CAPÍTULO 10
✦ Advertencia de contenido sensible ✦
Este capítulo contiene escenas de violencia física que podrían ser perturbadoras para algunos lectores. Se recomienda discreción.
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—¿De qué hablas? —pregunté, frunciendo el ceño.
—Ahora no hay tiempo. Sube al coche, y cuando llegue tu amigo el desaparecido, hazme una llamada para arrancar —dijo con un tono serio. Fue lo último que dijo antes de girarse en dirección opuesta a nosotras y alejarse, mientras se colocaba los guantes negros con la tranquilidad de alguien que se prepara para una tormenta inevitable.
Me quedé un momento mirando su espalda, confundida, antes de volverme hacia Amber.
—¿Cómo es posible? ¿Desde cuándo lo sabe? ¿Tú sabes algo? —le pregunté en un susurro tenso.
—Estoy tan sorprendida como tú... nunca lo mencionamos delante de él, que yo recuerde... —respondió Amber. Su expresión reflejaba una mezcla de desconcierto y preocupación, mientras mi mirada buscaba respuestas en el vacío.
Caminamos en silencio el resto del trayecto, con las palabras de Jake rebotando en mi cabeza como un eco incómodo. Al llegar al coche, una figura familiar nos esperaba.
Noah estaba apoyado en la parte trasera, con el móvil en la mano. Su postura era relajada, casi indiferente.
—¿Dónde estabas? Por un momento pensé que te ibas a rajar —dijo Amber, con un tono afilado y los ojos fijos en él. Era imposible no darle la razón; era justo lo que yo había estado pensando. Por un momento, creí que nos dejaría tiradas.
—Si no quiero convertirme en un asesino antes de tiempo, lo mejor es mantenerme alejado de ese gilipollas —respondió Noah, encogiéndose de hombros, como si su excusa bastara para calmar nuestras miradas inquisitivas—. Por cierto, ¿Dónde está?
—Él irá delante, nosotros le seguiremos. —explicó Amber.
—Agradecería que dejarais de comportaros como dos imbéciles. Ya tenemos bastantes problemas... —interrumpí, sacando la llave del coche con impaciencia de mi bolsillo trasero. Abrí las puertas y me metí al volante. Noah se acomodó en el asiento del copiloto, mientras Amber, visiblemente molesta, se cruzaba de brazos en el asiento trasero.
Sin perder tiempo, saqué el móvil y marqué el número nuevo de Jake, presionando el botón con rapidez. La llamada duró solo un segundo; me colgó sin decir una palabra, pero supe que había recibido mi señal. Levanté la vista y lo vi sobre la moto, girándose hacia nosotros desde la distancia. Su figura estaba claramente marcada por el casco negro. Instantes después, encendió el motor, y el rugido de la moto cortó el silencio. Arrancó de inmediato.
—¿Listos? —pregunté, con voz seria, mientras arrancaba el coche y comenzaba a seguir al pelinegro.
—¿Alguna vez habéis considerado que podría llevarnos directo a una trampa? —dijo Noah con un tono cargado de desconfianza.
—Somos tres. —respondí.
—Si el loco de Lucas trae un guardaespaldas, y Jake nos la está jugando también serán tres. Y no olvides que ellos tienen experiencia... —advirtió Noah.
—¡Ya basta! Estoy harta. Lo hecho, hecho está. Si no queréis seguir, podéis bajaros aquí mismo —respondí, perdiendo la paciencia, la tensión de la situación empezando a notarse en mi voz.
—No voy a abandonar esto, pero no me fío de ese tipo, os lo he avisado. —dijo el castaño, y yo suspiré, mirando por la ventana mientras el paisaje pasaba lentamente.
—Yo tampoco me fío, pero es mi única esperanza. —admití, con una nota de incertidumbre en la voz.
El trayecto continuó durante unos treinta minutos, hasta que llegamos a una zona estrecha, rodeada de edificios antiguos y algo descuidados. Las fachadas, aunque no completamente deterioradas, mostraban signos de abandono. Un olor a humedad flotaba en el aire, combinado con el leve aroma a alcohol, lo que daba al lugar una sensación de desorden y olvido. Fue en ese momento cuando recibí una llamada del pelinegro, así que detuve el coche de inmediato.
—Tenemos que continuar a pie —murmuré, sin desviar la mirada del teléfono.
—¿Por qué? —preguntó Noah, visiblemente confundido.
—Lucas confía en Jake. Al parecer, se encontrarán en un lugar viejo y abandonado, y un coche en ese sitio llamaría demasiado la atención. Le seguiremos a pie —respondí rápidamente, mientras sacaba mi pasamontañas de la guantera. Me aseguré de que todos hicieran lo mismo, aunque les pedí que no se lo pusieran todavía. Luego, me ajusté la bufanda que siempre llevaba y me solté el cabello, intentando pasar completamente desapercibida.
Bajamos rápidamente del coche, intentando no perder de vista a Jake. Pronto me di cuenta de que él había comenzado a reducir la velocidad de la moto, adaptándose al ritmo de nuestro seguimiento a pie.
El trayecto fue corto, tal vez unos cinco minutos, pero llenos de tensión. Seguimos la moto por calles vacías hasta que llegamos a un laberinto de callejones, donde el ruido del motor finalmente se apagó.
Nos quedamos quietos, apartados, observando en silencio cómo Jake se detenía a lo lejos. Con una calma calculada, se bajó de la moto y sacó el maletín negro, vacío, del pequeño maletero. Lo cerró con un movimiento preciso y, sin prisa, comenzó a caminar unos metros.
Cuando vimos a Jake alejarse hacia el edificio, nos intercambiamos miradas fugaces, cargadas de entendimiento. No hacía falta decir palabra alguna, todos sabíamos exactamente lo que debíamos hacer. Nos movimos con extrema cautela, deslizándonos entre los edificios cercanos, conscientes de que no podíamos hacer nada que nos delatara o nos hiciera demasiado obvios. Avanzamos con paso firme, pero sin prisa, manteniéndonos a una distancia prudente, sin llamar la atención. Lo seguimos, asegurándonos de no ser demasiado visibles, hasta que llegamos a un lugar casi desértico.
Allí, en medio de la nada, se alzaba una imponente fábrica, descuidada y cubierta de olvido. Sus paredes estaban profundamente agrietadas, como cicatrices del tiempo, y las ventanas rotas dejaban ver la oscuridad del interior, como ojos vacíos que no habían sido mirados en años. Parecía un lugar fuera del tiempo, una estructura que el mundo había dejado atrás.
Con atención, observamos a Jake acercarse a la entrada de la fábrica, un umbral sombrío y sin puerta, que no ofrecía más que una invitación al vacío. Avanzó hacia ella con cautela y su figura fue perdiéndose rápidamente en las sombras, como si el edificio lo hubiera absorbido. En cuestión de segundos, desapareció por completo de nuestra vista.
—¿Y ahora qué? —preguntó Amber, con una mezcla de incertidumbre y nerviosismo en la voz. Sus palabras rompieron el pesado silencio que nos envolvía.
—Yo entraré. —respondió Noah—. Si todo está bien, os avisaré.
Asentí mientras lo veía ponerse el pasamontañas, un gesto que todos sabíamos indicaba que las cosas iban en serio. Lo imitamos con rapidez, poniéndonos también los nuestros. Observé cómo Noah se deslizaba con sutileza hacia el interior de la fábrica. Tras lo que parecieron interminables treinta segundos, el castaño hizo una señal con la mano desde dentro, un gesto discreto pero claro. Era su forma de asegurarnos que todo estaba en orden. Confiadas, nos adentramos tras él.
El interior de la fábrica era desolado, sumido en una penumbra fría y densa. El aire estaba cargado de humedad y polvo, lo que hacía que cada respiración pareciera más pesada. A lo lejos, se alzaban grandes barriles metálicos, apilados de forma desordenada, algunos doblados por el uso, mientras sofás rotos y desvencijados, de un rojo desvaído, se encontraban olvidados en una esquina, cubiertos de suciedad y telarañas.
A la izquierda, se abría una puerta que conducía a otra sala más pequeña, cuyos contornos apenas se distinguían en la penumbra. Sin embargo, la misma sensación de abandono que impregnaba el resto de la fábrica se extendía también allí, como si todo estuviera detenido en el tiempo. Al fondo, pude distinguir unas escaleras oxidadas y no pude evitar preguntarme a dónde conducirían, dado su estado tan precario.
Fue entonces cuando Noah, desde su posición oculta detrás de los barriles, hizo una señal discreta. Lo seguimos rápidamente y nos colocamos en el mismo punto en cuclillas, escurriéndonos entre las sombras. Los barriles, apilados de manera caótica, parecían estar allí por alguna razón, pero a saber qué contenían.
Minutos de silencio pesado pasaron. La tensión era palpable. De repente, vi a Jake salir de la sala de la izquierda. Siguió caminando de un lado a otro, como si estuviera revisando el lugar, cuando de repente, un ruido metálico interrumpió el silencio. Alguien bajó por las escaleras con pasos pesados.
—Pero mira a quién tenemos aquí —dijo una voz profunda, era un hombre de estatura media, calvo y vestido con un traje marrón que chocaba con el ambiente deteriorado del lugar. Lo que llamó mi atención fue que él también llevaba un maletín de color azul— El gran Jake Davis.
Jake se giró rápidamente con una sonrisa en el rostro, y se acercó al hombre.
—¿Qué tal, hermano? —respondió Jake, dándole un abrazo con familiaridad.
—¿Sigues creyendo en él? Aún tenemos tiempo para acabar con los dos. —me susurró Noah, en voz baja. Le hice una señal rápida para que se callara.
—Pensé que no te volvería a ver. ¿Alguna mujer te robó el tiempo o qué? —dijo Lucas, soltando una carcajada mientras se dejaba caer en el sofá descuidado. Jake lo imitó, apoyando un brazo en el respaldo con una aparente tranquilidad.
—Las mujeres no tienen poder sobre mi tiempo, Lucas. Tengo cosas más importantes en la cabeza. —respondió Jake con una sonrisa.
—Llevas mucho tiempo desaparecido, amigo. ¿Y ahora a quién le compras la mercancía? Eso, amigo mío, es traición —bromeó el viejo.
—Me va bien con el local. Aunque, bueno, sigo vendiendo... ya sabes, de vez en cuando. No te lo tomes personal. —respondió Jake, con una indiferencia que era casi palpable.
—Tenemos que acorralarle. —Dije, bajando la voz pero con firmeza, mientras me ponía los guantes negros. Los otros dos me imitaron al instante.
—Yo iré por detrás, no se dará cuenta. —respondió Noah, seguro de sí mismo, y asentí sin decir nada. Lo observé moverse con agilidad, agachado, deslizándose silenciosamente por el lado izquierdo de los barriles. Cuando salió de entre los barriles, se levantó con cautela y comenzó a acercarse a Lucas, sin hacer el menor sonido. Si Lucas se giraba, todo estaría perdido. Jake, que estaba sentado justo frente a Noah, lo vio de reojo, pero mantuvo la calma, disimulando cualquier señal de alerta, como si no estuviera al tanto de lo que ocurría.
—Amber, a mi señal le apuntas desde el frente —le dije a la rubia, que no dejó de tragar saliva, claramente nerviosa.
—Está bien —asintió y, en cuclillas, se deslizó con cuidado hacia la derecha, moviéndose hacia el extremo opuesto de donde había salido Noah, manteniéndose detrás de los barriles mientras yo permanecía en el centro. La observé avanzar sigilosamente, esforzándose por mantenerse oculta mientras aguardaba mi señal para salir de su posición.
Volví la mirada hacia los sofás y vi a Lucas levantar una ceja, mirando a Jake con una mezcla de curiosidad y diversión. Lo observó en silencio por un instante, como si lo estuviera evaluando. Mientras tanto, noté cómo Noah sacaba la pistola de su bolsillo trasero, apuntando a Lucas desde la distancia mientras seguía acercándose paso a paso, sin prisa pero sin detenerse.
El hombre que acompañaba a Jake dejó un maletín azulado junto al sofá y lo abrió con una calma casi teatral, como si disfrutara del suspenso que estaba generando. Con movimientos meticulosos, sacó varios paquetes envueltos con cuidado y, al deslizarlos, reveló la heroína, apilada con precisión. Su tono marrón oscuro relucía débilmente bajo la luz tenue del lugar.
—Aquí tienes lo que pediste. Ya sabes el precio —dijo Lucas, acomodándose mientras cruzaba una pierna sobre la otra.
—¿Dudas de mí? Todo está aquí —respondió Jake, esbozando una sonrisa despreocupada mientras señalaba el maletín negro que descansaba junto a él. Desde mi posición detrás de los barriles, me incliné un poco más, con cuidado de no hacer ruido, intentando captar cada gesto y detalle de lo que sucedía.
—Nos conocemos desde hace mucho, pero ya sabes cómo son las cosas. No te ofendas, pero tengo que contarlo —dijo Lucas con un tono serio.
Jake no perdió la calma. Su sonrisa permaneció intacta, indiferente, como si la desconfianza de Lucas fuera solo un detalle irrelevante. Con movimientos precisos, le extendió el maletín.
Lucas lo tomó con desconfianza, sus dedos rozaron el maletín negro mientras lo colocaba sobre sus piernas. Lo abrió lentamente, con la mirada fija en el interior, esperando ver el dinero que debía estar allí. Sin embargo, su rostro cambió al instante.
El ceño se frunció y una ola de furia cruzó por sus ojos, mientras la sorpresa se transformaba rápidamente en ira al descubrir que estaba vacío.
—¿Qué demonios es esto, Jake? —gruñó, levantándose de un salto con rapidez como si estuviera a punto de estallar.
En ese instante, Noah cerró la distancia en un rápido movimiento. Colocó la pistola contra la cabeza de Lucas, forzándolo a levantar las manos mientras su rostro reflejaba una mezcla de sorpresa y rabia.
—¡Ahora! —susurré a Amber. Ella, tras soltar un largo suspiro, salió rápidamente de su escondite con agilidad, apuntando a Lucas desde el frente mientras luchaba por mantener la compostura. El hombre soltó una carcajada, como si aún no pudiera creer lo que estaba pasando.
—Jake, si no te conociera, pensaría que estás intentando jugar conmigo. ¿Qué mierda es esto, eh? —dijo Lucas, con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido. Jake se levantó lentamente, sin prisa, manteniendo su calma inquebrantable.
—No. De hecho, no me conoces. Diría que estás en un pequeño aprieto. —respondió Jake.
—¿Todo esto es por la droga? ¿Te quedaste sin un maldito duro y no puedes pagarla? Sabes que hay una solución, te puedo dar un margen o te puedo ayudar... pero esto no te llevará a ningún lado y lo sabes. —trató de apaciguar la situación.
—Siéntate, gilipollas. —Noah presionó la pistola contra la cabeza de Lucas, forzándolo a volver al sofá. Amber se acercó con cautela, manteniendo su arma apuntando sin titubeos.
—Podemos negociar, ¿vale? ¿Queréis más droga? ¿Dinero? Decidme cuánto —El desgraciado parecía estar suplicando, aunque se esforzaba por disimularlo.
Ya no pude soportarlo más. Salí de mi escondite y me planté frente a él, observando su asqueroso rostro con repulsión.
—¿Dinero? Jamás podrías comprarme —le respondí con una voz cargada de desdén.
Me acerqué hasta quedar justo frente a él y me agaché lentamente. El denso aroma de su colonia invadió el aire, como si intentara disfrazar lo que realmente era. Lo miré con frialdad, sintiendo cómo la ira se acumulaba en mi pecho. Sin pensarlo, tomé su rostro con firmeza, obligándolo a mirarme a los ojos.
—Por más colonia que te pongas, no puedes ocultar la mierda de dónde vienes. —murmuré, notando cómo su rostro reflejaba confusión.
—¿Quién eres tú? ¿Qué demonios quieres de mí?
—Nada. —respondí sonriendo— Solo quiero que esa cara, la que destrozó mi vida y me arrancó todo lo que conocía, quede grabada en mi mente para siempre, para nunca dejar de vengar lo que me arrebataron.
El rostro de Lucas palideció al instante, y una ligera sombra de nerviosismo cruzó sus ojos.
—No sé de qué hablas. Esto es un error. —dijo, pero su voz tembló levemente, delatando su creciente incomodidad.
—¿Te suena el gran teatro del centro? —pregunté, inclinándome hacia él, observando cada cambio en su rostro.
—Sí, ese, el que voló por los aires hace poco tiempo. —añadí, sin apartar la mirada— El mismo donde murieron cientos de niños.
—Yo no tuve nada que ver con eso. —respondió rápidamente aunque su voz tembló ligeramente, intentando sonar convincente.
—¿Y quién dijo que tuvieras algo que ver? —apreté los labios, controlando la ira que subía. En ese momento, mi mirada cayó sobre la pistola oculta en su pantalón marrón. Sin pensarlo, la arranqué de su sitio y se la entregué a Jake, que estaba justo detrás de mí.
—Esto es un puto error, no sé qué demonios hago aquí... Yo no tuve nada que ver con eso que dices.
—¿Sabes algo? —murmuré, acercándome mientras desabrochaba lentamente los primeros botones de su camisa, revelando su pecho peludo—. Nunca me han gustado los mentirosos.
—¿Qué haces? —dijo, claramente preocupado.
Saqué la daga, que llevaba enganchada en el pantalón, y sin pensarlo, tracé una línea afilada sobre su pecho derecho. La hoja cortó su piel con facilidad, y la sangre comenzó a brotar, caliente y espesa, empapando rápidamente la tela de su camisa y mis guantes. Lucas soltó un grito sofocado, intentando contenerlo, pero finalmente cedió y el dolor escapó en un gemido agonizante.
—¡Vaya! —Miré a Jake—. Pues sí que estaba afilada.
—¡Basta! ¿Qué mierda quieres? Jake, ¿Qué es esto? —gimió, respirando entrecortadamente mientras la angustia y el dolor eran evidentes en cada exhalación.
—Te lo dije —Con una precisión fría, tracé una segunda incisión en su pecho izquierdo, esta vez más profunda. El sonido del filo cortando su carne se mezcló con el agudo jadeo de dolor que escapaba de sus labios. La sangre comenzó a brotar con mayor rapidez, empapando su camiseta— No me gustan los mentirosos.
—¡Hablaré, hablaré! ¡Pero bajad las armas! No me moveré, por favor... —suplicó.
—¡Habla! —ordenó Noah, presionando aún más la pistola contra su cabeza.
—Solo... solo bajad las armas, por favor... no tengo nada que hacer —pidió.
Hice una señal a Noah y Amber para que bajaran las armas. Ambos obedecieron, aunque el castaño no dejó de mirar a Lucas, quien, tras asegurarse de que el arma ya no estaba apuntando a su cabeza, llevó rápidamente las manos hacia sus heridas, intentando detener la sangre que seguía fluyendo.
—¿Qué queréis saber? —preguntó mientras sus manos se apretaban más fuerte contra las heridas.
—Sabemos que no estabas solo —dije sin apartar la vista de su rostro— ¿Dónde podemos encontrar a los otros? ¿Por qué lo hicisteis?
—Siempre están en movimiento. No será fácil encontrarlos —dijo, con una sonrisa burlona.
—¿Ella te ha preguntado si es fácil o difícil, gilipollas? ¡Habla! —gruñó Jake.
—¿Y si mejor os digo dónde no están? —replicó Lucas, soltando una risa sarcástica.
Su actitud me sacó de quicio. Decidí acercar nuevamente la daga, pero Lucas fue más rápido. Con un manotazo, me desarmó, y antes de que pudiera reaccionar, se levantó, me sujetó por el cuello y me empujó contra la pared con tal fuerza que el impacto me dejó sin aliento. Vi cómo los tres chicos apuntaban, intentando salvar la situación, pero no, no podía permitir que muriera así, sin más, sin que sufriera.
—¡No! ¡No disparéis! —grité, forcejeando para liberarme.
—¡Voy a disparar! —avisó Jake.
—¡No! —exclamé, luchando con todas mis fuerzas, pero en ese momento, Lucas me quitó el pasamontañas, dejando mi rostro al descubierto. Al reconocerme, su sorpresa fue inmediata, y por un instante aflojó su sujeción, pero en segundos volvió a apretar con más fuerza.
—Vaya, qué pena. Ahora que te tengo, no puedo dejarte ir —se rió con malicia, y, en un impulso de rabia, le escupí en la cara— ¡Eres una zorra barata! —gruñó, y con un golpe brutal, me propinó una bofetada en la mejilla derecha, haciendo que mi rostro girara violentamente. Cuando logré levantar la cabeza, sin piedad, me la repitió en la izquierda.
Miré a los chicos, que seguían desesperados, intentando encontrar la oportunidad para disparar. Pero Noah no estaba. ¿Se había ido?
—No entiendo por qué es tan importante para ti —dijo con desdén—. Ese teatro se iba a derrumbar de todos modos. Nosotros solo nos encargamos de agilizar los costos del colapso. —Soltó una carcajada, admitiendo sin remordimientos que había sido él.
—Eres una puta basura. —respondí con rabia, sintiendo cómo la ira se acumulaba en cada palabra.
—Parece que los papeles han cambiado, ¿verdad? —dijo, girándose hacia los demás mientras apretaba mi cuello con una mano—. Ahora me voy con la señorita, y nadie podrá impedirlo. No os atreváis a dar un paso más.
—Te estás equivocando, Lucas —advirtió Jake.
Lucas no respondió. Me arrastró, andando hacia atrás, acercándome a la puerta, pero justo al llegar, algo lo detuvo.
—Suéltala o te vuelo los sesos, hijo de puta. —La voz de Noah resonó con autoridad desde detrás de Lucas, seguida del inconfundible clic del seguro del arma al desactivarse.
Me soltó de inmediato.
Entonces comprendí su ausencia. Noah no había desaparecido; se había ocultado estratégicamente cerca de la salida, aguardando el instante preciso para acorralar a Lucas.
—¡Zay! —gritó la rubia. Al girarme, vi cómo lanzaba la daga hacia mí. Me deslicé hacia un lado, extendiendo la mano para atraparla en el aire, sintiendo el peso del acero frío al instante.
—Y los papeles vuelven a cambiar... ¿Qué decías del teatro? —pregunté, avanzando hacia él con paso firme.
—Falsas amenazas. Todos saben quién eres; no te atreverías a dañarme —su voz rebosaba confianza— Dime, ¿crees en el destino? —Alzó las cejas con desdén, sin apartar la mirada de la mía. —Si es así, entonces sabrás que el destino de esas personas era morir. De hecho, les hicimos un favor, librándolos de este mundo cruel —su risa macabra cortó el aire. —Aunque, no te mentiré, fue... divertido ver cómo sus extremidades quedaban esparcidas por todos lados.
Su risa retumbó en mis oídos, y pude ver cómo se alimentaba de la oscuridad que había dejado atrás. El asco y la furia crecían dentro de mí.
—¿Crees en el destino? —le espeté, avanzando hacia él, con la rabia y el dolor marcados en cada palabra. —Entonces sabrás que el destino siempre cobra sus deudas.
Sin pensarlo ni un segundo, levanté la daga y la clavé con toda mi fuerza en su pecho. El acero se hundió con un sonido sordo, y Lucas parpadeó, completamente atónito, como si no pudiera creer lo que acababa de suceder. Sus manos fueron a la herida, tratando de detener la sangre que brotaba a chorros, pero fue inútil. La sangre manó de su boca, ahogando cualquier intento de palabra, mientras un gorgoteo espantoso salía de su garganta. Sus ojos, antes desafiantes, ahora reflejaban una desesperación pura, y su cuerpo comenzó a temblar ante la inminente realidad de su destino.
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