CAPÍTULO XII. EL JUICIO DE LA NEBULOSA
¡Publico de nuevo Especial de Fin de Año! Tres capítulos de maratón para dar la bienvenida a 2020. Como diría Anet: "Nunca quise vivir para siempre, solo no tener tantos pájaros en la cabeza, así que ¡Os deseo un año nuevo en el que podáis hacer volar todos vuestros pájaros! Un abrazo a todxs. <3 pd: me encantan vuestros comentarios, es genial leerlos.
Pd2: esta es mi nochevieja, ¿Como va a ser la vuestra? ❤
***********************************************************************************************
Faltaban escasos días para mi visita al oráculo de la Nebulosa.
Desde hacía dos semanas la Pax era mi hogar. Solo salía de allí para colaborar en misiones puntuales. Y apenas había hablado con los genios. Me sentía incapaz de responder los mensajes de Adamahy Kenneth, porque cada vez que su voz llegaba hasta mí las palabras de Galius retornaban y me recordaban que debía dejar de ser un completo egoísta.
Pero la realidad era que dolía. Dolía demasiado existir en ese momento.
Pasaba las horas estudiando los pocos libros de la biblioteca de Galius que me faltaban por memorizar. Y realizando simulaciones de máximo nivel en el área de entrenamientos. El resto eran momentos de soledad, encerrado en mi habitación. Una alcoba como cualquier otra en ese lugar. De las que cada vez había más, puesto que ahora no solo éramos personal de la Pax, sino que los refugiados se contaban por centenares.
Estaba tumbado en la cama, mirando al techo, que era un panel mágico que podías encantar para que adoptase la imagen que prefirieses. El mío era la nieve cayendo desde unas nubes negras. Y en una de las paredes, la que tenía el escritorio, había recreado la imagen de un bosque nevado.
La realidad era que aquello me hacía sentir en casa. Como si realmente todo hubiera terminado, tal y como estaba previsto cuando hacía ya casi dos años había emprendido mi viaje, y hubiera podido regresar a casa al término del segundo año. Como si mis padres todavía me estuvieran esperando en las aldeas. Como si Agnuk nunca hubiera muerto. Era una soledad que me resquebrajaba. Pero que necesitaba para sentirme vivo.
Recuerdo que observaba distraído la nieve precipitarse sobre mi cabeza. Tendido en la cama. Con la esperanza de que alguno de aquellos copos que se precipitaban desde el techo bajo de mi habitación pudiera llegar a rozarme. Tan necesitado del tacto de algo que valiera la pena sentir que por momentos me olvidaba de vivir y me refugiaba en los recuerdos, jugueteando con la pulsera de Galius entre mis dedos que se movían nerviosos.
En ese momento se abrió la puerta de golpe, y Han entró entusiasmado, digamos, con todo el entusiasmo que podíamos tener en ese momento. No una exageración, pero más de lo habitual. Era una suerte que hubiera regresado con vida de América.
― ¿No te enseñaron a llamar a las puertas? ―Le regañé molesto, incorporándome en la cama hasta sentarme en el borde.
Agitó unos papeles que tenía en la mano y que portaban el sello del oráculo. Y arqueó las cejas, expectante. Sentía su corazón latir rápido en su pecho. Hacía apenas dos semanas que él había regresado, y fue un milagro que siguiera con vida para presentarse a los exámenes de ciudadanía.
―Aquí están ―confirmó.
― ¿Los resultados? ―inquirí, poniéndome en pie y siguiéndole al escritorio, en donde intensifiqué la luz de las velas para que pudiéramos ver con más claridad. Ambos nos agolpamos frente a los sobres. Uno con su nombre, y otro con el mío.
Él se sentó en la silla, y yo de nuevo en el borde de la cama, esta vez en un lateral, a escaso medio metro del escritorio.
― ¿Estás preparado? ―No estaba preparado cuando formulé todo el ilusionismo del que era conocedor para presentarme a aquellos exámenes convencido de que aquel sería el último día de mi existencia y de que los funcionarios ministeriales me apresarían. Y, sin embargo, salió bien.
―No lo estoy ―admití―. Pero tampoco lo estaba cuando me presenté, así que hagámoslo.
Los dos nos afanamos en abrir los sobres. Ambas manos temblando. Sabíamos lo que significaba no superar los exámenes de ciudadanía. Gracias a Ella que las correcciones las realiza el Oráculo. De lo contrario habría podido darme por jodido.
Después de unos segundos logré despegar el lacre que sellaba el cuidado papel del sobre, con un fuerte olor a incienso.
Extraje el papel, escrito con tinta negra y letra caligráfica. En la lengua oficial de Atzlán.
Me llevó un par de minutos constatar la evidencia de que no solo había aprobado, sino que mi nota más baja era un notable, en historia dimensional, porque la ansiedad no me dejó terminar el examen y tuve que abandonarlo a falta de dos preguntas por completar.
― ¡He aprobado no lo puedo creer! ―exclamó Han, entusiasmado― ¿Tú qué tal?
Me había quedado en estado catatónico y Han me robó el papel de la mano.
Pronto lo celebró sentándose junto a mí y saltando por la habitación, orgulloso.
― ¡Lo hemos hecho! ―gritó― ¡Lo hemos conseguido!
Sonreí.
Era la primera sonrisa que se me escapaba en días.
Arqueó las cejas y recorrió de nuevo la estancia hacia el escritorio en donde había dejado su mochila de entrenamiento.
Rebuscó entre la ropa, y extrajo una botella de Ron. La descorchó, echó un enorme trago y me la tendió.
― ¿Ron? ―Arqueé las cejas.
―Son las dos de la mañana. Y hemos aprobado los exámenes de ciudadanía, Dakks ―Me regañó―. Puede que el mundo se esté yendo a la mierda. Y puede que de aquí a una semana y media alguno de los dos, o ambos, terminemos muertos en el rito. Pero Anet me mataría si no me emborrachase para celebrarlo.
Sonreí.
Era cierto.
Levanté la botella y bebí, sintiendo el calor del alcohol quemar mi garganta de nuevo. Aquella sensación que había echado de menos.
Él se sentó en la cama junto a mí. Y dio otro trago a la botella en cuanto se la pasé.
―Mis padre hubiera cocinado puding de insectos ―suspiré―. Y habría salido con Agnuk hasta el final del mundo, completamente borrachos.
―Yo habría salido con vosotros para emborracharme ―admitió él―. Y después le habría hecho el amor toda la noche. Habría llamado a mis padres, y me habrían mandado a la mierda. Por eso no les llamo.
Rompimos a reír.
No era gracioso, pero daba igual.
―Yo habría ido a buscar a los chicos y los habría traído para emborracharnos. Todos juntos. Habría puesto a Anet de los nervios y me hubiera marchado con Amy lejos. Y también le habría hecho el amor durante lo que quedase de noche.
Se hizo un silencio.
―Tú aún puedes hacerlo.
Suspiré.
―El amor nos hace débiles ―repetí las palabras de Galius.
―Es la mayor estupidez que te haya escuchado decir antes ―Me regañó―. El amor es la fuerza más poderosa que existe.
Me desconcertó su respuesta.
―Sospecho que no lo dijiste tú ―admitió.
―Fue Galius, antes de morir.
Me observó con detenimiento antes de dar otro trago.
―Que estén muertos y se hayan quedado a gusto no les da derecho a decirnos qué es lo correcto, Dakks ―aclaró―. Los muertos también se equivocan.
Guardé silencio. Le robé la botella y di un trago profundo y vacío.
―Nos faltan demasiadas personas ―concluí.
Sonrió.
―Pero aún nos queda con quien beber ―Me robó la botella.
***
Un par de horas después, cuando nos terminamos la botella en silencio, Han se fue a su alcoba, y yo me quedé solo con mis demonios.
Me senté en la cama cruzando las piernas, y fijé mi vista en los copos de nieve que caían desde ninguna parte, incapaces de volver a tocarme. Recordando aquel día en la estación. Cuando papá me pidió que jamás olvidase de dónde venía, porque aquella era la única manera de recordar hacia dónde vas.
Sobre mi cama estaba la única foto de mi familia que había logrado rescatar de la vieja casa. Si aquel verano me hubieran dicho lo cerca que estaba de perderlos a todos me habrían roto el corazón. Por eso muy pocos tienen el don de ver el futuro. Porque si no tienes la fortaleza suficiente para enfrentarte a tu propio final, o al final de tus seres queridos, te vuelves loco.
Las visiones y la intuición eran el don de mi clan, pero siempre me habían mostrado un futuro probable. Y siempre cuando se trataba de cosas que aún podía cambiar. O quizás mi cabeza todavía quería creer eso.
Al otro lado, a mi derecha, estaba la postal que Adamahy Kenneth me había enviado hacía escasos días y que no había dejado de mirar. La tomé en mis manos de nuevo, observándonos, sonrientes, releyendo sus palabras.
"Y cuando el mundo llegue a su final, yo estaré allí para sostener tu mano. Porque tú eres mi rey. Y yo tu corazón de león. Aunque las estrellas nos guíen hacia el final del mundo. Siempre viajaré junto a ti".
Con toda su madurez resonando en mis oídos.
Dos lágrimas resbalaron por mis mejillas.
Sabía lo que Galius había dicho, y me había empeñado en cumplir con mi parte, pero quizás no valía la pena. Siempre había hecho las cosas a mi manera, y la muerte había dicho que así estaría bien. Pero a él le había dicho otra cosa. Quizás también Ella se equivocaba. Y Adamahy Kenneth no merecía una despedida silenciosa, insulsa, e incomprensible. Merecía un abrazo. Merecía el abrazo más largo que el universo hubiera contemplado. Ese último beso al que ambos pudiéramos regresar cuando el suelo se resquebrajase bajo nuestros pies. Ese último "siempre te querré".
El simple tacto de las lágrimas recorriendo mi piel hasta evaporarse me volvió pedazos.
Recuerdo que me tumbé en la cama. Llorando como un idiota. Incapaz de meditar más. De buscar más respuestas. O de preparar mi visita al oráculo, que tal y como anunciaba en la notificación de las calificaciones de los exámenes de ciudadanía sería en cosa de tres días.
Lo que, dadas las fechas, quería decir que, en diez días exactos, la noche del 31 de octubre, estaría emprendiendo aquel viaje que me llevaría a la tumba o completaría mi naturaleza slader, capacitándome para enfrentar a Dimitrius Stair.
Nunca me había planteado qué hacer después de ese viaje. Solo sabía que hablaría con Ella. Y que dijera lo que dijese, iría en busca de Stair.
Pero todavía ignoraba tantas cosas.
Solo sé que el alcohol logró tranquilizarme, y que me quedé dormido después de un rato y de controlar mi llanto. Lo último que recuerdo antes de rendirme a Morfeo fue la imagen de aquellos ojos azules en la fotografía. Eran dos simples ojos, pero para mí eran un lugar físico. Un extraño receptáculo en donde ella y yo confluíamos, y en donde siempre latiría mi corazón.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro