Capítulo 11. Arika
Me siento frente al televisor envuelta en mantas. El temporal que acecha últimamente los cielos de Skyfall no es ni medio normal pero a mi no me importa, ya que después de tantas acaloradas tardes he acabado prefiriendo el frío. Las imágenes muestran las noticias devastadoras sobre otra muerte en el pueblo. Se trata de un hombre joven, aunque todavía no conocen su identidad.
Sin embargo, saben que no se trata del asesino de Joshua Kiernan, pues las heridas son diferentes. Alegan que las personas que matan a más de una persona suelen seguir un patrón, como si de un ritual se tratase. Además, las magulladuras del joven no parecen realizadas por una persona, sino por un animal. Los investigadores de la escena del crimen comentan, confusos, que no saben cómo podría haber llegado un animal por sí sólo a un piso; la única hipótesis es que una persona lo haya subido hasta allá para que haga el trabajo por él.
―Qué horror ―murmuro mientras sigo escuchando las palabras frustradas de la reportera, a la cual le niegan el acceso a la escena del crimen.
―¿Qué ha pasado? ―pregunta Carol, que acaba de entrar por la puerta.
Doy un brinco, pues ha sido muy silenciosa al entrar. Me giro para verla, está esforzándose por cerrar la puerta mientras sujeta varias bolsas en las manos, las cuales hacen mucho ruido. Debo de estar volviéndome sorda o algo como para no haber escuchado eso. Me levanto antes de contestarle para ayudarla.
―Ha muerto alguien ―comento, tras cogerle algunas cosas de las manos.
―Gracias ―murmura―. ¿Qué ha pasado esta vez?
―No están seguros. Dicen algo de un ataque animal, pero que alguien permitió al animal entrar en el edificio.
―Joder, que macabro. Parece como si buscase venganza o algo ―responde ella, dejando las cosas sobre la encimera de la cocina.
―Sí, probablemente sea eso... Lo que no entiendo es por qué están haciendo esto. Me da miedo, la verdad ―confieso mientras saco la compra de sus bolsas.
―Yo también tengo miedo. No sé si están atacando a gente aleatoria o tienen los objetivos claros; sea como sea, se me quitan las ganas de salir de casa.
―Ya, te entiendo. Bueno, por lo menos tenemos a Dylan aquí al lado, eso me hace sentir un poco más protegida. Igual podrías decirle a Sam que se venga unos días a vivir aquí ―sugiero.
―Es una buena idea, la verdad ―comenta. Su rostro se muestra preocupado―. Sin embargo, no quiero que le pase nada malo.
―Como quieras, ya me dirás cuando lo pienses. ―Sonrío.
―Por supuesto ―responde, devolviéndome la sonrisa.
En silencio, terminamos de recoger la cocina y guardamos todas las compras, pensado en lo que deparará el futuro no tan lejano. Mi mente maquina todos los planes posibles de huida, aunque sé que no llevaré ninguno a cabo. Pienso en Dylan, en lo mucho que sufrió el día que le tocó cubrir la noticia de Joshua y deseo que no le toque hacer nada relacionado con la noticia de hoy. Pero, mis deseos probablemente sean en vano, ya que las noticias así no se dejan pasar.
De pronto, mis pensamientos se ven interrumpidos; una punzada de dolor apuñala mi estómago. Suelto un grito de angustia, mientras me sujeto la zona de la punzada como si eso fuese a ayudar. Me agacho, pues mis piernas empiezan a temblar y apenas me puedo mantener en pie.
―¿Arika? ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? ―exclama preocupada, corriendo desde su habitación, a la cual se había retirado hace apenas unos segundos, hasta donde me encuentro yo.
―No lo sé... ―respondo a duras penas, ya que el dolor es cada vez más intenso.
―Vamos a llevarte al hospital ―dice, mientras trata de levantarme.
Grito una vez más, a todo pulmón. Noto el dolor esparciéndose por todo mi cuerpo, calentando mi sangre hasta hacer que mi piel hierva. No entiendo qué está pasando, pero me importa poco averiguarlo; lo único que quiero es que pare. Mis mejillas se empapan de lágrimas que se mezclan con el sudor que emana de mis poros.
Carol, asustada, me rodea como puede con los brazos para poder sujetarme. Me agarro a su hombro apoyando todo mi peso en ella. Veo que sufre ya que no tiene tanta fuerza como para llevar todo mi peso, pero le importa poco, y sigue avanzando hasta abrir la puerta.
―¡Ayuda! ―chilla, con la esperanza de que lo oiga algún vecino.
Ella también llora, pero no se rinde. Mi respiración es cada vez más profunda y más dolorosa; me siento como si estuviese metida en un volcán y estuviese respirando un humo muy denso. Y es en ese momento en el que me doy cuenta de que no voy a sobrevivir, aunque no sepa realmente qué es lo que me pasa. Siento como si mi vida se escapase de mi cuerpo pero trato de luchar contra ese sentimiento, manteniendo los ojos abiertos y respirando a pesar del dolor.
Carol sigue caminando hasta el ascensor, aunque un vecino no tarda en llegar, apurado. Comienzan a hablar entre ellos, pero ya no puedo entender lo que dicen. Gasto mi concentración en mantenerme con vida, el resto de cosas son secundarias. Aunque sí me doy cuenta de algunas cosas; parece que estamos bajando por las escaleras en vez de por el ascensor. "Pero es un piso muy alto como para bajar por las escaleras", pienso. Pero pronto me olvido de ello.
Ya no estoy apoyada encima de mi mejor amiga. Ahora, alguien me lleva como los novios llevan a sus esposas en las bodas y sonrío por un instante, imaginándome a Dylan y a mí así. Pero el sueño empieza a oscurecerse; ya no solo siento dolor físico, sino también psicológico. Siento el estómago vacío, como si me faltase vida. Una última lágrima recorre mi rostro antes de desmayarme debido al dolor.
Me despierto sintiendo una intensa luz brillar sobre mí, la cual hace que me duelan los ojos a pesar de tenerlos cerrados todavía. Recuerdo todo lo ocurrido antes de desmayarme, cosa que inmediatamente me hace suponer que estoy en un hospital. Sigo sin saber qué ha pasado exactamente y me pica la curiosidad por saber si los doctores han averiguado qué era; pero, para mí decepción, no hay nadie cuando al fin abro los ojos.
Me recuesto de nuevo, pues mi cuerpo sigue doliendo. Suspiro, llevándome una mano a la cabeza.
―Soy un desastre ―digo al aire.
―Claro que no, cariño. No es tu culpa que esto haya ocurrido ―suelta una voz para nada familiar.
Miró hacia arriba. Una enfermera me sonríe mientras se acerca a mi camilla para revisar los líquidos que cuelgan a mi lado. Sin embargo, su cara me es familiar; tiene el pelo cobrizo y sus grandes ojos son de color chocolate. Su tez morena me indica que viene de otro lugar, pero no sabría decir de dónde.
―¿Qué es exactamente lo que ha ocurrido? ―pregunto, curiosa.
―Los doctores no lo saben con seguridad ―responde tras una larga pausa―. No han logrado encontrar nada extraño que haya podido causar esa condición.
―¿Condición? Entonces, si no saben qué me pasa, ¿cómo sabrán qué hacer para curarme?
―Eso no lo saben. Esperarán unos días para ver cómo estás y, si no ocurre nada, te darán el alta. ―Su mirada está puesta en otro lugar de la habitación, como si estuviese pensando en otra cosa―. ¿Necesitas que te traiga algo?
―No lo creo ―respondo, extrañada por el repentino cambio de tema.
―Bien. Si necesitas algo, ahí tienes un botón para llamarme, ¿de acuerdo? ―dijo, dándose la vuelta para marcharse.
―¡Espere! ¿Cree que encontrarán algo? ¿Cree que me pondré bien? ―cuestiono, un tanto asustada por sus frías palabras.
―Lo dudo ―confiesa mirándome a los ojos.
Su mirada cobra un brillo extraño que en unos segundos se desvanece. Cierra la puerta tras de si y, en ese momento, un fuerte dolor de cabeza me hace gemir de dolor. Pero ella no vuelve a entrar para ver qué me ocurre. Sin embargo, entra Carol apurada, temiendo que me pase algo otra vez.
―¿Te encuentras bien? ―pregunta, corriendo para ponerse a mi lado.
―Sí, tranquila. Solo tenía un poco de dolor de cabeza, pero ya se me ha pasado ―aseguro.
―Bien, bien. ¿Quieres que llame a la enfermera? ―dice, preocupación todavía cubriendo su rostro.
―No, no te preocupes ―contesto automáticamente.
―Vale ―responde, quitándome el pelo de la cara con dulzura. Suspira―. Estaba tan preocupada por ti...
Sonrío, un poco azorada. Hemos sido amigas desde siempre, pero todavía me sorprende cuando me dice cosas así. Supongo que no estoy acostumbrada a ello, aunque no me importaría estarlo. Ella me abraza, intentando no apretar mucho para no hacerme daño. Le abrazo de vuelta, tratando de no soltar lágrimas. Es como una hermana para mí, aquella que nunca tuve.
―Oye... ¿Han dicho algo los doctores? ―pregunto al separarme de ella.
―No, no han dicho nada. ¿Pensaba que te lo había dicho la enfermera? ―pregunta, extrañada. Pero antes de que pueda contestarle, añade―: Ah, ha venido Dylan a verte. No tenía muy buena cara.
―¿Dónde está? ―Ignoro su pregunta, pues es más importante para mí verle a él.
―Está afuera. Aunque creo que está dormido. ¿Quieres que le despierte? ―Se aparta de mi lado para ir a buscarle.
―Bueno... Me da un poco de pena despertarlo. Por cierto, ¿cuánto tiempo llevamos aquí? ―pregunto, pensando en el tiempo que puede haber pasado desde el incidente.
―Unas cuantas horas ya... Cuando llegamos, estabas mejor. Tenías algo de fiebre, pero no estabas ardiendo como al principio. Luego, empeoraste durante un rato y, bueno... estuviste a punto de... tuvieron que reanimarte, pero como puedes ver, lo consiguieron.
La miro fijamente, tratando de averiguar qué decir. Balbuceo, pero no encuentro las palabras adecuadas para la situación. Suspiro, fijando mi mirada en la blanca pared de la estancia, pensando en todo lo ocurrido. ¿Qué me está pasando? Sea lo que sea, no quiero morir así.
―Despierta a Dylan, por favor ―susurró tras unos segundos, apretando fuertemente su mano pero sin mirarla a la cara.
―Ahora mismo. ―Se levanta, no sin antes darme un beso en la frente, a lo que sonrío entre lágrimas.
Una vez la puerta está cerrada, rompo a llorar, aunque trato de ser silenciosa. Nunca lloro delante de la gente, pues no quiero mostrar mi lado débil. Supongo que todos, en algún momento de nuestras vidas, lo mostramos queramos o no. Y, para mí, ese momento es ahora, pues no puedo esconder el hecho de que esto me duela.
―Ari ―dice una voz desde la puerta.
Me giro lentamente. Dylan está ahí parado, la puerta cerrada detrás suya. Puedo ver en su cara que no sabe qué hacer, ya que nunca me ha visto así. Sin embargo, no dice nada más, se acerca a mí y nos fundimos en un cálido abrazo. Gracias, pienso. Lo necesitaba.
Me dejo llevar, sin importarme lo que pueda pensar de mi. Lloro hasta sentir que no me queda nada dentro. Dejo mis emociones salir, dejo que todo aquello que he ocultado dentro de mí durante tanto tiempo aflore, sin temer que eso pueda hacer que se separe de mi lado. Siento, por fin, esa energía negativa siendo descargada y, por un momento, hasta me siento bien.
―Tengo tanto miedo ―susurra a mi oído.
―¿De qué? ―pregunto, aunque sé cuál va a ser la respuesta.
―De que me dejes. No soportaría perderte... ―contesta, entristecido.
―No te voy a dejar, cariño. Te lo prometo ―aseguro, dándole un beso en los labios.
Él me sonríe débilmente y me vuelve a abrazar. Me acaricia las mejillas, desplaza sus dedos por mi piel hasta enredarlos en mi cabello oscuro. Junta su frente con la mía y cierra los ojos, dejando caer un par de lágrimas. Me sorprendo, pero sonrío dulcemente.
―Te quiero, Ari ―murmura, para mi sorpresa.
―Yo... yo también te quiero ―balbuceo, pues su declaración me ha tomado un tanto desprevenida.
Al día siguiente me despierto, maldiciendo por lo bajo ya que debería estar en clase. A pesar de haber suplicado que me dejaran ir, tanto Carol como Dylan, con el apoyo de los médicos, insistieron en que me quedara hasta descubrir qué me ocurre. Al final, estaba demasiado cansada como para contradecirles, por lo que acepté. Pero ahora, tras haber descansado lo suficiente, pienso en si ha sido tan buena idea. Ya llevo varias clases mal como para tomarme tiempo libre...
Sin embargo, no digo nada sobre ello cuando Dylan entra en la habitación, seguido de una enfermera. Cuando Dylan se aparta puedo apreciar que se trata de la misma mujer que entró ayer. No me dice nada, simplemente comienza a revisar los líquidos para después preparar la camilla de al lado, supongo que para colocar a otro paciente.
—¿Cómo te encuentras? —pregunta Dylan, aunque parece que debería ser yo la que le haga esa pregunta, pues está tan pálido que parece haber visto un fantasma.
—Yo bien. ¿Tu estás bien? —contesto, preocupada.
—Sí, es que... —Comienza a decir, pero calla al percatarse de que la enfermera continúa en el lugar.
—¿Es que, qué? —cuestiono, intrigada.
Sus ojos azules me buscan, puedo ver el dolor y la tristeza en ellos. Pero, ¿por qué? Quiero saber qué es lo que le pasa, pero parece incómodo por la presencia de la otra mujer. Aunque ella no tarda en darse cuenta de ello, pues pronto abandona la habitación, no sin antes enviar una mirada rencorosa hacia Dylan. ¿Se conocen?
—Ha ocurrido otra vez, Ari —admite, al fin.
—¿A qué te refieres? —pregunto, confusa.
—Ha muerto alguien más.
—¿Qué dices? ¿Saben quién es? —Mi corazón comienza a latir más rápido, no sé si por el miedo o por lo que sea que me pase.
—No. Sólo saben que es una mujer, pero otra vez presenta heridas hechas por un animal, aunque esta vez parecen más graves que el anterior.
—Joder... —Me llevo las manos a la cabeza, pues me vuelve a doler intensamente.
—Ya. He tenido que cubrir la noticia otra vez —confiesa, desviando la mirada.
—¿Estás bien? —pregunto.
—He estado mejor. Pero eso no importa, sólo quiero que tu estés bien.
—No te preocupes, ya se ocupan los doctores de mi. —Acaricio su mejilla con dulzura, y él coge mi mano con una sonrisa—. ¿Quieres hablar de ello?
—No mucho, la verdad. Igual cuando estés mejor, ahora no quiero que te tengas que preocupar de eso, ¿vale? —responde, un tanto nervioso.
—Vale, tranquilo. Ya hablaremos en otro momento si quieres.
—Claro —responde justo cuando su teléfono empieza a sonar.
—Ve, responde, que será tu jefe —digo, bromeando
Sin decir nada sale de la habitación, contestando al teléfono. Lo único que he podido oír es un "¿sí?" por su parte al responder, pero nada más. Estoy segura de que tan solo será su jefe comentándole algo sobre la reciente noticia.
Pienso en ello, tratando de asimilarlo. Ya van tres asesinatos en una sola semana, pienso. Un escalofrío recorre mi cuerpo y el monitor que controla los latidos de mi corazón empieza a pitar cada vez más fuerte. Trato de respirar hondo, pues sé que si no una enfermera vendrá a ver qué me pasa, y no quiero tener que explicarle que tengo miedo. Aunque, supongo, ellos también tendrán miedo. Esto es algo que nunca ha ocurrido aquí, o por lo menos mientras yo he vivido, por lo que no sé cuál es la reacción normal de la gente. No sé si se sentirán a salvo porque piensan que los profesionales conseguirán hacer su trabajo o sentirán el mismo miedo que yo. Opto por la última, pues es lo más racional. Incluso Dylan parece estar muy asustado.
La puerta se vuelve a abrir, pero esta vez es la enfermera quien entra. Por alguna razón, su presencia me hace estar más nerviosa, pero trato de ignorarlo pues son meras imaginaciones mías. Se acerca a mi para comprobar que estoy bien, manteniendo la vista fija en el monitor cardíaco, el cual está empezando a volver a la normalidad.
De pronto, oigo la voz de Dylan. Miro hacia la puerta y me doy cuenta de que está ligeramente abierta; la chica no debe haberla cerrado bien, aunque no parece haberse percatado de ello. Sin embargo, no le digo nada, pues mi lado curioso necesita escuchar esa conversación. Me siento mal al hacerlo, al fin y al cabo es su vida privada, pero el tono que utiliza para hablar es un tanto desconcertante. Eso me hace ver que no es su jefe con el que está hablando, si no con otra persona, pero no sabría quién.
—Haré lo que pueda —dice él, irritado. Tras una pausa, añade—: Ya he hablado con él, y como has podido ver no me ha hecho caso.
Suspira. ¿De qué estarán hablando? Tengo muchas preguntas, pero sé que no podré hacérselas pues entonces sabrá que le he estado escuchando. Miro al frente y me doy cuenta que la enfermera sigue en la habitación; todavía prepara cosas en la camilla de al lado. Se da cuenta de que la estoy observando, pues de repente alza la mirada para encontrarse con la mía. Giro la cabeza, avergonzada, pero no digo nada y ella tampoco. Puedo sentir sus ojos clavados en mí nunca, pero no quiero girarme y encontrarme con ella de nuevo. Tiene algo que me da muy mala espina.
—Les estaríamos haciendo un favor a ellos —suena la voz de Dylan desde el pasillo—. Y eso es lo último que quiero, si no, no estaría aquí.
Me estremezco al oír su tono de voz. Nunca le he visto así, pero me da miedo pensar qué está ocurriendo como para que se ponga de tal manera. Sigo escuchando para ver si descubro algo.
—No, no me echaron. Me fui por voluntad propia —gruñe—. Ya le expliqué que si seguía así, iban a tener más bajas ellos que los otros.
Y, de pronto, su voz se apaga. Vuelvo a la realidad, dándome cuenta que la enfermera ha salido de la sala y ha cerrado la puerta tras de sí, dejándome a solas con una sensación extraña en el cuerpo. Trato de eludirlo, pero las palabras de Dylan resuenan en mi cabeza una y otra vez. ¿Bajas? Con eso quiere decir... ¿muertes? No, seguro que están hablando de gente que ha sido despedida, pero es un término algo extraño que utilizar para ello. Trato de olvidarme de ello, calificándolo como una mera paranoia por todo lo que está ocurriendo.
—Arika —dice una voz desconocida para mí—. Esta tarde ya podrás marcharte, no hemos encontrado ninguna anomalía, por lo que pensamos que lo mejor es que vuelvas a casa y descanses unos días.
—Gracias —respondo al doctor que está enfrente de mí.
Detrás está esa enfermera otra vez. Se me cae la cara al verla, sobre todo por la sonrisa malvada que pinta su rostro. ¿Qué estará tramando? Un destello cruza sus ojos, haciéndome verlos rojos por un instante pero es un mero reflejo. Sin embargo, la sonrisa se borra de su rostro al salir de la sala. Me debo de estar volviendo loca.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro