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Extra 7

Extra 7

Un cuento de amor

Tang Huaying caminó por el bosque de bambú. La fresca y pura brisa era gratificante. Podía entender por qué a Sheng Qing le había gustado tanto ese lugar y había deseado que su hijo creciera en un lugar así. Un lugar como ese era perfecto para que un niño creciera.

A ella le hubiera gustado que Jiu-er creciera en un sitio así y no como un pequeño esclavo maltratado del cual abusaron. Ella todavía no podía creer cuanta maldad había en el mundo como para destruir de esa manera a un niño tan pequeño. Su corazón dolía cada vez que pensaba en eso, sumergido en culpa por no poder cuidar de su pequeño hijo y evitarle tanto dolor. Incluso si el mismo Jiu-er no la culpaba por su desafortunado destino.

Pero ella no podía dejar de pensar en que si hubiera aceptado irse con Sheng Qing y no quedarse a pagar una deuda de vida, entonces su amado y su hijo no hubieran corrido suertes caóticas.

No te preocupes, ambos estarán bien, yo cuidaré de los dos.

Eso había dicho Sheng Qing, antes de despedirse por última vez de ella. Y luego, lo que recibió de él fue su cabeza cortada.

El dolor pinchó el corazón de Tang Huaying y sus ojos se humedecieron. Pero hizo retroceder el sentimiento y siguió caminando hasta una zona verde y tranquila. Los bambúes ahí eran altos y la brisa más fresca. Cerca se escuchaba un arroyo y los pájaros soltaban las hojas al montar vuelo.

Huaying saltó al árbol, trepando en él hasta alcanzar la manzana más roja y jugosa. Sheng Qing estaba en el suelo, cruzado de brazos y sonriendo al verla trepada como un mono al árbol. No dijo nada de eso al respecto, solo Huaying lo imaginó.

—Atrapa—dijo antes de lanzar la manzana.

Sheng Qing la atrapó sin problemas y la mordió. Huaying agarró una para ella y bajó de un salto, varias hojas cayendo con ella.

—Te doy la razón, este manzano tiene buenos frutos—rio Sheng Qing comenzando a caminar.

—Te lo dije—Huaying sonrió, comenzando a comer su manzana—. Soy buena encontrando estas cosas.

—¿Eres buena rastreadora de comida? Vaya, eso es un buen talento, creo que me gustaría tener ese don—sonrió Sheng Qing, bromeando con ella.

—No hablaba de comida, hablaba de todo en general—replicó ella picándole la frente en represalia—. ¿Acaso no te alimentas bien que siempre estás pensando en comer?

—Soy alguien muy activo, necesito energía para quemar constantemente, por eso debo comer todo el tiempo.

—Solo eres un glotón—Huaying rodó los ojos divertida, dándole un mordisco a su manzana.

Sheng Qing rio y replicó el ser un glotón con argumentos que solo lo hacían ver más glotón todavía. Huaying rio, divertida por la forma en que Sheng Qing argumentaba sin lógica todo lo que ella decía. Hasta que, al final, él tuvo que marcharse porque sino su shizun se preocuparía por él.

Huaying lo vio marcharse, su corazón esperando que Sheng Qing no se olvidara de ella y volviera a visitarla.

La hierba era tan fresca y mullida como se veía. Las rodillas de Huaying no sufrían de ningún daño al estar arrodillada sobre el suelo. El silencio era agradable, la tranquilidad flotando en el aire. Miró hacia el cielo, donde miles de hojas de bambú lo cubrían y no dejaban que el sol ingresara con libertad. Huaying cerró los ojos, dejando que la poca luz la iluminara y que la brisa refrescara su cuerpo.

Sheng Qing era un fanfarrón al que le gustaba mostrar sus habilidades. Tang Huaying lo veía mientras hacía volar unas pequeñas flores hacia algunas señoritas que estaban ahí, admirando al cultivador de CangQiong que era muy famoso y atractivo. Un erudito en apariencia y habilidad. No había niña en el pueblo que no deseara que Sheng Qing pusiera sus ojos en ella y la tomara por esposa.

Huaying detestaba eso, que las niñas se rebajaran a eso era repugnante.

Tomó su taza de té, ignorando el alboroto que un montón de niñas tontas estaban formando. Simplemente se concentró en su té, en beberlo hasta el final, pagar y marcharse de esa casa de té en la que había parado para pasar el tiempo. Caminó por las calles del pueblo hasta llegar a las afueras, donde un frondoso bosque se alzaba, ya en tonalidades rojas y amarillas por el otoño. Las hojas crujían bajo sus pies mientras ella avanzaba por entre los árboles, buscando un lugar para sentarse a cultivar.

Algo rozó su oreja, causándole cosquillas. Huaying se giró para ver una pequeña flor volando hacia ella. Rodó los ojos y se giró por completo, para ver a Sheng Qing a pocos metros de ella. La flor voladora se posó en su hombro, pero ella no le dio importancia.

—Pensé que nos veríamos en la casa de té—dijo Sheng Qing acercándose a ella.

—Iba a ser así, hasta que te vi tan distraído con esas...señoritas.

Huaying se mordió el labio inferior, sin saber por qué eso le molestaba tanto. Nunca antes se había molestado de esa manera con Sheng Qing, pero esta vez sentía que él había cruzado algún límite que ella desconocía.

—Solo les estaba sacando una sonrisa, en este pueblo no parecen tener muchas alegrías—comentó él encogiéndose de hombros—. La gente feliz es mucho más agradable.

—¿Y por qué no a los muchachos también?

—Ellos no se me acercan—Sheng Qing le restó importancia—. Es solo un gesto amable que a la gente le gusta, ¿está mal tenerlo? Uno nunca sabe cuándo fue la última vez que sonrieron de verdad.

Huaying se quedó callada, pensando en las palabras de Sheng Qing y creyendo que ella era lo suficientemente egoísta como para desear que esos gestos solo fueran destinados a ella.

No era algo agradable y no le gustaba sentirse así. Sentía que estaba siendo estúpida e infantil.

—Sí, tienes razón—Huaying suspiró y decidió dejar de lado esos sentimientos egoístas—. Estaba buscando un lugar para cultivar, ¿quieres acompañarme?

Sheng Qing sonrió, una sonrisa tan hermosa y dulce que Tang Huaying no podía dejar de mirarla.

—Me encantaría.

Si sus mejillas se pusieron rojas y su corazón se aceleró, entonces Sheng Qing no hizo comentario al respecto.

—Lo siento, maestra Tang—dijo una vos suave y aguda.

Huaying abrió los ojos, encontrándose con Chen Lin, una de las discípulas de su hijo. La joven cultivadora tenía una espada en mano y tenía el cabello firmemente recogido.

—¿Pasó algo?

—No, solo quería saber si le molestaría que practicara aquí mis movimientos de espada. El lugar es perfecto para entrenar.

Huaying sonrió.

—Por favor, solo hazlo.

Chen Lin sonrió y le agradeció antes de quedarse alejada unos metros para poder practicar sus movimientos de espada. Huaying la observó, la firmeza de su agarre y la fluidez de los movimientos. La elegancia y pureza destacando en sus movimientos, lo que discernía mucho con los demás picos a los que había visto luchar.

En BaiZhan eran demasiado salvajes y brutos, la definición de guerreros sin cerebro. Los de QiongDing eran metódicos y cuidadosos. Los de WanJian eran espadachines que se valían mucho de sus armas y poco de sus puños. Las de XianShu eran muy femeninas y delicadas, pero igualmente letales. En QianCao eran cuidadosos a la hora de atacar, eligiendo puntos vulnerables porque eran los que mayores conocimientos de anatomía tenían. Los de AnDing...bueno, había que agradecer que al menos sabían sostener una espada, aunque si le daban un arco y flechas podrían ser más letales.

Era maravilloso, para Huaying, encontrar un lugar donde existieran tantos estilos de pelea. Pero su corazón, a pesar de todo, estaba en QingJing, con los eruditos y estrategas. Con el hogar que fue de su esposo y el hogar que era de su hijo.

El cielo estrellado siempre fue una maravilla que a Huaying le gustaba admirar. Y aprovechando que Sheng Qing fue a una misión cerca del pueblo donde estaba ella, decidió llevarlo al mejor lugar que había encontrado para admirar la noche.

Él se acostó sobre el césped, mirando el cielo nocturno y sus estrellas. Huaying se acostó a su lado, viendo las estrellas y dibujando formas en su mente. Tantos puntos brillantes, tanta maravilla en un lugar tan alejado.

De repente, Sheng Qing alzó la mano, acercándose a ella para apuntar con su índice el cielo.

—Mira, esa constelación de ahí—dijo marcando un grupo de estrellas—. Mi shizun dijo que se llama la constelación de la Fortuna Brillante.

—¿La Fortuna Brillante?—ella miró la constelación que señalaba intentando encontrarle forma.

—Sí, es una historia vieja que ya no tiene importancia. Dice que hace muchos años, existió un príncipe que ascendió y se volvió un Dios. Usó su poder para proteger a su pueblo, pero tras una tragedia su pueblo le dio la espalda. Perdió a su gente, perdió su título, su divinidad, a su familia, a sus amigos y su prestigio. Se volvió el hazmerreír de todo el mundo y vagó en soledad por siglos. Sin embargo, luego de tantas penurias, el antiguo príncipe de un reino ya inexistente volvió a ascender. Y con esa ascensión, su fortuna mejoró. Hay muchas teorías al respecto, pero la más popular fue que alguien de su reino, que lo valoró de verdad, jamás dejó de ser devoto a él y lo buscó por muchos años hasta hallarlo. Y cuando lo halló, toda la fortuna de este antiguo príncipe mejoró considerablemente. Tanto que el Cielo reconoció esa fortuna y formaron esa constelación de la Fortuna Brillante. Si prestas atención, podrías ver que son como dos dedos entrelazados entre sí, como un lazo rojo del destino imposible de cortar.

Huaying miró maravillada el conjunto de estrellas, pronto encontrándole forma. Cuando lo logró, se giró hacia Sheng Qing.

—¿Y qué pasó con el antiguo príncipe y su devoto?

Sheng Qing la miró, sonriendo suavemente.

—La historia dice que luego de que ambos se reencontraran, no volvieron a separarse nunca más. Su amor era tan fuerte que ni siquiera el destino sería capaz de separarlos.

Un amor tan grande, tan puro. Huaying se maravilló ante esa idea. Alguien capaz de amar y buscar por siglos a alguien que lo había perdido todo, a alguien que lo único que tenía para ofrecer era su corazón, ¿no era eso hermoso? ¿No era eso amor de verdad?

—¿Así aman los dioses?—preguntó volviendo a admirar la constelación, su mano estirada queriendo alcanzarla.

Una mano más grande se superpuso a la suya y la atrapó, entrelazando sus dedos.

—Y los humanos—dijo Sheng Qing.

Huaying se sonrojó hasta la raíz del cabello. No quiso girarse a ver a Sheng Qing, pero mantuvo sus manos entrelazadas elevadas hasta el cielo.

El movimiento de un golpe contra el bambú sacó de su ensoñación a Huaying, quien vio a Chen Lin continuar con su práctica. La niña seguía ensimismada en su entrenamiento, moviendo su espada sin descanso y dando algunos saltos para comprobar cuan arriba podía llegar. Huaying vio su dedicación y determinación por mejorar. Algo que se volvió una rutina en QingJing luego del gran problema que el Maestro de Palacio generó. No importaba que estuvieran en paz, todos igual entrenarían duro y sin descanso porque nunca se sabría cuándo el peligro tocaría a sus puertas otra vez.

Nadie quería que su familia volviera a salir perjudicada.

Para Huaying había sido tan admirable eso, que simplemente no pudo evitar sentir orgullo por el gran trabajo de su hijo. Y estaba segura que Sheng Qing y Wang Mingan se sentirían igual si vieran lo que Jiu-er había logrado.

No había motivos para no sentirse orgullosa de su hijo.

Huaying sonrió mientras estaba en los brazos de Sheng Qing. La rama del árbol era gruesa y ambos podían estar sin problemas ahí arriba, cubiertos por la frondosidad y viendo un nido de aves que estaba en una rama un poco más arriba. Ella se apoyó en su pecho, sintiendo su calor y sus manos jugando con las suyas mientras la tenía rodeada con sus brazos. Sheng Qing parecía concentrado en jugar con sus dedos, así que ella lo dejó ser mientras veía a la madre regresar al nido para alimentar a sus crías.

—Hablé con mi shizun sobre nosotros—dijo Sheng Qing en un tono bajo de voz, cerca de su oído.

Huaying se estremeció y se giró a mirarlo.

—¿Sobre nosotros?

—Sí, estaría encantado de tenerte en QingJing. A él y a mi shimei. Ambos están emocionados por conocerte.

—Es...una bonita noticia, pero...

—Lo sé—Sheng Qing volvió a entrelazar sus dedos—, lo sé, cariño. Solo quería que supieras que, cuando estés lista, eres bienvenida en la secta.

Huaying sonrió, apoyándose cómodamente en el pecho de su amado. Sheng Qing era tan amable y tan comprensivo. Amaba eso de él.

—Gracias, A-Qing.

Habían hablado de tomarse un tiempo para que ella dejara la secta Loto Blanco de Primavera. Huaying todavía se sentía en deuda con la mujer que la salvó y no quería irse tan pronto, como una mocosa desagradecida que no había valorado el hecho de que le habían salvado la vida.

Sheng Qing siguió jugando con sus dedos, tarareando una canción que Huaying no conocía. Pero le gustaba, más si venía de Sheng Qing.

Pasaron de esa forma poco más de una hora, antes de que ella tuviera que separarse para regresar con su secta. Si tardaba más, corría el riesgo de que fueran a buscarla y los descubrieran. Huaying no quería imaginarse lo que le harían a Sheng Qing si lo encontraban con ella. Si bien su amado era fuerte y astuto, eso no quería decir que pudiera contra todas las miembros de Loto Blanco de Primavera.

—Estaré esperando tu mensaje—dijo Sheng Qing, besando su frente como hacía siempre cada vez que se iba.

Huaying sonrió y prometió hacerlo, antes de marcharse directo hacia su secta.

.

Tang Huaying se alejó de la secta, su mente todavía procesando el nuevo descubrimiento. Algunas de sus shijies le preguntaron sobre su estado, pero con una ensayada sonrisa, Huaying les mintió y siguió alejándose de todos. Necesitaba aire, necesitaba espacio, un lugar donde pensar en paz.

Necesitaba hablar con Sheng Qing de inmediato. Tenía que hablar con él, salir de la secta, alejarse de Loto Blanco de Primavera y quizás regresar después, cuando fuera seguro para su bebé.

Un hijo. Un hijo de ella y Sheng Qing. Huaying no sabía exactamente cómo sentirse. La noticia había sido un gran impacto en su vida, pero ahora que había logrado confirmarlo con un médico de un pueblo lejano a la secta, tenía miedo. Mucho miedo.

Quedarse ya no era seguro. Nadie en Loto Blanco de Primavera tomaría bien esta noticia.

Cuando estuvo lejos de todo, Huaying escribió una carta y la envió a Sheng Qing con la esperanza de verlo pronto. Lo necesitaba con ella, necesitaba irse con él a su secta, donde estarían a salvo. Si se iba sola, solo complicaría las cosas para su bebé también. Podría complicar su propio embarazo o, si lo tenía en un pueblo desconocido, complicaría la crianza de su bebé. Tenía que ir a un lugar seguro, un lugar donde su pequeño pudiera crecer a salvo y donde pudiera recibir el amor de sus padres.

Sheng Qing llegó al otro día, yendo directo a la posada donde Huaying lo esperaba. Ella se arrojó sobre él, abrazándolo con fuerza y comenzando a llorar. Sheng Qing la abrazó, preocupado por su llanto. Huaying no le dijo en su carta por qué quería verlo, solamente le dijo que necesitaba hablar urgentemente con él.

—Cariño—llamó él, suave y dulce, mientras seguía sosteniéndola contra su cuerpo—, ¿qué ha pasado? Dime, por favor.

Huaying se removió contra su pecho antes de alzar su llorosa mirada hacia él.

—Estoy embarazada.

Pudo notar claramente el momento en que la expresión de Sheng Qing se congelaba, su piel volviéndose más pálida y su cuerpo tensándose. Fueron segundos, pero cuando reaccionó la tomó de los hombros y la miró a los ojos.

—¿Tú estás bien? ¿Ellas lo saben? ¿Te hicieron algo?

—No, no, no lo saben—lo calmó, tomando su rostro—. Ninguna de ellas lo sabe.

Sheng Qing suspiró aliviado antes de volver a abrazarla.

—Bien, eso es bueno—suspiró contra su cabello—. Ya no puedes vivir con ellas, tienes que venir a CangQiong conmigo.

Huaying se aferró a él, a su cuerpo, para sentir el latido de su corazón y calmar la inquietud de su alma.

—Lo haré, me iré contigo—dijo ella, aferrada a él—. Pero tengo que regresar por mis cosas.

—Está bien, yo debo comunicarle a shizun que iremos. Quizás se lo diga a shimei para que ella pase el mensaje. No lo sé, pero debo arreglar todo para el camino a la secta—Sheng Qing acarició su cabello, podía sentirlo sonreír—. Debo mantenerlos a salvo, a ti y a nuestro Xiaobao*.

Huaying sonrió, sintiendo su corazón más liviano. Se separó del pecho de Sheng Qing para mirarlo.

—¿Qué crees que sea? ¿Niño o niña?

Sheng Qing acarició su mejilla, suavemente y con amor.

—Tal vez niña, tal vez niño. No lo sé, pero me gustaría que se pareciera a ti, que tenga tus bonitos ojos.

—¿Y por qué no a ti? Mi A-Qing es muy guapo.

Sheng Qing rio, besando su frente.

—Será más bonito si se parece a ti. Realmente será bendecido si se parece a su madre. O si saca tu inteligencia. Es mejor si saca lo menos posible de su tonto padre.

Huaying negó con la cabeza, alzando la mano para acariciar la mejilla de Sheng Qing.

Si su hijo sacara lo mejor de ambos, entonces en verdad sería bendecido. Pero ella secretamente pensaba que, si su hijo sacaba la apariencia de su padre, entonces en verdad sería afortunado.

Antes de irse, Sheng Qing besó su frente y le aseguró que los cuidaría. Ella regresó a la secta para recoger sus cosas y marcharse con su amado a CangQiong.

Ninguno de los dos sabía que esa sería la última vez que volverían a verse.

El sol comenzaba a ponerse y Chen Lin ya estaba descansando en el suelo, luego de horas de práctica. Recordar lo que seguía, no era algo que Huaying deseara recordar. El dolor de sostener la cabeza de su amado entre las suyas, saber que le habían arrebatado su amor y posteriormente a su hijo no era algo que ella deseaba volver a recordar.

—Maestra Tang—dijo Chen Lin levantándose—, ya se está haciendo tarde, ¿quiere volver conmigo?

—Ve tú, pequeña, yo me quedaré un rato más aquí.

Chen Lin asintió y se marchó, la espada colgando en su cintura luego de haber sido utilizada por horas para practicar posturas y movimientos. Tang Huaying se levantó del suelo y comenzó a caminar por el oscurecido bosque de bambú, en dirección contraria a la que se había ido la niña.

El lugar era tal cual alguna vez Sheng Qing se lo detalló, con bambúes verdes y frescos que brindaban paz, un bosque repleto de calma y tranquilidad. Un pico donde la inspiración para pintar, escribir poesía o crear música estaba a un paso de distancia. Una melodía sonó en sus oídos, una que alguna vez Sheng Qing había tocado para ella. A ella le gustaba escucharlo tocar el guqin, le gustaba escucharlo cantar. Y a él le había gustado verla bailar, tocando música para que ella se moviera con el ritmo.

Ella lo amaba tanto, amaba su fuerza y su pasión, su estupidez y su astucia, su cobardía y su valentía. Amaba todo de él. Amaba saber que él le correspondía de la misma manera.

Avanzó hasta un arroyo, donde alguna vez Sheng Qing le contó que pescó con su shimei. Podía imaginar a Sheng Qing pescando y lanzando agua en el rostro de Xiaoyun para que perdiera el pez que con tanto empeño había localizado. Podía verlo reír y escapar de su enojada shimei, ambos corriendo por el arroyo hasta terminar empapados, con la ropa hecha un desastre por la infantil pelea. Huaying todavía podía ver su gran y brillante sonrisa, tan nítida como si hubiera sido ayer. Podía sentirlo a su lado, su presencia, su calidez. Como si fuera parte del bosque, del arroyo, de QingJing. Como si su presencia nunca se hubiera ido, como si se hubiera impregnado en el segundo pico de CangQiong, tan profundo en sus raíces. 

—A-Qing—susurró al viento, dejando que su voz se perdiera a la distancia.

Está bien, no tienes nada de qué preocuparte, tu Xiaobao y yo estamos bien.

Huaying dio media vuelta y regresó, directo a la casita de bambú donde su hijo y su pequeño nieto la estaban esperando para cenar.

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Infiltrarse en SiWu no había sido nada fácil. Estuvieron meses enteros esperando la oportunidad y planeando cada movimiento para poder ingresar a ese maldito lugar. Xiaoyun había sido la única que la acompañó mientras que los otros dos cultivadores que formaban parte de su pequeña secta, se quedaban afuera cuidando la pequeña choza que usaban para vivir.

Tang Huaying se colocó un sombrero de bambú que le cubría la cara, una forma de durar más tiempo en SiWu sin ser detectada por los cultivadores que Huan Hua había dejado alrededor del pueblo para cazarla. Matarlos no sería un problema para ella, no si podía encontrar a su hijo y llevárselo con ella. Debía rescatar a su pequeño Huoyong antes de que le pasara algo. No quería imaginar como su pequeño de ocho años estaría viviendo ahora, solo esperaba que al menos continuara con vida para llevarlo de nuevo con su madre. Necesitaba llevarlo de nuevo con ella, para poder ir juntos a QingJing, donde Wang Mingan podría ayudarlos y, además, hacer justicia por Sheng Qing. No podía ir a QingJing. Si iba a la secta, no podría volver a salir y Huoyong estaría desprotegido afuera.

Ella no podía dejar a su hijo solo cuando la necesitaba.

Pasó por los diferentes caminos de SiWu, viendo tantas personas, puestos y carros que su mente estaba saturada de imágenes. Su vista se detenía en los hombres principalmente, porque mayormente eran cultivadores masculinos los que estaban detrás de ella, pero también miraba a los niños. Uno de esos niños tendría que ser su Huoyong, la duda sería poder dar con él. Huaying no estaba muy segura de poder dar con Huoyong fácilmente, mucho menos de tener demasiado tiempo como para buscarlo por SiWu. No sabía si su Huoyong estaría en una familia o sería uno de esos niños de la calle que mendigan por monedas. Ella no sabía cómo se encontraría a su bebé, tampoco en qué estado. Temía incluso que fuera tarde y que hubiera muerto a temprana edad por alguna enfermedad. La culpa la golpeaba fuerte cuando esos escenarios aparecían en su cabeza. Si tan solo hubiera sido más fuerte o se hubiera ido con Sheng Qing ese mismo día, dejando todas sus pertenencias atrás. ¿Qué importaban un par de láminas de oro o unos recuerdos escasos y baratos? La vida de su amado y su hijo habían sido más importantes.

Pero fue joven e idiota y pagó el precio por eso. Si tan solo no lo hubiera sido, Huaying hoy estaría viviendo en QingJing, en compañía de su amado y viendo a su hermoso hijo corriendo por el bosque de bambú que rodeaba el segundo pico de la secta CangQiong.

Xiaoyun se detuvo a comprar unos bollos. Huaying la esperó, mirando alrededor esperando no encontrarse con ningún cultivador de Huan Hua en cubierto. Tan concentrada estaba, que casi golpea a la cosa que había chocado contra sus piernas.

—¿Por qué estás en el medio del camino?—preguntó un niño enojado, Huaying veía sus piernas delgadas cubiertas por un pantalón sucio.

La tela del sombrero que llevaba puesto no le permitía ver su rostro, así que se iba a agachar para ayudarlo cuando un niño más grande se interpuso en su camino, ayudando al niño a levantarse.

—Disculpe la insolencia—dijo el niño más grande, haciendo una reverencia—. Xiao Jiu, deberías disculparte.

—Yo no fui quien estaba en medio del camino—dijo el niño Xiao Jiu.

Huaying iba a decirle que no había problemas, cuando Xiaoyun tomó su mano para llamar su atención.

—Tenemos que irnos—murmuró ella jalándola.

Huaying la siguió, pero algo en ella, algo en su corazón, le pedía quedarse y ver al niño que había chocado contra sus piernas. Se giró, mientras Xiaoyun la jalaba para correr y vio a los dos niños alejándose, mientras el más pequeño, de nombre Xiao Jiu, se quejaba con el más grande.  


*Xiaobao: Es un apodo común que ponen para los hijos en china, es algo así como Tesorito o mi Pequeño Tesoro (Xiao es pequeño y Bao es tesoro, el mismo Bao de Baobei)

Sheng Qing parecía arrogante, pero no lo era en realidad, solo era medio tonto pero más de eso no. Al final, su hijo se terminó pareciendo más a él que a su madre uwu

Sí, la única vez que Huaying pudo infiltrarse en SiWu, chocó contra Shen Jiu, solo que no llegó a verle la cara. De hacerlo, se hubiera dado cuenta de que era su hijo y se lo hubiera llevado de ahí. ¿Me gustaría hacer una historia así? Claro que sí, en especial porque eso sanaría mi pobre corazoncito de pollo ;-; 

Los próximos extras serán subidos a partir del 1/12, así tengo tiempo de finalizar los seis extras del hermano Avion :V 

Nos vemos!!! Besos :D

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