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El amor existe


Anet también había sobrevivido, me enteré justo cuando cogía la bici bajo el puente en el que solía tomar el portal que conducía hacia Mok―, y me disponía a volver pedaleando veinte kilómetros hacia Kurnell. Me llegó un mensaje de Anet dándome las gracias y suplicándome que mantuviera la calma hasta por la noche. Dijo que estaría pronto en la fiesta por si acaso. Me quitó un peso de encima. Yo llegaría algo tarde. Por no mencionar que no sabía qué me iba a encontrar en casa.

Empecé a pedalear lo más rápido que pude, y puse rumbo hacia Captain Cook Street.

Había estado lloviendo y el suelo resbalaba.

Para cuando llegué encontré a los demás esperando en la entrada, observando el precioso paisaje que dibujaban las siluetas de las nubes sobre el océano, mientras anochecía. Me saludaron, y, aliviado por esa muestra de comprensión, yo correspondí, desviando la vista de la carretera por un instante, arrojándome junto con toda mi estupidez al interior de un repleto cubo de basura.

No me hice daño. Comparado con lo que me dolían ya los golpes de por la mañana, aquello no era nada... pero olía asquerosamente mal.

Salí por mi propio pie del cubo.

Ellos no salían de su asombro.

―¿Puedes con un demone devora viscere ma ti estrellas contra un cubo de basura, Dakks? ―preguntó Sicilia, desconcertado, mientras todos me ayudaban a salir.

―Ya ves, puedo reunir mucha estupidez junta ―admití, avergonzado.

― ¿Qué te ha pasado en el brazo? ―preguntó Miriam preocupada―. Bueno, y en general, quiero decir, esta mañana estabas fastidiado pero...

―Pero no parecías un cuadro de Luca ―sentenció Noko.

Me reí, mientras agarraba mi mochila y me disponía a entrar al jardín.

―He salido con vida de una simulación ocho ―declamé con orgullo―. Lo cual, aunque todavía no lo sepáis, es un pedazo de logro, dado que éramos cuarenta compañeros y en estos exámenes hemos perdido a veintidós ―culminé, llegando al porche, con ellos a mi espalda.

Entré a casa.

― ¿De qué hablas, Dakks? ―pregunto Sicilia, preocupado, como si temiera que me hubiera dado un golpe demasiado fuerte en la cabeza.

― ¡Vamos ahora todos lo sabéis! ―declamé― ¡Por fin puedo ser yo mismo y hablar de las cosas que me preocupan! ―añadí―. Como esa maldita ley que impide que a los sladers nos salven la vida durante los exámenes de lucha, y que ha terminado con más de la mitad de mis compañeros hoy. O como el hecho de que no entiendo la mitad de las cosas que hacéis los humanos. De que sigo sin saber para qué sirve un tractor. O qué demonios es eso del coaching. ¡Ah, y me olvidaba de esa extraña obsesión por la fantasía en vuestras películas!, ¡Cuando la fantasía es mi realidad y ni siquiera entendéis la vuestra! ―Me reí― ¡Como para inventaros una que no es la vuestra!

Ya en el salón, y frente a ellos, dejé caer mi mochila y los observé. Me miraban desconcertados.

― ¿Estás bien, Eliha? ―preguntó Adamahy Kenneth.

No sé por qué, pero en ese momento me vine abajo.

―Solo es... ese momento en el que lo odias todo ―asumí―. En el que sé que para cuando vuelva a casa me faltarán personas que quería. Que para cuando regrese aquí la mitad de mis compañeros de las juventudes ya no existirá. En el que todavía tengo que ir a una estúpida fiesta en la que solo quería emborracharme para olvidarlo todo, y mantenerme sobrio para evitar que un licántropo descontrolado se los cargue a todos ―bufé―. Súmale que ahora me tengo que enfrentar a la estupidez humana. A gente que no va a entender, ni querrá entender. Y que no sé cómo voy a llevar las cosas a partir de ahora. Ni si Alan me querrá fuera de este proyecto, en cuyo caso habré fracasado y estaré fuera de todo ―golpeé la encimera de la cocina, enfadado.

Se hizo el silencio a mi espalda.

―Me voy a la ducha ―anuncié, dejando ahí la mochila y subiendo las escaleras lo más deprisa que pude―. Procurad no juntaros con Jonno esta noche, él es el idiota al que mordió el Paria.

***

―Alan no debe saperlo ―escuché a Sicilia hablar con contundencia. Los demás estaban sentados a medio arreglar en el salón para cuando yo bajé de la ducha. Y no había rastro de Alan, quien me había dicho que hablaríamos esa noche cuando regresase, por ninguna parte.

― ¿El qué no debe saberlo? ―pregunté sin andarme con rodeos.

Todos se giraron. Un poco cortados, pero decididos.

―Escucha Eliha ―apremió, indicándome que me acercase―. Alan quería tener una conversación contigo esta noche, no por nada malo, ya ha quedado chiaro que no está enfadado sino al contrario ―aclaró―. Todos estamos al corriente di la situazione, e hemos puesto en común alcune considerazioni que quizás nos ayuden a que la notte transcurra senza incidenti.

Le observé, sorprendido.

―¿Todos estáis en esto? ―Me aseguré, sin poder terminar de creer lo que sucedía―. ¿No me odiáis?, ¿No creéis que vengo a traer la destrucción al mundo ni nada parecido?

Rompieron a reír.

Miriam sonrió, sin dar crédito.

―Qué dramático eres, Eliha ―bromeó―. Sabía que había algo raro con el ilusionismo desde el principio, pero cada uno escoge su momento para desvelar sus secretos.

―¿Todos los ilusionistas sois sladers? ―preguntó Noko, entusiasmado, sacando su cuaderno de notas y agarrando un bolígrafo con avidez―. ¿Es verdad que sois como una organización secreta, tipo Avengers?

Arqueé las cejas desconcertado.

―Confiaba en poder hacer yo las preguntas, hay demasiadas cosas de las que hacéis que no entiendo y... ―suspiré. Céntrate, Dakks, me dije―. No, no somos como los Avengers. Mataría por un traje como el de Stark, eso te lo aseguro ―Me reí―. Y en especial en noches como esta.

Rompieron a reír.

―Entonces sois como...

―Noko, aprovechemos que la conversación ha vuelto a su sitio para seguir con el plan ―suplicó Amy, quien se afanaba en secarse el pelo con una toalla. No hacía mucho que había salido de la ducha. Los demás estaban todavía en ropa de estar por casa, y más concentrados en trazar un plan que en asumir que tenían que arreglarse para ir a una fiesta.

―Intentabais explicarme por qué Alan no está aquí.

―Vino hace un rato ―resumió Noko―, cuando estabas en la ducha.

―Pero le dijimos que te habías ido a dormir porque estabas muy cansado, y le pareció lógico así que dijo que aplazaría su charla a mañana por la tarde ―terminó Amy, guiñándome un ojo―. Estás de suerte. Aunque a juzgar por lo que ha dicho me temo que se limitará a darte las gracias.

Suspiré, tomando asiento en uno de los sillones, casi dejándome caer a peso muerto y sintiendo ya entonces todo el dolor de mi cuerpo. Tendría que preparar un filtro analgésico antes de que nos fuéramos. Y no nos quedaba mucho tiempo. Debíamos ser rápidos.

―Esto parece el mundo al revés.

―Y tú el reactor de la central de Fukushima después del Tsunami ―concedió Noko, de súbito. Aunque yo no entendí a qué se refería.

Le observé con extrañeza.

Se golpeó la frente y rodó los ojos, comenzando a andar nervioso por la habitación.

―Disculpa, he vuelto a olvidar que eres como Thor. No puedo hacer chistes sobre cosas de aquí, es...

―Y tú tienes un humor muy negro ―Se burló Sicilia señalando a Noko―. Algún día hablaremos de eso porque me gusta.

―Ce será posible! ―declamó Miriam, casi indignada―. Sigamos con el plan. Os dispersáis todo el rato.

―Punto para Francia ―señaló Amy aplaudiendo.

―Voy a resumir el plan al extremo ―atajó Sicilia, exasperado―. Procuraremos emborrachar a Jonno tanto como nos sea posible y que cuando la transformación se pueda producir seamos capaces de encerrarlo.

―Tendréis que encerrarlo conmigo ―suspiré―. De lo contrario echará la puerta abajo y que Ella nos ampare a todos.

Me observaron sin entender.

― ¡Sigo sin saber quién demonios es Ella! ―Se quejó Adamahy Kenneth con aquel rostro desconcertado que tenía una pose propia.

Suspiré.

―Ella es la muerte ―concedí.

Todos se quedaron en silencio, observándome casi como consternados.

―En mi cultura se le venera, ¿Vale? ―Me defendí ante la incomprensión―. No le tengo demasiado aprecio pero puede ser muy cínica si no le muestras respeto.

Luca trató de regresar.

―Ciñámonos al plan, per favore ―suplicó, poniéndose nervioso―. Si todo falla, alguno de nosotros activará la alarme antincendio del local, para que tutti corran fuera de allí.

No se me había ocurrido.

―Solo debo añadir que quien emborrache y lleve a Jonno hacia los baños seré yo. Y que solo os quiero rondando los baños para atrancar la puerta tan pronto como estemos dentro y yo lo apruebe.

Tendría que poner a Anet sobre aviso de la situación, aunque no distaba demasiado de lo que habíamos planeado.

―Llevaré mi mochila con algunas armas, y la esconderé en los baños nada más llegar ―asumí, más hablando para poner mis pensamientos en orden que porque tuviera que informar de ello a nadie.

―No te dejarán entrar armas, no están chalados ―atajó Noko.

―No llevaré la mochila sin antes haber realizado un conjuro de ilusionismo para ocultar su contenido ―contraataqué―. Es más fácil y rápido de como suena ―aclaré ante la mirada de estupefacción de Noko y Miriam.

Sicilia, Amy y yo intercambiamos una mirada cómplice. Los iniciados. Es lo que tiene.

―Deberíamos llegar cuanto antes, por cierto ―atajó Amy, golpeando su muñeca con el dedo índice como si en ella llevase un reloj parado―. Y no es precisamente pronto. Así que sugiero darnos prisa.

Noko se levantó y corrió escaleras arriba sin mediar palabra.

―Se lo ha tomado en serio ―comentó Luca, asombrado.

Miriam rompió a reír, levantándose. Y Amy y ella subieron las escaleras a buen paso, pero sin la urgencia del chino. Sicilia y yo nos quedamos ahí mirándonos.

Suspiró.

―Siento lo de tus compañeros, Dakks ―concluyó con seriedad. Me puso una mano en el hombro antes de perderse escaleras arriba―. Procura di non finire comme ellos. Eres nuestro seguro de vida, ricordalo.

Por mi parte y un par de minutos después, para cuando fui capaz de levantarme, subí al desván. No pensaba arreglarme. Siempre que lo hago termino perdido de sangre, así que ya no le encuentro sentido. Me afané en preparar un filtro anestesiante, para dejar de sentir el dolor de los golpes, ya que de lo contrario me sería muy difícil pelear.

Y una vez terminé me senté en el suelo, con las piernas cruzadas, y me esforcé por respirar. Mientras el filtro hacía su efecto. Llamé a Anet para preguntarle qué tal estaba y para asegurarme de que la ponía al corriente de nuestros planes. Estuvo de acuerdo, y se mostró visiblemente afectada por lo sucedido esa tarde en los ministerios. Después, ya en silencio, permanecí ahí sentado por varios minutos. Me esforcé por concentrarme en mi cuerpo y en el aire que entraba y salía de mis pulmones devolviéndome algo de paz, y manteniendo a ralla los sentimientos que reprimía a cerca de todo lo que había vivido ese día.

Hasta que la puerta se abrió y apareció ella.

― ¿Estás listo, Eliha? ―preguntó Adamahy Kenneth, parada al pie de las escaleras que había subido desde el piso de abajo, justo a la entrada del viejo desván.

Ya estaba arreglada.

Y yo me quedé mirándola, por un instante. Ahí parada, entre las escaleras y el polvoriento suelo del desván. Con sus zapatillas modelo converse blancas, unos pantalones pitillo negros y una preciosa blusa blanca de tirantes de encaje. Sus pendientes de ónix hacían juego con los pantalones, y con un collar largo, de esos con los que adoraba jugar. Su pelo suelto caía a su espalda, planchado. Y su colonia asomaba entre los vapores pestilentes del filtro anestésico que había estado preparando.

Me dedicó una sonrisa. De esas que, mal que me pese, me temo que conservaré en el corazón por el resto de mi vida.

― ¿Eliha?

Me había quedado traspuesto.

―Sí, ya estoy ―asumí con tranquilidad, levantándome de un salto y lamentándolo después porque el filtro aún no había terminado de hacer efecto. Pero traté de desimular. No el dolor, sino ese instante efímero en el que me había perdido mirándola. Era una cabeza y media más bajita que yo. Traté de no pensar en el olor de su piel. En sus ojos azul océano. O en los hoyuelos de su mejilla. Pero fracasé.

Y ese fracaso fue el principio del resto de mis días.

Me separaban escasas horas de los diecisiete años, y todavía era joven. Pero acababa de darme cuenta de que ya sabía exactamente lo que quería del futuro. Y no estaba dispuesto a temerlo más. Así que sabía más de lo que mucha gente estaría dispuesta a saber en toda su vida.

Y solo fui consciente porque en ese instante acepté que, lo quisiera o no, el amor era una fuerza real en el universo. Y nada podía escapar a él. Pero no estoy hablando de esa clase de amor que los humanos viven a sus dieciséis años, sino de un significado de la palabra amor que vosotros nunca comprenderéis, y que solo los sladers estamos condenados a entender.

Un sentimiento contra el que no puedes ni nunca podrás luchar. Una magia ancestral que te une a una única persona por el resto de sus días, y sin importar lo difícil que sea un final feliz para esa historia. Esa clase de amor por el que en ese diminuto lapso asumí que por demasiado tiempo había habido algo creciendo en mi interior. Algo que solo se había empezado a materializar desde que me encontré por primera vez frente a su foto. Y el miedo más grande que haya podido sentir, me atenazó. Porque supe, desde ese instante, que aquella parte de mi contra la que nunca podría luchar querría pasar a su lado cada miserable segundo que me quedara. Que ese sentimiento irracional que une a los seres efímeros más allá del tiempo me llevaría a tomar su mano en la oscuridad, y a dormir junto a ella todas las noches que me restaran sobre ese mundo.

Pero no fue algo que supiese como vosotros sabéis que os habéis enamorado de alguien. Fue algo que a los sladers nos pasa y es una realidad. Una magia que solo se desata en el momento adecuado, y frente a la única persona apropiada. Y que no tiene vuelta atrás, por mucho que alguna de las partes así lo quiera.

Desde ese instante no podría fingir no saberlo y seguir esperando a que un día sin previo aviso apareciese la compañera de mi vida. No podría fingirlo más porque acababa de darme cuenta de que, de ahora en adelante y por el resto de mis días, ella sería la única persona a la que sería capaz de amar.

Y por eso aquella visión me atrapó. Vi cosas, sí. Porque es lo que a los sladers nos pasa cuando encontramos a esa persona. Situaciones que aún temía imaginar, y que, sin embargo, más tarde o más temprano iban a pertenecernos a ambos porque, desde ese momento, y aunque ella todavía no lo supiese, habíamos quedado unidos bajo esa clase de unión que entrelaza a dos almas más allá de las barreras del tiempo y de la muerte. Y más allá de los deseos y los miedos que las separan. Sea para bien, o para mal.

Los sladers solo amamos una vez. A una única persona. Sin importar las circunstancias que unan o separen a ambas partes. Cada uno de nosotros tiene a una persona esperándonos y, lo queramos o no, la vida siempre termina por reunirnos. Haciendo que todo lo que hubiese antes deje de existir. Sea justo o injusto, oportuno o inoportuno. Y sin vuelta atrás. Como si el mundo se detuviese. Como si tu corazón se parase, y tu mente te transportara muy lejos, a un lugar que te obsequia con una extraña visión que solo tendrás una vez y en la que se te presentan retazos de un futuro que podría existir con esa persona si decides seguir adelante y oír a tu corazón. Y siempre que las circunstancias os acompañen.

Pero esa visión es algo que nunca pasa a primera instancia. Solo será revelada en el momento exacto en que uno de los dos, no importa cual, esté listo para formar parte del otro. Y se verá correspondida en algún momento por una segunda visión que la completará, cuando la otra persona esté lista para compartir ese sentimiento, y la unión se consume.

En mi caso una extraña fragancia que sabía que no estaba oliendo me embriagó, como llegada desde algún lugar lejano.

La hierba cortada, el océano, el incienso, y el olor del frío.

Aquella canción resonando dentro de mi cabeza. Se llamaba King and Lionheart de Of Monsters and Men, y con el tiempo significaría algo para nosotros. Sentí entrelazarse nuestras manos, aunque eso no estaba ocurriendo y lo sabía. Nos vi corriendo hacia campo abierto, entre un manto de flores mecidas sobre la hierba. Nuestros ojos observaban, distintos, el mundo. Éramos nosotros, pero ya no éramos nosotros. De seguro varios años tenían la culpa, no podía decir cuántos habrían sido. Pero nos amábamos.

Después mi túnel mental se estrechó y, como arrancado de un hermoso y aterrador sueño, regresé a aquel desván. A esa realidad en la que ella me miraba confusa por mi evidente ausencia mental. Y mi gesto se tensó.

Aunque ella todavía no lo supiese algún día a ella le asaltaría la misma sensación al mirarme, y a mí la certeza en el corazón de nuestra unión se consumaba.

Y me encontré todavía parado, observándola, aterrado. Porque lo quisiera o no el amor existía. El preludio de un dictamen cruel del destino que, por más que duela, ni siquiera la muerte se llevará.

Estaba aterrado.

Era el mismo idiota que había creído morir en el instante en que descubrió la fotografía de aquella chica tras abrir el informe en los ministerios, hacía apenas cuatro meses. Sin querer averiguar por qué aquella imagen le aterrorizaba y atraía a partes iguales. El mismo idiota que se había jurado no enamorarse nunca y hacerlo todo para huir del amor, porque la vida es corta para nosotros y hacerle eso a una alguien no es amor. El idiota que con todo su corazón asumió que el amor era una carga pesada para la existencia, y que no lo quería vivir. Ese maldito idiota que desde que conoció a Adamahy Kenneth fue incapaz de evitar acercarse a ella, aunque todo dentro de su cabeza, de mi cabeza, hubiera dicho: "Por favor. No lo hagas".

Una vez más había sido un estúpido. Un arrogante que pensó que podría controlar una situación como aquella, cuando, una vez más, era el destino el que me tendía la trampa a mí, y no al revés.

Existía la seria posibilidad de que muriera esa misma noche. Y, puedo jurar, que nunca había sentido tanto miedo. Pero no era morir lo que me asustaba.

― ¿Eliha? ―preguntó de nuevo, esta vez con el ceño fruncido, mirándome preocupada y sin entender qué pasaba― ¿Seguro que estás bien?

Sacudí mi cabeza con rapidez. Tratando de ralentizar el vaivén de los latidos del corazón en mi pecho. Procurando fingir que nada había pasado, aunque sabía que iba a tener que afrontarlo, más tarde o más temprano, y que estaba indisolublemente unido a aquella chica desde el instante en el que nací. Me pesara o no, ella sería por el resto de mi vida aquello contra lo que jamás podría luchar. Y lo único en este mundo, al margen de la muerte, sobre lo que no hay elección.

―Sí ―dije algo aturdido. Como pude, le devolví una sonrisa a aquellos ojos que por entonces me escudriñaban buscando alguna suerte de respuesta que ni siquiera yo tenía―. Solo un poco estresado ―suspiré.

Ella me devolvió la sonrisa, más tranquila.

―Una vez me pediste que confiara en ti.

Me reí.

―Dices una vez, como si hubiera sido hace mucho tiempo.

Ella sonrió.

―Yo confié en ti ―aclaró―. Esta noche todo saldrá bien. Confía en mí ―Me pidió.

Tomé aliento y sonreí.

―Confío en ti, Adamahy Kenneth ―concluí.

En ese momento se giró y comenzó a bajar las escaleras.

― ¡Y date prisa! ―apremió un poco confusa por la lentitud con la que estaba reaccionado, cosa que no nos beneficiaba―. ¡El último autobús saldrá pronto y nadie quiere tener que coger las bicis esta noche!

Acababa de volver a la tierra, ese lugar en donde vivimos, y en donde aún quedaba una noche a la que sobrevivir.

Suspiré. Varias veces. Y observé con atención la luna en el cielo a través de uno de los ventanales.

Lo que debía asustarme no estaba dentro de esas cuatro pareces, sino en algún lugar de la noche, esperándome. La hora más oscura.

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