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Un regalo, y no una jugarreta del destino

Para cuando conseguí dejar de llorar, la bóveda de estrellas se había erigido sobre nuestras cabezas. Como una arquitectura celestial. Y Alan y yo la observábamos distraídamente. Deberíamos haber estado de vuelta hacía un rato, pero ninguno dio el primer paso.

Le oí suspirar.

――Yo también perdí a mi mejor amigo, Eliha ――confesó, con más pesar del que jamás había sentido en su voz.

Me sorprendió saber eso, y más que lo compartiese conmigo.

――Lo siento ―dije―. No lo sabía ―admití.

Mi confesión seguramente le había devuelto muchos recuerdos.

――No hay nada que sentir ――culminó, encogiéndose de hombros en la penumbra――. La vida es así de puta.

Me quedé en silencio, porque, aunque odie el tipo de silencio que se genera cuando la sociedad te pide esconder tu dolor, sigo creyendo que el silencio es la mejor opción cuando no puedes decir nada que lo mejore.

――Teníamos veinte años ―explicó―. Fuimos juntos al colegio, al instituto, juntos montamos la tienda, y aprendimos a hacer surf. Lo hacíamos todo juntos, ¿Sabes? ――admitió―.― Se llamaba Dave, y era como mi hermano. Tuvo una vida de mierda ―confesó con amargura―. Su padre era un borracho. Su madre murió cuando él era muy joven, y se quedó solo con aquel gilipollas. Un alcohólico que le pegaba. Sobrevivió a muchas palizas. Y yo siempre estuve con él. Mi familia fue su familia. Lo compartimos todo y, ¿Sabes qué me lo quitó? ――culminó con amargura.

Negué con la cabeza, sintiendo mi corazón encogerse.

――Un tiburón, Eliha ―dijo con sencillez―. Un puto tiburón ――remarcó, abandonándose a una amarga y tenue risa que se perdía mucho tiempo atrás―.― Los amaba, ¿Sabes?

― ¿A los tiburones?

Asintió.

――Eran una pasión en su vida. Lo sabía todo sobre ellos. Estudiaba biología marina para poder investigarlos. Era una mente privilegiada, y una mejor persona ――explicó―.― Aquella tarde habíamos salido juntos a por unas olas. Era una rompiente que solíamos visitar. Una playa apartada de todo. Nuestro gran descubrimiento de quinceañeros. La única pega era que no tenía redes. Estaba anocheciendo, y llegado el momento le dije que yo me largaba, y que le esperaba en la playa ―guardó silencio por un largo instante―. De haber sabido que no volvería a verle nunca me habría marchado ―admitió con amargura―. Unos minutos después un gran blanco lo... ―tomó aliento, y miró al frente―. Te considero listo para saber qué pasó ――atajó con amargura――. No pude hacer nada.

Aquella situación me recordó tanto a Agnuk que parte de mí de nuevo se volvió pedazos.

――Lo siento mucho, Alan ―Fue todo lo que pude decir.

Ya me había sorprendido su disposición para asimilar mis explicaciones, pero ahora estaba más cerca de entender que todos, humanos o sladers, viajamos con amargura a nuestras espaldas. Por una u otra cosa. Alan había podido entenderme porque había pasado por algo parecido a lo mío, y seguramente había muchos humanos como él. Con enormes cargas emocionales en el corazón, envenenando de dolor su existencia.

Eliha 0. Mundo intervalo infinito. Y la lucha sigue en esas. Supongo.

―― ¿Sabes qué me enseñó, Dave? ―dijo de súbito.

Negué con la cabeza.

――Me enseñó a ser feliz, Eliha ―respondió con sencillez―. Aun con la vida de mierda que llevó, fue la persona más feliz que haya conocido. Me enseñó tanto sobre la felicidad que siempre daré gracias a Dios por haberle conocido, aunque la vida me lo arrebatase tan pronto.

Alan acababa de darme una importante y valiosa lección que me serviría para el resto de mi vida. Y yo pensando que los humanos eran la escoria del universo. Sois un hallazgo oculto y maravilloso aún por descubrir.

Colocó nuevamente su mano sobre mi hombro.

――Volvamos, Eliha. El fuego no se va a encender solo ―sonrió con esa sonrisa tan cálida que siempre había demostrado tener.

Yo también le devolví una sonrisa porque, contra todo pronóstico y en mucho tiempo, alguien había logrado hacerme sentir afortunado.

***

Un par de horas después, cenando alrededor de una gran hoguera todos juntos, aquella sensación de paz que no recordaba recreó una noche perfecta.

Todos estábamos animados por la situación y, por qué no, también porque mañana regresábamos a nuestras casas por un tiempo. Con una nueva vida prometedora y muchas aventuras que contar. Más de seríamos capaces de recordar.

Entonces Alan nos pidió atención.

――Como la situación se presta ―anunció sonriente―. He decidido que hoy vamos a contar algunas historias ―Se sacó una bolsa de la mochila ―Voy a sacar los nombres por orden y quiero que cada uno improvise o escoja una historia que contar. Yo también os contaré una historia. ―

Todos reímos.

― ¿Tu vai a ponerte a contare batallitas, Alan? ――Se burló Luca bromeando, en realidad estaba entusiasmado, siempre le han gustado las buenas historias.

―Pues por hacerte el listo, Luca, vas a empezar tú ―Le señaló Alan sonriendo.

Este abrió muchos los ojos y agitó los brazos.

Andiamo! ―Se quejó― Che non e justo!

Todos rompimos a reír.

―Siempre te prestas a estas cosas, Luca ―bromeó Miriam, sacándole la lengua―. Por bocas.

Él bufó.

― ¿Y sobre qué hablo? ―Le preguntó a Alan, como si tuviera la respuesta a todo.

Alan sonrió.

―Para eso precisamente he traído esta bolsa ―suspiró―. Levántate y saca un papel.

Sicilia obedeció. Revolvió la mano dentro y extrajo un papel que leyó con avidez.

Le observó con una mueca de consternación.

― ¿Tengo que contar una storia triste? ―Se quejó.

―Eso parece ―corroboró Alan, chequeando el papelito para ver que era lo que ponía escrito.

Él volvió a gesticular y se sentó de nuevo en su sitio, justo a mi lado.

Ma mi vida non e triste, Alan ―suspiró―. Io non so qué decirte.

―Cuéntanos lo que significan tus cuadros ―aprovechó Miriam, riéndose―. Esos si que son tristes, y seguimos sin saber por qué.

Aqua in boca!

Todos rompimos a reír.

――Déjate de batallitas y piensa rápido, Sicilia ―apremió Alan―. Me gustaría pero no tenemos toda la noche.

Luca me golpeó el hombro y rompió a reír.

―Serás bastardo, le has pegado lo de Sicilia ―Me reprochó riéndose.

―Mi lenguaje es muy pegadizo, cuidad todos no acabéis jurando por Ella o cagándoos en los siete infiernos ―Todos rompieron a reír.

―Eres un completo extraterrestre ―Adamahy Kenneth me arrojó un palo que esquivé con rapidez.

Miriam aplaudió. No podía parar de reír.

―Me encanta, es como compartir casa con Thor ―secundó Noko, entusiasmado.

―Vamos, chicos ―dijo Alan, tratando de regresar a la actividad―. Luca estás preparado ya, ¿Cierto?

Y si no lo estaba iba a dar bastante igual.

Éste bufó.

―¡Qué remedio! ―exclamó agitando los brazos―. ¡Lo haré fatal cuento historias cada muerte de papa!

―Sabes que esa expresión en inglés no existe, ¿Verdad? ―Se burló Miriam.

―¡Pues ahora existe, Mafalda! ―contestó Sicilia.

Alan nos mandó callar con un gesto y dio paso a Luca que después de pensar por unos segundos empezó a hablar.

―Matteo tenía cinco anni ―empezó con seriedad―. Lloraba perche tenía pesadillas con un mostro che sempre trataba de comerle. Quando despertaba en mitad de la noche solo quería un abrazo de su madre e un vaso de agua.

‹‹Temía la oscuridad, ma la luce della lanterna le daba más miedo. No llegaba a encender los interruptores de su casa y tampoco cogió la linterna de su mesilla. Mejor convertirse en un'ombra che en un punto de luce. Aquel mostro no devoraba sombras, solo le gustaban le luci che brillaban en l'oscuritá.

Salió de su cama sin hacer ruido, e avanzó comme la más diminuta di tutti le ombre cruzando el pasillo hacia la habitación de sus padres. Sus pasos eran temerosos ma firmes perche sabían hacia donde se dirigían.

Dobló la esquina del pasillo e llegó a la habitación de sus padres, ma allí no había nadie. Entonces escuchó el golpe. Sonaba comme cuando el mostro llamaba a sua puerta, comme cada uno de los pasos que daba quando se acercaba por el pasillo. Pero Matteo se sintió seguro entre le ombre, invisibile. Se deslizó entre ellas hasta que vio la luce en la cocina.

Escuchó gritos. Allí estaban sus padres. Ma no se atrevió a entrar. Se quedó agazapado al otro lado de la porta, escuchando sin poder moverse porque los gritos le paralizaban. Su padre gritaba a su madre. Se parecía demasiado al mostro de sus pesadillas, e per un momento temió quello oscuro ser lo hubiera poseído. Ma en ese momento escuchó otro golpe y su madre calló al suelo, con la cara ensangrentada. Después su padre gritó más que nunca, y habló de él.

"Nunca será mi hijo ―bramó el viejo―. Quello stupido bambino è tan raro comme lo fue su padre, igual que la puttana de sua madre. Nunca recibirá nada mío más allá de este apellido. Ma jamás se librará de mí, perché tú nunca serás de nadie se non mio."

Después, en completo silencio, el niño volvió a su cuarto. Y ya no sintió miedo nunca más. Esa noche desaparecieron los mostros. Quella notte entendió que los únicos mostros que existen viven entre nosotros. Esos que no deberían existir, y que a Matteo le robaron la inocencia a golpes. Esos de quienes tantas personas nunca escapan. ››

Recuerdo que todo se quedó en silencio en ese momento. Cuando Luca terminó. Por largos minutos.

― ¿Era alguien a quien conocías? ―preguntó Alan, con seriedad.

Luca rompió a reír.

―Me he inspirado en una pubblicità che se emitía en Italia ―sonrió―. No lo he hecho mal del todo, ¿No?

Miriam le arrojó un ganchito y golpeó su hombro con fuerza.

―Imbécil, por un momento pensé que era tu historia.

Todos rompimos a reír.

―Una buena historia, desde luego ―concluyó Alan. Empezó a aplaudir y todos correspondimos.

Aunque yo me quedé con una sensación extraña en el cuerpo. Y sentí el corazón de Luca latir demasiado fuerte como para que esa historia no le hubiera tocado más allá de lo que decía. Aunque no podía saber hasta qué punto.

Suspiré.

Después seguimos con el proceso. Cada uno contamos una historia. A Miriam le tocó una historia real.

―Yo no voy a ser tan literaria ―advirtió suspirando―. Os voy a contaros por qué me obsesiona contar las historias de los suburbios de París ―suspiró―. Cuando tenía trece años estaba muy colada por un chico ―explicó―. Se llamaba Abdoul, e iba a mi instituto. A mi clase. Ya sabéis. Lo típico de esas edades ―todos rieron, a mi me sorprendió que los humanos empezasen a edades tan tempranas con eso del amor. Para mí era un gran desconocido. También es cierto que para mí tiene otro sentido. En vuestro caso es más comprensible―. Llegado el momento empezamos a salir. Todos los sábados íbamos al cine, a las fiestas en casa de nuestros amigos, a pasear, o con los compañeros de clase. Nada fuera de lo común. Él me mostró la realidad de Aulnay-sus-Bois, uno de los suburbios más famosos de París ―aclaró―. En donde vivía con su familia. No tenían prácticamente nada. Iba a la escuela de milagro, aunque a sus padres les importaba que pudiera tener la posibilidad de estudiar ―Se quedó en silencio por un segundo―. Bueno. Todos los días quedábamos en la parada de metro de al lado del instituto. Mis padres me llevaban a un colegio cercano a Aulnay porque mi tía daba clase allí. El caso es que un día no apareció ―concluyó―. Le llamé un millón de veces pero nunca cogió el teléfono ―admitió con amargura―. Ese día, por la noche, me enteré por las noticias de que unos policías lo habían detenido para un supuesto control de identidad ―tragó saliva―. Le dieron una paliza brutal. Y no sobrevivió. Los suburbios ardieron durante dos semanas. Y yo me juré que haría algo para acabar con lo que nos separa. Para unir al mundo de nuevo. Que lucharía por él, y por todos los que como él, enfrentan todos los días la realidad de una vida sin posibilidades. Son humillados, acusados, maltratados por las autoridades que habrían de protegerlos, ninguneados por un sistema que garantiza la igualdad de oportunidades pero a la hora de la verdad aparta todo lo diferente, y para el que no existen personas sino nacionalidades.

Su mirada se perdió muy lejos en ese momento.

―Por eso me importa lo que hago. Por eso quiero hacer lo que hago ―explicó―. Quiero cambiar las cosas. Quiero marcar una diferencia. Por estúpida y pequeña que sea. Porque si para cuando no esté aquí el mundo ha avanzado un paso hacia la igualdad de facto de todos los hombres y mujeres sobre esta tierra, mi vida no habrá sido inocua.

Suspiró.

Luca colocó su mano sobre el muslo de Miriam en ese momento, dándole una palmada suave. Cosa que nos sorprendió a todos.

Me pareció que murmuraba un "Lo siento". Ella sonrió y asintió. Alan le pasó un brazo por encima y la abrazó fuerte. Todos aplaudimos. Y parte de mí entendió mejor porque Miriam era lo recta que era con todo lo que se proponía en la vida. Quizás Alan tenía más idea de lo que hacía de lo que nos pensábamos. Porque tuve la sensación de que aún había muchas cosas de mis compañeros que no sabía, y estaba agradecido de saberlas.

―Noko, te ha tocado una historia de terror ―anunció Alan.

Este suspiró.

―Soy muy fan de las historias de terror, pero os voy a contar una real. Una que muy poca gente conoce en el mundo y que es una vergüenza para mi país ―suspiró, después me miró con seriedad―. Te costará no perder la fe en la humanidad después de esto. Yo hace tiempo que lo hice ―admitió―. ¿Alguna vez habéis oído hablar del Escuadrón 731?

Todos intercambiamos miradas confusas. Todos salvo Miriam, que se llevó las manos a la boca horrorizada.

―No me destripes la historia ―atajó Noko, señalando a Le Rouge a modo de advertencia. Ella asintió, aunque se puso las manos en los oídos.

―¿Tan horrible es? ―preguntó Adamahy Kenneth―. No soy impresionable, pero esta reacción me impresiona.

Miriam no dijo nada más.

―El Escuadrón 731 fue una suerte de organización clandestina que surgió durante la Segunda Guerra Mundial en Japón y estuvo a cargo del Doctor Ishii, quien desde muy joven había mostrado interés por los efectos de las armas químicas en el cuerpo humano durante la Primera Guerra Mundial. Y quien aprovechó la coyuntura de Manchuria para hacer toda clase de experimentos con los más desfavorecidos. Lo de Mengele fue un juego de niños en comparación con lo que hizo este hombre ―admitió con seriedad―. Infectó a prisioneros con enfermedades letales como la peste bubónica, el tifus, el cólera o la viruela, solo para comprobar hasta donde llegaba el límite de la resistencia humana. Mismo motivo que lo llevó a la amputación de brazos y piernas sin anestesia, congelar y descongelar miembros del cuerpo humano, someter a individuos a radiaciones letales de rayos X, quemarlos con lanzallamas, exponerlos a gases, deshidratación letal, incluso inyectarles sangre de animales ―sentí como el vello de su cuerpo se erizaba, espantado―. Otro de sus planes estrella fue la recolocación de órganos humanos en diferentes posiciones en el interior del cuerpo, para ver cómo funcionaban o de qué morían sus pacientes. Para que los militares japoneses se adiestrasen en la extracción de balas, tomaban a los prisioneros y los ataban a postes a los que disparaban, para comprobar en directo el efecto de la metralla en sus cuerpos. Incluso hacían estallar granadas a diferentes distancias de sus cuerpos ―suspiró―. Pero no tuvo suficiente. Atacó china arrojando pulgas y ratas infectadas con bacilos de la peste y otras enfermedades y provocó epidemias que mataron a más de 200.000 personas, aunque algunas cifras barajan que fueron hasta 500.000 ―terció―. Paradójicamente logró fingir su muerte y no fue capturado hasta 1946, cuando EE. UU. ya estaba demasiado ocupado con la Caza de Brujas, y a cambio de facilitar los resultados y toda la documentación que restaba de sus experimentos fueron él y su división fueron indultados ―concluyó―. Conozco muchas historias de terror que hablan de fantasmas, pero nada más terrorífico que el hecho de que la sociedad olvidara esos crímenes atroces, y de que sus responsables nunca recibieron castigo alguno por lo que hicieron.

―A parte de che securo que es una storia de fantasmas ―balbuceó Luca, visiblemente traumatizado―. No creo que una sola di quelle persone lograse descansar en paz.

Se hizo un silencio sepulcral.

―Mi bisabuelo fue una de esas personas que murió a manos de Ishii ―confesó. Todos perdimos el poco color que nos quedaba―. Mi abuelo odiaba la ciencia por lo que había hecho con el mundo. Cuando me contó esa historia decidí que quería dedicarme a la ciencia ―admitió―. Para demostrarle en la ciencia caben la ética, la humanidad, y que se puede utilizar para mejorar la vida de las personas. De alguna manera es mi forma de equilibrar la balanza. De decirle a todas esas personas que no han podido descansar y a esas familias que lo perdieron todo que la ciencia tendrá límites, y que caminará junto a los valores humanos. Sin cruzar nunca esa frontera.

Me quedé muerto.

―No pensaba que una raza tan poco avanzada como la humana hubiera sido capaz de hacer... atrocidades al nivel de las cometidas en el resto de la dimensionalidad ―comenté, como ido―. En la dimensionalidad se piensa que los humanos usáis la ciencia para ayudaros porque no habéis tenido mutaciones y no habéis evolucionado hacia la vertiente mágica de la genética. Sois organismos bastante primitivos ―Me gané más de una mirada de advertencia―. Yo no lo creo, pero es lo que se considera en la dimensionalidad. Se estudia así en los libros ―aclaré―. Pero me asombra que sin recurrir a la magia hayáis sido capaces de sembrar tanta destrucción.

Miriam sonrió con tristeza, pero asintió con toda la convicción del mundo.

―Es aterrador, pero cierto ―concedió.

Todos asintieron.

Alan suspiró.

―Pasemos a la siguiente, Eliha, es tu turno ―anunció tendiéndome la bolsa con los papelitos.

Yo me levanté y saqué un papel de la bolsa.

―La mayor locura que hayas hecho ―leí en voz alta. Después me reí. Todos jalearon, recuperando el entusiasmo inicial.

―Yo apostaría que lo de esta semana ha sido una de las mayores ―aventuró Sicilia, convencido.

Me reí.

―Esto no tiene mucho misterio ―admití, sentándome―. Creo que he hecho tantas que no podría quedarme con una. Así que os contaré la única que se ha repetido más de una vez y de forma voluntaria.

―¿Eres un Kamikace? ―preguntó Noko, observándome sin salir de su asombro.

―Soy una máquina de matar, y llegan un momento en que matar pierde la gracia. Así que tienes que ser original ―admití―. Cada cuatro meses tenemos exámenes de lucha en los ministerios, desde los catorce años ―aclaré―. Estos exámenes son simulaciones, aunque en verdad no sé por qué le llaman simulación, cuando la realidad es que nos mandan a microdimensiones alternativas en donde tenemos que enfrentarnos a criaturas o situaciones que es difícil resolver, y que ocurren de verdad.

Me observaron sin dar crédito. Y no habían escuchado lo más loco de todo.

―Si estás en apuros nadie te sacará de allí. Te dejarán morir ―concluí.

Miriam se llevó las manos a la cabeza.

―Ce n'est pas posible! ―Lamentó― ¿Vuestros gobiernos están locos?

Me reí, con amargura.

―Por completo. Nadie lo entiende. Y tampoco entienden que no estamos en las mismas condiciones de alimentación en el la región de Infierno Verde, la más pobre de Atzlán, que en Mok. Pero el nivel es el mismo. Las muertes no ―suspiré―. El caso es que para mí llegó un momento en que presentarme a los exámenes así normal perdió la gracia. Y comencé a presentarme borracho.

Todo el mundo me observó desconcertado.

―¿Acaso querías matarte? ―preguntó Noko, sin entender nada.

―No sé qué pretendía. Creo que era lo único que me hacía sentir vivo ―admití―. Cuando Ella te pisa los talones a cada instante llega un momento en que la idea de morir pierde bastante el sentido. Asumes que acabarás muriendo, y solo te preocupa pasarlo bien cuando eso ocurra ―confesé―. Al menos era mi postura ―suspiré―. Mi amigo Agnuk tampoco lo entendía. Y nunca se lo he confesado a mis padres ―admití.

―¿Y aún así obtenías las calificaciones más altas? ―preguntó Noko, abrumado por la información.

Asentí.

―Ya te he dicho que creo que matar es lo único que se me da bien.

―Espero que humanos no ―Bromeó Miriam.

Me reí.

―Tenemos terminantemente prohibido dañar, aunque sea un rasguño mínimo, a cualquier humano. Solo existimos para protegeros. Y los gobiernos dictan unas leyes muy férreas al respecto. Causar daños a propósito a un humano, tengas o no razón, y por mínimos que sean, implica una condena por Insurreccional ―expuse―. Es nuestra pena capital ―aclaré.

―Visto lo visto me alegro de ser humano ―admitió Alan―. No sé cómo podéis sobrellevar todo eso...

―Por eso beben como turcos ―aclaró Luca sin poder evitarlo.

Los dos rompimos a reír.

―No quiero que te presentes borracho a los exámenes mientras estés bajo mi tutela, ¿Me has entendido? ―advirtió Alan.

Negué.

―Puedes estar tranquilo. Ahora el nivel es mucho mayor ―suspiré―. No se me pasaría por la cabeza ―mentí―.

Todos asintieron. Se hizo un breve silencio y Alan señaló a Adamahy Kenneth.

―Su turno, señorita ―sonrió. Ella correspondió y se levantó a por su papel, que leyó en voz alta rápidamente.

― ¿Cuál ha sido la decisión más difícil de tu vida? ―suspiró y se sentó después de leer el papel. Lo arrojó al fuego.

Aguardamos en silencio durante unos momentos.

―Creo que, como todas las decisiones difíciles, realmente no fue una decisión ―admitió con sencillez―. Sabéis que siempre me debato entre componer canciones y estudiar biología. Ambas cosas me fascinan y por eso estoy aquí, porque parece que no se me dan mal. Pero mi historia con la música era más espectacular. A los trece años ya me habían ofrecido una beca para que a los dieciocho me marchase a estudiar al Berklee College of Boston. Toco prácticamente cada instrumento que existe, y he terminado ocho carreras de música ―confesó, molesta por revelar esa información, aunque fuera mérito suyo. No le gustaba alardear de nada―. Por eso muchos me preguntan y me insisten con el tema de la interpretación. ¿Por qué no te dedicas a interpretar? ―imitó una vocecilla molesta, y todos rompimos a reír. Era una pregunta que siempre me había hecho―. ¿Por qué solo interpretas como hobbie y te centras en la composición? ―suspiró―. Cuando tenía catorce años tuve meningitis ―yo no sabía qué podía ser aquello, pero todos los demás se quedaron en shock―. Es una infección del cerebro que puede dejar secuelas muy graves. Yo tuve mucha suerte, pero perdí algo de audición en ambos oídos. Aunque por suerte no lo suficiente como para no poder manejarme de forma normal. Además, aprendí a leer los labios y a veces recurro a ello ―sabía que lo había explicado para que yo me enterase, y agradecí que tuviera en cuenta mis limitaciones―. La cosa es que perdí esa capacidad fina de audición que requería para poder interpretar los pequeños matices que requiere una buena interpretación a los niveles en los que yo me movía. Y por eso tuve que decantarme por la biología y la composición, que era la parte de la música que podía seguir haciendo bien, puesto que implica otro tipo de virtuosismo ―confesó.

―Nunca te lo había notado ―admitió Miriam, sin dar crédito―. Tuvo que ser muy duro ―añadió con tristeza.

―Todos hemos pasado por cosas ―suspiró Amy―. Al final hay que resignarse. Si Dios lo quiso así, él sabe mejor que yo cuál es el porqué. Y no voy a cuestionarlo. Creo que a veces todo sucede por algo ―admitió.

Se hizo el silencio, y nos limitamos a observar el fuego y las estrellas. Y escuchar, a lo lejos, el murmullo del mar y del viento entre los bosques.

―Cada uno de vosotros es espectacular a su manera, y seguramente os preguntaréis por qué he hecho esto ―contestó Alan. Todos le observamos con curiosidad―. Creo que hay muchas diferencias entre vosotros. Pero también sé que son más cosas las que os unen que las que os separan. Creo que todos estamos aprendiendo mucho, y debemos aprovechar la diferencia de otros, para crecer como personas. Sin olvidar lo más importante. Y a esto quería llegar.

―Suenas molto filosófico, Alan ―Se rió Luca. Todos lo hicimos, en verdad.

―Escucha bien, Sicilia ―sonrió Alan―. Porque estoy seguro de que la historia será una buena fuente artística a tus oídos. Luego me lo agradecerás.

Luca rompió a reír alegremente.

――Entonces soy todo oídos ―Me palmeó nuevamente el hombro―. Pero sigo diciendo que le has pegado lo de Sicilia.

Todos reímos.

――Y luego Miriam es la periodista ――bromeé sacándole la lengua a mi compañera.

Gesto correspondido.

――Callaros ya ――Nos cortó Amy riéndose―― ¡Atended al Jefe!

― ¿Haciendo la pelota, Adamahy Kenneth? ――bromeó Noko.

――Claro que sí, ¡Sino luego no me deja tocar la guitarra cuando son más de las nueve! ――admitió riéndose.

Todos lo hicimos.

―― ¡Suficiente, atención tropa!

Silencio sepulcral.

――Reitero, todo oídos ――repitió Luca.

――Vamos a cerrar esta velada de historias con la leyenda del Dios Dakuwaga.

― ― ¿Daququé? ――estalló Noko riéndose.

Las carcajadas de todos resonaron en el viento.

Después Alan comenzó su relato.

―Un feroz monstruo de mar, Dakuwaqa, era temerario y celoso guardián de los arrecifes ―empezó―. Con frecuencia adoptaba la forma de un tiburón y viajaba alrededor del archipiélago combatiendo a todos los otros guardianes de cada arrecife.

«Un día salió hacia una lucha en el grupo Lomaiviti y tras salir victorioso, decidió ir a por Suva. Pero el guardián de este arrecife desafió a Dakuwaqa y acaeció una gran lucha. La perturbación fue tan grande que se formaron grandes olas que, entrando por la boca del Río Rewa, provocaron inundaciones de varias millas en los valles.

Dakuwaqa venció de nuevo, y continuó su camino.

Un tiempo después, cerca de la isla de Beqa, su viejo amigo Masilaca, otro dios tiburón, le habló de la gran fuerza de los dioses que protegían la isla de Kadavu y, astutamente, preguntó a Dakuwaqa si tendría miedo de encontrarse con ellos. Como un tiro, Dakuwaqa partió hacia Kadavu y, acercándose al arrecife, se encontró con un gigantesco pulpo. Tenía cuatro de sus tentáculos bien aferrados al coral y los otros cuatro sostenidos en lo alto.

Precipitándose con furia, Dakuwaqa pronto se encontró atrapado. El pulpo, que había enrollado sus tentáculos alrededor de él, lo asfixiaba.

Al darse cuenta del peligro, Dakuwaqa imploró compasión y le dijo al pulpo que, a cambio, él nunca atacaría a los pobladores de la isla de Kadavu, sin importar en que parte del océano pudieran encontrarse.

Aceptando sus palabras como promesa, el pulpo lo liberó y Dakuwaqa mantuvo su palabra. Es por eso por lo que dicen que la gente de Kadavu no teme a los tiburones. Incluso hoy, cuando los pescadores locales se adentran en el mar, vierten un tazón de yaqona para Dakuwaqa. Los altos jefes de Cakaudrove son considerados los descendientes de Dakuwaqa. Y, cuentan que, cuando están a punto de llegar grandes noticias, todavía se aparece ante el gran jefe un tótem de tiburón».

Sabía bien por qué nos había contado aquella historia. Y me emocionó escucharla, seguramente mucho más que a los demás.

――Y por ello ―dijo mientras se levantaba la pernera izquierda del pantalón y nos mostraba su tobillo―, tengo este tatuaje por el que siempre me preguntáis ―concluyó― señalando aquella extraña palabra que engalanaba su tobillo: "Kadavu".

Todos aplaudimos. Luca vitoreó entusiasmado. Y Alan repartió una tanda de cervezas, pidiendo que no sirviera de precedente.

― ― ¿Quién te contó esa historia? ――inquirió Miriam, abriendo su cerveza y dando el primer sorbo mientras observaba a Alan entusiasmada.

Él sonrió, y me miró directamente.

――Un viejo amigo que me enseñó que podemos encontrar la felicidad hasta en los momentos más miserables de nuestra existencia, y que siempre queda lugar para celebrar la vida ――dijo―.― Por eso os pido, chicos. Que nunca os olvidéis de vivir, y vivir libres. Haced lo que os haga felices, y vivid al lado de las personas que améis. No dejéis que vuestras carreras absorban todo lo que sois. Un ser humano no es humano en tanto en cuanto trabaja, sino por cómo elige vivir. Y por cuáles son las circunstancias que lo convierten en quien es.

Todos sonreímos. Nos quedamos en silencio. Y Alan tomó su cerveza. Aquella noche fue permisivo con el alcohol, porque sabía que lo beberíamos a sus espaldas de todas formas.

――Propongo un brindis por cada uno de vosotros. Y por Eliha ――anunció alzando su botellín. Le miré sorprendido―,― porque no ha podido mantener más su secreto, y gracias a eso hoy nos sentimos más afortunados que nunca en su compañía.

A sus palabras les siguieron las risas, y, después, todos vitorearon, y yo me quise morir de vergüenza, pero también me sentí libre.

Como si aquel lugar se hubiera convertido en un pequeño oasis en tiempos de guerra. Como si nunca pudiera volver a ser tan feliz como en ese momento porque nunca volvería a tener en mi mano todas las posibilidades. Y porque tenía una vida, que al final era más un regalo que una jugarreta del destino.

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