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CAPÍTULO 3


"El dolor es el recordatorio más cruel de que estamos vivos."



El agua del río me golpeó con una fuerza arrolladora, el frío cortante invadiendo cada rincón de mi ser. Mis latidos se aceleraron frenéticamente mientras luchaba por mantenerme a flote, sintiendo cómo el gélido abrazo del agua intentaba arrastrarme hacia el fondo. Mis esfuerzos parecían inútiles, el peso del agua cada vez más difícil de soportar, hasta que, de repente, unas manos firmes y decididas rodearon mi cintura, levantándome de la corriente y arrastrándome hacia el borde del puente.

Tiritando de frío y tosiendo con fuerza, logré levantar la mirada, mis ojos nublados por el agua. Fue entonces cuando vi su rostro: el mismo chico del teatro, aquel guardia de pelo ondulado.

—¿Tú? —balbuceé entre escalofríos—. ¿Qué haces aquí?

—Lo siento, no era mi intención asustarte —se apresuró a disculparse, quitándose la chaqueta para cubrirme con ella.

—¿Qué demonios haces aquí? ¿Me has estado siguiendo? —pregunté con brusquedad, apartando la chaqueta con un gesto frustrado, lamentando haber enviado a mi guardaespaldas lejos de mí.

—Vivo aquí, en esa casa blanca, —señaló una vivienda algo distante pero que se alcanzaba a mirar pobremente—. Me pareció reconocerla y he venido enseguida.

—¿A qué te refieres? —pregunté con incredulidad.

—Bueno, usted es la realeza... es algo sorprendente verla por aquí, y lo cierto es que esta mañana ha ocurrido algo realmente extraño, y me preguntaba si podríamos hablar al respecto... —el joven parecía nervioso.

—¿Extraño? Un teatro equipado con las últimas medidas de seguridad ha explotado hasta ser reducido a cenizas, ¿es un día más para ti? —Me levanté, preparándome para marcharme.

—No me refería a eso. —Se giró hacia mí—. Usted pareció perder algo, o quizá ¿a alguien?

Por un instante, mi corazón comenzó a palpitar con más fuerza. 

—¿Estás bromeando? Han muerto varios niños allí, niños que tenían la ilusión de dar un espectáculo que nunca sucedió.

—Lo sé, y créeme que también me ha afectado, pero su reacción y la de su madre... hay algo más, ¿verdad? —insistió, y me acerqué a él, contemplando sus ojos en busca de alguna pista.

—Has aparecido por aquí, me has tirado al agua, me estoy congelando y ahora estás aquí, cuestionándome. ¿Tienes idea de quién soy? Esa conversación con la que sueñas jamás existirá. —Comencé a caminar, decidida a irme esta vez.

—¿Entonces no haréis nada? ¿La realeza no moverá un dedo? —Me quedé quieta sin girarme, tratando de mantener la paciencia—. Lo entiendo, Alkantin volverá a salirse con la suya.

—¿De qué demonios hablas? —Di unos pasos hacia él nuevamente.

—¿No lo sabe?

—¿Hay algo más que debería saber aparte de lo inoportuno que eres? —Me abracé a mí misma, intentando entrar en calor.

—Alkantin es el culpable, todos lo sabemos.

—¿Quién es Alkantin?

—¿Recuerdas el ataque del 2018, en las afueras de Hoklad?

—Claro, los culpables fueron detenidos. ¿Qué tiene que ver con esto?

—¿Detenidos? —Sonrió irónicamente, haciendo que frunciera el ceño—. Eres de la realeza, ¿no creerás ese cuento, verdad?

—No entiendo qué es lo que intentas... —Mi voz fue interrumpida.

—¿Señorita, está usted bien? —La voz de Glad apareció detrás de mí, cargada de preocupación al notar mi estado—. ¿Le ha hecho algo? —Su tono se volvió firme y protector mientras se acercaba al joven, mirando con autoridad.

—No, simplemente me resbalé y él estaba preguntándome si me encontraba bien —respondí, tratando de calmar la situación.

—Permítame acompañarla a su casa. —dijo Glad, con un gesto decidido, antes de que pudiéramos añadir nada más. En un par de pasos, nos alejamos, dejando al chico sin palabra, como si su intento de hablar hubiera quedado atrapado en el aire.

Caminamos en silencio, y mientras nos acercábamos a la casa, no pude evitar pensar en aquel joven. Algo en su mirada me había dejado intrigada.

Al llegar a casa, el amarillo de las paredes desató una marea de recuerdos de Skay, de los días felices que ya no volverían. Esta casa, ahora más vacía que nunca, solía estar llena de risas y juegos.  Recuerdo cómo construíamos castillos de mantas en la sala y buscábamos tesoros en el jardín.

Decidí entrar en la habitación de Skay y con paso tembloroso vi sus cosas, pequeñas reliquias de su presencia. La silla donde dibujaba, los libros que devoraba, su viejo suéter azul, colgado como si esperara que volviera.

Me recosté en su cama con la camiseta mojada pegada a mi piel y el suave aroma de las sábanas me golpeó como una ola, cerré los ojos y los recuerdos llegaron con una fuerza arrasadora, llevándome a aquellos días en los que soñábamos juntos con un futuro que ya nunca viviríamos. El dolor se apoderó de mí, y todo lo que podía escuchar era el eco de nuestras risas que ahora parecían pertenecer a otro mundo.

Entonces, el sonido de mi teléfono me sacó de mi ensueño. Era mi madre. 

—¿Cómo estás, cariño? ¿Has llegado bien? —preguntó, y pude oír el sollozo en su voz, como si cada palabra le costara un mundo.

—Sí... he llegado bien, pero no puedo dejar de pensar en lo que pasó. ¿Cómo diablos es posible? —respondí, luchando por contener el nudo en mi garganta, pero las palabras salían entrecortadas, como si mi voz no fuera capaz de sostener tanto dolor.

—Las autoridades... han confirmado el fallecimiento de todos los niños que quedaron dentro del teatro... —dijo, y un suspiro tembloroso escapó de ella, tan profundo que sentí que su alma se desgarraba—. No hay palabras, Zayel, no las hay. Ha sido todo tan... horrible.

La realidad de sus palabras me golpeó con tal fuerza que sentí que me caía al vacío.

—¿Ya... han identificado los cuerpos? —pregunté, a pesar de que mi estómago se retorcía, temiendo lo que fuera a escuchar.

—Solo han encontrado... fragmentos. Ha sido una explosión... tan devastadora, hija, que no sé cómo seguir... —respondió entre sollozos. Pude imaginarla, sola en algún rincón, incapaz de encontrar consuelo.

—No puede ser... —mi voz se quebró, casi fue un susurro—. Ayer estábamos riendo, conversando... ¿Cómo puede ser? ¿Cómo puede ser que en un segundo todo se haya ido? —Me senté en la cama con mi cuerpo temblando con cada sollozo que salía de mi pecho.

—Cariño... los periodistas... ya están aquí. —dijo, con voz apagada—. Tengo que cortar la llamada. 

—Espera... mamá... —musité, sintiendo que mi alma se rompía con cada instante que pasaba. —¿Cómo será el funeral? ¿Qué haremos? Necesitamos hacer algo, algo que lo honre como se merece.

—Ahora mismo... ni siquiera puedo pensar en eso. Todo está... nublado... no sé qué hacer. —Su voz se quebró al final, y pude escuchar cómo la desesperación la ahogaba.

—Yo tampoco... No he podido poner un pie en la mansión. Y ahora todo lo que tengo es su ausencia. Mi mente no puede dejar de darle vueltas, pero... debemos hacerlo bien. No se merece menos. —Mis palabras salieron entre sollozos.

—Lo siento, cariño pero debo colgar. Los periodistas... te quiero mucho. —Y con esa última frase, la llamada se cortó. 


Supuse que el deber con los periodistas la había obligado a interrumpir nuestra conversación. Mis padres ahora tendrían que enfrentarse a la tormenta mediática, a las preguntas sin respuestas. Y yo... yo estaba aquí, atrapada en un mar de tristeza, sin saber cómo seguir.

Me detuve a reflexionar sobre cómo pudo haber sucedido todo. ¿Una falla? ¿Un incendio? Y entonces la voz de aquel chico volvió a mi mente. ¿Alkantin? ¿Por qué me lo mencionaba? Recordaba que Alkantin era un grupo criminal que ganó notoriedad en 2018 por un brutal ataque en un centro comercial en las afueras. Sin embargo, no entendía qué tenía que ver conmigo, considerando que sus miembros fueron detenidos y condenados a cadena perpetua.

Mis pensamientos dieron tantas vueltas que me sobresalté al escuchar unos golpes en la puerta. Había estado tan inmersa en mis reflexiones que no me di cuenta de que me había quedado dormida.

—Pase. —dije, y vi a Glad entrar.

—Las cocineras le han preparado la cena, señorita. Debería tomar algo. —dijo con su habitual preocupación.

—¿Cocineras? Pensé que no había nadie aquí en esta temporada.

—Su padre las llamó para que vinieran, señorita.

—Glad, cena con ellas si quieres, yo no puedo. —contesté mientras me levantaba de la cama—. Daré un paseo cerca del río.

—Señorita, no debería salir ahora y además no ha tomado nada en todo el día.

—Glad, tengo edad suficiente para decidir cuando salir. —amenacé.

—Lo siento, señorita, usted es mi responsabilidad. —mencionó el calvo antes de posicionarse frente a la puerta como si fuera la ley.

—¿No lo entiendes, Glad? ¿Quieres que vaya a la cocina? —Caminé con furia hacia la cocina y me encontré con las cocineras, quienes me saludaron con nerviosismo— ¿Quieres que tome asiento y pruebe una de estas maravillosas quesadillas? —Di un golpe resonante en la mesa, sin apartar la mirada del hombre que me examinaba con atención— ¿Quieres que me sirva una copa también? —Agarré un vaso y lo lancé con fuerza hacia la pared, haciendo estallar los cristales en mil pedazos— ¿Es eso lo que quieres? Mientras mi hermano yace en una tumba, ¿solo quieres que yo disfrute de este festín? ¿Es eso lo que buscas?

La rabia ardía en mis palabras, el dolor por la pérdida de mi hermano vibraba en cada gesto y cada acción.

—Yo...

—Voy a salir... —Enuncié sin paciencia— por esa puerta y ni tú ni nadie me lo impediréis.

Con paso decidido, me dirigí hacia la puerta y atravesé el umbral hacia el exterior. La brisa fresca acariciaba mi rostro, recordándome lo empapada que aún estaba por no haber cambiado de ropa después de caer al agua. Mis pasos me llevaron hacia el río cercano, donde el frío se intensificaba, haciéndome abrazar mis brazos para conservar algo de calor.

En mi caminata solitaria, unas luces a lo lejos captaron mi atención, destellando en la oscuridad de la noche. Intrigada, decidí seguir el destello y me encaminé hacia aquella dirección. Con cada paso, el sonido de mis pisadas resonaba en el silencio nocturno, interrumpido solo por el murmullo del agua cercana.

Finalmente, entre la penumbra, distinguir a alguien de espaldas, acariciando a un caballo. La figura estaba envuelta en la sombra de la noche, pero a medida que me acercaba fui reconociendo a aquella persona. Sin hacer ruido, me acerqué sigilosamente, mientras mis pies se hundían en el húmedo suelo y la hierba.

Cuando estuve a unos metros de distancia, decidí romper el silencio con cautela.

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