8
En la enfermería del palacio, Meryem yacía débil tras el brutal ataque que había sufrido, mientras Firial, una criada que servía en el harem, atendía cada una de sus necesidades con cariño y devoción.
Firial era su apoyo más sólido en esos momentos difíciles, brindándole no solo cuidados físicos, sino también consuelo emocional en medio de su dolor. Meryem, por su parte, se aferraba a la presencia reconfortante de Firial, agradecida por su lealtad y dedicación inquebrantables.
—¿Cómo se encuentra, mi sultana?—Preguntó Firial con voz suave mientras ayudaba a Meryem a incorporarse, tratando de aliviar su malestar.
—Mejor, gracias a ti, y a las doctoras.—respondió Meryem con voz apagada, pero con gratitud en sus ojos.
Firial continuaba cuidando de Meryem con la misma ternura y dedicación, limpiando cuidadosamente las lágrimas de su sultana y ofreciéndole palabras de aliento en su momento de vulnerabilidad.
—¿Cómo puedo agradecerte por todo lo que has hecho por mí?—susurró Meryem, mirando a Firial con admiración y gratitud.
Firial se detuvo por un momento, su mirada reflejando la sinceridad de sus palabras.
—Mi deber es servirle, mi sultana. Su bienestar es lo más importante para mí.—respondió con humildad, pero también con un brillo de afecto en sus ojos.
Meryem le dedicó una sonrisa débil pero sincera, sintiendo el consuelo y el apoyo incondicional que Firial le ofrecía en esos momentos difíciles.
Sin embargo, su breve momento de tranquilidad se vio interrumpido por la presencia inesperada de Mehmed, el príncipe.
—Afuera, déjenme a solas con la sultana.—ordenó Mehmed con firmeza, su preocupación evidente en su voz y en su rostro.
—Mehmed, no-
Meryem sintió un escalofrío recorrer su espalda ante la insistencia de Mehmed. Sabía que su presencia junto a él podía ponerla en peligro, especialmente si Hürrem descubría su cercanía. Temía por su seguridad, pero también por la de Mehmed, sabiendo que cualquier indicio de su relación podría desencadenar consecuencias catastróficas.
—Quiero que me digas ahora mismo quién te ha hecho esto.—insistió Mehmed, acercándose a ella con determinación y preocupación evidentes en su expresión.
—Príncipe, estoy bien... No tiene de qué preocuparse.—respondió Meryem, tratando de calmarlo y protegerlo al mismo tiempo, consciente del peligro que representaba su cercanía.
Mehmed intentó tocarla, buscando consolarla, pero Meryem se retiró instintivamente, la tensión entre ellos era palpable, cargada de emociones reprimidas y temores compartidos.
—Meryem, ¿qué sucede?—insistió Mehmed, su voz llena de angustia y confusión ante la frialdad de su prima.
Silencio, Meryem no quiso hablar pues sabía que si Hürrem se enteraba de aquello le cortaría la lengua o peor, no tendría piedad alguna con ella, morir quizás sería el camino indicado hacia la salida de aquel infierno, ella no era feliz. Desde que sus padres murieron ya nada era como antes, no tenía familia, sus hermanos y tíos parecían odiarla, el sultán era el único que le dirigía la palabra en aquel lugar.
Y Mehmed, lo adoraba tanto que alejarse era como beber el veneno más letal, pero el pronto se iría y debía hacerse a la idea de que se quedaría sola por completo pues sabía que siquiera enviar una carta sería suicidio, con sus ojos hechos un mar de lágrimas finalmente habló.
—No quiero verte más.—susurró, su voz apenas un murmullo ahogado por el peso de sus emociones.—Quiero que te vayas de aquí y me olvides, ¡Vete!
Mehmed se quedó atónito ante sus palabras, sintiendo como si un puñal le atravesara el corazón. No podía soportar la idea de perderla, de renunciar a ese amor prohibido pero apasionado que los unía.
—Meryem.—murmuró, su voz quebrándose con la desesperación y el dolor.—Meryem, por favor, no me hagas esto.
—Mehmed esto ha llegado demasiado lejos, eres mi primo.—Habló entre dientes temiendo ser escuchada.—¿Acaso no lo entiendes? Es repulsivo ante los ojos de todo el mundo, no debería ser diferente para los nuestros.
—Meryem, el que seas mi prima no me impide desearte con todo el corazón... Se que está mal, sé que ni siquiera debería de pensar en todo lo que deseo a tu lado.—Su voz empezaba a romperse, no podía perderla.—Pero no puedo evitarlo, haz cautivado mi alma, si me alejas moriré. ¿Lo entiendes? No puedo vivir sin ti.
Mehmed se acercó a ella, desesperado por alcanzarla, por hacerla entender la profundidad de su amor y su desesperación. Pero Meryem se mantuvo firme en su decisión, sabiendo que era la única manera de protegerlos a ambos de un destino aún más cruel.
—Meryem, te amo.—susurró Mehmed, su voz temblorosa con la intensidad de sus sentimientos.—Te amo más de lo que jamás podré expresar con palabras, y no puedo imaginar mi vida sin ti. Por favor, no me alejes de ti, no me hagas vivir sin tu amor.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Meryem, mezclándose con las de Mehmed en un torrente de emociones compartidas y deseos prohibidos. Sabían que su amor era imposible, condenado desde el principio por las normas y las expectativas que regían sus vidas. Pero también sabían que renunciar a él significaba renunciar a la única fuente de felicidad y esperanza que habían encontrado en un mundo lleno de sombras y peligros.
Meryem y Mehmed se abrazaron con desesperación, aferrándose el uno al otro como si sus vidas dependieran de ello. ¿Como podría vivir alejada de él si lo amaba con tanto fervor? No le importo las consecuencias, ni siquiera si Hürrem la castigaba severamente.
Meryem no podía vivir sin Mehmed,
Mehmed no era nada sin Meryem.
Se necesitaban el uno al otro.
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