Capítulo 19. Arika
Me despierto en el mismo lugar en el que estaba anoche. Quería pensar que al abrir los ojos estaría al fin en mi cama, pero me decepciono al ver tanto blanco iluminándome. El desayuno me espera en la mesilla de al lado, aunque todavía no tengo mucha hambre. Suspiro, deseando poder marcharme de este lugar y no volver jamás. Nunca me gustaron los hospitales y, ahora que he estado yendo tanto, me gustan menos aún.
—Nunca lo llegué a ver —escucho una voz, es Lydia.
—¿Al...? —No puedo pronunciar la palabra.
—Sí. Me dejó ahí, me dio por muerta, pero... No lo estaba. Pensé que moriría. —Su voz tiembla.
—No me tienes que contar todo esto si no quieres... —aseguro, pues no quiero que sienta ninguna obligación de contármelo, a pesar de que quiera saberlo.
—No es problema, necesito hablar de ello con alguien.
—Está bien. Yo te escucharé —sonrío.
—Gracias. Tenía tanto miedo —susurra—. Pero, al mismo tiempo me enfada tanto.
—Es normal... —respondo, aunque su ira me desconcierta.
—Quiero que pague por lo que ha hecho —dice, mientras su rostro refleja una mueca de odio—. Tiene que morir por ello. Por toda la gente que ha matado.
No digo nada, tan solo asiento y desvío la mirada, pues su presencia ahora mismo me está incomodando mucho. No sé qué es exactamente, es como si toda la tensión estuviese acumulada en el aire y fuese casi palpable. Su rostro refleja tanta ira y desprecio que me asusta. Pero no tengo a dónde huir. Y me da miedo que ella pueda conocer mis pensamientos, pues su mirada ahora está fija en mí.
—Perdona, no quería asustarte —disculpa, poco después.
—No es eso... —Trato de mentir, aunque ella no dice nada al respecto.
—¿Crees que lo pillarán? —Cambia de tema, mirando al otro lado de la habitación, como si quisiera evitar mirarme.
—Lo harán, no te preocupes —respondo, a pesar de no estar tan segura de ello.
No le da tiempo a responder, pues entra la misma enfermera que me atendió la otra vez que estuve. Ella le mira a Lydia, la cual baja la mirada. ¿Se conocen? ¿Por qué parece que todo el mundo conoce a esta enfermera? Quizás sean imaginaciones mías, pero me parece todo muy extraño. La enfermera en sí me parece muy extraña.
—Otra vez por aquí, ¿eh? —dice ella, mirándome.
—Sí... —respondo, con una ligera sonrisa.
—Qué pena. Aún no saben lo que te pasa, ¿no? —sigue hablando mientras recoge algunas cosas.
—No, no lo saben. No creo que vayan a averiguarlo. —Miro hacia otro lado, me incomoda un poco hablar sobre ello.
—Te lo dije —susurra, guiñándome un ojo.
—¿Perdona? —cuestiono, sorprendida por la manera en la que me habla.
—Hay algo que tienes que saber, Arika —admite tranquila, mientras sigue haciendo su trabajo.
—Anna, por favor —interviene Lydia, lo cual hace que la enfermera la observe con mala cara—. Déjala en paz.
—¿Qué está pasando? —pregunto, aturdida.
—No es nada. Ya nos veremos, ¿sí? —responde Anna con una sonrisa, aunque no parece que sea amistosa.
—¿Qué ha sido eso? —pregunto a Lydia, una vez Anna ha salido de la habitación.
—No te preocupes. A veces dice cosas que no tienen sentido.
—¿La conoces? —Sé que no es de mi incumbencia, pero necesito saber qué tiene conmigo esa enfermera.
—Sí. Trabajábamos juntas —revela.
—Comprendo. Entonces, ¿seguro que no era nada importante?
—No te preocupes. A veces puede ser un poco cabrona —susurra, como si tuviese miedo de que Anna pudiese estar escuchando.
—Me he dado cuenta —comento, dándole una pequeña sonrisa.
Alguien llama a la puerta, pero antes de que podamos decir nada ninguna de las dos, entra. Para mi sorpresa, es Leah la que aparece. Me dirige una sonrisa, pero su mirada se desvía a Lydia, que descansa en la cama de mi derecha, todavía con heridas graves. Trata de ignorarla, pues no quiere ser maleducada, pero algo me da que Lydia entiende que no lo está siendo.
—Hey —dice, haciendo un gesto con la mano en mi dirección.
—Hola, Leah —saludo sonriente—. ¿Qué te trae por aquí?
—Solo quería verte. Me preocupo por ti, ¿sabes? Últimamente has estado muy mal y, bueno... Solo quería asegurarme de que estás bien —responde, un poco tímida.
—No te preocupes, no es nada grave. —Le cojo la mano mientras se sienta en el costado de la cama.
—Me alegro. Oye, ¿qué vas a hacer con las clases? —pregunta, mientras observa nuestras manos entrelazadas.
—No lo sé... No quiero suspender, pero he perdido tantas clases y tanto tiempo de estudio que ya no tengo ni idea ni de por dónde vamos. —Me frustra pensar en ello, pero es que me he esforzado tanto en los años anteriores por sacar todo que me duele estar tirando por la borda todo ese trabajo.
—Yo te puedo ayudar, si quieres. Sé que no tenemos el mismo grado, pero algunas clases tenemos en común. Quizás te pueda ayudar con esas.
—Eso estaría genial. Gracias —sonrío mientras le miro a los ojos.
—Nada —dice, ruborizada.
—Oye... —empiezo a decir.
—No, no digas nada. Ya lo sé, no te preocupes. —Parece aliviada de haber dicho eso.
—Bueno. Ya sabes que vamos a seguir siendo amigas, no importa lo que pase —aseguro, pues no quiero que piense que voy a dejar de ser su amiga solo porque tiene un pequeño crush.
—Gracias, de verdad —responde.
Después de aclarar nuestros sentimientos, comenzamos a hablar de cosas sin importancia y a reírnos tan solo para aliviar un poco el ambiente. Lydia pronto se une a la conversación, y ella y Leah se hacen muy amigas en poco tiempo. Tras un buen rato de contar historias y chistes malos, Leah se despide de nosotras, no sin antes fijar una fecha en la que quedar conmigo para estudiar.
Poco después de que se haya ido, entra otra persona que no me esperaba para nada ver. Es Caleb, mi supuesto padre. Aquel que, junto a mí madre, me mintió durante años.
—¿Qué quieres? —pregunto antes de que pueda decir algo, con un tono enfadado.
—Hija, solo quería...
—No soy tu hija —replico.
—Arika, por favor. —Entra a la sala, cerrando la puerta detrás de sí—. Escúchame.
—No tengo nada que escuchar —respondo, mientras veo cómo Lydia se levanta y sale un rato al pasillo para dejarnos intimidad.
—Ya sé que lo que hicimos no está bien, pero no habrías querido conocer a ese hombre.
—¿Y tú qué sabes? —Me cruzo de brazos, y le observo, tratando de enseñar toda la ira que siento.
—Lo he conocido. Tenía que hacerlo. Él... Tenía muchos problemas —susurra, acercándose un poco más a donde me encuentro tumbada—. Lo vi pelear con su mujer y parecía estar borracho. Ni siquiera sabía que tu existías y...
—¿Nunca le contasteis la verdad? —pregunto, intentando que no me tiemble la voz.
—No. Ambos decidimos que sería mejor que no formase parte de tu vida. Era peligroso.
—Claro, porque él era pobre, pero nosotros no, ¿verdad? —Me sorbo la nariz, el nudo en mi garganta es cada vez más grande.
—Ari, no es eso...
—¡Sí, lo es! —grito y comienzo a escuchar los pitidos del monitor cardiaco con más intensidad—. Me dais asco, los dos. No quiero veros, no por ahora. Necesito espacio.
—Por favor, no te enfades con tu madre. No fue su culpa, yo... No quería que él te quitara de mis brazos, Arika —confiesa, con lágrimas en los ojos.
—Te ha mandado ella, ¿verdad? Pues dile que me deje en paz de una vez. No quiero que volváis.
—Estaremos esperándote, Arika —dice, rindiéndose al fin—. Espero que sea pronto. Recupérate, cariño.
Se acerca para darme un beso en la frente y, aunque consigue hacerlo, me aparto para que sepa que no quiero, para hacerle sentir incluso peor. Porque eso es lo que quiero, quiero que se sientan mal, como yo, por lo que me han hecho. Esa es mi venganza.
Cuando él sale, entran otras dos personas, lo que me hace suspirar. Solo quiero que se acabe ya el día para poder irme a casa y dejar de ver caras de pena. Me molesta que me vean en una situación así y las emociones que tengo ahora en mi interior no ayudan nada.
—Hola —dicen ambos, Carol y Dylan.
—Hola —respondo entre dientes, pues sigo enfadada por la visita de mi padre.
—Ya hemos visto a tu padre... ¿Todo bien? —pregunta Carol, mientras coge una silla y se sienta a mi lado.
Dylan hace lo mismo, pero todavía no dice nada. Solo me acaricia la mejilla y me quita el pelo de la cara, todo con una cara muy seria.
—Bueno. Creo que mi madre lo mandó para que se disculpara.
—¿Disculparse por qué? —pregunta ella, haciéndome recordar que aún no les había contado la verdad a ninguno de los dos, pues no había querido decir nada con Lydia en la sala.
—Mi madre... Ella me dijo que —Miro hacia otro lado, no puedo mirar a ninguno de los dos— él no era mi padre, Caleb.
—¿Qué? —exclaman al unísono.
—Sí —respondo, simplemente.
—Entonces, ¿quién es tú padre? —interviene Carol otra vez; Dylan permanece callado, como si estuviese reflexionando.
—Joshua —revelo—. Joshua Kiernan.
—Pero, tía... ¿Ese es el que...? —No termina la frase, pero los tres sabemos qué es lo que iba a decir.
—Así es —asiento, mirándole al fin.
—Lo siento mucho, Ari. Ahora entiendo por qué tu madre estaba así... —susurra, más diciéndoselo a sí misma que a mí.
—¿Mi madre? ¿Así cómo?
—Sí. Se ha estado pasando por la casa entre ayer y hoy varias veces. Quería saber cómo estabas, si habías vuelto, si habías dicho algo de ella... Y bueno, te lo imaginas. No sabía por qué estaba así, ahora sí que lo sé, pero en el momento le pregunté y me dijo que no era nada, pero que no podía ir a verte. Empecé a pensar que estaba volviéndose loca —comenta, haciéndome sonreír un poco—. Pero eso, no parece estar muy bien, Ari.
—Pues que no lo esté —respondo, amarga—. Ella se lo ha buscado.
—Ari, no digas eso. No eres ese tipo de persona —dice Carol entristecida.
—Me parece que sí que lo soy, Car... —respondo.
—Te he conocido toda mi vida y nunca has sido así, solo estás enfadada.
—¿Sólo? Carol, no tengo padre.
—Bueno. En fin, que parece que está mal. En algún momento dijo que todo era su culpa. ¿No tienes miedo de que haga algo... malo?
—¿Como qué? —pregunto, preocupada.
—No lo sé, solo sé que no se encuentra nada bien. Me contó algo, también. Creo que te interesará saberlo.
—No sé si quiero saber mucho más sobre ella —respondo, casi en un susurro.
—Dijo que fue a la policía.
—¿Qué? ¿Para qué? —No puedo evitar el estar sorprendida, pues no veo por qué razón ha querido ir a hablar con ellos.
—Bueno, dijo algo de hablarles sobre Josh y no sé qué más. Algo de un hijo puede ser.
—¿Dijo algo sobre un hijo llamado Jack? —pregunto, interesada.
—Sí, algo así me suena. No recuerdo mucho más, pero quería hablar contigo sobre ello.
—Bueno, yo no quiero hablar con ella. —Miro hacia abajo, jugando con un hilo que sobresale de la fina manta que me cubre.
—Ya lo sé —responde ella, con un tono calmado, mientras mira hacia la puerta, la cual se ha abierto—. No hace falta que hables con ella, ¿vale? No por ahora —susurra, para que Lydia, que acaba de entrar, no escuche.
—Perdón, no quería interrumpir, pero es que... —comienza a decir Lydia, acercándose a su cama.
—No te preocupes —digo para que no se sienta mal por haber interrumpido.
—No es eso, es que ha venido... —No termina la frase, pues entra un hombre tras ella.
—Buenas tardes. Quería hablar con la señorita Mathis, si nos podéis disculpar —anuncia el hombre extraño, señalando a Lydia.
Tiene el pelo negro, algo revuelto como si acabase de despertar. Sus ojos negros son grandes, y observan la sala con detenimiento hasta posarse en mí. Está serio, no tiene ojeras pero puedo notar que está cansado. Sus labios finos están entreabiertos, como si fuese a decir algo, pero lo único que sale de ellos es un suspiro.
Su mirada sigue fija en mí, por lo que no puedo evitar observarle también. Aunque solo son segundos, parece que el tiempo en el que nos miramos es eterno. No veo nada reflejado en sus ojos, tan solo vacío, no parece existir ni el más mínimo brillo de alegría en ellos. Pero, al mismo tiempo, expresan tantas emociones que me siento abrumada. Siento la necesidad de alejarme de él, por algún casual, incita un miedo en mi interior tan irracional que no es para nada propio de mi. Siento un dolor en mi interior, como si me oprimiesen el pecho y al mismo tiempo me diesen martillazos. Quiero romper nuestro contacto, pero algo me atrae tanto hacia él que no consigo hacerlo. Sin embargo, él no parece poder mirarme más, por lo que cierra los ojos y respira hondo, como si estuviese tratando de calmar alguna fuerza en su interior.
Salgo de mi embelesamiento, del cual parecen haberse percatado Dylan y Carol, aunque no dicen nada al respecto. La sala está en silencio tras las palabras del hombre, pues están esperando a que nosotros tres nos marchemos, pero me veo incapaz de moverme. Sigo sintiendo un fuerte dolor, trato de ignorarlo por mucho que quiera llorar, ya que necesito salir de la sala. No sé quién es ese hombre, pero no quiero estar cerca de él. No quiero dejar a Lydia con él a solas, tampoco. Aunque no la conozca mucho, siento que él no es una buena persona y me da miedo que le pueda pasar algo malo.
Me levanto de la cama con la ayuda de Dylan. Todos estamos en silencio mientras abandonamos la habitación, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Carol me coje una mano y camina a mi lado con Dylan al frente. Miro al suelo, ando despacio y mirando de reojo, como si esperase a que hiciese algo. Pero el hombre ni se inmuta de mi mirada, permanece en el mismo sitio con los ojos cerrados y los brazos cruzados, con una expresión pensativa.
Por fin hemos salido. Alguien cierra la puerta detrás nuestra, no sé si hemos sido uno de nosotros o ellos. Estoy tan concentrada en otras cosasa que no tengo ni idea de lo que ocurre a mi alrededor. Me veo sentada en una silla, respirando aceleradamente el aire fresco del pasillo. Hay demasiada luz y el aire que se remueve cada vez que pasan enfermeros o médicos está congelado. Quizás sea porque dentro de mi habitación parecía hacer mucho calor y parecía que no hubiese apenas luz y, quizás, sea por la presencia de ese hombre. Ese hombre que quiero saber quién es.
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