigo no estaba en su mejor momento.

Tenía la pierna izquierda rota por mil sitios y había necesitado una buena cirugía para reconstruirla, al margen, claro está, del fallo multiorgánico y la operación a abdomen abierto que duró más de siete horas y de la que solo salió vivo gracias a nosotros. Golpes por todas partes, y ya casi te queda uno de sus cuadros.

Siempre que ves así a una persona a la que aprecias el corazón se te encoge un poco más de lo que ya está de por sí. Supongo que uno nunca termina de acostumbrarse al sufrimiento. No es en sí que el expresionismo corporal me impresione. Lo que me impresiona, es lo frágil que resulta ser la vida humana.

—Tiene muy mal aspecto —susurró Miriam—. Pero juraré no haber dicho esto cuando se despierte.

—Bromearé con alguno de sus cuadros expresionistas —admití.

Me miró indignada.

—Qué burro eres a veces.

Me encogí de hombros, mientras me fijaba en las vistas de la habitación. Se veía el sol naciendo entre los edificios, un espectáculo que seguro que deleitaría su vista tan pronto pudiera abrir los ojos.

—Le gustarán las vistas —tercié.

Miriam sonrió con cara de circunstancias.

—Algo es algo.

—¿Se ve el sol... hoy? —preguntó una voz completamente ronca en un susurro que nos sobresaltó a ambos al punto del infarto de miocardio.

¡La madre que lo parió!

Me giré de golpe del susto, y con el brazo tiré un jarrón con flores que había en una repisa. Armando un estrépito brutal, y un pitoste no menos reseñable.

Miriam y aquella voz de ultratumba gritaron también.

Y yo levanté las manos como si aquello fuera un atraco, aunque no me preguntéis por qué, joder.

Se me salió el corazón latiendo a mil en mi pecho como si de repente no hubiera matado a cientos de miles de demonios —vale, quizás me pasé un poco, pero perdí la cuenta en diez mil, y, ojo al dato, eso fue hace tres años—.

—¡Me cago en la puta de tu....! —Y hasta allí llegó la voz ronca que se perdió en los labios agrietados de mi amigo que se llevó una mano al pecho intentando calmarse.

Después se hizo un inmenso silencio en el que Miriam y yo constatamos que Luca estaba despierto y él, con los ojos como platos, lo que no fue mucho dada la cantidad de golpes que había recibido en la cara, corroboró que no estaba solo, y a juzgar por el ritmo de sus latidos también se empezó a preguntar qué cojones hacíamos allí cuando nos tenía de vuelta en Australia.

—Vale... no quise decir eso —concluyó, recuperando el aliento, pero no la voz.

—Yo tampoco quise tirar el jarrón —sentencié todavía con las manos en alto.

Miriam, para sorpresa de los dos, rompió a reír.

Nosotros nos miramos y la observamos alternativamente.

Atónitos.

Después yo me dejé caer por la pared hasta el suelo y sucumbí a la risa, Luca sonrió y cerró los ojos, al contrario que nosotros, esforzándose por no reír más.

—Sois lo puto peor —admitió con aquella voz de mierda que se le había quedado—. Y no sé qué broma pesada le han gastado a mi voz.

Tan pronto como conseguí arreglar con un hechizo aquel estropicio nuestras risas se mitigaron en el silencio y nos quedamos los tres ahí, sin saber muy bien qué hacer.

—¿Cómo estás? —preguntó Miriam, después de todo.

Luca guardó silencio por un instante e intentó incorporarse más en su cama, sin mucho éxito porque no tardó en componer una horrible mueca de dolor.

—¡Ni se te ocurra moverte, idiota!, ¿Estás tonto? —dijimos casi al unísono.

Levantó una mano entonando el mea culpa.

Se hizo el silencio una vez más.

—Estoy vivo —contestó, después de todo, demostrando una entereza que con toda certeza se rompería en algún momento—. Que no es poco cuando ni siquiera los médicos logran explicarme por qué.

Miriam y yo nos observamos por un instante, indecisos.

Luca cerró los ojos porque no terminaba de acostumbrarse a la luz. De seguro no había despertado muchas veces hasta el momento.

—No sé qué fue lo que hicisteis —expuso con total naturalidad—, pero gracias.

Y yo no sé cómo me lo monto, pero siempre subestimo las capacidades de este tío.

—Es una suerte de historia divertida —sonreí.

—Una de esas que daría para un libro entero de Julio Verne si alguien que supiera narrar diera con ella —comentó Miriam.

Fue un alivio ver sonreír a Luca en aquel momento, aunque parte de mí sabía que aquello era solo la fragua del sol en el ojo de la tormenta, y que aún restaba la peor parte. Pero no estábamos ni cerca de verla, y tendría su momento.

—No sé por qué, pero me lo creo —admitió—. Ya me la explicaréis.

Y hablando de explicar...

—¿Cómo me encontrasteis? —preguntó.

Se hizo el silencio.

—Siempre haces tú las preguntas, ¿Eh? —me reí, intentando quitarle hierro al asunto.

Sonrió.

—A ninguno nos sonó lógica la historia que tu padre se inventó —admitió Miriam.

Luca suspiró, esforzándose por reprimir una mueca de dolor.

—Es en momentos como este en que agradezco tener amigos tan listos como vosotros —admitió.

—A mí no me mires, yo jugaba con ventaja, que ya sabía cosas —sonreí.

Ninguno de los tres sabía cómo seguir aquella conversación.

—No hace falta que continuemos hablando si estás cansado, Luca —se adelantó Miriam—. Es lógico. Puedes dormir. Nosotros nos quedaremos por aquí y ya está.

—Prometo no tirar ningún jarrón más —sonreí.

En ese momento, y para nuestra sorpresa, Luca negó.

—Lo siento —terminó.

—¿El qué? —preguntó Miriam desconcertada.

—¿Por qué cada vez que uno de nosotros termina en el hospital acaba disculpándose? —declamé, más una pregunta retórica que cualquier otra cosa, pero en verdad me inquietaba porque la vez que casi muero yo también me disculpé y bueno, ya sabéis el resto de la historia.

—Siento todo esto, no sé es...

Nadie me escuchó, aunque tampoco importó mucho. For ever alone.

Mentira. En realidad, ya sabía por qué nadie me escuchó.

—Lo siento yo —admitió Miriam—. Si no hubiera insistido para que vinieras al viaje no...

Estaba claro, yo también me había perdido unas cuantas cosas.

Aunque tampoco me sorprendió que Luca hubiese intentado zafarse del viaje. Era tentar a la suerte más de lo necesario.

—Si no lo hubieras hecho él hubiera escogido cualquier otro momento para matarme. Y lo habría logrado porque vosotros no habríais estado conmigo—sentenció Luca—. Solo siento que después de haber pasado por cosas tan difíciles hayáis tenido que preocuparos por algo más que no venía al caso y que estaba condenado a pasar...

Miriam lo miró entre asustada e indignada.

Luca acababa de admitir que había asumido que su padre le mataría. Algo que ni siquiera yo me había planteado.

La verdad es que soy gilipollas. Más de lo que me creía. Y no hay nada más que añadir su señoría.

—No ha sido la primera vez que algo así ocurre, ¿Cierto?

La indignación de Miriam aumentaba por momentos, pero no hacia Luca, sino en general.

Hacia todo.

Y yo empecé a pensar que sobraba en aquella conversación.

Mientras mi amiga se esforzaba por calmarse el corazón de Luca latía cada vez más deprisa. Sabía que la angustia se estaba apoderando de él.

Seguramente en ese instante le pasaban por la cabeza cientos de palizas que aquel maldito pirado le había propinado.

Nadie debería tener esos recuerdos con apenas 18 años.

—Perdóname —balbuceó Miriam al tiempo que intentaba disimular que una lágrima empapaba su mejilla con lentitud—. No tienes por qué hablar de esto si no quieres. Es solo que no puedo, concebir que ese hijo de puta te hiciera... no puedo, joder...

Miriam se levantó para marcharse porque sabía que iba a romper a llorar de verdad, pero Luca la agarró del antebrazo y la observó con tranquilidad.

—Siéntate, Miriam, por favor —pidió—. Vamos a calmarnos.

Esperó unos segundos en los que, para mi sorpresa, lo único que hizo fue extender el brazo y acariciar como pudo a Miriam, observándola con paciencia.

Nunca había visto tanta madurez en el comportamiento de ninguno de mis amigos, pasando por alto, claro está, a Amy, que parecía ser el expediente X de la madurez emocional a una edad récord. Pero si estamos siendo honestos, hacía mucho tiempo que no me cabía duda alguna de que Luca tenía la cabeza demasiado bien amueblada para los años que tenía.

—Escúchame atenta, ¿Vale? —dijo—. Vosotros habéis hecho algo por mí, que nunca estaré en calidad de devolver. No me hace falta saber que lo habéis arriesgado todo para haber conseguido sacarme de esta. Lo mínimo que puedo hacer es prometerte una cosa, y ya sabes que yo nunca prometo nada...

Miriam asintió, algo más calmada.

—Te prometo que me importas, y que haré todo lo que pueda y sepa para no hacerte daño nunca más —concluyó—. No prometo que no la vaya a cagar, porque lo haré, volveré a ser la misma roca que se guarda todo para sí por no echar mierda sobre los demás, pero ¿Sabes qué es diferente ahora?

Negó.

—Que confío en vosotros —concluyó—. Y confío en ti y... por cierto, ¿Qué le ha pasado a tu brazo? —preguntó preocupado al percatarse, como medio siglo después, de que el brazo de Miriam estaba roto.

Ambos nos observamos con cara de circunstancias.

—Tuve una mala caída —simplificó ella, restándole importancia.

—¿Allí donde fuisteis para salvarme? —inquirió Luca.

Asintió.

Se me escapó una sonrisa pese a lo dramático de la situación porque, después de todo, y de forma definitiva, me estaba sintiendo de más en aquel momento. Y eso me gustaba porque sabía lo que mi amigo sentía por Miriam y podía intuir lo que ella estaba experimentando.

—Gracias por no haberos conformado —concluyó Luca con seriedad, mirándonos alternativamente—. Porque de lo contrario no estaría aquí.

—Solo hicimos lo que debíamos —sonreí, me acerqué y terminé por sentarme en una silla más cerca de ellos—. Dejarte tirado no era una opción, Luca.

Miriam me dio la razón y poco después terminó sucumbiendo a la pregunta que, de seguro, llevaba días bailando en su boca.

No la culpo.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —inquirió Miriam.

Él asintió.

—Te has roto un brazo para salvarme la vida —expuso Luca dibujando lo que parecía el rastro de una sonrisa en sus labios—. Puedes hacer las que quieras.

Luca no tenía ni idea de todo lo que Miriam había arriesgado para que los tres estuviésemos allí en ese instante. Mucho más que romperse un brazo, desde luego. Pero no era el momento para recrearse en nada de eso.

Ella tomó aliento.

—La historia que contaste el curso pasado en clase de lengua... la historia de aquel niño...

Ambos sabíamos perfectamente cómo terminaría la pregunta porque yo se la había hecho hacía tan solo unos meses.

Y la respuesta fue la misma.

—Era mi historia —sentenció con entereza.

Sentí el corazón de Miriam encogerse del todo.

—No me mires así —le pidió Luca a Miriam.

—Así, ¿Cómo?

—No me mires con lástima, por favor. Aunque esto sea una soberbia patochada sentimental indigna de alguien como yo, y se me esté yendo de madre la conversación, te aseguro que soy la persona más afortunada del mundo por teneros conmigo.

Miriam se enterneció, me enterneció hasta a mí porque siempre que un humano me dice ese tipo de cosas me viene la vena sentimental, pero ella se indignó a la vez.

—No eres afortunado Luca —balbuceó, un tanto desconcertada—. Mierda nos hiciste creer que tu vida era perfecta, que no tenías problemas, que eras jodidamente feliz... cuando ese hijo de puta nunca hizo otra cosa que joderte la vida.

Luca guardó silencio para meditar sus palabras, seguro presas de una amalgama tan inmensa de sentimientos que eran difíciles de articular.

—Mi vida era perfecta allí con vosotros —contestó, como si fuera lo más obvio del mundo—. Nunca fingí. Había un problema en mi vida, y había logrado alejarme de él por más tiempo del que nunca creí posible. Hubo un momento, hace mucho, en que asumí que me acabaría matando. Y ya está. Pero gracias al giro que dio mi vida al entrar en este proyecto pude tener esperanza. Pesar que quizás encontraría la forma de librarme de él, o de hacerlo por un tiempo.

—Y ahora lo has hecho —afirmé con convicción—. Está muerto y no volverá a molestarte. No tienes nada de lo que preocuparte.

Sabía que eso era mentira, y que probablemente tenía más cosas en la cabeza que nunca. Pero reitero que no era el momento ni el lugar para abordar nada de eso.

Asintió, más, me temo, por intentar autoconvencerse, que porque de verdad lo pensara.

Estaba agotado.

—¿Os vais a ir? —preguntó, hundiendo la cabeza en la almohada y relajándose por primera vez desde que despertó y nos encontró en la habitación.

En ese momento entró una enfermera que interrumpió nuestra conversación.

Aseguró, amablemente, que debíamos dejar que descansase.

Le cambió el suero, los analgésicos y añadió un relajante porque le convenía dormir tranquilo. Por lo que se ve había tenido pesadillas aquella noche y no había descansado bien.

No me creí que fueran solo pesadillas.

Los hospitales están repletos de espíritus de gente muerta, y era probable que más de alguno le hubiera molestado. Más ahora que, de seguro, también era capaz de escucharlos a parte de verlos, aquello tenía que ser más incómodo de lo que nunca fue.

Imaginad lo que puede ser que una persona que vaga descubra que alguien que sigue vivo tiene la potestad de oírle. No parará hasta que le ayude, y si esa persona todavía no sabe cómo hacerlo, puede ser un auténtico incordio.

Por no mencionar que su aspecto no suele ser muy agradable, dado que usualmente los espíritus que vagan por ahí aún tienen asuntos pendientes, generalmente por haber sufrido una muerte repentina y/o violenta, y se cree que se presentan en la forma exacta en la que se fueron.

Cuando la enfermera se marchó Luca reiteró su pregunta, aunque sabíamos que la medicación no tardaría en hacer efecto y pronto lo atraparía un profundo sueño.

—Yo vuelo a París esta tarde —admitió Miriam con tristeza—. Ojalá pudiera quedarme más tiempo.

La verdad es que Miriam regresaba con la esperanza de que los cínicos de sus padres demostrasen sentir algo, por miserable que fuera, al verla después de mucho tiempo.

Pero tanto ella como yo sabíamos que era una guerra perdida en la que no debería desechar más su tiempo.

Nunca entenderé como una persona tan maravillosa como Miriam pudo ser despreciada por sus propios padres. Os juro que en Áyax estas cosas no pasan.

Estaba empezando a percatarme de lo que son las miserias humanas, y de que mis genios, con un futuro prometedor por delante y una interminable lista de cualidades que despertaban mi admiración más profunda, viajaban en este mundo con una buena lista de aquel lastre a sus espaldas.

Muchas veces no sabía qué hacer cuando me encontraba con un humano sufriendo. Pero supongo que no sois tan diferentes de nosotros, o nosotros no lo somos de vosotros en ese aspecto. Así que me tocaría, más que nunca, hacer por intentar entender y apoyar a mis amigos.

Yo también había acordado marcharme y Alan estaba avisado de que volvía, pero no tenían inconveniente en retrasar un poco mi llegada hasta que anocheciera.

Luca me miró, preguntándose si yo también me marcharía.

—Pensaba volar esta tarde, pero no veo inconveniente en llegar de madrugada, y puesto que nunca he sido asiduo al transporte público no tengo ningún billete que cambiar, así que estaré por aquí hasta que tu madre vuelva por la noche —aseguré.

Mi amigo asintió de buen grado, aunque para entonces cada vez le costaba más mantener los ojos abiertos.

Antes de que se durmiera aprovechamos para leerle todos los mensajes que enviaban los compañeros al grupo que teníamos en común, y que no cesaban en desearle lo mejor.

—No entiendo por qué la gente se empeña en pensar que soy guay cuando no soy más que un puto artista, friki de la Historia y el Arte, que expuso en el Moma a los 16 años por primera vez. Se supone que lo que vende es ser un jodido idiota con unos abdominales de vértigo y que juega de miedo al fútbol...

Los dos sonreímos.

—De esos hay demasiados, Luca —admitió Miriam—. A ti no te hace falta eso, porque atrapas la atención de los demás sin pretenderlo. Te basta con ser cómo eres.

Nunca pensé que escucharía a Miriam decir semejante cosa.

A pocas me atraganto del susto y tiro otro florero.

Na, es broma. Eso está ya muy visto. Aunque se me da genial. Agnuk y yo fumábamos geranios a los 14 años, y desarrollamos una gran práctica destrozando jarrones colgantes para conseguir nuestra mercancía. No sé a qué ha venido esto, pero hacía mucho que no rompía un jarrón.

Quizás vuelva a las andadas.

¡Empezaré una lista de cosas que deseo hacer antes de que Stair me mate!

Nº 1. Volver a fumar geranios al menos una vez.

Es definitivo.

Siempre he sido un puto demente.

Solo que cada vez me esfuerzo menos por disimularlo.

—Por favor... ¿Podrías pasarme el mp4? —me preguntó, ya con los ojos cerrados.

—Sí, claro —contesté confuso al tiempo que obedecía buscándolo entre los cajones de la mesilla.

Tan pronto se lo tendí se puso sus cascos negros y lo encendió.

—Muchas gracias por todo —fue lo último que balbuceó antes de abandonarse al sueño.

Tan pronto lo vimos dormido Miriam se apresuró a intentar quitarle los cascos, pero yo la detuve, porque me podía imaginar la razón por la que temía dormir sin ponérselos.

—Necesita descansar la cabeza, no puede dormir así, Elías —argumentó mi amiga.

En cualquier otro contexto habría tenido razón.

Lamentablemente aquí yo sabía unas cuantas cosas de más.

—Es por una razón —asumí tratando de sonar serio y convincente. Parece que se me da mejor que mentir, algo es algo—. Créeme.

Me observó entre incrédula y molesta.

—¿Empezamos con los secretitos otra vez? —espetó poniendo los brazos en jarras al tiempo que salíamos de la habitación.

—Escucha Miriam —dije con tranquilidad—. No son mis secretitos, son de Luca, y por lo tanto no estoy autorizado a hablar de ellos hasta que él decida hacerlo. Que contigo lo hará. Porque le importas, más de lo que te imaginas. Pero ahora no es el momento.

La dejé muerta.

Y un tenue rubor se expandió por sus mejillas.

—¿Estará bien? —fue lo único que preguntó.

Asentí.

—Va a llevar tiempo, y me parece que se vendrán momentos difíciles. Así que toca armarse de paciencia y no juzgar por las apariencias —concluí. Tendiéndole la mano a Miriam, casi como si aquello fuera un pacto.

Ella sonrió y estrechó mi mano, sellándolo.

Pasamos unos minutos sentados en el pasillo, esperando a que llegase la madre de Luca de la primera sesión de declaraciones.

Le fue más que bien, y cuando la dejamos allí tranquila nos volvimos al apartamento para coger las maletas de Miriam.

Bajamos a la calle y le ayudé a pillar un taxi que la conduciría al aeropuerto.

Mientras cargábamos las maletas tuve que hablar.

—Sabes que no tienes que volver a París si no quieres, ¿Verdad? —concluí, mostrando preocupación.

Ella sonrió.

—No sé qué haré cuando termine el curso, pero sé que no pienso volver a París en lo que me quede de vida —admitió, encogiéndose de hombros.

Entonces lo entendí todo.

—Te estás despidiendo de ellos, aunque ellos no lo saben.

Asintió con tristeza, pero con una gran determinación en su mirada.

—Tampoco les importa. He tardado demasiado en aceptarlo, pero ya se acabó. Necesito que todo esto acabe.

—Tú eres importante, Miriam —concluí—. Lo eres para las personas que de verdad te quieren, y que acabaremos siendo tu familia.

Dos lágrimas resbalaron por sus mejillas, aunque a determinación no se fue, y en ese momento me abrazó.

Unos segundos después nos separamos y sonrió.

—Gracias por todo —concluyó.

—Sé que siempre digo lo mismo, pero no se merecen.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro