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Capítulo 4. Arika


Su rostro se muestra turbado. Guardo las llaves en mi bolso y me acerco a él. No trabaja tan temprano, por lo que internamente me pregunto qué hace saliendo de casa a las ocho de la mañana. Le planto un beso en los labios, pero él sigue algo aturdido.

—¿Qué ocurre? —pregunto, oficialmente preocupada.

—Me han llamado de la oficina. Tengo que cubrir una noticia urgente.

—¿Y es por eso que estás así?

No llevamos saliendo mucho tiempo, pero si hay algo que sé sobre Dylan es que le encanta su trabajo. Me sorprendería verlo así por el mero hecho de tener que trabajar.

Acerco mis dedos a su mejilla; está áspera. Con suavidad, levanto su barbilla para unir nuestras miradas. Sus ojos azules, normalmente rebosantes de ternura, aparecen gélidos y distantes. Su rostro luce pálido, como si no hubiese salido al sol en meses, lo cual contrasta con su pelo negro. Parece que recién se ha levantado y no me extrañaría que así fuese.

—No. Es la noticia lo que me tiene así -contesta tras meditar unos segundos mi pregunta.

—Comprendo. —Me pauso un momento para pensar qué hacer-. Vamos dentro un rato.

Le doy media vuelta y le empujo un poco para que entre de nuevo al apartamento. Sé que no va a tardar en reprochármelo, dado que tiene que correr para llegar al trabajo, pero también sé que no puede ir así.

—Ari... —susurra.

Es la primera vez que entro a su piso. Aunque es exactamente igual que el mío es, al mismo tiempo, completamente diferente. Parece avergonzado de que me encuentre allí; no ha tenido mucho tiempo para limpiarlo. Pero, por el momento, eso es lo que menos me importa.

Le preparo un café y me siento enfrente suya mientras se lo toma. Le observo, curiosa. El calor de la bebida parece descongelarlo un poco, además de devolverle su color sonrosado, pero todavía se puede ver el dolor en su rostro. No me puedo empezar a imaginar de qué se trata la noticia que le han asignado.

—Han... alguien ha muerto —dice finalmente, tratando de escoger bien sus palabras.

—Vaya, lo siento mucho. ¿Cómo ha ocurrido? —pregunto, curiosa.

—Le asesinaron —admite con seriedad.

Se me para el corazón por un segundo. Eso era algo que no me esperaba para nada, ni siquiera se encontraba en mi lista de posibles cosas que podrían haber ocurrido. Con un nudo en la garganta, me levanto y me acerco a él para abrazarle. No puedo imaginarme cuan duro debe de ser para él.

Sin decir nada más, nos separamos. Él me da un beso a modo de agradecimiento por mi apoyo, y bajamos juntos las escaleras sin decir palabra. Me agarra fuerte la mano, sin hacerme daño, pero dejándome saber lo mucho que le angustia estar en esa situación. Me duele verlo así, me siento impotente al no poder hacer nada por ayudarle; tan solo puedo desear que después de dar la noticia se le quite un peso de encima y se encuentre mejor.

Escucho la voz de mi profesor de fondo, pero mis pensamientos están en otro lado. Tras haber estado con Dylan, no he podido dejar de pensar en lo ocurrido. No le he hecho más preguntas por no agobiarlo más, pero no me ha hecho ni falta. Internet nunca tarda en enterarse de este tipo de cosas.

He estado leyendo las pocas noticias que han salido, las cuales me han dado poca información. Tan sólo se sabe que era un hombre mayor, de alrededor de cincuenta años. Se han llevado el cuerpo para identificarlo y para hacerle la autopsia, pero por el momento no han conseguido averiguar quién es; tiene heridas múltiples en el rostro que impiden identificarlo fácilmente.

Miro al reloj. Son las 10.23 de la mañana. Quedan siete minutos para que finalice la clase, después de la cual tengo un período libre, por lo que podré hablar con Dylan. Me muero de ganas de preguntarle todos los detalles, pero probablemente él sepa lo mismo que yo. Además de que no quiero molestarle con mis preguntas tontas tras saber cómo ha reaccionado ante la noticia. Todavía puedo recordar sus ojos azules, repletos de tristeza y consternación. Algo en mi estómago se retuerce y entiendo enseguida lo mucho que sufro al verle así. Trato de mover esos pensamientos a un segundo plano, pero no surte efecto; él es más importante que cualquier otro pensamiento.

Llevamos poco tiempo saliendo, pero en ese poco tiempo se ha convertido en alguien de vital importancia para mí. En un principio, solo fuimos amigos. Nos conocimos apenas me mudé al piso de Carol, pero los sentimientos que teníamos el uno por el otro no afloraron hasta años después. Aun así, Dylan fue mi mejor amigo en los momentos más duros.

No nos costó entablar amistad. Cuando Marc todavía estaba aquí, le hablaba sobre su comportamiento, pues yo no conseguía entender por qué hacía aquello. Pero Dylan, en cierta manera, pudo comprenderlo. Me lo intentó explicar, pero yo seguía con las mismas ideas en mi cabeza, lo que poco después me llevó a dejarle. Meses después, Marc falleció y, aunque me culpé durante mucho tiempo por su muerte, Dylan me consoló y me dejó llorar en su hombro incontables veces. Eso forjó nuestra amistad y facilitó que, más tarde, surgiera el amor entre nosotros.

Al fin, suena el timbre. Consigo escapar de la clase antes de que se forme la marabunta de estudiantes de la cual es casi imposible escapar, y me dirijo a los jardines del campus, uno de los lugares más tranquilos de la universidad. Me siento sobre la fina hierba, a pesar de que está un poco húmeda todavía, y saco mi teléfono móvil. Tecleo el número de Dylan con rapidez; ya me lo he aprendido de memoria. Al otro lado de la línea se escuchan varios tonos, y justo cuando voy a perder la esperanza, se escucha su voz.

—Ari —contesta, habiendo reconocido mi número, con la voz un poco ronca.

—¿Qué tal estás? —pregunto, sin rodeos.

—Un poco mejor. Me ha costado un poco al principio, pero una vez he empezado me he calmado un poco.

—Me alegra que estés mejor... —Me pauso un segundo, preguntándome si es buena idea hablarle más sobre el tema, pero mi instinto de curiosidad me puede—. Quería preguntarte una cosa, si no te importa.

—Claro, dime. —Intenta sonar dulce, pero pude notar en su voz el nudo que ataba su corazón, produciendo un dolor inmensurable en su interior.

—¿Quieres que luego me pase por tu casa? —pregunto al final, cambiando de idea.

—Vale. No me vendría mal un poco de compañía... Hablamos luego, tengo que seguir trabajando.

—Genial. Hasta luego.

Se despide silenciosamente y cuelga el teléfono. Miro la diminuta pantalla del aparato, la cual muestra el tiempo de duración de la llamada. Apenas hemos hablado dos minutos, pero no importa. Tan solo necesitaba saber cómo se encontraba y, a pesar de haberme dicho que estaba mejor, en mí interior sé que no es verdad. Su propia voz lo delata.

El resto del día se me pasa volando. Me siento culpable, en parte, por no haber prestado mucha atención en las clases, pero por más que lo he intentado, Dylan seguía ocupando el primer puesto en mi mente. De todas maneras, me echo la bronca mentalmente. Nunca he dejado que los chicos se apoderen de mi mente hasta el punto de distraerme por ellos, pero por algún casual lo he dejado pasar en esta ocasión. Y sé que será la última vez que ocurrirá, porque los sentimientos de culpabilidad caen sobre mí como una losa.

No es como si me encantase estudiar, pero sé que mi madre se ha esforzado mucho por reunir el dinero para pagarme los estudios. Además de que se ha molestado en hacerlo, después del daño que le he causado. Y por ello sé que, aunque en ocasiones la haya odiado, no puedo defraudarla. Al fin y al cabo, sigue siendo mi madre y sigo queriéndola como nunca.

—Hola —saludo al entrar al apartamento.

No sé si Carol estará en casa o no. Este mes trabaja turnos de noche, por lo que lo normal sería que estuviese, pero quizás haya salido de compras o a ver a su novio. La puerta de su habitación está entreabierta, pero cuando la abro del todo descubro que ella no está allí. Me dirijo a mi cuarto, por lo tanto, para estudiar un rato antes de ir a visitar a Dylan, ya que, de todas formas, todavía no habrá vuelto del trabajo.

El tiempo se me pasa volando. Han pasado ya dos horas desde que me puse a estudiar. Por un lado, me siento mal por haber pasado tanto tiempo sin hablar con Dylan, pero, por otro lado, me siento mejor, ya que he conseguido estudiar y entender todo lo dado hoy en clase.

Satisfecha, guardo mis libros y salgo de mi habitación. Al parecer, Carol todavía no ha llegado, pero eso no me preocupa. Salgo del piso y cierro con llave. Llamo a la puerta contigua y pasan unos segundos hasta que Dylan al fin me abre la puerta.

—Hey —dice, plantándome un beso en los labios—. Pasa.

—Gracias. —Le sonrío, mientras entro a su apartamento.

Parece estar más despejado que esta mañana, cuando entré sin previo aviso. Todavía puedo advertir en sus ojos algo de vergüenza, pero no le presto atención. Ya sabe que no me importan ese tipo de cosas. Me siento en el sofá, mientras que él se dirige a la cocina.

—¿Quieres algo? —pregunta desde la sala contigua.

— ¿Qué tienes?

—Café, zumo y... té. No tengo mucho, ya lo siento —contesta, ruborizado.

—No te preocupes. Un café está bien —comento, tranquilamente.

No tarda en volver a la sala de estar con dos tazas de café. Se sienta junto a mí y me ofrece una de las tazas, la cual acepto con una sonrisa. Estamos un rato en silencio, sin saber muy bien qué decir, pero no tarda en romper el silencio.

—Estoy mejor —aclara.

Quería habérselo preguntado nada más llegar, pero no quería parecer muy impaciente. Tampoco quería estresarlo más de lo que ya estaba, así que había decidido abstenerme de preguntar. Pero, al parecer, mi mirada me delata, porque él no parece haber tardado en descifrarlo. No me importa mucho, al fin y al cabo, porque así sabe lo mucho que me importaba.

—Me alegro, de verdad.

—No se sabe mucho, todavía. A parte, la policía no quiere revelarnos mucho por el momento. Aunque, al parecer, ellos todavía no saben ni quién es. Solo se sabe que, quienquiera que lo hiciese, buscaba vengarse del pobre hombre. Me pregunto qué tuvo que hacer para acabar de tal forma.

—Probablemente, algo muy malo... No me quiero ni imaginar. Pero, seguro que cuando descubran quién es, sabrán qué fue lo que hizo y quién pudo haber querido vengarse de él. ¿No te han dicho nada más? —pregunto, ahora con la confianza de poder hablar de ello.

—En realidad...—titubea; no está seguro de si puede contarme lo que sabe—, sí que sé algo más.

—No hace falta que me lo cuentes, no te preocupes —aseguro, bebiendo un poco de mi café.

En realidad, es obvio que quiero saberlo, pero no puedo forzarle a hacer algo que no está dispuesto a hacer. Además de que, es posible que en el trabajo le prohíban hablar más de la cuenta.

—No, quiero contártelo. Decían que... tenía una marca extraña en el brazo. Algo así como un tatuaje, un emblema de alguna asociación, la cual sospechan que no puede ser de algo bueno. Pero, todavía no están seguros de qué se puede tratar, pues nunca habían visto algo semejante. Pero... lo más extraño no era eso. Lo más raro era que su piel estaba como ennegrecida, pero no hay ningún indicio de que sea pintura o algo asemejado.

—Es decir, su piel se ha vuelto oscura tras morir. ¿Por qué? —pregunto al aire; no espero respuesta alguna.

—Algo así —contesta, pensativo.

Sé que algo más le ronda en los pensamientos, pero decido no preguntar. Ya me ha confiado cosas que, con certeza, no debería haberme dicho. Por ello, me parece injusto interrogarle más, pero igualmente, estoy muy agradecida por que haya podido confiar en mí.

—Y tú, ¿qué tal estás? —pregunta, después de un rato.

—Yo, bien. He estado pensando últimamente en Marc y todas esas cosas... Pero es raro —concluyo, al fin.

—¿Raro? ¿Y eso?

—No lo sé. Me siento como ajena a todo aquello. Ha pasado tanto tiempo que... me parece como si fuese otra persona la que vivió en ese momento. Y, en parte, lo es. Pero, me siento diferente. Como si algo dentro de mí hubiese despertado, ¿sabes? Es extraño, no lo sé.

—Sí, te entiendo. Eso, lo único que significa es que has madurado. Y que, finalmente, has conseguido averiguar tus sentimientos sobre todo aquello. Y no es nada malo, en realidad, es bueno para ti. Ahora no sentirás los remordimientos que recuerdo con claridad que sentías. Y aunque te parezca que es un comportamiento frío o desinteresado, no lo es. Significa, sencillamente, que ha terminado de afligirte.

—Eso es bueno, supongo —contesto, sonriendo.

Tiene toda la razón, ya no me siento tan mal como me sentía antes. Por supuesto, añoro mi adolescencia, y en ningún momento dejé de echar de menos a Marc, pero algo en mi interior por fin ha encajado. Por fin, me he dado cuenta que, por mucha nostalgia que sienta hacia aquellos tiempos, nunca volverán. Y al principio, eso me dolía, pero me he dado cuenta de que lo que avecina es mucho mejor. O, por lo menos, eso pensaba. 

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