Capítulo 3. Arika
Suena el despertador e inmediatamente abro los ojos. Llevo despierta unos minutos; en un principio estaba reflexionando sobre la vida en general pero de pronto he recordado qué día era hoy. Hacen seis años desde que me fui de casa a decir verdad, por una autentica estupidez.
Aún y todo, me alegro de que eso ocurriese, porque si no a día de hoy seguiría encerrada en esa casa con mi cruel madre y odioso padrastro. Les importaría muy poco el hecho de que tenga 22 años, mi madre seguiría tratándome como si fuese una niña e intentando hacer de mí esa mujer "perfecta" que quiso hacer de ella pero, por desgracia, no pudo.
Recuerdo el día como si hubiese ocurrido ayer. Acababa de llegar a casa después de haber pasado la tarde con Marc, mi novio por aquel entonces. Llevábamos casi dos años saliendo juntos sin que mis padres lo supieran, eran muy estrictos respecto a ese tema. Él era el chico ideal, con el que toda adolescente alguna vez sueña. Era como tener un mejor amigo en todo momento, con el que podías contar para lo que fuese.
Él era alto, muy atractivo y exótico. Era pelirrojo natural, cosa que era extraña ver por este pueblo, y tenía los ojos del color de la Coca cola. Por aquí la mayoría teníamos ojos claros, por lo que ese color era algo excepcional, y me encantaba que fuese todo mío. Eso causaba mucha envidia entre mis compañeras, pero era algo que me preocupaba poco.
Sin embargo, a diferencia de la mayoría de los chicos, era tímido y reservado. No hablaba mucho en clase, aunque cuando estábamos juntos hablaba por los codos. Yo, por el contrario, hablaba constantemente, tanto fuera como dentro de clase, lo cual nos diferenciaba un poco. Aun así, nos comprendíamos a la perfección. Él también vivía con un padrastro en su casa, además de hermanastros. Por suerte, yo no tuve que sufrir eso último en ningún momento.
Nos queríamos con locura. En aquel momento siempre pensé que él sería el amor de mi vida, pero ¿y quién no piensa eso en algún momento de su vida? De todas formas, cada momento que viví con él no lo olvidé jamás. Fue una parte importante de mi vida y, aunque ahora ya no forme parte de ella, me enseñó cosas que me ayudaron a crecer, que me hicieron ver la vida desde otra perspectiva.
Aquel día saqué las llaves de mi bolso sin saber qué me esperaba al otro lado de la puerta y las consecuencias que tendría. Al entrar estaban ambos, mi madre y mi padrastro, sentados en el sofá de la sala de estar. Mi madre expresaba preocupación e ira al mismo tiempo, mientras que la expresión de él se mantuvo neutra.
—¿Qué ocurre? —pregunté al tiempo que dejaba las llaves colgadas y me quitaba la chaqueta.
—¿Estás segura de que no lo sabes ya? —gruñó mi madre; el dolor era obvio en sus ojos.
Podía verlo claramente desde donde me encontraba: dolor, odio y decepción. Solían ser sentimientos habituales en ella, pero nunca juntos, siempre aparecían en situaciones diferentes. Eso me dio por lo que preocuparme. La única vez que aquellos sentimientos habían aparecido juntos en mi madre fue durante la ruptura con mi padre. Tras ello, estuvo meses devastada, rota. Estaba tan deprimida que nunca pensé que podría recuperarse, pero lo hizo. Llego Zac Murray a su vida y le dio un giro de ciento ochenta grados. De repente, se convirtió en otra persona. Me alegré por ella, hasta que descubrí su lado oscuro. Lilianne Murray ya no era quien había sido en un pasado; toda aquella oscuridad y furia que se desató durante la ruptura con papá se convirtió en una persona. Se convirtió en su otra mitad. Lilianne Jones había desaparecido para siempre.
—¿He hecho algo mal? —pregunté, extrañada además de un poco irritada.
—Déjalo, lo sabemos ya de todas maneras —dijo, cortante—. ¿Cómo nunca nos dijiste que andabas con un chico? Te ha visto medio pueblo metiéndote en el coche con él y dándoos el lote por ahí por el pueblo. ¿Qué estabas pensando? ¿Cómo has podido deshonrarnos de tal manera, Arika? ¡Ahora todos pensarán que eres una prostituta! Nunca pensé que podrías acabar así.
—¿Deshonrar? ¿Prostituta? ¡Por favor, mamá!, no exageres, que no estamos ya en el siglo dieciocho —grité, enfadada.
No podía hacerme a la idea de que me estuviese diciendo esas cosas. Tenía ya 17 años, y era lo suficientemente madura como para tomar decisiones acertadas. A veces mi madre tenía unas ideas de bombero. Parecía mi abuela, siempre diciéndome que no podía ir con ropa que enseñara algo de piel.
—A mí no me hables así, señorita. No estoy exagerando. Estás empezando a ser como esa amiga tuya, esa... eh, Carol se llamaba ¿no? No quiero que acabes siendo una desgraciada como ella, viviendo sola a los 18, tomando cualquier tipo de sustancia y estando con todos los chicos que se le ponen por delante. ¡Por Dios! Eres mucho mejor que esa escoria.
Estaba en shock por todo lo que acababa de decir. Carol había sido mi mejor amiga desde que tenía trece años. Ella tiene un año más que yo, pero por aquel entonces tuvo que repetir de curso, lo que hizo que acabáramos siendo mejores amigas. Se fue a vivir sola hacia la misma edad que yo, dado que en casa no podía estar. Sus padres vivían en una situación muy pobre, su madre bebía muy a menudo y cuando su marido no estaba, llevaba a extraños a su cama para ganar algo más de dinero para su hija. Pero ese dinero siempre acababa invirtiéndolo en alcohol y a veces incluso en drogas. Nunca se dio cuenta de que su hija estaba viendo todo eso en primera fila, lo que le hizo sufrir durante mucho tiempo. Al tiempo, los servicios sociales la llevaron a otra casa, de la cual se mudó pocos años después, para independizarse.
Eso me inspiró una idea. Sin responder a lo que acababa de decir mi madre, subí a mi habitación. Podía oír sus gritos, mientras corría detrás mía tratando de alcanzarme. Gritaba cosas sin sentido, como por ejemplo, que estaba castigada durante toda mi vida, que tenía que entregarle mi teléfono, etc. Entré a mi cuarto, di un portazo y cerré con pestillo para que no pudiese darme más la tabarra.
Al principio, gritaba y golpeaba la puerta como una lunática para que le abriese, hasta que una media hora después, vino Zac a calmarla. Podía oírlos hablando gracias a la finura de las paredes; mi madre estaba convencidísima de que me había escapado por la ventana. Para quitarle esa idea de la cabeza, cerré la ventana. Así, pensarían que no tenía intención de escaparme, lo cual haría las cosas mucho más simples.
Un poco después bajaron al patio trasero para comprobar que no me había ido. Cuando vieron que mis ventanas estaban cerradas, volvieron dentro. Mientras tanto, saqué las cosas de mi armario y empecé a meterlas en una maleta. Sabía que no podía llevarme todo, tenía espacio limitado, pero me apenaba dejar cosas atrás. Toda mi infancia se encontraba en aquella habitación. En aquella triste casa. Resoplé.
—Arika —llamó mi madre suavemente, al otro lado de la puerta—. No te enfades conmigo, por favor. Ábreme la puerta.
No respondí. Se había pasado con lo de Carol y ni siquiera se había molestado en pedir perdón por ello. Ella era así. Siempre pensaba que tenía razón con absolutamente todo y decía cosas hirientes de todo el mundo, incluido su marido y sus amigos. Y lo mejor es que, después, esperaba que todos siguiesen siendo amables con ella y, cuando alguien dejaba de hablarle, se extrañaba.
Sabía que tenía que irme cuanto antes pudiese. Nunca entendí cómo no me volví loca viviendo en aquel sitio. No podía hacer nada que no le gustase a mi madre. Todo se trataba de complacerla a ella, allí no existía el "a mí me gusta...". Quería que me convirtiese en lo que ella siempre quiso ser y no pudo porque, según ella, se casó con un imbécil. Es decir, mi padre. Eso siempre me hizo gracia porque, en realidad, había sido al revés. Y aún y todo, ella había ganado la custodia completa sobre mí, mientras que a él lo había dejado sin absolutamente nada. Era una bruja.
Ese mismo día esperé a que cayese el sol, para poder escabullirme sin que se enterasen. Le había mandado un SMS a Carol para que viniese a recogerme en coche de madrugada y ella no tardó en aceptar. Llegada la hora, recogí mi maleta y un par de mochilas con más cosas, y bajé al salón tratando de hacer el menor ruido posible. Eran alrededor de las tres de la mañana, por lo que no me preocupaba que estuvieran despiertos.
Abrí la puerta principal, donde estaba Carol esperando. Cogió las dos mochilas y las llevó al coche, mientras que yo llevaba la maleta. Miré atrás una vez más. A pesar de todo, me daba pena largarme, y más de tal forma. Las veces que había soñado con el día que me iba de casa, era porque me mudaba al campus de la universidad. Pero las cosas nunca salen como uno quiere. Caminé hacia el viejo coche de mi amiga, dejando atrás toda una vida, junto con una nota de despedida.
Desde aquel día dejé de ver casi a mis padres. Los tuve que ver de vez en cuando para hacer papeleo y cosas por el estilo debido a mi repentina mudanza, pero una vez acabado eso, dejé de verlos por completo. A veces me llamaba mi madre, pero pocas veces le respondía. Siempre acababa echándome en cara lo que había hecho.
Además, mi madre y Marc comenzaron a hacerse amigos. Tras eso, no le pareció tan malo que tuviera novio, pero solo me decía eso porque él coincidía con ella. Él pensaba también que no debería haberme ido de casa, que era demasiado joven para independizarme. Sobre todo, le parecía un acto de "rebeldía", alegando que eso solo lo hacían niños malcriados como aquellos que se emborrachaban e iban a bares a nuestra edad, cosa que me dijo que acabaría haciendo yo misma como siguiese así.
Tras un tiempo, me di cuenta de que le contaba a mi madre absolutamente todo lo que hacía. Se habían hecho cómplices, mejores amigos, los cuales susurraban a mis espaldas y eso sí que era algo que no iba a tolerar. Había sido mágico estar con Marc, pero se había pasado de una raya la cual no debería ni haber pisado en un principio. Había dejado de parecer mi novio, y había pasado a ser un hermano repelente y pesado, contándoles absolutamente todo a mis padres.
Terminé con él después de eso, cosa que también le contó a mi madre. Estuvo un mes llamándome, tratando de echarme la bronca por lo que había hecho. Fue la mejor decisión que pude tomar en ese momento... para mí. Meses después, encontraron el cuerpo de Marc sin vida en su habitación. Se había quitado la vida por, según mi madre, mi culpa.
Durante tiempo sí que me eche la culpa de su muerte, pero no tardé en reaccionar. Le echaba de menos, por supuesto. Había sido una persona muy importe en mi vida y me angustiaba mucho que ya no estuviese con nosotros, pero esa había sido su decisión, no la mía. Y por mucho que me doliese aceptarlo, era así.
Me levanto de la cama pensando en Marc. Recuerdo cómo me miraba por las mañanas al llegar a clase. Siempre iba sin maquillar, con el pelo despeinado y con ojeras que me llegaban hasta el suelo. Y, sin embargo, él seguía diciéndome lo hermosa que me veía.
Desayuno rápidamente y me meto a la ducha, como de costumbre. Me paso un buen rato bajo el agua caliente, pensando en todo aquello. Me miro al espejo; dos ojos azules me observan fijamente a pesar del vaho que lo cubre. El pelo castaño me cae sobre los hombros en ondulaciones. Me lo peino con cuidado, rompiendo los enredones pero tratando de que no se descontrole. Además, me pongo algo de maquillaje. No me solía gustar hacerlo, pero poco a poco desarrollé la costumbre de hacerlo. Al fin y al cabo, hace tiempo que dejé de ser esa chiquilla desorientada y rebelde, aunque en contadas ocasiones deseo volver a aquellos tiempos.
Abro la puerta de la habitación contigua a la mía. Carol continúa durmiendo, pero sé que en poco se levantará, así que le dejo un café preparando antes de salir de casa. Cojo mis cosas, las cuales dejé preparadas por la noche para tener más tiempo para prepararme, y salgo del apartamento. En el momento en el que voy a cerrar la puerta con llave, la puerta vecina se abre. Es Dylan.
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