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Capítulo 5. Jack


—...nunca más, ¿me entiendes? —susurra Matt, claramente enfadado.

—Sí, lo siento mucho.

—Un lo siento no es suficiente, Denisse. Esto no lo debe saber nadie, ¿de acuerdo?

—Por supuesto —contesta ella con la voz firme.

—Ni siquiera Jack —dice él, tras unos segundos de silencio.

El silencio cae sobre los tres como un manto pesado, pues la tensión del momento es palpable, a pesar de que no puedo ver qué está pasando. De pronto, tengo miedo de que vayan a salir de la habitación, así que me alejo un poco, no sin antes escuchar la respuesta de Denisse:

—Ni siquiera Jack.

Me retiro, tratando de no hacer ruido para no llamar su atención. Espero un buen rato, para asegurarme de que ya se ha ido Matt de la habitación, y vuelvo para ver a Denisse. Antes de entrar respiro hondo, tratando de borrar de mi cara cualquier evidencia de remordimientos. No quiero sepa que he estado espiando una de sus conversaciones, a pesar de no haberme enterado de qué iba la cosa. Y, por mucho que me interese, sé que no puedo preguntarle nada, ya que si no, me estaría poniendo en evidencia a mí mismo.

Sin más dilación, me acerco a la puerta y la abro, sin llamar antes. Ella está tumbada en la cama, leyendo uno de sus libros. Cuando me oye entrar se gira y me sonríe. Sus ojos azules se llenan de ternura y algo dentro de mí se derrite.

—¿Qué tal? —pregunta ella, antes de que pueda decirle nada.

—Bien, te estaba buscando —contesto, sin preguntarle a ella, dado que sé que me va a mentir para ocultar la conversación con Matt.

—¿Ah, sí? ¿Puedo preguntar por qué? —Cierra su libro y se incorpora, haciendo un gesto para que me siente junto a ella.

—He tenido un pequeño problema en la oficina con Matt. No parecía estar muy contento... —Desvío la mirada.

—¿Qué ha ocurrido? Le he visto brevemente antes —confiesa; un destello aparece en sus ojos, pero pronto se desvanece, antes de que descubra de qué se trata—, no parecía estar muy contento.

—Ya, no sé qué le pasa hoy. Parece que está con la regla —bromeo, haciéndole reír—. Aunque, a decir verdad, es probable que haya sido en parte mi culpa que esté de tal humor... He dejado desatendida la oficina un rato para irme a la biblioteca. Todo estaba calmado, por lo que supuse que no pasaría nada. Al fin y al cabo, no es la primera vez que lo hago. Pero, en fin, la cosa es que ha ocurrido algo, una emergencia de algún tipo. No me ha querido decir qué era. Incluso, ha borrado todos los datos acerca de lo ocurrido del ordenador, sin decirle nada a nadie.

—Qué extraño...

—¿Verdad? Luego, he mirado en la biblioteca para ver si tenían algún libro que hablara sobre ello. Lo único que he encontrado ha sido un reglamento acerca de los Principados, en el cual había un apartado que hablaba de una cosa llamada "Casos Protegidos". Por desgracia, no ponía nada de importancia.

—Es como si quisieran ocultarnos algo. Pero, ¿el qué? —pregunta ella, sus ojos plagados de curiosidad.

—Eso es lo que quiero averiguar. Pero nadie parece saber de qué se puede tratar, y de seguro que Matt no me va a contar nada.

—Teniendo en cuenta que ha borrado todo lo de tu ordenador, como has dicho, dudo que te diga algo. Al fin y al cabo, es una Dominación. Y, a pesar de que esté en el mismo grupo al que yo voy a acceder, ellos saben mucho más. Ellos son los que controlan este mundo, y son los que más cerca están de los Gobernadores.

—Pero los Gobernadores son una leyenda. Nunca nadie ha visto u hablado con alguno de ellos por lo que, ¿qué te hace pensar que realmente existen?

—No lo sé, en realidad. Se podría decir que es como los humanos con Dios... Millones de ellos creen que existe un creador del universo que los mira desde el espacio, pero nadie tiene la prueba de que sea real. Incluso hay pruebas de la creación del universo encontradas por la ciencia y, sin embargo, siguen creyendo que ha sido Él el creador de todo.

»Por lo tanto, se podría decir lo mismo con los Gobernadores. Ellos en la religión son sumisos de Dios, los más cercanos a Él, pero nosotros sabemos bien que no es así. Aunque no sepamos si existen los Gobernadores, lo más probable es que sí, pero no son siervos de Dios. No sé si existirá o no, pero sé que si Dios creó la muerte, no fue para que algunos tuviésemos una segunda oportunidad para vivirla. Eso ha sido obra de los Gobernadores. No sé si me explico...

—Sí, te explicas, y me has dejado de piedra, la verdad —contesto tras reflexionar sus palabras—. Nunca lo había visto de esa manera, supongo.

—Me gusta mucho pensar en esas cosas —murmura, ruborizada.

—Se ve. Entonces, no sabes nada sobre lo ocurrido, ¿no? —pregunto, una última vez.

—Ni idea. Tendrás que preguntar por ahí... y esperar que alguien sepa algo. —Me dedica una sonrisa tímida.

—Lo haré. Pero antes... —acaricio su mejilla, y la beso con dulzura.

Ella me besa de vuelta. Sus labios son suaves; sus besos hacen despertar en mí una oleada de calidez y ternura. Me gusta estar con ella, me siento a salvo... me siento como en casa. Ella es lo único y lo más especial que tengo, y la quiero con toda mi alma.

Me echo hacia atrás y ella no tarda en ponerse encima mía. Le beso el cuello con dulzura, haciendo que su cuerpo entero se estremezca. Ella sonríe. Me besa de nuevo, y cuando se separa de mi me mira a los ojos. En ese momento, nos entendemos tan solo con juntar nuestras miradas. Nuestras almas se juntan en una sola, intensificando la alegría y el placer del momento.

Dess se levanta para quitarse la camiseta, pero de pronto una ondulación en el aire nos penetra a los dos, indicándonos que alguien acaba de subir a esta pequeña ciudad de nuestro gran mundo. Ambos nos pausamos, inseguros de qué hacer.

—¿Quieres... ir a ver? —pregunta ella, tímida.

—No, es igual. Ya descubriremos más tarde quién es —sonrío—. Ven aquí.

Ella asiente, quitándose al fin la camiseta. Ambos nos dejamos hacer, nos dejamos llevar; uniendo nuestros cuerpos al compás del amor y la lujuria. Nos entregamos el uno al otro, acariciándonos con cariño, deleitándonos en el momento. Finalmente, nos rendimos el uno junto al otro, nuestras respiraciones aceleradas pero entrecortadas. Nos abrazamos, con una sonrisa y descansamos entre el calor de nuestros cuerpos.

Tras haber descansado un rato, nos levantamos y nos vestimos. Juntos, nos acercamos al Edificio de Entrada y Preparación, donde estará el recién llegado. Aquí vienen las personas de las ciudades cercanas a Skyfall, mientras que existen otros EEP para personas de otros lugares del continente. Por supuesto, existen EEPs para todos los lugares del mundo, pero se encuentran a la misma distancia que en la Tierra. Por lo tanto, siempre que alguien nuevo viene tratamos de ir, para ver si se trata de alguien que conocemos. Nunca ha ocurrido, pero nunca perdemos la esperanza. Sí que ha entrado gente de Skyfall, pero nunca conocidos.

Al llegar al Edificio, lo normal es recibir terapia para preparar a la persona, para acostumbrarlo a su nuevo mundo y hacerle aprender las normas del lugar. Varía mucho el tiempo de estancia según la persona, pero por lo general no suele ser necesario más de un mes o un par de meses. Por supuesto, hablando de adultos. En mi caso, pasé bastante tiempo ahí encerrado junto con Denisse, la cual llevaba un tiempo allí intentando recuperar su memoria, sin éxito alguno.

Entramos decididos. Hay un bullicio de gente, hablando sobre el recién llegado. Naturalmente, no somos los únicos que venimos a ver de quién se trata, aunque la mayoría salen de aquí bendiciendo que no conocen a la persona; quieren que sus seres queridos encuentren la paz, pero, todos sabemos que en algún rincón de su corazón, desean que vengan aquí para volver a verlos de nuevo, por cruel que sea.

—Jack —oigo la voz de uno de nuestros amigos.

El pelirrojo se hace paso entre la gente, casi sin problema debido a su altura, y se acerca a nosotros. Lo conocimos hace seis años. Desgraciadamente, yo estaba en la oficina cuando él se quitó la vida, y fui el primero en recibirle aquí en el cielo. Desde aquel momento, entablamos una fuerte amistad.

—Hola, Marc —saluda Denisse, abrazándolo.

—¿Qué tal? —Nos abrazamos también—. ¿Has visto ya al nuevo?

—Sí. Yo no le conozco. Es un hombre mayor y por lo que he oído, fue asesinado —comenta, con cuidado.

Nunca solemos hablar de estos temas dado que son un poco delicados. Veo como me mira, estudiando mi reacción ante sus palabras, pero yo me muestro impasible. Trato de dar la impresión de que no me importa y, aunque no debería ya que mi vida ha mejorado gracias a eso, gran parte de mí todavía siente gran aflicción.

—Voy a ver. ¿Quieres venir?

—No, es igual... —contesta Denisse.

Puedo ver el conflicto en su mirada. Es la palabra que ha dicho Marc lo que la ha asustado, y no la culpo. Al igual que muchos otros, teme que sea alguien conocido. No me excluyo del grupo, pero no puedo evitar saciar esa preocupación interna. Siempre que entro ruego por mi vida que no se trate de mi madre... e incluso de mi hermano, aunque nunca podría reconocerlo, ya que nunca llegué a verlo.

Me alejo de Denisse y Marc, y me abro paso entre el gentío, tratando de llegar al frente. Allí, se alza una gran cápsula en la que podrían caber varias personas, en la cual se materializa la persona recién llegada. En este caso, han sacado ya al hombre, pero todavía yace inconsciente. Mientras le trasladan a una camilla y le inyectan un millón de cosas, busco su rostro. Me pongo de puntillas para ver mejor; la gente todavía no se aparta a pesar de haber estado viendo la misma escena durante un rato. Son todos unos curiosos.

Pasan unos segundos hasta que al fin puedo ver su cara y, al hacerlo, algo dentro de mí se congela. Mi corazón parece dejar de latir y siento como si me lo hubiesen arrancado de golpe, causando que no pueda respirar. Siento que me ahogo, siento que no me llega el aire y que me asfixio poco a poco. Pero, pronto descubro que no es así. Sigo con vida, sigo en pie, observando patidifuso ese rostro que no había visto en años. No sé qué hacer.

De pronto algo en mi interior explota, y el fuego de esa explosión me recorre todo el cuerpo. Se infiltra en mi sangre, quemándome el corazón. Las lágrimas se me escapan, mudas pero templadas. Caen con sigilo por mis mejillas y, a cámara lenta, las veo caer al suelo, haciendo un ruido casi imperceptible. Aprieto los puños, tratando de contener la ira que tan de golpe se ha apoderado de mi cuerpo, pero no surte efecto.

Grito. Grito de dolor y de rabia. Siento las emociones de aquel día hace diecisiete años recorrer mi cuerpo otra vez, y eso alimenta mi odio. La gente se aparta de mi al rededor, preocupados. Se han dado cuenta de que es alguien a quien conozco, pero no tienen ni idea de quién es en realidad, no tienen ni idea del daño que ha hecho y del odio que ha producido. Los enfermeros que atendían al recién llegado se acercan a mí.
Veo todo borroso, como si realmente no estuviese pasando. Deseo con todo mi ser que así sea, que se trate tan solo de un maldito sueño, pero entonces le veo otra vez y algo me dice que no, que es todo verdad.

Me levanto del suelo; ni siquiera me había percatado de que había caído de rodillas al mármol frío. Noto una pequeña mano en mi hombro, que trata de hacer que me dé la vuelta, pero no lo hago. No puedo despegar mi mirada de él. Me acerco, con las intenciones muy claras, pero parecen haberse dado cuenta de qué es lo que pretendo, porque pronto llegan los guardias de seguridad para llevarme fuera del establecimiento.

Todo sigue pareciéndome un sueño. Noto como si la vida fuese a cámara lenta, como si quisiera que me enterase de cada segundo de dolor. Pero pronto me devuelven a la realidad. Antes de tirarme al suelo fuera del edificio, veo sus caras. Veo a Denisse, está llorando. Marc la abraza con fuerza, tratando de consolarla, pero ella se deshace de sus brazos y corre hacia mí. Sin embargo, mi mirada está fija en Matt. No puedo entender qué dice su expresión, pero me hago una idea. Él lo sabía. Él sabía que mi padre iba a subir al cielo.

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