CAPÍTULO 4
Cuando estuve a unos metros, decidí romper el silencio con cautela.
—¿Qué tiene que ver Alkantin con lo del teatro? —pregunté en un murmullo, procurando que mis palabras fueran lo suficientemente audibles.
El guardia, con quien había conversado horas atrás, se giró de inmediato, sorprendido. Sus ojos reflejaban una mezcla de confusión y desconfianza.
—¿Qué hace aquí? ¿Está sola? —se apartó del caballo y se acercó a mí con precaución.
—Podría decirse que sí. —respondí, inclinando ligeramente la cabeza, aunque en el fondo sabía que Glad, mi guardaespaldas, probablemente me vigilaba desde algún punto oculto.
El chico frunció el ceño, estudiando mi expresión.
—Mira, puede que me equivoque, pero no soy el único que lo piensa... Alkantin no es la primera que ataca de esta manera. Los patrones son los mismos.
Abrí los ojos ligeramente, sintiendo cómo la gravedad de sus palabras se hundía en mi interior.
—¿Te das cuenta de lo que estás insinuando?
—Me doy cuenta porque es la única verdad. Es completamente imposible que un lugar como ese se incendiara de esa forma, y la explosión... —sacudió la cabeza con una sonrisa amarga—. ¿De verdad crees que fue un fallo en los cables o una fuga de gas, como dicen?
—¿Tienes algún tipo de prueba?
—¿Pruebas? Te daré varias. Antes de que tu guardaespaldas viniera por ti, hablábamos del ataque de 2018, ¿recuerdas? —Asentí con firmeza—. Aquel centro comercial fue evacuado por unos gases sospechosos, y minutos después quedó reducido a cenizas por una explosión. ¿No te parece demasiada coincidencia? —Hizo una pausa, tragando saliva—. Días más tarde descubrieron que habían colocado dinamita en el sótano y la detonaron a distancia, derrumbando el edificio.
—Eso no tiene sentido. ¿Cómo pudieron poner explosivos en un centro comercial con tanta seguridad?
—Ahí está lo interesante. Uno de los causantes había trabajado durante años en el lugar. Lo descubrieron después, gracias a las cámaras de seguridad.
—Esto es... demasiado. Pero ¿qué relación tiene todo esto? Recuerdo que los de aquel ataque fueron encarcelados.
—Puedes creerme o no, eso depende de ti. Pero no soy el único que piensa así. Esta ciudad sabe lo que está pasando.
—Yo también soy de aquí, ¿por qué no lo veo de la misma manera?
El chico me miró con un dejo de lástima en los ojos.
—Con respeto, pero no creo que pueda decir que conoce esta ciudad tanto como nosotros. Desde arriba, todo parece brillar —se giró levemente.
Apreté la mandíbula.
—¿Insinúas que todo es perfecto desde donde estoy?
—No es lo que quise decir, pero estos ataques no deberían estar sucediendo a estas alturas. Si no, ¿para qué sirve la realeza?
—¿Tienes idea de lo que estás diciendo? —pregunté, incapaz de ocultar la tensión en mi voz.
—Lo siento... —murmuró, mirando al suelo—. Es solo que... mi madre trabajaba en ese centro comercial. Fue una de las que ayudó a evacuar a los clientes...
—¿Y ella? ¿Logró salir? —pregunté y él bajó la mirada, negando en silencio.
—Lo siento... no lo sabía —dije viendo cómo sus ojos se nublaban con un brillo triste.
—Ahora que lo sabes... ¿me crees? —preguntó con una voz cargada de una vulnerabilidad difícil de ignorar.
Sentí la incomodidad calar hasta los huesos. Di un paso atrás, intentando salir de esa atmósfera densa.
—He tenido un día horrible y ahora mismo ni sé si creerte ni en qué pensar... Pero pensaré en lo que me dijiste. Si sabes algo más, por favor, dímelo. —Él asintió lentamente con una mirada perdida y vacía.
Era hora de volver. Me giré y comencé a caminar hacia casa, sintiendo cómo el aire fresco de la noche me cortaba la piel, agudo y frío. Mientras me alejaba del joven, mis pensamientos corrían desbocados, más rápidos que mis propios pasos. A cada zancada, trataba de darle sentido a todo lo que acababa de escuchar, pero todo me parecía abrumador, como un rompecabezas cuyas piezas nunca encajarían.
¿Cómo podían estar vinculadas dos tragedias tan distintas? ¿Qué papel jugaba Alkantin, y por qué los miembros de esa organización seguían siendo mencionados si ya estaban tras las rejas?
El chico mencionó que muchos en la ciudad sabían algo más, algo que mi posición en la realeza no me permitía ver o comprender completamente.
"Desde arriba todo parece brillar" sus palabras resonaban con fuerza en mi mente.
Al entrar a la casa, el crujido de la puerta apenas resonó en mis oídos. Cerré tras de mí y me apoyé un momento en el marco, deseando que ese gesto fuera suficiente para dejar afuera todo lo que me atormentaba.
El silencio en la casa era opresivo. Glad estaba allí, como siempre, en el pasillo, observándome. Lo sentía, pero no tenía energía para siquiera mirarlo. Subí las escaleras en silencio, arrastrando los pies entrando en la primera habitación a la derecha.
Necesitaba dormir, o al menos intentar desconectar mi mente aunque solo fuera por unas horas.
Me dejé caer lentamente en la cama, aún con la ropa húmeda por el agua del río. No me importó; el cansancio me pesaba demasiado. Cerré los ojos, sintiendo cómo la fatiga me envolvía, arrastrándome hacia un sueño inquieto, lleno de sombras que se desvanecían al instante.
...
Unos suaves golpecitos en la puerta me sacaron del sueño. Me removí en la cama y, al abrir los ojos, vi que los primeros rayos de luz comenzaban a filtrarse por la ventana. Los golpecitos sonaron de nuevo, insistentes.
—Puedes pasar —dije, con voz baja.La puerta se abrió suavemente y entró una mujer de unos cincuenta y pico de años, sosteniendo una bandeja de comida. Al verla, me levanté al instante con un impulso que me llevó hacia ella sin pensarlo.
—¡Linda! —exclamé, tomando la bandeja dejándola a un lado y abrazándola con fuerza. Ella sonrió y, sin dudarlo, me devolvió el abrazo.
—¿Cómo estás, cielo? —preguntó con voz suave y llena de ternura.
Ella era una de las cocineras de la familia desde que tengo memoria, mi confidente y la única amiga que había tenido dentro de este palacio. Había estado a mi lado siempre, en los buenos y en los malos momentos, pero se había retirado hacía unos meses después de un accidente.
—Es todo tan horrible... —Sollocé y las lágrimas amenazaron con salir de nuevo. Linda se sentó a mi lado en el borde de la cama llevando sus manos a mi espalda, dándome consuelo en silencio. —Él ya no está.
—Lo siento muchísimo, cielo... Cuando me enteré, no lo podía creer. —Sus ojos marrones se cristalizaron, mostrando el dolor compartido. —Si hay algo que pueda hacer por ti...
—Nadie puede hacer nada por mí, Linda —dije, mirándola con las mejillas calientes por el llanto reprimido. Mi voz temblaba. —Por cierto... pensé que tuviste un accidente. ¿Qué haces aquí?
—Me recuperé hace un par de semanas —respondió con una sonrisa suave—. Tenía planeado regresar al trabajo en dos meses, pero cuando me enteré de lo que pasó, llamé a tus padres. Me dijeron que estabas aquí. No lo dudé ni un segundo, quiero estar contigo y apoyarte en todo lo que pueda.
—Eres lo mejor. —La miré con gratitud, viendo cómo sus ojos se iluminaban y las arrugas en su rostro se marcaban al sonreír.
—Te he traído zumo de mango y unos gofres. Recuerdo que eran tus favoritos. —Ella me ofreció la bandeja con una sonrisa cálida. No tenía apetito, pero por ella intenté comer un poco.
Hablamos un poco más, compartiendo un respiro de calma en medio del caos que me envolvía. Cuando se fue, me quedó una sensación reconfortante, pero a la vez vacía, como si la paz se hubiera desvanecido tan rápido como había llegado. Fui hacia la ducha, buscando despejar mi mente, aunque sabía que no sería fácil.
Después de vestirme con una de mis sudaderas negras y unos vaqueros azules, me puse unas zapatillas blancas y me acerqué a la ventana. La abrí, dejando que el aire fresco me envolviera, como si pudiera calmar mis pensamientos. Estaba buscando algo de serenidad, un respiro en medio de la tormenta interna que me atormentaba.
Fue entonces cuando algo fuera de lugar captó mi atención: un pequeño papel estaba pegado al cristal, aferrado con fuerza al vidrio. Lo tomé con cautela, sintiendo un leve escalofrío. En la nota, con una caligrafía simple pero firme, leí:
"Si estás preparada para la verdad, ven aquí."
La nota contenía una dirección. Al instante, mi mente se desplazó hacia la conversación de la noche anterior con el chico del teatro. Tenía que ser él, o al menos eso era lo que pensaba. Mi corazón comenzó a acelerarse. ¿Qué verdad? ¿Qué podía saber él que yo no? Las preguntas llegaron rápidamente, una tras otra, inundando mi mente de incertidumbre.
Respiré profundamente, tratando de calmarme. Necesitaba pensar con claridad antes de actuar, pero sabía que no podía ignorar esto. Con la nota aún en la mano, bajé a la cocina. Apenas puse un pie dentro, vi a Glad sentado en la mesa, tomando un café y hojeando un periódico. Levantó la mirada en cuanto me vio entrar.
—¿Está bien, señorita? —preguntó Glad—. ¿Va a salir? ¿Quiere que prepare el coche?
Sentí su mirada fija en mí, evaluándome, y por un instante, la tentación de confesarle algo, de soltar aunque fuera una pequeña parte de lo que estaba pasando, me atravesó. Pero rápidamente lo descarté.
—Glad, déjeme respirar, porfavor. —respondí, más cortante de lo que pretendía.
Me acerqué a la entrada y, sin decir una palabra más, fui directa hacia la cajonera donde sabía que él guardaba las llaves del coche. Las tomé con cautela, en silencio, como si el simple hecho de tenerlas en mis manos me acercara un paso más a las respuestas que tanto necesitaba. Caminé hacia la puerta, tratando de mantener la calma, aunque mi corazón latía desbocado, como si quisiera escaparse de mi pecho.
—¿Señorita, va a salir? —La voz de Glad me hizo detenerme en seco cuando ya había abierto la puerta.
—Voy a dar una vuelta por el río —respondí, tratando de sonar lo más tranquila posible—. Necesito estar sola. Por favor, no me agobies, es lo último que necesito ahora.
Me miró en silencio con unos ojos llenos de dudas y preocupación, y por un momento sentí que podía ver la inquietud reflejada en su rostro. Tras unos segundos de indecisión, asintió lentamente, resignado.
—Entiendo, señorita. Si necesita algo, estaré cerca.
Lo observé alejarse, esperando hasta estar completamente segura de que se había ido antes de moverme. Solo entonces, con el corazón latiendo desbocado, caminé a paso rápido hacia el coche, encendí el motor y salí rápidamente, sin mirar atrás. El volante se sentía frío bajo mis manos, y el paisaje comenzaba a desdibujarse mientras avanzaba, como si el mundo entero se volviera borroso ante la tormenta de pensamientos que me azotaba.
El papel con el mensaje del chico seguía apretado en mi mano, como si fuera la única cosa que me mantenía conectada a la decisión que había tomado. Sentía la adrenalina correr por mis venas mientras conducía en dirección al lugar donde quizá encontraría las respuestas que tanto ansiaba.
El coche avanzaba y llegué por un camino angosto, rodeado de árboles y arbustos que parecían crecer sin control. Las casas a mi alrededor eran pequeñas, algunas un poco descuidadas, con las puertas de madera desgastadas y las ventanas cubiertas por cortinas polvorientas.
El paisaje tenía una tristeza inherente, como si el tiempo se hubiera detenido y la vida hubiera decidido pasar de largo. Al final del camino, donde el papel indicaba que debía ir, me encontré con un lugar donde el coche no podía pasar.
Bajé del coche y comencé a caminar, sintiendo cómo el suelo crujía bajo mis pies. La dirección me llevó hacia una casa mediana de color rojo.
Al detenerme frente a ella, observé la fachada desgastada, preguntándome si realmente era este el lugar. No me transmitía confianza, pero la necesidad de respuestas superaba cualquier recelo. Di un paso hacia la puerta y con un ligero temblor en la mano, presioné el timbre.
El sonido resonó en el interior, provocando que una oleada de ansiedad me recorriera. En cuestión de segundos, la puerta se abrió, y una chica alta, de cabello rubio y ojos verdes, me miró fijamente con el ceño fruncido.
—Disculpa, me he equivocado. —dije, lista para darme la vuelta. Pero antes de que pudiera hacerlo, el chico del teatro apareció detrás de ella.
—No te has equivocado. —respondió, y sentí cómo el alivio y la inseguridad se entrelazaban en mi pecho. Aunque dudé por un instante, su voz era una invitación clara. Con un suspiro resignado, crucé el umbral de la casa, dejando atrás el aire frío.
Me condujeron hasta un sofá de color verdoso con un estampado de flores. Me senté al borde, tratando de asimilar lo que estaba sucediendo.
—¿Quieres tomar algo? —me preguntó el chico.
—No he venido hasta aquí para tomar algo —respondí de inmediato, con la mente todavía atrapada en un torbellino de pensamientos.
—Lo siento, pero aún no nos hemos presentado. Soy Noah, y ella... —Miró a la rubia— es Amber.
La rubia me sonrió con cierta calidez, pero mi mente estaba demasiado enredada en mis propios pensamientos. Después de un instante, respondí, casi en un susurro:
—Zayel.
Ellos ya lo sabían, claro. Me sentía como si estuviera en un juego en el que las cartas ya estaban sobre la mesa, pero yo no tenía ni idea de las reglas.
—¿Y qué hace ella aquí? —Pregunté mirando a la rubia.
Noah me miró con seriedad.
—Ella tiene información importante para ti.
Inmediatamente, dirigí mi mirada a Amber, que me observaba con atención. No podía evitar sentir que la respuesta a mi angustia estaba al alcance de mi mano.
—¿Cuál es esa verdad que no sé? —Pregunté, casi con desesperación.
Ambos se intercambiaron una mirada significativa.
—No podemos decirte nada hasta que nos cuentes por qué te importa tanto este caso. —respondió el castaño, con una confianza inquebrantable y la frustración comenzó a acumularse dentro de mí.
—¿Es esto un maldito chantaje? —pregunté, levantándome del sofá, decidida a irme—. No voy a perder el tiempo en estos juegos.
—Si te vas, no lograrás saber nada. —dijo Noah con seriedad.
—¿Cómo sé que cumpliréis vuestra palabra? —repliqué, desafiándolos.
—Tengo mi portátil aquí, con todas las pruebas listas. Todo lo que necesitas ver. No estamos jugando contigo, quiero decir... con usted —explicó la rubia, con una mirada decidida.
—Sois unos oportunistas —bufé, sintiendo la rabia acumulada. —Este caso es importante para mí porque uno de los fallecidos... fue mi hermano pequeño.
El silencio que siguió fue absoluto, casi opresivo. Amber y Noah intercambiaron miradas cargadas de sorpresa y confusión, como si acabaran de recibir un golpe inesperado.
—No sabíamos que la hija de la realeza tuviera un hermano. —murmuró Amber, claramente asombrada.
Sentí que mi pecho se apretaba al recordar los secretos que rodeaban a mi familia.
—Ni tú ni nadie. Lo ocultaron del público por una condición. Fue un tiempo muy difícil para nosotros. —Una sombra de tristeza se instaló en la habitación, y comprendí que había compartido algo muy íntimo—¿Y bien? Es vuestro turno.
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