Capítulo 4: Ángel del señor.
Las horas pasaban demasiado lentas y Sam se levantó para ir a la pequeña alacena donde Bobby guardaba su licor.
—¿En serio? —se sorprendió Dean—. ¿Vas a emborracharte después de todo lo que hemos pasado? Porque déjame decirte, es algo típico de mí, pero tú, Sammy, eres más del tipo 'libros y té caliente'.
Sam ignoró el comentario y sirvió un trago de güisqui en un vaso pequeño. Lo sostuvo un momento, mirando el líquido ámbar buscando respuesta en él, antes de dar un sorbo y dejar escapar un suspiro.
—¿No recuerdas qué hiciste anoche?
Dean se quedó en silencio por un momento antes de reír suavemente.
—¿También te emborrachaste y olvidaste que estaba durmiendo en la cama de al lado? Ahora sí que estoy orgulloso.
—Dean, no estoy bromeando.
Sam ignoró el comentario, tomó un sorbo largo y se dejó caer en una de las sillas, apoyando los codos en las rodillas. Dejó la mirada clavada en el vaso.
—Bobby dijo que te encontraron en un cuartel porque... alguien llamó. Según el informe, estabas en medio de la calle cuando te detuvieron. Sin ropa, con tu cuchillo en la mano y...
—¿Y qué?
—Y cubierto de sangre.
—¿Y? —repitió Dean.
—No era tu sangre. Ni siquiera sé de quién era. Pero cuando te llevaron al cuartel, los policías pensaron que habías matado a alguien. ¿Lo hiciste?
Dean se frotó la cara con ambas manos y dejó salir un largo suspiro.
—No recuerdo nada, Sammy. Nada. Es como si alguien hubiera apagado las luces en mi cabeza y yo solo... desperté en bolas. ¿Crees que para mí no ha sido traumático?
—Siempre has sido un poco exhibicionista.
—¡Vamos!
—¿No recuerdas nada en absoluto? ¿Ni siquiera un fragmento?
Dean negó.
—Solo esos ojos del color del océano. Ese maldito ruido cuando estallaron las ventanas. Todo lo demás es un agujero negro.
Sam lo observó, buscando cualquier señal de que estuviera ocultando algo, pero lo único que vio fue a su hermano, cansado y confuso.
—No es normal, Dean. No sé qué pasó contigo anoche. Esto no es un caso de amnesia.
—Bueno, eso es tranquilizador, ¿por qué no me dices algo más alentador? Como que probablemente estoy poseído o que tengo algún tipo de chip sobrenatural incrustado en mi cerebro.
Sam esbozó una sonrisa débil a pesar de la tensión.
—Bobby debería preguntar si hubo algo más inusual aparte de los cuerpos sin ojos. Tal vez eso nos dé una pista.
—¿Algo más inusual que yo caminando desnudo, cubierto de sangre y con un cuchillo? Claro, Sam, seguro que hay un montón de cosas más anormales ocurriendo por aquí.
—Lo digo en serio, Dean. Si hubo algo más, cualquier cosa, podría ayudarnos a entender qué está pasando contigo.
—Está bien —Levantó las manos en señal de rendición—. Pero, por favor, que no sea otra prueba de cuchillos o agua bendita. Mi paciencia tiene un límite, y para hoy he tenido suficiente.
***
Las pisadas del viejo cazador llegaron horas después, seguidas por el sonido de una puerta cerrándose con un golpe seco. Bobby entró en el salón con el ceño fruncido y una carpeta de papeles en la mano. Los observó a ambos.
—Bueno, tengo algo.
Sam se enderezó de inmediato, mientras Dean entreabría los ojos desde el sofá.
—¿Y bien? —preguntó Sam.
Bobby se pasó una mano por la barba antes de seguir.
—Anoche hubo un montón de incidentes extraños. Cazadores reportando muertes masivas de vampiros, cambia formas, e incluso un par de demonios. Todos en diferentes lugares, pero aquí cerca.
Sam frunció el ceño.
—¿Cómo es eso posible? ¿Quién lo hizo?
Bobby lanzó una mirada significativa a Dean antes de responder.
—Bueno, según los testigos, fue alguien que no reconocieron. Un hombre. Alto, cabello corto... y llevaba un cuchillo.
Dean se incorporó lentamente.
—¿Un cuchillo? —preguntó—. ¿Qué tipo de cuchillo?
—Un cuchillo como el tuyo, Dean. Lo describieron exactamente igual. Según ellos, el hombre llegó, destrozó a todo lo que no era humano y desapareció antes de que pudieran detenerlo o hablar con él.
Sam y Dean intercambiaron una mirada y luego, volvieron a observar a Bobby
—¿Estás diciendo que fui yo? —preguntó Dean, señalándose con incredulidad—. Porque, déjame decirte, no recuerdo haberme inscrito en algún concurso de caza masiva anoche.
—Eso es exactamente lo que estoy diciendo —replicó Bobby, cruzando los brazos—. Todo apunta a ti, Dean. Las descripciones coinciden, y la forma en que acabaron con esas criaturas... no era algo normal. Fue rápido, limpio. Sabía exactamente lo que estaba haciendo. Solo un cazador podría hacer algo así.
Dean se llevó una mano a la cabeza, masajeándose las sienes.
—Esto no tiene sentido. No recuerdo nada. Lo único que tengo es esos malditos ojos y... luego estoy en ese cuartel, desnudo y cubierto de sangre.
Sam intervino.
—Bobby, ¿hay algo más? ¿Alguna pista sobre qué pudo haberle pasado?
Bobby negó con la cabeza, pero su expresión mostraba que estaba tan preocupado como ellos.
—Nada concreto. Pero sea lo que sea, no es bueno. Algo te sacó del infierno, Dean, y parece que no fue para darte un descanso. Tal vez... te están usando.
Dean soltó una risa amarga, sacudiendo la cabeza.
—Genial. No soy un superviviente del infierno, soy un arma. ¿Qué sigue? ¿Me convierto en el héroe de una profecía ridícula?
—Esto no es una broma, Dean —lo cortó Bobby—. Lo que sea que esté pasando contigo no es normal. Y hasta que sepamos qué es, más vale que estés atento.
***
El motor del Impala sonaba suavemente mientras Sam y Dean conducían por una carretera desierta, la lluvia golpeaba con suavidad el parabrisas. Bobby se había quedado en su casa, haciendo más llamadas, mientras ellos decidieron buscar respuestas por su cuenta. Sam, con las manos apretadas en el asiento, miró de reojo a Dean, quien estaba recostado a pesar de ir conduciendo. Miraba hacia delante, viéndose completamente distante. Sam cogió aire y se atrevió a rompió el silencio.
—Dean...
Dean giró la cabeza hacia él y arqueó una ceja.
—¿Qué pasa, Sammy? No me digas que vas a empezar con otro discurso emocional. Apenas puedo manejar uno por semana.
Sam dejó escapar un suspiro e ignoró el intento de sarcasmo de su hermano.
—Solo... tengo que decirte algo. Algo que no te dije antes.
—Dispara.
Sam apretó los labios.
—Intenté sacarte del infierno —confesó—. Lo intenté todo, Dean. Hablé con demonios, intenté hacer un trato, cualquier cosa para traerte de vuelta. Pero ninguno quiso aceptar.
Dean suspiró y negó con la cabeza. Lo último que quería era que su hermano pequeño se pusiera en peligro.
—Sam...
—¡No! —interrumpió Sam, golpeando el asiento con la palma de la mano—. No me digas que no debía hacerlo, o que no era mi culpa. Porque lo intenté, Dean. Maldita sea, lo intenté. Y fallé. ¡Tuve que enterrarte! ¿Te haces una idea de cómo me sentí cuando vi que no podía hacer nada? Y ahora qué estás aquí, todo va mal porque alguien lo hizo, y no fui yo.
Dean miró hacia adelante, buscando las palabras correctas en el horizonte.
—Sammy, no fue tu culpa. Ninguno de nosotros debería haber hecho tratos con demonios, y lo sabemos.
Sam no respondió, pero la tensión en sus hombros hablaba de su frustración.
Dean desvió la mirada y, después de un momento de duda, se llevó la mano al hombro izquierdo, donde la camisa cubría la piel marcada.
—Escucha... hay algo que no te he contado tampoco. —Sam lo miró de reojo—. Cuando salí del infierno... no fue como despertar de un sueño. Fue como si alguien me arrancara de allí. Literalmente. —Se subió la manga—. Y dejó esto como recuerdo.
Grabada en su piel, estaba la huella de una mano, oscura y marcada como si hubiera sido quemada a fuego lento.
—¿Qué demonios es eso? —logró preguntar Sam.
Dean se encogió de hombros. No tenía una respuesta clara.
—No lo sé. Pero lo siento. A veces... quema. Parece que todavía está sujetándome. No duele, es lo extraño.
—Entonces, quien sea que te sacó del infierno...
—No era humano, eso seguro —completó Dean, y volvió a bajar la manga—. Pero no sé quién o qué era. Y tampoco sé por qué lo hizo. Pero, una cosa te prometo, hermano, si hay algo jugando con mi cabeza, más vale que esté listo para pelear.
***
La noche cayó igual de intensa que la tormenta que se debatía en el cielo y que caía en gotas de lluvia, como quien llora por un amor imposible. Entre el abismo de los sueños y la realidad de dos mundos completamente distintos, Dean descansaba ajeno a que su colchón empezaba a hundirse en la vieja habitación de hotel en el que esa noche se estaban quedando. Frunció el ceño, solo por sentir un pequeño peso en parte del cuerpo y resopló. Sin embargo, cuando quiso estirar la mano, notó que alguien se había posado encima de él. Vigilante y paciente. Como una fiera sobre quien sabe que es su presa ideal.
—Dean —le habló.
Fue entonces, cuando él abrió los ojos y se encontró con ese azul profundo, como el cielo antes de una tormenta, o el mar embravecido, como bien había dicho. Un mar centelleante de una inmensidad que podía reconfortar, pero inquietar a partes iguales. Dean podía jurar, con solo un segundo, que rompía con ellos cualquier fachada. Miraba directamente al alma de quien tuviera delante.
—Quien... —balbuceó Dean, pero justo un rayo los iluminó y vio tras el hombre que se había posado sobre él, dos alas negras reflejándose en las paredes. Dos sombras colosales y preciosas, de un ser que no había visto jamás.
La tensión del momento fue tal, que Dean no tardo en coger su cuchillo y clavarlo en el pecho del hombre. Sin embargo, su apariencia serena e intenso, con líneas marcadas que hablaban de sabiduría y guerra a partes iguales, no cambió en absoluto. No mostró dolor alguno y tampoco pudo verse algún tipo de sangre cuando el cazador miró hacia el arma.
—Tenemos que hablar —dijo con voz calmada. Como si con él no fuera el asunto.
—¿Quién eres tú? Y, ¡¿Por qué estás encima de mí?!
—Soy un ángel del señor.
—¡Eso no responde a por qué estás encima de mí!
El cabello oscuro, corto y algo desordenado del supuesto ángel, enmarcaba un rostro que rara vez mostraba emociones humanas. No porque no las sintiera, sino porque su naturaleza celestial lo mantenía en un estado de constante observación y análisis.
—Pensé que era buena forma para llamar tu atención —respondió—. A las mujeres les funciona.
—¿Qué? —Dean observó de reojo hacia su hermano. Desde luego no quería que los viera en tremenda posición. Sin embargo, cuando lo hizo, vio a Sam durmiendo con la cabeza colgando de la cama—. ¡¿Qué le has hecho a mi hermano?!
—Lo mandé a dormir, necesito hablar a solas contigo. —Con desesperación, Dean le propinó un puñetazo en la cara, pero solo escuchó sus huesos crujiendo sin que el ser que lo mantenía sobre la cama, se moviera ni un solo centímetro—. Te vas a hacer daño, Dean.
—¡No me digas! —se quejó, intentando aguantar los quejidos de dolor mientras se sujetaba la mano lastimada con la que todavía tenía sana—. Los ángeles no existen, así que ve diciéndome qué eres.
—Creo que has llegado a ver mis alas, pero puedo quedarme sobre ti hasta que caiga otro rayo y...
—¡No!
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