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La revancha del destino

La semana siguiente fue catastrófica.

Nos habían suspendido de los entrenamientos por dos semanas, a Anet y a mí. Y por mi parte estaba castigado de todo. Hasta nuevo aviso y orden. De forma indefinida. Sin salir. Sin beber. Sin surf. Sin tiempo libre. Hacer todas las tareas de la casa, desayuno, comida y cena todos los días. Limpiar todo lo que existiese bajo ese techo, y un largo etc. de cosas que no quiero recordar, más que nada porque no acabaría.

Todo cuanto se me permitía salir de casa era para ir a clase. Y no es que en eso me fuera mejor.

Me gané una bronca hasta de mi profesor de lengua, que jamás se enfadaba con nadie, porque no solo no tenía los deberes hechos, sino que me dormí en su clase con toda la geta del mundo. En plástica, por entonces, estudiábamos dibujo técnico, y no entregué ni una maldita lámina. O miento, entregué una y era un desastre. Porque ¿Para qué cojones me servirá a mí la mierda esa? Y Luca, como no le había hecho casi caso en las últimas semanas, se negó a ayudarme con el tema.

Merecido. Lo admito.

― ¿Qué narices le ha pasado a esta... cosa? ―preguntó mi profesora, anonadada, sujetando el pedazo de papel agujereado que le había entregado por proyecto de dibujo técnico―. Porque desde luego dudo que esto sea una lámina.

―La olvidé en el jardín, y los caracoles la devoraron.

Lo más triste es que era la verdad.

Había olvidado unos caracoles mutantes en la mesa del jardín, y habían destrozado el poco trabajo que había intentado hacer, y agujereado una buena parte de la mesa, que luego había tenido que arreglar con un hechizo. Después me tocó buscar a esos repelentes bichillos ―cuya baba es corrosiva, por si alguien no lo ha notado― por todo el jardín, siguiendo el rastro de destrucción que habían dejado en la hierba y por el que luego me gané una buena bronca. Una vez los tuve todos, no sin alguna quemadura que otra, los devolví al pequeño terrario en donde me dedicaba a engordarlos para poder preparar un filtro de estupidez. Pero eso tampoco salió bien, porque gracias a alimentarse de mis láminas de dibujo técnico los caracoles engordaron demasiado y explotaron porque su metabolismo no está preparado para devorar hojas con tinta, ni sal, que había esparcida por la mesa ―y no me preguntéis porqué, ya que no tengo ni la más remota idea―. Por mi parte, había intentado preparar el filtro sin recordar que mis caracoles habían muerto, y llegado el momento de añadirlos había tenido que tirar el resto del filtro, inservible sin los caracoles.

Todo el mundo estalló en carcajadas. Todos salvo Anet, que se esforzaba por ignorarme todo el tiempo. Y no había contestado ni una sola de mis mil llamadas.

Solo una vez las palabras salieron de mi boca me di cuenta de la gilipollez que acababa de hacer.

Yo también rompí a reír, porque ¿Qué cuervos iba a hacer?

¡Ni siquiera podía creerme lo que acababa de decir!

―Por listo, fuera de mi clase ―espetó Anne, mi profesora de plástica que jamás se enfadaba con nadie y había sido siempre muy maja conmigo, más que cabreada. Y razón no le faltaba―. No quiero ni verte, Eliha. Fuera de aquí ahora mismo ―añadió a punto de hervir―. ¡Y quiero todas las láminas para la semana que viene!, ¡Las quiero en la mesa el primer día que tengamos clase, impolutas, perfectas, de 10, de lo contrario te suspenderé la parte de dibujo técnico y ya veremos cómo levantas la nota! ―amenazó― ¿Me has entendido?

Más que entender, me había quedado de piedra.

―He dicho: "fuera de mi clase" ―añadió señalando la puerta―. Ahora mismo, Dakks.

Obedecí mientras el silencio se adueñaba de la estancia.

Qué otra cosa podía hacer. ¿Ponerme a explicarle a una profesora que está asombrosamente enfadada que eran caracoles mutantes? Para eso mejor obedecer. Nunca enfades a una mujer, aceptadlo, nos dan mil vueltas, y enfadadas puede que hasta dos mil.

Pero no me bastó con fastidiarla en las clases, también en mi sesión de patrulla tuve mi ración.

Un Wertden, que es más tonto que la calentura, estuvo a punto de atravesarme con una flecha de madera el ojo izquierdo, lo que habría culminado en desastre porque detrás está mi cerebro.

Volví a casa temblando. Y cabreado porque Anet seguía sin dignarse a coger el teléfono. Y las únicas palabras que había logrado obtener de ella acosándola por los pasillos del instituto y de los ministerios habían sido un simple: "Eliha, ya no puedo hacer esto".

¿A quién coño le importaría que nos hablásemos en los miserables corredores de un miserable centro escolar humano en el séptimo confín de la dimensionalidad?

¡¡Todo es una mierda!!, bramaba mi interior.

Y para cuando mi cabeza logró volver de aquella disertación formal sobre la negativa de Anet a dirigirse a mí, recordé que estaba preparando la cena ―otra vez― durante mi lapso mental. Recordé que estaba preparando una sopa a la que pronto descubriría que había echado azúcar en vez de sal, cosa que a los humanos parece no agradarles.

Le estaba dando el último calentón. Pero podríamos decir que la carbonicé. Mientras disertaba me había ido a mirar los malditos caracoles que estaba volviendo a criar, y del enfado que me pillé de regreso a la cocina tras comprobar que también habían explotado, le di un puñetazo a la encimera de la cocina en donde había olvidado un cuchillo, y me corté. Tuve que darme otro filtro para dejar de sangrar, y coserlo porque era profundo, y yo gilipollas profundo.

Para cuando regresé la sopa se desparramaba por la cocina y todo apestaba a quemado.

Oh, merde! ―saltó Miriam sin dar crédito― ¿Qué has hecho, Eliha?, ¿Acaso quieres quemar la casa?

Me apresuré a acercarme de nuevo a la encimera de la cocina, en donde estaba la vitrocerámica encendida con la sopa saliéndose a borbotones de la olla.

― ¡Me cago en las puertas de los siete infiernos! ―estallé, más que cabreado― ¡A la mierda con la maldita sopa!

Me lancé a retirarla del fuego sin ponerme guantes, porque a mí no me quemaba ya nada por caliente que estuviese. Por no quemarme, ya no me quemaba ni el sol. Pero entonces caí en la cuenta.

Hasta un slader se quema cuando toca algo carbonizado, apuntó mi voz interior.

Iba a resultar demasiado raro, y de no hacer nada tendría que responder muchas preguntas, así que hice lo que cualquier persona hubiese hecho en mi situación: soltar la maldita olla de la sopa de golpe, a medio camino de la fregadera, fingiendo que me quemaba, sin caer en que podía derramarme el resto encima y ponerme perdido.

― ¡POR TODOS LOS MALDITOS CUERVOS DEL INFRAMUNDO! ―bramé, no porque me quemase, sino porque mi pelotera iba en aumento y terminé maldiciendo mi gilipollez― ¡¿ES QUE TODAVÍA PUEDO SER MÁS GILIPOLLAS?!

Todos se me quedaron mirando sin dar crédito.

―No lo sé, pero desde luego, acabas de superarme ―afirmó Luca, con contundencia.

Nadie se atrevió a contradecirle.

― ¿Te has quemado? ―preguntó Noko con rapidez, visiblemente preocupado, y acercándose.

Se disponía a mirarme las manos. Si me tocaba vería que no me había quemado, y tendría que responder a miles de preguntas que no quería responder y cuya verdad todavía desconocía. Para colmo Adamahy Kenneth y Luca, quienes sabían de mi condición, y entendían la que se podía liar como Noko o cualquiera me tocase más de lo normal cualquier parte del cuerpo, no dijeron una sola palabra para evitar que Noko se acercase.

Me aparté con rapidez.

― ¡NO! ―bramé, apartándome a una velocidad sobrehumana y casi de un salto para que no me tocase. Acabé en la otra punta de la cocina.

Nuevo momento incómodo, Dakks. Te luces por momentos.

―No tengo la peste, ¿Sabes? ―repuso Noko, visiblemente ofendido, mirándome sin comprender. Normal, por otra parte―. Solo quería ayudar y...

Tomé aliento y cerré los ojos, tratando de calmarme.

―Ya lo sé, no es por ti, Noko, perdona ―añadí tan rápido como pude, sin poder arreglar el haber quedado como un gilipollas, y menos el haberle ofendido―. Está todo bien, apenas me he quemado. Voy a subir al desván, me doy un filtro, y prepararé otra cosa después.

Me dispuse a escaparme al desván para apañar todo lo de las quemaduras antes de que pudieran preguntar más. Ellos sospechaban que yo había tenido que quemarme por cojones, así que tenía que escaquearme por narices.

―Eliha todo esto...

Me giré, más que enfadado en general, no específicamente con nadie, solo frustrado conmigo mismo por ser tan idiota, y cabreado con Amy y Luca porque no habían hecho nada por ayudarme, por enfadados que estuviésemos, cuando en su día ambos prometieron cubrirme con ese tema, pasara lo que pasase.

Conjuré un hechizo sin pronunciar las palabras, lo que no había conseguido hacer jamás hasta entonces. Solo sentí brillar mis ojos y todo se recogió y comenzó a limpiarse solo en la fregadera.

Hasta yo me asusté.

Los sladers no manejamos magia sin pronunciar conjuros, aunque todos lo probamos alguna vez en la vida, a nadie le funciona sin hablar en voz alta. Eso es algo que hacen los magos, las brujas, los druidas y las vestales. Así que tendría que añadir otra rareza a mi expediente.

No pienses, Dakks, me rogó mi voz interior.

Muérete, repliqué mentalmente, furioso.

―Ahora... ahora vuelvo. Voy... ¡Joder! voy a pedir... unas pizzas ―concluí, subiendo las escaleras con unas ganas indescriptibles de patear cualquier cosa.

Pordesgracia: "La noche es larga y peligrosa".

https://youtu.be/ktvTqknDobU

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